viernes, 17 de abril de 2020

EL EQUIVOCO PLACER DE LAS APARIENCIAS COMPARTIDAS.

 La práctica del coleccionismo es un esforzado hábito que desde siempre ha despertado y satisfecho el interés en muchas personas. Esta costumbre motiva intensamente a sus autores, porque suele generar en éstos el esfuerzo, la intriga, la ilusión, la obsesión, la constancia y, en muchas ocasiones, una desequilibrante frustración por no haber podido conseguir esa pieza que enriquecería el conjunto de esas otras muchas que ya poseemos para nuestro capricho o simple autoestima. Esta afición aparece aleatoriamente en las personas de todas las edades y circunstancias. Durante la infancia, los niños forman sus colecciones de estampas, tebeos, juguetes u otras piezas, más o menos curiosas, incrementándolas poco a poco con su búsqueda, compra o intercambio con otros amigos, compañeros o vecinos. Jóvenes, adultos y mayores también, en algún momento de sus vidas, desarrollan esa afición por acumular determinados objetos de las más variadas características: cuadros de pinturas, películas, joyas, ropa, lozas, recuerdos de viajes, cucharas, figuras variadas, sellos, monedas, postales, revistas, libros, elementos para el hogar hoy en desuso y así una extensa lista de “caprichos” sumamente heterogénea.

Específicamente para las personas adultas uno de los lugares donde pueden encontrarse determinadas piezas, que incrementen la más o menos paciente colección que ya se posee, son esos establecimientos que suelen dar una imagen algo misteriosa, por su denso contenido de objetos  y la disposición abigarrada de los mismos, tiendas que reciben el nombre de anticuarios. Se trata de locales en los que nada más entrar contemplas una cantidad exagerada de piezas muy variadas, en tamaño, uso, función y estética, las cuales reciben en general el nombre global de “antigüedades”. En general, los precios de cada uno de los objetos no está marcado en parte alguna, pues su posible función, características, explicación y venta necesitará la ayuda y negociación imprescindible por parte del encargado o vendedor del material, allí temporal o indefinidamente expuesto.



Dos características más habría que añadir a la escenografía de estos comercios de piezas antiguas. En primer lugar, la luminosidad de estos locales no suele ser muy potente, sino todo lo contrario. El ambiente ofrece la sensación de umbrío y lúgubre e incluso podríamos añadir el vocablo de “misterioso”, no sólo por el repertorio de objetos que acumulan tantos y tantos años en sus particulares historias, sino también por la “tétrica” imagen del vendedor, normalmente una persona de avanzada edad, que en ocasiones añade intriga y suspense, al contexto ambiental que allí subyace. A ello habría que sumar una segunda percepción, en este caso aromática. Efectivamente, el olor que domina este abigarrado espacio, repleto de “cosas antiguas o desfasadas” es muy característico y penetrante y en modo alguno agradable para el olfato. Alguien podría decir, utilizando una expresión coloquial, “ aquí huele a viejo” breve frase que ayuda a definir perfectamente la situación del peculiar establecimiento.

Es en estos comercios, que no suelen abundar incluso en las más importantes ciudades, donde los coleccionistas también buscan y encuentran algunas determinadas piezas. Son esos objetos que aumentarán y enriquecerán las  preciadas unidades de la colección que han ido formando a lo largo del tiempo, aplicando la mayor tenacidad. Este es el caso de FANGIO DELLABARKA, un constructor español, de padres argentinos, que ha desarrollado su trabajo en diversas provincias españolas y que desde su jubilación decidió fijar su residencia en Málaga, una de las ciudades en donde más importancia había tenido su actividad profesional. Fangio estuvo casado durante casi cuatro lustros con una ortodoncista madrileña, de nombre Isabela, pero dicho matrimonio, del que nació un hijo que a partir de su mayoría de edad se fue a vivir a la hacienda de sus abuelos en la Córdoba argentina, se diluyó debido a las frecuentes infidelidades que Fangio practicaba, sin el menor recato o control. En la postrera fase de su vida, cuando el antiguo constructor podía ahora disponer de abundante tiempo libre y cuando sus potencialidades y ornamentos físicos se encontraban ya  bastante menguados, intensificó su afición de formar una curiosa y abundante colección de los más variados picaportes y llamadores, así como de llaves y cerraduras, pertenecientes en su amplitud a diferentes épocas y culturas.

