Sábado, 7 de Mayo. Esa fecha en el almanaque iba a representar
una jornada de especial importancia en la vida de Amador
Vilagresa. La significación testimonial de ese día hacía coincidir no
sólo la llegada de los sesenta y cinco años a su calendario biográfico, sino
también el punto de partida para una incierta etapa en la que iniciaba el
siempre atractivo periodo de la jubilación profesional. Llevaba semanas
preparando esa efeméride a celebrar en su domicilio, aplicando para ello mucho
esfuerzo y voluntad generosa, a fin de que todo saliera de la mejor forma
posible. Pero, a pesar de todos esos buenos deseos que deseaba aplicar para
rectificar demasiados errores en su pasado, sabía perfectamente que ese noble
objetivo, de recomponer afectivamente lo que su mala cabeza había roto, no iba
a ser ni mucho menos fácil de conseguir.
Entre las variadas cualidades y capacidades de
Amador se encontraba la afición culinaria. Había estado toda la mañana de ese
viernes, previo a la fiesta, preparando una gran tarta con chocolate, dulce de
leche y guarnición de fresas, añadiendo relleno de cabello de ángel a una
monumental delicia pastelera que le había quedado muy apetitosa, tanto por su
estética confitera, como por el atractivo de su muy goloso contenido. Pero lo
más importante de su esfuerzo, en los días previos a la fiesta, había sido la
invitación de todos los miembros de su familia a
partir de las seis de la tarde de ese sábado. Tenía previsto dedicar
toda la mañana de ese día, que debía ser emblemático e inolvidable, para
preparar los canapés y las medias noches, pues la reunión tendría el carácter
de una merienda-cena de confraternidad. El material relativo a fiambres y
bebidas lo tenía ya comprado y ocupaba los estantes de su espacioso
frigorífico.
A eso de las ocho de la tarde se sentía un tanto
nervioso, ante la respuesta que iba a encontrar el día siguiente por parte de
esas personas con las que compartía los apellidos y el subsiguiente parentesco.
Decidió por tanto irse a cenar a un restaurante de comida casera que tenía
cerca de casa. La necesidad de estar rodeado de personas, en determinados
momentos de tensión, es más perentoria para aquellos que no comparten con nadie
la vivienda en la que habitualmente residen. Consumió solamente una completa
ensalada con dos cervezas, pues no tenía excesivo apetito debido a la tensión
nerviosa que le embargaba. Posteriormente, ante la taza de café y la copa de
buen licor que le sirvieron, fue repasando, a modo de una película con miles de
fotogramas, fases importantes de su vida en la
que obviamente intervenían todos esos personajes que constituían su ahora alejada
familia.
La primera imagen a la que recurrió su mente para
sustentar los recuerdos fue la de Elba Rivada,
la bella mujer con la que contrajo matrimonio, enlace que duró sólo diecisiete
años. Esa unión, de la que nacieron dos hijos, estuvo condicionada desde el
principio por dos factores que perjudicaron la estabilidad y permanencia
conyugal. De una parte, su cada vez más dependencia hacia la compulsiva bebida.
Lo que comenzó con unas cervezas en el aperitivo o esa copita de aguardiente,
durante el desayuno, se convirtió en un estado de preocupante alcoholismo. Pero él siempre se ufanaba de que sabía beber “bien”. En realidad nunca
se mostró socialmente con una ruidosa “borrachera” pero su carácter se fue
agriando y complicando para con los que estaban más cerca de su persona, en
este caso su mujer, quien un día decidió poner fin al vínculo conyugal, tras varios
ultimátum para el cambio repetidamente incumplidos. También contribuyó al
fracaso matrimonial su actividad como representante
artístico, profesión que le obligaba a estar casi de continuo viajando,
sumiendo en el abandono a la que era su esposa y descuidando la necesaria educación
de sus hijos. Tras una conflictiva separación, Elba volvió a su antigua
profesión de ilustradora de libros infantiles, en una bien organizada editorial
local, de esas con encanto. En este contexto, creativo y laboral, conoció
afectivamente a un dinámico fotógrafo profesional, llamado Reyes Pelayo, con el que actualmente sigue felizmente unida en pareja.
El primer hijo que el infeliz matrimonio trajo al
mundo fue Claudio, quien con el tiempo se
vinculó a la profesión castrense en el ejército de tierra. Actualmente se halla
destinado en la comandancia militar de Melilla, aunque los fines de semana se desplaza
con su familia al piso de su propiedad en Málaga. Está casado con Neftalí y son padres de Diana
y Ariel dos lindas adolescentes, que pasan
algunas vacaciones junto a su abuela, pero que en los últimos años apenas
tratan al abuelo Amador. La hermana menor de Claudio es Sara, titulada en dermatología y que trabaja en una afamada
clínica de injertos capilares. Esta casada con Saúl,
técnico informático que presta sus servicios en un centro de reparaciones de
material digital. Sus dos hijas, Abigail y Jade, están escolarizadas en la educación
primaria.
