La metodología que
se aplica a estos enfermos en su conducta es muy variada, pero sobre todo se
trata de que la persona adicta o dependiente tome conciencia del perjuicio que
supone para su vida (también para las
personas con las que ha de convivir y relacionarse) el estar “enganchado” a esas
debilidades en las que cae una y otra vez, degradándole cada vez más en su
autoestima. Además de esa asunción del error en el que está inmerso, se hace
todo lo posible para que no se sienta solo, en la difícil y dura lucha que ha
de emprender para frenar ese vicio que tanto daño y mal le está
provocando. En la mayoría de estos casos
se les suele aconsejar la asistencia a terapias de grupo, tratamientos
farmacológicos controlados y sugerencias de sustitutivos alternativos a su
dependencia, menos lesivos y con reconocidos valores de proyección social e
individual.
¿Quiénes son los desafortunados protagonistas de estos excesos y adiciones? Las
personas dependientes del alcohol, de practicar en exceso los juegos de azar,
los obsesos del sexo, los bulímicos y anoréxicos en el desorden alimenticio, los
fumadores empedernidos, los adictos a los medicamentos y estupefacientes, el
coleccionista enfebrecido de objetos, los enfermos con el síndrome de Diógenes,
los cleptómanos, los compradores compulsivos…
Estos excesos afectan al comportamiento humano, que se siente inmerso
en la debilidad para controlar su obsesiva necesidad. El enfermo piensa que con
esta equivocada practica se sentirá más feliz. Sin embargo, a medio o largo
plazo, el ejercicio de la misma le va destruyendo y degradando en su
imprescindible equilibrio personal. En muchos de los casos el origen de estos desajustes pueden hallarse en no
saber afrontar los problemas cotidianos, en las inadecuadas compañías, en la
manipulación y reiteración publicitaria, en una infancia desgraciada, en los
fracasos afectivos, en el error de querer “tapar” unos problemas con otros, en
la insatisfacción integral y en un gran problema que afecta a la sociedad híper
materializada y de valores aletargados en la que estamos inmersos: el
“aburrimiento” e insatisfacción vital. Analicemos, a partir de esta somera
introducción, una curiosa historia, protagonizada por un personaje afecto a
estas dependencias.
Como suele hacer durante muchas de las tardes, un
modesto ciudadano disfruta recorriendo los grandes almacenes y algunos
establecimientos “señeros” instalados en las principales arterias urbanas de
Málaga. En estas visitas, a las que aplica un tiempo generoso para la
distracción, va comprobando las últimas modas, esas siempre interesantes novedades
en el mundo del vestir. Y con una proverbial frecuencia, encuentra
oportunidades “irresistibles”, con las que sacia esa gran afición por
adquirirlas, “necesidad” que tiene profundamente arraigada desde los no lejanos
tiempos de su adolescencia y la juventud. Con el comprar y comprar, satisface
su ego sediento de posesión y lucimiento. Pero ¿quién es la persona que ofrece
tan peculiar comportamiento?
A sus treinta y nueve años de edad, Abilio Fonseca continúa manteniendo su soltería, asumiendo con
la mayor naturalidad ese vivir en soledad para la que no ha hecho grandes
esfuerzos en contrario que le permitan la formación de una familia. Reside en
un piso antiguo de la centralidad malacitana, vivienda que era propiedad de sus
padres, ya fallecidos. Su único hermano mayor, Fausto,
está afincado en la ciudad hermana de Granada, junto a su mujer y las dos hijas
pequeñas nacidas del matrimonio. En el momento de resolver la herencia de sus progenitores,
este extraño ciudadano que apetece la soledad compró a su hermano la parte
legal correspondiente al valor catastral del inmueble familiar .
Abilio ejerce como vigilante de seguridad en una
afamada fábrica de cerveza instalada en la capital, con un horario de trabajo
de ocho horas diarias, en turnos rotatorios que desempeña durante las mañanas,
las tardes o las noches. En esta empresa comenzó a trabajar hace ya trece años,
manteniendo esa actividad laboral de vigilancia, para la que nunca ha sentido en
realidad especial afición. Concibe su trabajo como una forma rutinaria de
obtener un sueldo mensual que le proporcione medios económicos para subsistir en
sus necesidades y también para poder invertir en aquello que realmente le
apasiona: la compra compulsiva e innecesaria de
ropa, zapatos y otros adornos para el cuerpo.
Una de esas tardes de paseo, por un gran y afamado
centro comercial, mantiene un “cómico” e infantil enfrentamiento con otro
cliente del establecimiento, ya que ambos mantienen que “han llegado antes que
el otro” para elegir unas ofertadas zapatillas
Converse, que estaban rebajadas en un 55 % con respecto a su precio original.
