Década
de los años cuarenta, en la monumental e histórica ciudad de Toledo. Higinio volvía
de sus clases en el Instituto Nacional de Enseñanza Media “El Greco”, ubicado
en el Paseo de San Eugenio, zona urbana muy muy próxima al río Tajo. Al llegar
a casa saludó a sus padres, con la intención de dirigirse a su cuarto a fin de hacer
algunos de los ejercicios que le habían mandado cumplimentar para el día
siguiente. Su padre Efraín, miembro de la Guardia Civil de Tráfico, se
estaba preparando para salir ya que tenía que
incorporarse al cuartel a partir de las ocho. Aurea,
su mujer, le había adelantado la cena, a fin de que no tuviera que ir a comer a
ningún ventorrillo, por los gastos diarios que ello suponía, durante la media
hora que se les concedía a los miembros del cuerpo armado para el alimento
durante el servicio. Antes de abandonar su domicilio, quiso intercambiar unas
palabras con su hijo mayor:
“Hijo,
acuérdate acerca de lo que estuvimos hablando hace unos días. Eres hijo del
Cuerpo de la Benemérita. Sabes que me haría una inmensa ilusión que siguieras
mi camino, como miembro de la Guardia Civil. Te labrarías un porvenir seguro.
No olvides ese mejor consejo para tu vida, que te he repetido en numerosas ocasiones
y que te debe acompañar en cualquier circunstancia. Sé honrado con tu
conciencia, en cualquier circunstancia con la que te encuentres. Esta
indiscutible y bella consigna la he llevado conmigo en los buenos y más
desafortunados momentos. Cada uno de los días me siento feliz por haberla
cumplido con firmeza. La honradez ha sido siempre uno de mis primeros
principios. Si alguna vez tienes el inmenso honor de vestir este uniforme, esa
honradez te ha de acompañar, día y noche”.
El
primogénito de esta estable familia tenía dos hermanas menores, Natalia y Eva, que
contrastaban con su hermano, tanto en carácter como en grado de responsabilidad
ante sus obligaciones escolares y de ayuda en casa. Las “niñas” generaban
enfados en sus progenitores quienes justificaban su actitud por estar atravesando
esa edad tan difícil de los años de adolescencia. Higinio, por el contrario
trataba en todo momento de seguir los consejos de su padre o al menos
reflexionar con humildad sobre sus advertencias y el ejercicio necesario de su
autoridad. Ese complicado asunto, para cualquier joven, de la elección profesional que deseaba
dar a su vida lo iba teniendo cada vez más claro. No sólo era por satisfacer a
sus padres, sino que en su intimidad albergaba una gran ilusión por vestir el
uniforme que su progenitor llevaba con tanto orgullo y honradez, tras veinte
años ya de servicio en el benemérito cuerpo de seguridad, como motorista vigilante
de la Guardia Civil en carretera.
Aquella
misma madrugada, de finales de octubre, el destino quiso ser cruel con esta
ejemplar familia. Una fuerte lluvia mesetaria complicaba la circulación de los
vehículos. A un camionero le fallaron los frenos de su vetusta camioneta de
mercancías, situación que se agudizó por una carretera de reducida visión por la
gran “cortina de lluvia” que no cesaba de caer. Ese pesado vehículo de
transporte “invadió” el sentido contrario de su marcha en una carretera
nacional cuyo firme asfáltico no estaba tampoco en buenas condiciones,
llevándose la vida del miembro de la benemérita Efraín, tras impactar contra su
moto en una curva peligrosa.
Fueron
días y meses terriblemente amargos y difíciles para su viuda y los tres hijos
huérfanos que dejaba el cruento accidente. La dirección del cuerpo armado
asistió a doña Aurea en todo momento, ayudando en lo posible para que pudieran
hacer frente a la inmensa desgracia que
acababan de sufrir. Se le gestionó, vía urgencia, una pensión vitalicia, con una
parte importante del sueldo de su difunto esposo fallecido en acto de servicio.
A Higinio, el hijo mayor, se le ofrecía la inmediata entrada en la Academia de
Guardias Jóvenes, instalada en la andaluza ciudad de Baeza (Jaén), ofrecimiento
que el desolado joven aceptó de inmediato, por convicción y por esa alegría que
su difunto y admirado padre tendría “en cualquier lugar del universo donde su
alma se hallase”.