¿Eran estos la totalidad de los familiares
invitados a la celebración del 7 de mayo? No, había alguien más. Precisamente
una persona muy importante en la vida de Amador. Se trataba de un divertido
guitarrista flamenco y en ocasiones también palmero de fiesta, llamado Segundo Prensial. Desde hacía años formaba parte del
equipo que llevaba el dinámico representante artístico, por las ferias, saraos
y festivales celebrados en la geografía española. La intensa amistad entre Amador
y Segundo se fue labrando en la vida itinerante y “nómada” que el grupo
flamenco desarrollaba. El guitarrista, diez años menor que Amador, era un joven
muy apuesto, simpático y siempre abierto a la confianza y afecto que le
ofrecían los demás. Amador se sentía feliz cuando ambos hablaban, reían e
incluso compartían habitación en los modestos hoteles y cutres pensiones en las
que el grupo se veía obligado a pernoctar. Esa cada vez más intensa amistad se fue
transformando en una “infantil” atracción, entre dos hombres que sufrían un
evidente problema de íntima soledad. Las sensaciones que Segundo despertaba en
la madurez aburrida y rutinaria de Amador eran de tal naturaleza que el
representante se comportaba como un chiquillo enamorado que hubiera descubierto
una nueva y extraordinaria dimensión en su existencia. Pero a través de los
continuos mensajes en el móvil, muchas veces dejado en el sofá por su marido,
alguna que otra carta olvidada en ese bolsillo delator de un abrigo o la
expresión facial cuando hablaba de su amigo Segundo, Elba se fue dando cuenta de
que la sexualidad de su marido era claramente ambivalente. Ese fue el tercer,
espectacular e insólito motivo para la ruptura de un matrimonio convencional
que soportaba excesivo tiempo de vidas distanciadas. Una vez que ambos cónyuges
decidieron poner nuevos rumbos a sus destinos, la relación de Amador con sus
hijos y nietos cayó en la más profunda de las indiferencias, que reflejaban sin
disimulo ese rechazo enfadado por parte de unos hijos que no entendían la
naturaleza bisexual de su padre.
Todo lo cual derivó en que, entre un padre “poco
ejemplar” y unos hijos muy críticos con el comportamiento mundano de quien
había colaborado para que llegaran al mundo, ya sólo hubo alguna fría e incómoda
llamada por Navidad, cumpleaños o santos. Así pasaron los años hasta que en el
momento actual, Amador había querido recomponer algo de ese distanciamiento y
enfriamiento relacional que existía entre él y su descendencia genética.
Aprovechaba para ello la oportuna motivación de su cumpleaños, fecha especial pues
también coincidía y abría puertas a la
jubilación para la tercera edad. Esperaba desde luego una mejor comprensión y
reconciliación filial, ante la circunstancia de que Segundo hacía ya año y medio
en que había buscado un nuevo cobijo afectivo. El guitarrista se había puesto
en manos de un veterano cantante de melodías, versionista de toda la
discografía de Julio Iglesias y enriquecido con una herencia reciente legada
por un familiar lejano, que no tenía otros parientes más inmediatos a los que
favorecer, tras iniciar ese viaje sin retorno al país de las estrellas.
Ya de vuelta a casa en la noche, seguía dándole vueltas a la cabeza a todos
estos recuerdos. Pero sobre todo dudaba en cómo responderían todos esos
“lejanos” familiares a los que con humildad y sencillez había invitado a pasar
una cariñosa tarde de reconciliación y acercamiento afectivo. Con una patente estado
de inquietud y nerviosismo, se despertó en varias ocasiones del sueño durante aquella
mágica madrugada, previa al gran día del muy esperado y ansiado reencuentro
familiar.
Tras el aseo y el desayuno, se observó una vez más
en el gran espejo niquelado del salón diciéndose a sí mismo: “No lo he llevado tan mal. Sesenta y cinco tacos y aún
estoy de buen ver. Hoy es mi cumple. Y también el inicio de una tercera etapa
en la longitud mi vida. Desde luego el mejor regalo sería poder recuperar a esa
familia, a la que con tantos errores neciamente perdí. Hoy puede ser el inicio
de una nueva y feliz oportunidad”.
