Cuando abonamos el precio de un libro, avalado por ser un gran éxito editorial, hemos tenido en cuenta para nuestra motivación al autor de sus páginas, cuyo nombre se halla lógicamente impreso en la portada y contraportada del apreciado volumen. En ocasiones, ese pensamiento va dirigido también a los importantes dividendos o ingresos que el afamado escritor debe estar ingresando, con merecida justicia, en su cuenta corriente bancaria. En realidad, si es un autor muy consagrado por su calidad literaria y “capacidad o atractivo comercial”, los emolumentos que recibe de la empresa editora suelen estar pactados previamente, en la firma del compromiso contractual. El escritor no suele recibir más ingresos, salvo que lleguen nuevas ediciones de la obra, en función del número de ejemplares vendidos.
Pero no todos los libros que vemos como novedades
editoriales están firmados por autores de élite
o de reconocido renombre. Las empresas editoras van concediendo oportunidades,
tras analizar muy detenidamente cada obra que se les presenta, a numerosos autores noveles o no conocidos o realzados por la
crítica especializada. Para estos escritores que empiezan, la gran compensación
a la que aspiran es precisamente que les sea publicada esa primera novela o
ensayo, al que tanto esfuerzo y dedicación han aportado. La compensación
económica que recibirán, por su tenaz y creativo trabajo, estará normalmente en
función del número de ejemplares que los lectores adquieran en las librerías y
siempre con unos porcentajes, con respecto al precio de venta, verdaderamente
ridículos o que provocarían el sonrojo
si se conocieran públicamente. Incluso la propia industria editorial se reserva
mantener esas muy precarias compensaciones, si la aceptación popular les
aconseja publicar una segunda o más ediciones de ese posible éxito en las
ventas. En este sentido, un autor desconocido y una afamada editorial unen sus
destinos, en un desequilibrio manifiesto con respecto al reparto de los
supuestos beneficios económicos que la edición reporte en las ventas.
Precioso nombre el de una profesora de lengua y
Literatura, vinculada a un instituto público ubicado en la monumental ciudad de
León, precisamente la localidad en donde nuestra protagonista había venido a la
vida: Glicinia Aray Abadía. Mujer de fuerte carácter castellano, aun
sabiendo aplicar y dosificar los momentos para sus espontáneas sonrisas. Desde
su adolescencia practicaba con fluidez el sugerente arte de la narrativa,
escribiendo cuentos, relatos cortos, reflexiones, a modo de ensayos, sobre muy
variados temas e incluso iniciando la redacción de la que pretendía fuera su
primera novela, mientras estudiaba Filología hispánica, en la universidad
leonesa. Delgada de cuerpo, solía trenzar con frecuencia y esmero su largo y
suave cabello negro. También destacaba por sus muy bellos y expresivos ojos
grisáceos claros, con unos rasgos faciales que enmarcaban un rostro
profundamente observador y convincente en la discusión o en el plácido diálogo.
Su forma alegre en el vestir era marcadamente juvenil, pues era usual que
llevase vaqueros azules o celestes, jerseys y camisetas deportivas, calzando
zapatillas converse, botas o zapatos de trekking (actividad a la que era muy
aficionada) y ágiles sandalias de cuero marrón, según las diversas estaciones
meteorológicas.
Debido a su excelente currículo estudiantil y a la
férrea y responsable capacidad de trabajo que sabía desarrollar, superó holgadamente
su presencia ante el tribunal que controló unas oposiciones a centros públicos
de educación secundaria. Aunque sus primeras experiencias docentes le hicieron
recorrer algunas localidades de la amplia y bella comunidad autónoma de
Castilla y León, en pocos años pudo ya recalar, con destino definitivo, en un
instituto de su histórica y señorial ciudad natal.
Más de tres años imaginando y modelando el tiempo disponible
para las renuncias, le había llevado la redacción de la que sería su primera novela, escrita con ilusión y el
sentimiento cariñoso hacia su difunta abuela Edelmira
(que aparece en toda la obra con el apelativo familiar de Delmia) en cuya larga
y apasionada existencia estaba basada argumentalmente una trama de carácter
biográfico, que reflejaba etapas muy significativas de nuestra pasada Historia.
