El comportamiento de las personas se disfraza, con
excesiva y preocupante frecuencia, aplicando ese ropaje absurdo, vacío y sin
alma, que ausenta las sonrisas y ensombrece las ilusiones. Hombres y mujeres se
empeñan, aplicando una ilógica necedad, en hacer difícil lo necesario, cuando
lo inteligente sería practicar exactamente lo contrario: “modelar” y convertir,
con inteligente racionalidad, aquello que puede parecer complicado en sencillo
y útil para el disfrute.
Echamos muchas veces en falta, durante tantas
oportunidades en los días, esos “dones” que suponen una palabra amable, una
mirada cariñosa, un gesto fraternal o el tibio y siempre necesario calor de la
proximidad. Por el contrario nos vamos habituando, errónea y peligrosamente, a
esas carencias que, con su positiva presencia, tanto bien generarían en un
mundo necesitado de valores, de racionalidad, de sosiego y por supuesto de
generosa bondad.
Y así comprobamos, en esos cada vez más espaciados
minutos para la reflexión, cómo la humanidad va construyendo, con asombrosa
insensatez, un mundo para las generaciones futuras, intensamente materializado,
prosaico, egoísta y envidioso, en el que el rival es considerado como enemigo,
el diálogo se torna en intolerancia, la generosidad en posesión, la verdad en
manipulación y el odio puede tantas veces con el amor. Obviamente, esa
desacertada y alocada trayectoria vital, en los unos y en los otros, también en
nosotros mismos, debemos transformarla con firmeza y presteza, aplicando para
ello cerebro y corazón, inteligencia y sencillez, comprensión y cariño. En
definitiva, se trata de ir cambiando este desconcertado y atribulado mundo, con
la ineludible terapéutica del mucho bien y el abundante amor. Sin embargo, en la mayoría de nosotros,
sigue testarudamente permaneciendo sin respuesta ese tortuoso interrogante. ¿Por
qué nos resulta tan complicado transformar en fácil lo
difícil?
Laura y Daniel se habían conocido en el ambiente académico,
alegre y vitalizado, del campus universitario de Teatinos. Esta jovial chica
había recién cumplido esa cronología o fase de la mayoría de edad, que tanto
conforta a los jóvenes.. Desde los años de su adolescencia esta bien parecida
joven había querido ser maestra de niños difíciles, a fin de ayudarles para su
mejor integración en esta atolondrada sociedad que los mayores vamos
absurdamente construyendo. Una vez superada la prueba de acceso a los estudios
universitarios, coloquialmente denominada “Selectividad”, pudo matricularse en
la facultad que mejor se acomodaba a esa sublime vocación y línea profesional. Era
el primer curso de Laura en Ciencias de la Educación
y todo marchaba bastante bien para sus aspiraciones formativas y profesionales,
valorando la utilidad del aprendizaje y la motivación para el estudio que
recibía en las horas de clase por parte de sus profesores. Se sentía bien
apreciada por sus compañeros de grupo, quienes reconocían la disponibilidad,
simpatía y buen corazón de su agradable compañera, que lucía unos preciosos
ojos azules, el cabello castaño y mostraba una apetecible delgadez, no exenta
de fortaleza, en su estructura corporal.
Laura Illana procedía
de una familia modesta en lo sociológico. Su padre, Roberto, trabajaba en el
reparto de mensajería y paquetería urgente. Su madre Dora, además de atender a
las tareas del hogar, sabía multiplicar el tiempo para trabajar algunas horas, especialmente
durante las tardes, en un establecimiento de arreglos de ropa, llamado “La
aguja y el dedal”. La “niña pequeña de la casa” (su único hermano, Efrén, era
tres años mayor) se mostraba respetuosa con sus padres y laboriosa para con sus
obligaciones, añadiendo a su positivo carácter el ser bastante soñadora,
idealista y también, hay que decirlo, un tanto coqueta y presumida, cosas de la
edad. En ese estable hogar de cuatro miembros existían las naturales carencias
propias de una familia humilde, aunque no faltaba lo materialmente necesario y
el buen talante para llevarse bien entre todos ellos. El padre, como tantos
otros, era algo autoritario y testarudo, aunque en lo más hondo de su ser ocultaba
un bondadoso y tierno corazón. Dora, su fiel compañera, era el cariño y la
comprensión hecho persona. El hermano mayor, Efrén, un “manojillo” de nervios que
apreciaba y protegía en todo momento a su hermana pequeña, a la que nominaba
con el apelativo cariñoso de “la flacucha” (Laura tenía la suerte de poder
saciar sus momentos de glotonería, sin que se le notaran los gramos para su
esbelta suerte corporal).