En el sótano de su espléndida mansión ubicada en la colina de Gibralfaro, Fangio había formado un espléndido y curioso museo, en el que podían observarse decenas y decenas de “artísticos” llamadores, llaves y cerraduras, algunas de éstas enmarcadas en sus correspondientes puertas originales. Cuando organizaba algún almuerzo o cena con sus amigos, se enorgullecía de poder ir mostrando, tras el ágape correspondiente, las piezas más insólitas de su museo, encontradas a lo largo de los años en los más variados puntos geográficos de España e incluso de países extranjeros. Algunos amigos y compañeros de profesión, conociendo su particular afición, le facilitaban muchas piezas que servían para “alimentar” y enriquecer esta colección a la que con tanto esmero y tesón se entregaba. Pero aparte de estas donaciones y regalos, Fangio solía recorrer pueblos y ciudades de nuestra contrastada y valiosa geografía, a fin de localizar y comprar nuevas muestras y elementos que incrementaran el valor de “su tesoro”, como el solía referirse al espectacular museo instalado en los bajos subterráneos de su amplia y bella mansión.

Pero además de viajar por aquí y por allá en la geografía, el constructor coleccionista suele también recorrer la hermosa ciudad bañada por el Mediterráneo en la que reside, encontrando a veces  muestras curiosas y originales por las que paga sustanciosas cantidades al adquirirlas. Otro recurso que suele utilizar es el siguiente: al tener conocimiento de que van a reconstruir, reformar o derribar casas antiguas, acude con toda presteza al lugar donde se hallan ubicadas esas edificaciones, consiguiendo en no pocas ocasiones que los propios albañiles le cedan  llaves, picaportes y cerraduras viejas que tanto valor y significación poseen para el esforzado en la constancia coleccionista. 

Un conocido aparejador, al que un día se encontró saliendo del cine, conociendo aquel amigo su afición por el coleccionismo, le comentó acerca de una tienda de antigüedades que recordaba de su infancia y que no sabía si aún permanecía abierta al publico. Le concretó que dicha comercio se encontraba ubicado por la zona más antigua de la ciudad, no lejos del centro urbano tradicional. Concretamente por una zona de edificios muy antiguos y de planimetría en laberinto de calles estrechas y que recientemente se había tratado de revitalizar con nuevos emprendedores, generalmente comerciantes de productos de artesanía y bares de copas. Tomó buena nota de esta para él muy interesante información, pues era consciente de que los anticuarios tradicionales o clásicos, poco a poco, habían ido desapareciendo de la estructura mercantil que domina la actualidad.

Al día siguiente de este  reencuentro, se desplazó a la zona que le había sugerido su amigo, un espacio efectivamente muy cerca del centro tradicional, que hacía décadas había estado poblado de pequeños comercios de toda índole pero que en los últimos años había sido literalmente “tomado” tanto por esa restauración de pequeños bares de copas, tapeos y teterías para la demanda turística, como también (pero en menor número) por pequeños comercios de ropa económica y objetos de regalo. Caminó pacientemente por esa “tela de araña” viaria, buscando la tienda de antigüedades citada por el amigo Cómitre. Lo curioso del caso es que a los muy pocos minutos de la búsqueda, se encontraba ya delante de un muy vetusto comercio, que ocupaba la planta baja de un edificio con muchas décadas en su construcción  y en deficiente estado de conservación.