Esta abnegada y luchadora mujer había nacido en 1906, falleciendo en 1987, por
lo que conoció y vivió los periodos del reinado de Alfonso XIII, la dictadura
del general Miguel Primo de Rivera, la 2ªRepública, el luctuoso enfrentamiento
de la Guerra Civil, la dictadura del general Francisco Franco y finalmente los
primeros años del reinado de Juan Carlos I, con llegada de la democracia a
España. Todos esos periodos históricos del siglo XX son sintetizados en las más
de cuatrocientas páginas de la extensa novela, a través del comportamiento y
visión de vida de una muy querida persona, como era su abuela, laboriosa y
aguerrida mujer trabajadora, en una fábrica o industria textil, en la que se
encargaba de controlar varios telares, en la sucesión, ilusiones y carencias de
cada uno de los días. Glicinia siempre consideró a Delmia como una madre, pues
así fue el severo y cariñoso trato, al tiempo, recibido de una excepcional
persona, a la que conoció y admiró profundamente en la etapa final de su interesante
y vitalista existencia.
Ciertamente Glicinia “modificó” algunos aspectos personales
que consideró necesarios, pues trataba de evitar que su escrito fuese recibido
como una puntual biografía al uso, centrada en una persona “anónima” en el
contexto social. Pero en lo fundamental, el denso número de folios era un
cálido homenaje a todas esas mujeres laboriosas y abnegadas, que sabían
afrontar los contratiempos y dificultades de una época muy contrastada, en el
siglo XX de nuestro país. Como curiosa y significativa anécdota, Edelmira tuvo
en su apasionada vida afectiva hasta tres hombres, como maridos, compañeros o
parejas.
Animada por algunos compañeros del centro educativo
en donde impartía sus clases, presentó el voluminoso escrito a un concurso literario organizado por la prestigiosa
editorial Cosmos, empresa que buscaba nuevos caminos y estilos expresivos en
los escritores jóvenes, no consagrados o adocenados por la práctica profesional
de la literatura. El jurado calificador de los trabajos presentados, de
inmediato, situó a la novela de Glicinia entre las diez finalistas que, en las
sucesivas revisiones o catas analíticas, siempre fue quedando en un lugar de
privilegio, hasta considerarla ganadora del bien concurrido concurso, entre
todos los jóvenes autores participantes. El premio de esta atractiva
convocatoria, para estos escritores noveles, consistía en la ansiada
publicación de las tres primeras obras seleccionadas, cuyos derechos cedían “totalmente”
a la editorial, bajo una compensación económica puramente testimonial de 1500,
1000 y 700 euros, respectivamente, entregados a los tres autores premiados.
Para la firma del correspondiente contrato, viajó a
la capital de España en dos ocasiones, para
tener un par de no fáciles reuniones con el director de publicaciones de la
editorial, Pascual Cercedilla. El acuerdo no
llegaba, pues chocaban dos recios caracteres. De una parte, un profesional
contable, obsesionado con los números y
las ventas, que trataba de imponer la supremacía empresarial, pensando que con
la publicación de su primera obra, los escritores noveles se limitarían a
firmar las “escuálidas” migajas que se les ofrecían, por las largas horas y
días del paciente trabajo invertido. De otra Glicinia, que no estaba dispuesta
a que se le cambiase el título inicial de la novela con la que había
concursado: TODA UNA VIDA, ni se iba a conformar con los 1500 € que se le
ponían en mano, pues pensaba que los 600 ejemplares, que iban a distribuir por el
amplio mercado lector, iban a tener una continuidad en nuevas ediciones, dada
la calidad innegable de su obra, reediciones por las que no cobraría un solo
euro, según las draconianas condiciones impuestas por el “soberbio” gigante
editorial.
Dos desplazamientos y atractivas estancias de fin
de semana en Madrid, pero sin conseguir el deseado acuerdo. Obviamente, la parte empresarial extremaba sus
exigencias y el plazo para la firma contractual, sumida en un cómico
desconcierto y asombro ante las negativas de una “desconocida” escritora novel.
Al tiempo, la tenaz profesora de literatura, esgrimía sus raíces castellano
leonesas, para no dejarse avasallar por la fuerza y el poderío social de un arrogante
interlocutor. En esa disyuntiva se
encontraba la negociación, cuando apareció un elemento nuevo en la diatriba. Se
trataba de un corrector de pruebas, que prestaba sus servicios en la editorial.