Le llevó buena parte de la mañana preparar las
bandejas con los pequeños bocaditos de delicias para el paladar, todos ellos
abundantes y variados. Repasó bien los refrescos preparados para los más
jóvenes, así como los vinos, licores y las cervezas para los mayores. Le dio un
buen fregado a la entrada del piso, así como al salón. Y se “enfundó” la
americana vaquera, para salir a la calle y caminar hacia la plaza en donde cada
sábado, junto al monumento central, solía situarse un anciano para vender ramos
de flores, tesoros vegetales que se hidrataban en varios cubos de plástico y
aluminio. Con el rostro feliz del florero ambulante, ante la excelente e
inesperada venta que había realizado, volvió a su domicilio con la intención de
repartir ese agradable lustre vegetal por las zonas más emblemáticas del
espacioso apartamento. Eligió bien la vestimenta que iba a lucir a partir de la
hora fijada para el inicio de la entrañable fiesta y, a fin de evitar el olor a
comida de la cocina, en la que el extractor de humo seguía estropeado, bajó con
agilidad los cuatro tramos de las escaleras hasta la calle, para ir a tomar
algo al restaurante del amigo Frasco. Pidió el plato del día, que consistía en
unas lentejas con chorizo y morcilla, añadiendo al plato caliente un poco de
ensalada. De bebida tomó dos cañas que, por deferencia del amigo Montalvo, fueron
cervezas tostadas y de marca. Una tajada de melón como postre, fruta que, a
pesar de la fecha, estaba deliciosamente dulce y exquisita. Pagó los nueve
euros del menú y se fue a descansar o más bien a pensar como iba a recibir a
cada uno de los familiares, a los que había invitado mediante llamadas
telefónicas y correos electrónicos. También había contactado con Segundo, ese
amigo para las experiencias ocultas, a quien podía considerar como un miembro
más de su pequeña e intima genealogía.
El sonido del móvil le despertó sobresaltado. Se
había quedado dormido. El reloj marcaba las 17:03 m. Al otro lado de la línea
se hallaba la voz, siempre educada y amable, de quien le había mostrado respeto
y consideración cada vez que había tenido la oportunidad de saludarle:
“Buenas tardes, Amador, soy Reyes. A pesar de que
Elba no quería darte explicación alguna, por mi cuenta y riesgo quiero
felicitarte y desearte una feliz etapa de jubilación. Ya la conoces. Tu ex
tiene muchas cualidades, pero la consideración que te profesa no es
precisamente amistosa. Yo lo he intentado por activa y por pasiva, pero al
final lo he tenido que dejar, porque temo que entre en una de sus fases de
bloqueo depresivo o crispado, según el mes. Así que me llamas algún día y
quedamos para tomar café”·.
La llamada telefónica, correcta y generosa, del compañero
actual de su ex mujer le dejó un tanto desilusionado. En realidad sabía que
Elba nunca le iba a perdonar su lastimoso comportamiento, durante tantos años, desaciertos
que habían dado al traste con el matrimonio que ambos compartían. Pero en esos
pensamientos se encontraba, cuando una nueva llamada le hizo “despertar” desde
el mundo de los recuerdos. Era su hija menor, Sara:
“Papá, te llamo desde Granada. Resulta que esta
mañana llamaron a Saúl para que se desplazara urgentemente a la ciudad de la
Alhambra. Es que el partido andaluz Nazari tiene allí hoy un mitin político y se
han encontrado con todos los ordenadores bloqueados. Como ya lo conocen de una
ocasión anterior, lo han vuelto a llamar con urgencia y él no se ha podido
negar. Pagan muy bien y me ha pedido que le acompañe. Era una oportunidad
estupenda de volver a Granada y pasar aquí el fin de semana. Las pequeñas se
han quedado con los padres de Saúl, que son muy cachucheros y quieren siempre
que les dejemos a Abigail y a Jade. Pues que lo pases muy bien. Como sé que
habrás hecho una tarta, nos guarda un trocito (pero que no esté muy toqueteado)
A pesar de mi endocrino de Naturhouse, siempre me han gustado tus dulces. A las
niñas les hará ilusión el pastel de su abuelo”.
El reloj marcaba las 18.15 y el timbre de la puerta
permanecía en silencio. Amador caminaba dando pequeños pasos alrededor de la
mesa central, adornada con un precioso centro floral. En un momento dado se
acercó a la terraza, en la que entró para apoyarse en el bien construido muro
de obra, cubierto por una cerámica teñida con el color del mar. Desde esa
planta séptima se divisaba una panorámica de la capital malacitana que
conformaba un puzzle de calles, plazas, terrazas y tejados, en los que el color
dorado del sol ornamentaba de lujo y escalas cromáticas la vida de una ciudad
en ebullición, ante su contrastada acústica e intensa movilidad. Se sentó unos
minutos en una muy usada y llena de polvo hamaca veraniega y marcó el número de
su antiguo amigo y amante, Segundo. Al tercer intento, el ahora desafecto
destinatario atendió la comunicación.