Penetró hacia el interior del mismo y ante sus ojos se mostraba una densidad abigarrada de objetos diversos y testimoniales para la memoria. Tocadiscos y aparatos de radio, de aquéllos que utilizaban nuestras abuelas y bisabuelas. Menaje de cocina, en el que le llamó la atención aquellos “infiernillos” donde se calentaba y preparaba la comida, que funcionaban con la llama procedente de una gruesa mecha circular de algodón que se impregnaba del petróleo, líquido que se echaba como combustible en un pequeña depósito inferior. También espejos, jarrones, cuadros, herramientas para el campo y los talleres urbanos, juguetes de “otras épocas”, perolas y cacerolas de cobre y, allá en uno de los densos rincones avistó las ansiadas llaves, cerraduras y candados, que motivaban su especial interés. No faltaban tampoco paquetes de revistas, tebeos, cromos, postales y publicaciones, cuyas portadas le recordaban eventos de su adolescencia y juventud. Quedó maravillado con los juguetes de madera pintada, aquéllos que divertían “de verdad” la imaginación de los niños en la época de su infancia. En fin, después de un lento repaso visual, sin ser molestado por la persona encargada, se dirigió hacia donde una señora aguardaba sentada en una silla con el asiento de anea entrelazada, muy “lustrada” a tenor de un continuado uso y la escasa limpieza que se le aplicaba.

Se trataba de una mujer que acumulaba muchos años en su ajado cuerpo de epidermis toscamente agrietada. La señora, de semblante angelical, parecía estar como adormilada, pero fue despertando de su plácido letargo, al tener ante sí a uno de los escasos clientes que entraban en tan “histórica” y fílmica escenografía. Esbozó una sonrisa de agradecimiento y mantuvo con Fangio una larga conversación, plena de anécdotas y datos, disculpándose una y otra vez por una memoria que ya no latía como en sus años mozos. La señora BRISEIDA había enviudado hacía tiempo. Fue el padre de su difunto marido Aurelio, quien en los años centrales del siglo pasado había montado este negocio que nunca cambió de ubicación. Ese suegro “emprendedor” llamado Nemesio ejerció largos años de “sereno” por las noches en la ciudad, aunque también trabajaba como panadero durante el día en una tahona cercana. Durante sus  horas nocturnas, además de ayudar a muchos vecinos con su gran manojo de llaves, vigilaba y mantenía el orden silencioso para el descanso. Acompañado de gatos callejeros y estrellas observadoras, gustaba repasar los montones de residuos que los vecinos dejaban en sus puertas, a fin de ser recogidos por los basureros. Y en esos residuos para tirar, encontraba objetos curiosos, que él recogía pacientemente en una bolsa. En su casa los limpiaba y los iba almacenando. Ese fue el origen de esta generacional tienda de antigüedades, que aún mantiene el nombre original de EL CANDELABRO. A la vejez de Nemesio, se encargó del negocio su hijo Aurelio. Éste trabajaba de mozo en el puerto, cargando y descargando barcos, por las mañanas. Así que Briseida se ocupaba en esas horas matinales de atender a los clientes, pocos desde luego, que entraban en la tienda. Pero desde su viudez es ella quien compra y vende los objetos (porque son muchos los que le llevan piezas antiguas, para que ella valore la conveniencia o no de su adquisición).

Fangio consiguió un buen material, compuesto por dos grandes manojos de llaves, ambos argollados, además de cinco llaves curiosas, una de ellas con un formato solo apto para brazos fornidos para el peso. Briseida explicó que esa llave pertenecía a un viejo caserón nobiliario, blindado por torreones y almenas  que existía en un antiguo pueblo de León, Campo de Villavidel, hoy con muy escasos habitantes. Esa pesada llave, de antigüedad medieval, había sido forjada por un herrero quien, según la leyenda, fue ajusticiado por un delito de sentimientos amorosos traicionados. También compró una gran cerradura, encastrada todavía en un pesado trozo de madera. Cuando la señora contaba los billetes y monedas que Fangio le había entregado para la compra, se persignaba una y otra vez. “Sin duda, debe ser persona en extremo devota” pensaba el antiguo constructor, mientras que caminaba por el laberinto viario del centro, cargado con una gran bolsa de recia tela de saco, dirigiéndose hacia un parking público, en donde había dejado aparcado su imponente jeep. Dado el escaso precio que había tenido que pagar por tan “interesante” mercancía y recordando la generosa amabilidad de la angelical señora, tomó la decisión de volver otro día a El Candelabro para llevarle unos dulces a la tal Briseida,  como gentil y agradecido gesto cariñoso. Le daba pena ver a esta mujer tan mayor, pasando tantas horas sentada en ese bajo inmobiliario rodeada de “infinitos” trastos viejos, de los que emanaba un penetrante e intenso aroma a pergamino añejo.