Este laborioso personaje era un burgalés llamado Erandio
Laplaza, con estudios de magisterio y estudiante “senior” de Literatura
sudamericana que, desde hacía unos cinco años, había ocupado distintos puestos
secundarios, dentro del organigrama editorial. Tenía un paralelismo
generacional con Glicinia, 32 años ella y 33 él, por lo que pronto fluyó entre
ellos una espontánea y abierta amistad, surgida en las prolongadas esperas de
la profesora para ser recibida, por parte del hábil y presuntuoso jefe Cercedilla.
Aquel día escritora y corrector tomaron café juntos y también cenaron en una
popular pizzería/Burger de Malasaña (cerca del apartamento que Erandio tenía
alquilado) inmersos en un ambiente juvenil y desenfadado que incrementaba la
jovialidad y el divertimento de una creciente y esperanzadora amistad.
“No te fíes del poderoso Cercedilla, pues
claramente te quiere “llevar al huerto” de sus intereses. Es consciente, aunque
disimule, de que tu novela tiene la calidad y documentación necesaria para
llegar a ser un importante éxito de ventas. Sin embargo no creo que para esta
edición vayan a ceder con respecto a las normas impuestas en la convocatoria,
en la que libremente participaste. De los 1.500 euros del primer premio no va a
pasar. Pero pienso que tú puedes jugar una interesante carta en la “partida”.
Me refiero a los incentivos de las segundas o terceras ediciones, estableciendo
e imponiendo algunas clausulas en el contrato que te reporten ingresos, por el
seguro éxito en las ventas. Invéntate algo original o sugerente que les pueda
motivar a ceder, pues ellos están en la idea de mantener todos los derechos sobre
tu obra”.
Las razonables e inteligentes palabras del amigo
corrector anidaban en Glicinia, ayudándole y motivándole a buscar alguna
solución en esa dura negociación que mantenía con el gigante empresarial. Dándole vueltas al
asunto, con la urgencia que Cosmos demandaba, se le ocurrió una sugerente idea,
no totalmente novedosa en el mundo de las ediciones. Consistía en que al
publicar la novela, la editorial aceptara dejar unas pocas hojas en blanco sin
imprimir, al final del volumen. En las mismas, los lectores que así lo
considerasen podrían escribir, de manera resumida, un final alternativo a la
narración que había aportado la autora en su “libreto”. Una vez que redactasen
esos otros finales, los enviarían a la dirección editorial a fin de que ésta decidiera,
con el asesoramiento y opinión de la escritora, los tres mejores o sugerentes
finales alternativos. Estos tres finales aparecerían como añadido de una
posible segunda edición, con los nombres de sus respectivos autores, quienes
recibirían como premio en compensación lotes de libros procedentes del
abundante fondo editorial que poseía la muy consolidada empresa.
En realidad el propio Erandio ya le había dado alguna
pista o sugerencia acerca de por donde podría ir la contraoferta a presentar en
la que iba a ser la tercera y última oportunidad para el acuerdo.
“Me parece perfecto. En principio ellos quieren
editar los 600 ejemplares previstos y quedarse con todos los derechos para
posibles futuras reediciones. Pero tu les ofreces esa otra opción, de la
intervención de los lectores con los finales alternativos, con vistas a una
segunda edición, para la que ya exigirías un porcentaje adecuado con respecto
al numero de ejemplares vendidos. Yo pienso que esta opción sería asumida por
Cercedilla y su equipo. Tampoco “te subas mucho a la parra” exigiendo un
porcentaje demasiado elevado, pues en la industria editorial solo se les abona
a los escritores consagrados, con la garantía de tener un gancho comercial sólo
con que su nombre aparezca citado en la portada del volumen, como autor de la
obra”.
Glicinia
agradeció afectivamente al inteligente y bien parecido Erandio, sus comentarios
y sugerencias, con las que tenía fundadas esperanzas de salir de ese molesto y
largo impasse que mantenía con el “endiosado” imperio editorial.