El desagradable roce entre los dos clientes se salda satisfactoriamente cuando
el experto vendedor que interviene en la mediación, trae otras zapatillas
similares a las que estaban en disputa, manteniendo el apetitoso descuento
ofertado. Esa pueril refriega es observada por una mujer de mediana edad quien,
una vez que Abilio ha pagado las deportivas, se le acerca con cuidada educación
y con una sonrisa “comprensiva” le indica si querría hablar con ella durante
unos minutos. Tras aceptar, un tanto extrañado, el ofrecimiento, ambos se
dirigen a la cafetería del establecimiento, en donde comparten unas tazas de
café.
“Sin duda se sentirá un tanto desconcertado
por este diálogo que obviamente yo he provocado. Mi nombre es Dariana,
soy psicóloga de profesión y he presenciado sus reacciones, un tanto
exageradas, por un artículo que, aún rebajado, no justificaba, en mi opinión,
la alta tensión que he percibido en su rostro. Y le confieso que, sin duda
alguna, el otro cliente había llegado al expositor antes que Vd. Por mi
profesión (mantengo un gabinete de ayuda conductual) me gusta estudiar y
analizar estas reacciones, por lo que le he rogado estos minutos de diálogo.
Por supuesto que en mi no está la intención de molestarlo o incomodarle, sino
que en base a mi experiencia, creo podría aportarle alguna ayuda que,
honestamente, pienso necesita”.
De esta curiosa forma se inició una agradable e
inesperada amistad, entre un hombre un tanto atribulado y una dinámica profesional
de la psicología, a través de una serie de encuentros periódicos que mantenían,
compartiendo las palabras y esas tazas de café que ambos tanto apreciaban. A
través de las confidencias de Abilio, Dariana fue comprendiendo el origen y
caracteres de los respuestas condicionadas que tanto afectaban a la conducta de
su receptivo interlocutor.
Desde luego resultaba un caso curioso esa acción
compulsiva protagonizada por un hombre, en el tema de la compra de ropa.
Normalmente se suele adjudicar este comportamiento a la mujer, pero en este
caso era el hombre el que sentía una necesidad desbordante por acumular prendas
de vestir y calzar. Esa desviación en la conducta derivaba de una infancia muy
ajustada en lo económico. Los dos hermanos pertenecían a una humilde familia
(su padre era tendero de una tienda de ultramarinos) cuyo único patrimonio
material era ese antiguo inmueble que habían heredado generacionalmente. En
esta modesta familia, Fausto, el hermano mayor, era el que en la infancia y adolescencia
siempre “estrenaba” todas aquellas prendas que sus padres podían comprar (o que
su madre, doña Elvira, adaptaba de su esposo don
Gonzalo) para los hijos. Abilio, el menor, tenía con irritable enfado
que aceptar y llevar puesta la ropa y los zapatos que se le quedaban pequeños a
su hermano mayor. A pesar de sus protestas, tenía que aceptar las consecuencias
de no ser el primogénito de la familia.
Ese trauma, magnificado en su mentalidad infantil,
le quedó profundamente arraigado en su carácter. Por esta razón, siempre que podía,
en cuanto comenzó a trabajar, empleaba la mayor parte del sueldo que recibía en
adquirir esa ropa nueva de la que siempre careció en sus años infantiles. Pero esa compensación no finalizaba en la
adquisición de prendas y calzado nuevo, sino que también se deformó al
considerar que la ropa de marca y de moda poseía una mayor relevancia para
realzar la significación social de quien la llevaba puesta. Por este motivo, en
su mente condicionada, Abilio acudía a las secciones de ropa de los más
afamados fabricantes, además de la tiendas de zapatería deportiva, a fin de
elegir las marcas señeras, en lo más
último de las modas que conformaba el mercado para el vestir. Esta errónea
conducta derivaba en que se gastaba un verdadero dineral en la compra de
artículos que, por su abundancia repetitiva, apenas podía “gastar” o deteriorar
en su uso cotidiano. Así que iba llenando armarios, altillos y esas cajas de
plástico que colocaba en cualquier hueco de la casa, con esa ropa que de
continuo adquiría, la mayoría enseres sin estrenar.
Cuando ya su no espacioso piso era incapaz de
acumular tanta ropa entre sus huecos, se veía obligado a malvenderla en alguna
de las tiendas de barrio, especializadas en la compra/venta de “la segunda
oportunidad”. Esa ropa de segunda mano (llegó a vender muchas prendas que
estaban sin usar o con una sola puesta) se la pagaban ¡al peso! Abonándole unos
precios irrisorios: 1 euro por cada kilogramo de tela (lana, poliéster, tergal
o algodón) 0,80 céntimos por kilo de zapatos.