“Sí, Amador, recibí tu correo electrónico. Pero
desde el primer momento tuve clara conciencia de la inconveniencia de
presentarme en tu casa. Muchos de tus familiares me ofendieron gravemente
cuando “lo nuestro” estaba en su desarrollo más feliz. Tuve que escuchar
palabras muy fuertes y leer abyectas descalificaciones hacia mi persona. Y
todo, porque tú habías encontrado alguien que te comprendía, ayudaba y que te
hacía sentirte bien, muy feliz. Al cabo del tiempo lo nuestro, al igual que
ocurre en el mundo vegetal, se desvitalizó y yo tuve que buscar el amor en
otras fuentes más vitales para la sensibilidad. Deseo que pases una feliz tarde
en unión de tus afectos de sangre. Nuestra oportunidad, con intensas e
inolvidables experiencias gozosas, ya pasó. Ahora, querido Amador, “bebo” en
otras fuentes y frecuento nuevos parajes. Y en las horas de desánimo o dudas,
los sones de la guitarra renuevan mis ansias de vivir, amar y sentir”.
Enfadado consigo mismo, tras olvidar su dignidad y
haber vuelto a llamar al compañero amante que un día le dijo adiós por otro
personaje con “más pasta”, se sirvió una copa de licor, a fin de recuperar un
poco la fortaleza ante una tarde que deseaba fuera la de reconciliación y
recuperación familiar. Pero el reloj marcaba las 18:45 y el timbre de la puerta
seguía manteniendo la sordera acústica del silencio más absoluto. Pensó en
Claudio, su hijo mayor, el mismo que un día le dijo algo así como “eres la
vergüenza de mi memoria…” Reflexionaba consigo mismo “¡Qué difícil es restañar
las heridas de los viejos errores”. Los canapés, los bocaditos y las bebidas,
seguían dormitando en el interior del frigorífico. El gran pastel de fresas y
chocolate, esperaba en la encimera de la cocina, cubierto con una campana de
plástico transparente, con seis velitas y media sin encender.
En el instante del más intenso desánimo, a muy
pocos minutos ya de las 19 horas, el sonido del timbre le hizo dar un brusco
“salto” desde la silla en la que estaba sentado. Se dirigió presuroso hacia la
puerta, preguntándose quién podría ser. Para su sorpresa, al otro lado de la
puerta estaba una adolescente de doce años, que le miraba sonriente con sus
ojos azules, cabello liso castaño claro, vestida con un traje faldero celeste y
blanco, calzando unas zapatillas deportivas, también blancas. “Pero… Diana ¿has venido sola?”
“Sí, abuelo. Al final he convencido a mi padres de
que me dejen venir. Ellos no lo van a hacer, pero es igual. Hoy es tu cumple y
yo tenía que estar aquí. He venido en el bus. Cuando era pequeña, recuerdo que
tú me contaban cuentos y me llevabas a los jardines del Parque, en donde yo me
lo pasaba muy bien. Y siempre, bueno algunas veces …no, te has acordado de mis
cumples y santos. Yo quería venir. Lo sentía, porque sé que estas muy solito.
Bueno, espero que tengas algún dulce para merendar”.
Una de las nietas y su abuelo quisieron y supieron “salvar”
aquella tarde “familiar” preparada para el reencuentro y la reconciliación. El
timbre no volvió a sonar en ese domicilio habitado por un hombre solo, en el
día que ingresaba en el veterano club de la tercera edad. Después de reír y
disfrutar con las simpáticas ocurrencias de Diana, durante más de una hora,
bajaron al garaje del bloque a fin de tomar el vehículo con el que llevaría a
la pequeña a su domicilio. Llevaban consigo una fiambrera de cocina, en la que
Amador había introducido un buen trozo del pastel de fresa, para que lo
compartiera esa noche con sus padres y hermana. Cuando el antiguo representante
artístico volvió a su domicilio, no tenía apetito para la cena. Preparó todas
las bandejas de bocaditos y canapés, además de los refrescos y la mayor parte
de la gran tarta, en dos voluminosas bolsas que a la mañana siguiente tenía la
intención de llevar al asilo de personas mayores y sin recursos, atendido por
las Hermanitas de la Caridad. Escribió en su diario, antes de irse a la cama,
unas breves líneas.
“En este día de mis sesenta y cinco cumpleaños, he
pasado una feliz tarde con la compañía de Diana, esa nieta que todos los
abuelos anhelan tener. Este cielo de persona, con sus lindos ojos y generoso
corazón, expresa la esperanza, la ilusión y el cariño de verdad”.-
UNA ESPECIAL FIESTA
DE CUMPLEAÑOS,
PARA LA UNIÓN FAMILIAR
José Luis Casado Toro
Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la
Victoria. Málaga
10 Abril 2020
Blog personal: http://www.jlcasadot.blogspot.com/
No hay comentarios:
Publicar un comentario