El destino, aliado con el azar, determinó que Daniel
naciera en el seno de una “familia bien” o acomodada en lo económico. Su padre,
Raimundo Laviana era apoderado bancario en una entidad financiera afamada en la
región. En cuanto a su madre, Isabela, era nieta de un prestigioso apellido con
título nobiliario, “dignidad” que ahora ostentaba la tía Ivana, un personaje
con muchas ínfulas y no menos “tonteos”. El chico era el único descendiente del
matrimonio, tal vez porque Isabela estaba plenamente entregada al mantenimiento
de las relaciones sociales, resultándole la vida y obligaciones hogareñas un
tanto aburridas y cansinas. La buena señora pertenecía a varios círculos de
caridad y beneficencia, muy apropiados para el “renombre” público y la banal
ostentación. Entre el protagonismo social de su madre y el multiempleo de su
padre (Raimundo era copropietario de una pequeña empresa que gestionaba
inversiones en la bolsa de valores) Dani eligió el camino de los estudios humanísticos,
matriculándose en la Facultad de Letras, a fin
de cursar Filosofía pura. Esta valiente decisión originó, de inmediato, la
desaprobación paterna, por los escasos incentivos económicos que auguraba para
el idealista aprendiz del pensamiento, junto a la indiferencia materna, más
preocupada por los asuntos benéficos de su elitista y “teatral” círculo social.
El primer encuentro entre ambos jóvenes tuvo lugar en la Fiesta universitaria
de la Primavera, que ese curso le correspondió organizar a la Facultad de
Ciencias de la Educación, precisamente el centro en donde Laura estudiaba el
primer curso de carrera. En realidad no fueron presentados por ningún otro
compañero, sino que ellos mismos intercambiaron esas palabras que lo dicen todo
y abren tantas puertas para la amistad:
“Compa, esto está resultando un tanto
rollo. No sé si tú piensas igual que yo, pero si te parece nos la piramos y acudimos
a una tasquita que han abierto recientemente en la zona de la movida por el Cónsul.
Tiene un ambiente muy “chuli” y allí podemos echar un buen rato de tapas,
cervezas e intercambiar esas palabras para el diálogo que ayuden a conocernos”.
A Dani le había entusiasmado la mirada angelical de
Laura, con esos ojos azules similares a cuando el cielo se refleja en el espejo
salino de la bahía malacitana. No menos le gustaba en su nueva amiga esa forma
de sonreír que mimetizaba la alegría transmitida por el jardín de la
naturaleza. Tras dos horas de ruido festivo, jolgorio y “cubatas”, en la fiesta
universitaria, a la chica le hizo gracia el desparpajo inteligente y simpático
de su bien parecido interlocutor, que difícilmente podía disimular su oficio de
intelectual y voraz lector. En pocos minutos “huyeron” del abigarrado ambiente
lúdico organizado en los espaciosos salones del académico recinto, para acabar
esa tarde /noche de mediados de Marzo en un establecimiento de tapas y copas
llamado “El Laboratorio”. Se trataba de una
tabernita con encanto recientemente inaugurada, punto de reunión y diálogo para
gente joven, con rostros barbudos y gafas identificadoras del buen uso para la
lectura. Muchos de los presentes lucían atrevidos piercings y tatuajes, vistiendo
la mayoría de los clientes con esa ropa sobada en la que queda excluida de
manera radical el complemento clásico de la chaqueta con la corbata.
La magia y el capricho del destino había unido a
dos jóvenes universitarios que, cuatro años más tarde,
decidieron irse a vivir juntos, formando esa
pareja a la que ellos renunciaron a denominar familia. Cierto fue que Dani
prometió a su ofendida mamá, en esos duros momentos para abandonar su acomodado
hogar familiar y con el ánimo de tranquilizarla, que algún día pensarían en la
posibilidad de pasar por la vicaría o el registro civil. En ese momento de su
unión en pareja, los dos habían ya finalizado sus estudios. Consideraban que no
tenía ya sentido seguir esperando más, a fin de formar esa peculiar unión
afectiva que ambos tenían en mente. Eligieron para su “nido hogareño” un
alquiler de “cuarta o quinta mano”, en un vetusto bloque de viviendas del que,
a través de un pasaje viario habilitado entre otros dos “gastados” macizos
constructivos, podía avistarse algún trozo de la más romántica plaza
malacitana: aquella que llaman “de la Merced”.