Así lo hizo, una semana después. Camino de El Candelabro, se detuvo en una afamada confitería de la zona, comprando una cajita de apetitosos hojaldres rellenos con cabello de ángel, las famosas Tortas Cordobesas, que a buen seguro iban a gustar a la anciana señora. Efectivamente a Briseida se le saltaron las lágrimas, cuando recibió el suculento regalo de manos de “un amable cliente, todo un caballero de los que hoy día ya no existen”. El tenaz constructor rebuscó un poco por tan densificado espacio y quiso la suerte que encontrara ese día un original picaporte de hierro fundido, con una atrevida y generosa (por su tamaño) forma fálica. Según la anticuaria, tan excitante llamador para el reclamo había estado encastrado en la puerta de un viejo caserón de “trato” ubicado no lejos de la anticuaria. A esa casa de jóvenes y mayores acudían varones de todas las edades preguntando, por los servicios que ofrecían “las mujeres del mundo”. Al despedirse de Briseida, con tan “espectacular” y sexual hallazgo como botín, escuchó de nuevo las gracias de la señora y el “no ha de preocuparse, caballero. Ya sé la mercancía que el señor necesita. Vd. se pasa de vez en cuando por la tienda, que es su casa, que yo le guardaré todo lo que entre, referente a llaves, cerraduras y picaportes”.

Pasaron los meses del verano  y una tarde Fangio pensó en dar su vuelta mensual por El Candelabro, para saludar a Briseida y repasar si había entrado algo nuevo que le pudiera interesar. Para su extrañeza, se encontró con el recinto cerrado, con la verja metálica de la puerta echada. La misma imagen se repitió la semana siguiente cuando volvió al establecimiento, esta vez por la mañana. Preocupándose y temiendo por lo que le pudiera estar ocurriendo a la entrañable señora “¿estará enferma?”  se preguntaba, entró en una pequeña taberna, de copas y tapas, instalada a escasos metros del anticuario. Como el día estaba “metido” en un cálido terral, pidió algo fresco para tomar. Aprovechó la oportunidad para preguntar al “ventero” (un obeso grandullón que lucía una bien cuidada coleta) si sabía el por qué la tienda de antigüedades permanecía cerrada. El camarero esbozó una mímica y gesticulante sonrisa, explicándole: 

“Mire Vd. Es que la policía se enteró, por un chivatazo. El Candelabro era un garito donde se traficaba con la sustancia que la gente se mete en el cuerpo. Y una noche los cogieron a todos, incluida a la jefa, a quien llamaban “la sacristana”. Esa tienda de “cosas viejas” era en realidad un “tapao” para la compra y venta de las dosis que circulan por la zona ¡Quién iba a decir que “la Briseida”, con su cara de beata acartonada, era la sacristana del negocio. Ahora están todos en “chirona”.

Fangio apuró su cerveza y pagó la consumición. Camino de vuelta a casa iba reflexionando sobre la realidad de la vida y sus equívocas apariencias. Una exquisita Torta Malagueña, que había comprado como regalo para su proveedora de llaves y picaportes, le acompañaba en la vuelta a su mansión, metida en una pequeña bolsa de plástico. Como a él no le apetecían mucho los dulces, entregó la cajita con la torta pastelera a un mendigo callejero, el cual no daba crédito a la dádiva que recibía por parte de un inesperado y generoso “Ángel de la Guarda”.-


EL EQUÍVOCO PLACER DE LAS APARIENCIAS COMPARTIDAS.



José Luis Casado Toro
Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga
17 Abril 2020
Dirección electrónica: jlcasadot@yahoo.es           


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