De
esta forma comenzó una larga y fructífera vinculación del policía Higinio, como
miembro de la prestigiosa Guardia Civil. Desde un principio quiso que fuera en
la sección de tráfico, al igual que había hecho su padre mientras estuvo con
vida. Contrajo matrimonio con Azucena, su novia
de adolescente, llamada por los familiares y amigo Suzi. Del enlace matrimonial
nacieron cinco hijos, dos varones y tres mujeres, que llenaron de alegría un
hogar bien avenido. En su limpia y admirable hoja de servicio, no hubo falta o
mácula alguna que pudiera eclipsar la ejemplar trayectoria de este
servicial funcionario público, para la
seguridad del Estado. A ese admirable expediente fueron llegando varias condecoraciones
y menciones, para premiarle servicios prestados, a veces en condiciones de
extremo peligro y dificultad. Una de ellas, deteniendo a unos peligrosos
delincuentes armados, quienes huían en dirección prohibida o contraria al
sentido obligado de la carretera, transportando un importante alijo de
estupefacientes. Los malhechores hicieron frente a los policías que les seguían
y que previamente les habían dado el alto. En el intercambio de disparos, fue
Higinio el único miembro del grupo perseguidor que resultó herido en una
pierna.
Al
igual que había hecho su padre con él y sus dos hermanas, Higinio se esforzó en
inculcar a su numerosa prole esos positivos valores que ennoblecen el perfil de
las buenas personas: responsabilidad en sus obligaciones, esfuerzo y trabajo
constante, respeto a los mayores y esa honradez que tantas veces le había
recomendado Efraín, en el cumplimiento de sus deberes cívicos y laborales.
Cuando
cumplió los cincuenta y cinco años de edad, las normas reglamentarias del
Cuerpo le hicieron pasar a la reserva, encomendándosele otros servicios
complementarios hasta los 58 años, cuando podría acceder a una jubilación
anticipada. Como el sueldo que le iba a quedar en esta circunstancia era
bastante reducido, con respecto al que recibía en plena actividad (por una serie de complementos económicos que
en ese momento perdía) se autoriza (a él y a sus compañeros en la misma
situación) que, hasta los sesenta y cinco años, pudieran incrementar su cobro
mensual trabajando en alguna empresa privada que contratase sus servicios.
Esta
opción la estuvo analizando Higinio con Suzi, durante las semanas previas a su
cincuenta y ocho cumpleaños. Ambos llegaron a la conclusión que era una opción
que no podían dejar pasar por varios motivos: en primer lugar, por la buena
forma física que él mantenía y que le animaba a seguir prestando algún servicio
a la sociedad, en lugar de someterse a una vida tranquila pero pasiva, en el
día a día. También, como motivación de especial importancia, estaba la realidad
del sueldo que iba a recibir como “pensión anticipada”, cantidad que le
imponía grandes dificultades para poder
seguir atendiendo a las “consolidadas” necesidades de su amplia descendencia, en
unas circunstancias de importantes gastos. Había que atender a las matrículas
universitarias, para los aun estudiaban y los gastos extraordinarios, para los
dos hijos mayores que ya estaban casados y a quienes quería seguir ayudándoles,
en esas hipotecas inmobiliarias que él había firmado como avalista. La familia
estaba habituada a un régimen de liquidez económica que difícilmente él podía
frenar, con un retroceso retributivo muy notable en su nómina. Así que se puso
a buscar un puesto de trabajo en la empresa privada, que estuviera acorde con
su trayectoria laboral de casi tres décadas como policía del Estado.
Realizó,
al efecto, varias visitas a centros fabriles, además de una serie de llamadas
telefónicas e incluso envió por correo cartas de presentación. Higinio
básicamente ofrecía su experiencia como servidor público, preguntando si
necesitaban alguna persona con un currículo de especial responsabilidad y
seriedad, para trabajar en el campo de la seguridad y la vigilancia. Analizando
su historial como miembro retirado de la Guardia Civil, hasta siete empresas se
pusieron en contacto con él, citándole para mantener las necesarias entrevistas
con responsables del los departamentos de personal. Quiso el destino que en la
primera industria que visitó, una fábrica de componentes electrónicos para la
fabricación de teléfonos, denominada FERCATEL,
le ofrecieron un contrato de seis meses renovables, para que se integrara en el
departamento de seguridad como vigilante, para sustituir a un miembro de la
seguridad que estaba de baja prolongada. En unión de otros dos compañeros,
tendría que encargarse de vigilar las instalaciones de producción y almacenamiento
durante ciclos de ocho horas (con los correspondientes descansos para la
alimentación) que serían rotatorios (desde las ocho de la mañana hasta las
cuatro de la tarde, desde esa hora hasta las 12 de la noche o un tercer turno,
hasta las 8 horas del nuevo día). Cada semana, los tres miembros de la
vigilancia irían rotando los turnos que les correspondían. En realidad había
dos compañeros más que cubrían determinados periodos durante los sábados,
domingos y festivos.