Dariana anotaba en su cuaderno esos datos que
necesitaba para sus estudios y la terapéutica necesaria. A sus 46 años, esta
profesional se hallaba divorciada de un ingeniero agrónomo, con el que había
tenido dos hijos ya adolescentes. La verdad es se encontraba a gusto con este
paciente ocasional, muy expresivo en su sinceridad, que había encontrado precisamente
en una tarde “de compras”. Se reunían al menos una vez a la semana, eligiendo
para sus peculiares entrevistas ese Rock Café del puerto malacitano, con
espléndidas vistas entre el mar y las colinas de Gibralfaro. Era evidente que
su cada vez más animado amigo y paciente padecía el síndrome
del comprador compulsivo. Estaba dispuesta a prestarle toda la ayuda
necesaria, pues Abilio le confesó con sinceridad que no se sentía feliz con
esta absurda dependencia enfermiza.
Una tarde de sábado, acordaron verse en casa de
Abilio, para ayudarle en llenar unas bolsas con ropa repetida (jerseys,
pantalones, calcetines, camisas, camisetas, chalecos, abrigos, zapatos,
sandalias, deportivas, etc) que reposaba en los muy repletos armarios de la
vivienda. A continuación se desplazaron a la Residencia de las Hermanitas de
los Pobres, en la zona de la estación de ferrocarriles, para hacer donación de
ese material a los ancianos allí atendidos o el más adecuado uso y reparto
asistencial que las religiosas estimaran para la abundante ropa. Les
prometieron que el sábado siguiente volverían con una nueva entrega, recibiendo
el agradecimiento y simpatía por parte de las abnegadas y admirables
cuidadoras. Efectivamente, en semanas sucesivas, giraron visitas a otras
asociaciones, O.N.Gs. y centros asistenciales, entre ellas, Cáritas diocesana.
El agradecido vigilante nocturno también confesaba
a su proverbial amiga y terapeuta su profunda insatisfacción por el trabajo que
le daba de comer. Consideraba que el oficio de vigilante era poco creativo y en
exceso aburrido, repitiendo cada uno de los días los mismos movimientos y
acciones por la fábrica cervecera. Dariana, siempre dispuesta en ayudar a sus
pacientes (y en este caso al cada vez más afectivo amigo) no perdió tiempo en
buscarle una inscripción en un curso práctico que solía organizarse, para
participar en un taller de sastrería, corte y confección. Abilio acudía al
mismo, verdaderamente interesado, dos veces en semana. Con fortuna y al paso de
los meses, el compulsivo comprador de prendas para vestir ha cambiado de
oficio. En la actualidad trabaja de cortador de patrones en una fábrica de confección
textil, ubicada en uno de los más importantes polígonos industriales instalado
en la capital malagueña. Es una actividad que le hace feliz y le permite estar
entre toda esa ropa que tan bien conoce y que hace posible el ejercicio de su
creatividad, diseñando nuevos patrones y modelos que son estudiados y valorados
por los técnicos de la empresa de confección.
Pero como en casi todas las historias, hay algunas
imágenes y datos ocultos, que no se hacen explícitos por la naturaleza de su
privacidad o conveniencia.
“Gracias Dariana, por la estupenda
labor que estás realizando con una persona “enferma” como era mi hermano. Fue Elsa, mi compañera, quien me habló sobre un artículo que
había leído en Internet, y que tu habías escrito sobre los diversos
comportamientos compulsivos en las personas. Ella sabe manejarse muy bien en la
navegación por las redes informáticas. Fue también ella quien me facilitó tu
dirección para que nos pusiéramos en contacto, pues conocía (yo le había dado los detalles precisos) sobre
los comportamientos cada vez más preocupantes que tenía Abilio, con esa manía
obsesiva para comprarse ropa que le era, en realidad, innecesaria. Lo que me ha
dado también mucha alegría es que, además de la terapéutica que le estás
aplicando, hayáis intimado tanto y vuestra amistad vaya viento en popa. Te
aseguro que es una buena persona y ahora, con ese nuevo trabajo que tanto le
está reportando para su ánimo y equilibrio, el calor humano de tu persona es la
mejor medicina que se le puede aplicar. Y si te sientes bien junto a él, te
aseguro que a la larga no te defraudará. Para mi ha sido también un honor
conocerte y apreciar todos los valores que atesora tu excepcional persona”.
Esta relevante y privada conversación la estaban manteniendo Dariana, Fausto y Elsa, en la consulta que dirige esta cualificada profesional de la psicología. La relación entre la especialista y el ahora técnico de diseño textil ha ido incrementándose, pasando de un nivel investigativo y profesional a una íntima amistad entre dos personas que han encontrado un esperanzador espacio de unión para sus vidas. Abilio fue durante años ajeno a esta intervención familiar que había reconducido de manera adecuada su errático y desordenado equilibrio. Entre bromas, muchas veces comentan que no son las mujeres las únicas compradoras compulsivas, sino que también los hombres “navegan” a la deriva, con esta curiosa dependencia en el complejo mundo que nos sustenta.-
LOS NUBLADOS ERRORES
DE LA VOLUNTAD
José
Luis Casado Toro
Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la
Victoria. Málaga
05 Febrero 2021
Dirección
electrónica: jlcasadot@yahoo.es
Blog
personal:http://www.jlcasadot.blogspot.com/
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