Además del gozoso vínculo afectivo y sexual, tenían
que habilitar los fondos necesarios para los gastos básicos de cada día.
Comprensivo al fin don Raimundo, aceptó pagar los 550 euros del alquiler, por un
3º C de 45 metros cuadrados, porque “… son cosas del
tontaina de mi hijo, que se ha juntado con esa jovencita que parece buena
persona, desde luego, aunque no me cabe duda que le ha metido muchos pájaros en
la cabeza. Dani se las da de filósofo idealista, estando convencido de su
capacidad para arreglar el mundo con sus teorías, construyendo, un día sí y el
otro también, “maravillosos” castillos de naipes. Estos niños de papá no son conscientes de que
cada mes hay que hacer frente a ineludibles facturas, cuyos pagos exigen ese
dinero que hay que saber ganar y no con el “maná” celestial que imaginan viene
del firmamento”.
El proyecto profesional de Dani era ponerse a preparar oposiciones para el profesorado
de centros públicos en la educación secundaria. Con fortuna, la materia de
Filosofía aún se seguía impartiendo en los institutos, aunque estaba convencido
de que con su cultura y conocimientos estaba capacitado para impartir cualquier
otra materia de naturaleza humanística, cuando llegara la hora de la docencia
directa. Para sacar esos “cuartos” necesarios que les permitiera “sobrevivir”
en su atractiva y sentimental unión, afrontó el desempeño de diversos trabajos,
especialmente dedicándose por las tardes a prestar servicios auxiliares en un
gimnasio al que acudían usuarios de muy variada edad. Allí fue reconocido por
la viuda de Montepiciano, que formaba parte del circulo de amigas de su madre, acartonada señora que estaba convencida de
poder rebajar el sobrepeso que acumulaba en su ya maduro y ajado organismo.
Cuando llegó a oídos de Isabela que su único hijo era la comidilla de las
tardes en el café, ya que doña Clotilde se había encargado de difundir la realidad
laboral del hijo de Isa (comentando que el chico tenía que colaborar en
diversas tareas de naturaleza “plebeya”, incluso en la limpieza diaria del
gimnasio) tuvo que ir a su médico particular para que le recetara unos fuertes calmantes.
El humillante sofoco le había provocado largas horas de insomnio y “angustia”
en su pretendido y frustrado descanso nocturno.
Laura, que igualmente preparaba sus oposiciones
para ganar una plaza de maestra en colegios públicos, también colaboraba
modestamente en lo económico a los gastos comunes de la pareja. Realizaba labores de “cuidadora de niños”,
durante las horas de la semana en que era contratada. Esta actividad de
“canguro” (como ella llamaba a su dedicación con algunas familias) le hacía
también sentirse feliz, pues atendía a niños pequeños y le permitía aprender de
sus reacciones y caprichos, gozando al tiempo de sus indudables encantos. Tanto
de Roberto como de Dora, sus padres, continuaba recibiendo consejos, pues éstos
le seguían considerando como su niña pequeña. En lo material también le
ayudaban, especialmente su madre, pues siempre que podía le llevaba a casa una
bolsa con alimentos. La buena señora pensaba que así estaba “sosteniendo” en lo
posible a dos jóvenes que comenzaban su andadura vital, independizados ya
totalmente del cobijo protector de sus respectivas familias.
Tenemos que dar un nuevo
salto en el tiempo, para conocer la evolución de estas dos vidas, a las
que el destino y la suerte unió en una tarde de fiesta, contando lógicamente
con la aquiescencia de sus personales voluntades. Ha transcurrido ya un nuevo
lustro, desde que la pareja decidió afrontar la unión familiar en pareja.