Dada
su experiencia, era un trabajo cómodo y no tenía que hacer un largo
desplazamiento diario, pues la fábrica estaba ubicada en un polígono industrial
situado en la carretera entre Toledo y Madrid, a unos doce kilómetros desde la
ciudad del Greco. Utilizaba cada día un tren cercanías, que unía las dos
importantes ciudades castellanas. El salario mensual no era elevado, pero
complementaba bastante bien la cantidad que recibía por haber pertenecido al
cuerpo armado. Además de los paseos de vigilancia, que realizaba por los
grandes espacios de las instalaciones (para lo que utilizaba una motocicleta,
propiedad de la empresa) tenía una caseta de vigilante en la entrada principal.
En ella podía descansar, escuchar la radio, leer la prensa o resolver algunos
pasatiempos y crucigramas para distraerse. Cuando le correspondían determinados
turnos, Suzi le preparaba alguna comida en una versátil fiambrera de aluminio,
además de un termo lleno de café con leche, que le venía muy bien para las
noches de frío, bastante duro en la planicie mesetaria.
En
un turno de noche, a mediados de noviembre, enfundado en un grueso gabán y
cubriendo la alopecia de su cabeza con un buen gorro de lana, realizaba la ronda de las cuatro de la madrugada. Creyó
ver, a través de la cristalera de uno de los hangares de almacenamiento, una
luz móvil, posiblemente emitida desde una linterna. Quedó muy extrañado porque,
según el listado de personas que manejaba desde la caseta, no tenía que haber
en el complejo a esas horas más persona que él. Con especial cautela, se apostó
detrás de unos palés, desde el que divisaba perfectamente las dos puertas que
permitían la entrada y salida a ese amplio recinto, además de un gran portón
metálico que se abría en ocasiones mediante un mecanismo motorizado. Aplicando
una gran paciencia, dejó pasar los minutos que sumaron hasta más de treinta,
cuando al fin una de las puertas se abrió y vio a dos personas, usando
pasamontañas oscuros, que iban sacando hasta ocho grandes bolsas de saco que depositaban
en una carretilla de transporte, que trasladaron a una zona de alambrada, la
cual estaba cortada y disimulada en su manipulación. Tras atravesarla, en la
parte exterior, después de saltar un muro de casi dos metros de altura
utilizando unas cuerdas y garfios, alguien los debía estar esperando pues escuchó
el encendido del motor de un vehículo. Tal vez podría ser una furgoneta,
camioneta o similar.
En
aquel preciso momento, Higinio les dio el alto, con su potente voz. Los
delincuentes huyeron con la agilidad de los animales salvajes, saltando el muro
con proverbial agilidad. Para su pesar, tuvieron que abandonar el botín que,
sin duda, pensaban sustraer. A continuación Higinio se dispuso a revisar el
botín recuperado. Eran componentes de avanzada telefonía, altavoces, circuitos
electrónicos, rollos de cable especial, conectores, transmisores y hasta 30
cajitas conteniendo aparatos de telefonía, cuyas series correspondían a los de
mayor precio en el mercado. Con suma paciencia introdujo de nuevo todo el
material dentro del gran almacén, cerrando la puerta con llave. Los ladrones
obviamente tenían una llave que abría ese recinto.
Ya
en el amanecer, cuando finalizaba su turno de trabajo, entregó el informe que
había estado redactando a uno de los encargados del recinto industrial, al que
le resumió su agitada experiencia durante la noche. Le extrañó sobremanera que este
superior, Armenio Lanzas, no se mostrara
especialmente inquieto o sobresaltado acerca del suceso que le estaba narrando.
Recibía la información con una peculiar y anormal frialdad. “De acuerdo, Higinio. Ya tengo el informe. Lo pasaré a la
dirección. Por de pronto, te ruego que no comentes nada del asunto, hasta que
todo esto se aclare. Gracias por tu labor. Ya recibirás noticias por parte de
los jefes”.