Como
había previsto su nuevo y atractivo amigo, Cercedilla se avino a aceptar parte
de la propuesta que le planteó Glicinia en una tercera entrevista, que fue
afortunadamente la definitiva. El celoso contable y director de publicaciones
vio con buenos ojos la posible intervención de los lectores, para que éstos
aportasen finales diferentes, con respecto al elegido por la autora. No era
nueva esta modalidad en el mundo editorial, pero sí los premios y la
publicación de los tres mejores en una futura edición de la novela. Se
reafirmaba en que no podía haber cambios para que la autora recibiera ingresos
de esa primera edición, ya que en las bases del concurso se establecía
claramente que los derechos de publicación y económicos permanecían bajo el
control de la empresa. Sin embargo, a “regañadientes” se mostró conforme a que,
en una segunda edición, la autora pudiera recibir algún porcentaje económico de
los ejemplares vendidos, ofreciendo el 5 % y después de muchos tiras y aflojas aceptando
llegar al 8 %. A cambio, Glicinia tuvo que “ceder”, permitiendo que la edición
inicial pasara de los 600 ejemplares previstos inicialmente a 900. Para gozo de
unos y otros, parecía todo arreglado. Resultaba más que obvio que la editorial
había visto un “filón” productivo para sus intereses (que no iba a dejar
escapar) con el descubrimiento de este nuevo y joven valor de la literatura o
narrativa hispana.
En
la evolución de esta historia, la profesora escritora y el corrector de pruebas
decidieron unir sentimentalmente sus destinos, hace ya cuatro años. Glicinia
abandonó su provincia natal para trasladar su residencia al distrito madrileño
de Moratalaz, unida en pareja con Erandio. hoy ya subdirector de publicaciones
de la editorial Cosmos, para la que siempre ha trabajado. La novela del premio, con el nombre de El
valiente perfil de una mujer, ha alcanzado ya la cuarta edición. Los ingresos
que ha generado para la editorial y autora son notablemente contrastados, pero
Glicinia, aparte de atender a sus clases y la maternal dedicación a las dos
hijas (Luz y Aída) que ha tenido con Erandio, está a punto de culminar la
redacción de su segunda novela, cuyo libreto se niega en modo alguno a llevarlo
a la editorial Cosmos, a pesar de las intensas presiones de su propia pareja, quien
se muestra en profundo desacuerdo con esta firme decisión adoptada por su
mujer. Glicinia se ha hecho con un buen nombre dentro del panorama literario y
quiere un oportuno cambio para el momento de su publicación, eligiendo otras posibilidades
diferentes con respecto al “gigante” Cosmos Ediciones”.
En
esta controversia familiar sin duda ha podido influir, aparte de la dura
experiencia que mantuvo con la poderosa empresa editora en la que ejerce su
marido, un hecho fortuito que ha protagonizado hace unas semanas. Trataba de
localizar unos viejos apuntes que tenía por ahí perdidos, a fin de utilizarlos
en una próxima charla a pronunciar en unas jornadas culturales organizadas por el
Instituto en el que presta sus servicios. En medio de un maremágnum de
carpetas, que el matrimonio tiene guardadas en el trastero de su domicilio,
encontró un dossier de antiguos documentos pertenecientes a Erandio y
vinculados a la editorial. Por un simple gesto mecánico, se puso a echarles una
ojeada. Para su sorpresa había una antigua nota de ingreso económico para la
cuenta bancaria de su marido, la cual estaba fechada precisamente en los momentos del acuerdo para la primera
edición de su novela. El concepto de esa importante compensación monetaria, que
recibió el por entonces simple corrector de pruebas, aludía a los “muy estimados servicios prestados por el
receptor, D. Erandio Laplaza con
respecto a la negociación mantenida con la escritora Glicinia Aray Abadía”.
Desde
un principio decidió aplicar prudencia y reflexión al inesperado y fortuito descubrimiento,
no exento de un comprensible desencanto. ¿Se había casado con un “troyano” de
la propia editorial, que se había prestado a condicionar su firme voluntad
negociadora? Este revelador documento,
que afecta al comportamiento de su marido durante las negociaciones que ella
mantuvo con respecto a su primera novela, lo mantiene celosamente guardado a
fin de esgrimirlo en el momento más oportuno para su interés y el de sus
hijas.-
José
Luis Casado Toro
Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la
Victoria. Málaga
26 Marzo 2021
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