Continúan conviviendo en ese pequeño piso alquilado en la zona de las
Lagunillas, zona urbana que ambos aprecian por su cómoda y dinámica
centralidad. Aún así están sopesando la posibilidad de embarcarse en la
aventura de comprar una propiedad, en algunas de las nuevas promociones que
están edificándose por la zona de Teatinos o adquirir una vivienda de segunda
mano, por la zona del centro antiguo, procediendo poco a poco a realizar en la
misma las necesarias reformas.
Dani
trabaja en la actualidad como profesor contratado en un I.E.S. ubicado en una
turística localidad costera provincial, a la que se desplaza cada una de las
mañanas en el muy útil y cómodo, pero también algo lento, tren de cercanías. Acumula
dos intentos, hasta ahora fallidos, en las difíciles por competitivas pruebas
de oposiciones a las que se ha presentado. Laura,
convertida ya con el paso de los años en una bella mujer, todo esfuerzo y
tesón, obtuvo esa plaza de maestra de educación especial que anhelaba desde
antaño. Aún no tiene destino o puesto definitivo, pero presta cada día servicio
educativo en un centro público de integración social para hijos de familias
desfavorecidas, con problemas de desestructuración o maltrato entre sus
miembros.
El fulgor afectivo de los primeros años
se ha ido debilitando en el seno de la
joven pareja. Tal vez ha sido por el pathos de la rutina diaria y la
acomodación “aburguesada” de sus ideales, a modo de esos focos luminosos que
pierden intensidad por el uso continuado de su “ignición”. Lo cierto es que ese
cariño idealizado, dibujado con trazos intensamente románticos, que pensaban no
iba a desaparecer o a enmudecer de sus vidas, ha ido penosamente languideciendo.
En realidad … Dani y Laura han tenido algún que otro “asuntillo afectivo”
particular, a modo de oxígeno para el aire viciado de la convivencia
repetitiva, aunque ambos han sabido representar, con tacto y prudencia, el
silencio escénico respectivo, con el loable fin de no herir a su pareja. A
pesar de estas travesuras afectivas, no renuncian a sus proyectos de andadura
en común, tal vez debido a esa fidelidad básica a la que temen romper y
destruir, sin tener clara la metodología adecuada y arriesgada para su sustitución.
A pesar de esos silencios en los días, que
ganan a las palabras; a pesar de las excusas, que eclipsan al valor; a pesar de
esa pantalla de plasma o esas máquinas informáticas, que sustituyen a las
recíprocas miradas; a pesar de esa íntima privacidad, que se blinda ante la
solidaridad; a pesar de los egos obsesivos, que en tantas ocasiones superan al
tú… Laura y Dani continúan juntos.
En una noche de febrero, con aliento y temperatura
malacitana casi primaveral y mientras ambos cenaban, Dani levantó al fin los
ojos del plato de sopa, que con parsimonia consumía, interfiriendo con sus
palabras el monocorde sonido del monitor televisivo que les “acompañaba”. El
profesor de filosofía y compañero de Laura expresó una “terrible” y corta frase
que inevitablemente “hirió” la frágil sensibilidad de su compañera de mesa.
“Lauri, la semana que viene es San
Valentín, el Día de los Enamorados ¿Por qué no vas pensando en algo que yo te pueda
regalar?”
El sentido de esa natural pero “hueca” petición
desarboló el sosiego contenido de Laura. Siendo incapaz la joven de disimular
la triste expresión de su rostro, de sus ojos comenzaron a brotar pequeñas
lágrimas, a modo de gotas de lluvia en la aridez de un terreno hostil para el
cultivo. Aunque no supo responder con la acústica de las palabras, por su fino
y suave rostro corría un mensaje “hídrico” de lágrimas que resumía no sólo el
hecho puntual de aquella escena, sino las vivencias y recuerdos de otros muchos
días, con sus correspondientes noches.
“No necesito, mi querido Dani, regalo
material alguno. Sólo te pido que me susurres, con tu mirada y tus actos, esa
convicción de que aún me sigues queriendo. Dime que me quieres. Dímelo, una y otras vez. Es una
frase balsámica para la esperanza, que yo necesito, con ansiedad y añoranza,
escuchar, creer y sentir. Ese sería mi mejor y único presente para el día 14,
festividad de San Valentín. Pero también, para los restantes días de nuestras
vidas.”
PALABRAS Y GESTOS,
PARA LA NECESIDAD.
José
Luis Casado Toro
Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la
Victoria. Málaga
12 Febrero 2021
Dirección
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Blog
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