Cuando
llegó a casa y narró el suceso de aquella noche, todos se sentían felices y
orgullosos de su comportamiento al evitar un claro y gravoso robo en la
fábrica. A su mujer Suzi no le cabía la menor duda de que su marido recibiría
un buen premio por la excelente gestión que había sabido resolver a media noche.
Dos días después, fue llamado por el propio Armenio para que acudiera a su
despacho, ya que tenía que hablar con él.
“Buenas días, Higinio. Te he llamado porque he de
explicarte algo importante y confidencial, acerca del “asunto” de la otra
noche. Te voy a hablar con franqueza, pero prefiero que no me hagas preguntas.
Sé que va a ser duro para ti, conociendo tu limpio historial, pero lo mejor que
puedes hacer es olvidarte de todo lo que ha ocurrido. En este tema están
implicada gente muy importante que me aconsejan, te transmita, que si no hablas
más del asunto, vas a recibir una interesante compensación económica,
mantendrás con algunos incentivos tu puesto de trabajo y, en lo posible, se
tratará de buscarte un horario más cómodo, para que no tengas que pasar más
esas noches despierto, vigilando la fábrica. Como creo conocer tu forma de ser,
prefiero que no me des una respuesta en este momento. Piénsatelo despacio y
mañana seguimos hablando”.
El
bueno de Higinio no podía dar crédito al contenido y propuesta que había tenido
que escuchar. Al terminar su turno de mañana, que le correspondía durante esa
semana, marchó a su domicilio todo abrumado y confuso, porque percibía que
estaba “metido” en un asunto bastante serio. Las lentejas con chorizo, que
había cocinado su mujer, apenas las probó. El apetito había desaparecido, por
el disgusto y la preocupación que le embargaba. Tras beber el tazón de café con
leche, que le había pedido a Suzi como único alimento para el almuerzo, le
contó el planteamiento que había recibido de este superior que ejercía como
jefe de personal. “Suzi, estoy dispuesto a tirar de la manta y dejar con el
trasero al aire a esta pandilla de sinvergüenzas”.
Sin
embargo su cónyuge no lo tenía tan claro o tal vez buscaba argumentos contra la
racional postura de su marido.
“No te precipites, Higinio. Tienes un buen puesto de
trabajo, que nos soluciona muchos problemas que ahora afectan en nuestra
economía. La pensión que recibes, con la jubilación anticipada es insuficiente
para nuestras necesidades del mes. Está el asunto de las dos hipotecas de tus
hijos. Los tres que aún viven con nosotros ocasionan muchos gastos con las
matrículas, los libros, la ropa y todas esas necesidades que hoy día tiene la
gente joven. Te pueden echar a la calle
y con la edad que tienes no vas a encontrar un puesto de trabajo como ese. Si
encima te van a hacer un buen regalo (seguro que es un sobre con dinero) y te
han prometido que no tendrías que vigilar por las noches ¡para qué te vas
a complicar la vida, con tu rectitud,
que no nos ha sacado de pobres en tantos años. Me parece que debías mirar para
otro lado y pensar más en nosotros y no tanto en tu conciencia!”
Fueron
momentos muy amargos los que tuvo que vivir Higinio durante esos días. Pensaba
en su padre y en la promesa que le había hecho de ser honrado ante cualquier
circunstancia que se le presentara en la vida. Comprendía que tenían
necesidades de dinero y que la cosas podían ir a peor. Pero la postura de su
mujer le dejó boquiabierto y más todavía cuando Suzi le confesó que estaba bien
enganchada al juego de bingo, afición que practicaba algunas tardes, cuando
ella y su amiga Engracia acudían a ese antro del bingo que atrapa a las
personas. Tenía que devolver dinero a algunas amigas, préstamos que le habían
hecho para poder seguir jugando con los cartones de esa absorbente lotería. Aun
así , estaba su conciencia y ese valor de la honradez que siempre le había
acompañado en sus respuestas, haciéndole feliz en lo posible.
Aquella
misma noche Higinio acudió a la comandancia de la Guardia Civil que tan bien
conocía, por sus largos años de servicio. Denunció, con firmeza, valentía y honradez,
todos los hechos acaecidos, quedando más sereno con su conciencia a la que no
podía ni quería traicionar.
EL IMPORTANTE VALOR DE
LA HONRADEZ
José
Luis Casado Toro
Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la
Victoria. Málaga
30 Octubre 2020
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