Entre los numerosos interrogantes
que fluyen cada uno de los días, en el ámbito de nuestro interés o motivación,
hay un elevado porcentaje para los que no es fácil
hallar una convincente respuesta. Por más esfuerzo que apliquemos para
completar la explicación de nuestras preguntas, no encontramos una solución
aceptable que sacie ese deseo de conocer el por qué o la razón de esas dudas
que tenemos en mente. Esta frustración para la necesidad de conocimiento no sólo
afecta a las grandes y trascendentes cuestiones sobre la vida, la ciencia y la
naturaleza, sino que también se genera sobre asuntos más nimios, próximos o
coloquiales que también despiertan el interés.
¿Y qué hacer cuando
no encontramos facilidad e inmediatez para una respuesta que nos convenza? En ese caso emprendemos una peculiar
“investigación” que puede durar más o menos tiempo, según sea la constancia,
motivación o necesidad que apliquemos a su búsqueda. Solemos para ello echar
mano a muy variados recursos, con el legítimo y plausible ánimo de hallar luz para
esa oscuridad que tanto desconcierta y confunde. En otras épocas se acudía con
prontitud a la enciclopedia que teníamos en casa, normalmente editada por la
editorial Espasa Calpe. Si la enciclopedia de nuestro hogar no ofrecía la
respuesta que buscábamos, nos desplazábamos a una biblioteca pública municipal,
universitaria o privada, pues allí estaba a disposición del gran público
(también hoy) la magna enciclopedia Espasa Calpe, aquélla que superaba el
centenar de gruesos volúmenes. Pero estas obras monumentales del saber (Espasa,
Larousse o Sopena, entre las más importantes) han quedado un tanto desfasadas,
en la actualidad, ante la irrupción del fenómeno Internet en nuestras vidas. En
cada ordenador personal tenemos disponible ese insustituible servidor o
buscador de información, Google (algunos lo denominan la nueva divinidad) el
cual, con sólo teclear unas pocas palabras nos responde, en décimas de
segundos, con decenas y decenas de páginas webs, en las cuales encontraremos un
copioso material, apto para conocer, desbrozar, buscar o resumir. La mítica y
famosa Enciclopedia Británica tiene poco que hacer hoy día, ante la magnitud de
caminos que nos permite este inmenso y versátil buscador de información.
Además de la “navegación” informática por la gran
“red de redes” que significa Internet, las personas suelen también pedir ayuda
aclaratoria a esos amigos cultos, que entienden casi de todo para la
satisfacción. En ocasiones se plantea una consulta, epistolar con franqueo o
mediante el correo electrónico, a determinadas autoridades en las variadas disciplinas
de la ciencia y la cultura, a través de las cuales se puede recibir respuestas
que iluminen nuestros puntuales interrogantes y tinieblas. En el caso de las grandes
dudas irresolutas, debido a su extrema complejidad o desconocimiento, siempre
nos queda el bíblico terreno de la fe religiosa, para aceptar algo que nuestra
inteligencia humana difícilmente puede comprender, por su dificultad o nivel críptico.
Y también, por supuesto, la imaginación, siempre fiel aliada para conformar,
con mayor o menor verosimilitud, esa “creativa explicación” que nos conforma o
sosiega, por sorprendente o increíble que parezca. El mundo de la cinematografía
o el de la literatura hacen verdaderos “milagros” para la creatividad
explicativa de los más complicados fenómenos o dudas, que la humanidad quiera o
pueda plantearse.
Uno de estos asuntos que en más de alguna ocasión nos
hace dar “vueltas a la cabeza”, en la generación de interrogantes, es el de los e-mails o correos electrónicos. El problema se
plantea cuando envías, con más o menos regularidad, mensajes a una determinada
dirección o direcciones, durante un amplio período de tiempo. Por las razones que fueren, no recibes en
muchos de los casos respuesta o acuse de recibo de estos archivos, aunque
tampoco te son devueltos por el servidor de correo, por lo que deduces que han
llegado perfectamente a su destino. Utilizas la prestación de CCO o copia
oculta, aplicando un amplio listado de direcciones que tienes en tu agenda.
Mediante este sistema el mensaje viaja a múltiples ordenadores, aunque ninguno
de sus propietarios puede conocer qué otras personas han recibido ese mismo
mensaje. Al paso del tiempo, un día llega a tu conocimiento que algún
determinado destinatario ha modificado (por las razones que sean) su dirección
electrónica, sin habértelo hecho conocer, aunque la antigua dirección sigue
acumulando correos, contenidos que su propietario obviamente no leerá, a menos de
que tenga la prudencia de abrir con variable frecuencia ese antiguo servidor
que no ha querido o podido anular o suprimir.. En consecuencia la antigua
dirección electrónica, en desuso o abandonada, continúa acumulando esos mensajes
que tu sigues enviando con manifiesta o aleatoria regularidad y que nadie leerá
o responderá. Es como una pequeña o gran nube de envíos
o “paquetes” sin abrir, que puede sumarse a otras centenares o miles de
nubes, conjunto gigantesco de mensajes secretos y
perdidos en un etéreo espacio imposible de medir o cuantificar. Esa
universal nube de mensajes perdidos, continuará “sobrevolando” por esa
atmósfera invisible o etérea de las comunicaciones, engrosando su volumen día
tras día para la inutilidad más inexplicable o absurda.
Es preciso comentar otra modalidad de esos
contenidos que viajan a la “nada”. Esta situación tiene lugar cuando mantienes
la comunicación informática con una persona de tu listado de direcciones, pero
sin haber tenido conocimiento sobre la luctuosa noticia de que tu destinatario
ha dejado de existir, en ocasiones desde hace ya algunos meses. Sus allegados y
descendientes no han dado aviso, a los remitentes de los e-mails enviados, de que
su familiar ha fallecido, por lo que todos esos mensajes (algunos pueden contener
información importante) siguen acumulándose inútilmente en el correo de esta
persona que ya no está física y vitalmente entre nosotros.
La historia de Darío
Vences Hermosilla se inserta perfectamente en los parámetros, sociales y
psicológicos, de estos contactos o comunicaciones fallidas. Tras haber superado los cursos de la E.S.O.
con un expediente escolar en el que no aparecen brillantes calificaciones, este
hijo único de una familia desestructurada (la dependencia del alcohol que
sufría su padre, propietario de un modesto comercio del “todo a menos de tres
euros” hizo imposible la estabilidad familiar) tuvo el acierto de realizar, esta
vez con aprovechamiento, un ciclo formativo de administración y actividades turísticas.
La versátil titulación permitió a Darío (persona de carácter tímida e
introvertida) comenzar a trabajar (aún no había cumplido los veintitrés años de
edad) en una cadena hotelera, de reciente expansión en el sector, como auxiliar
recepcionista en el staff o equipo laboral. Su carácter inicialmente apocado lo
fue paulatinamente modificando con el trato cotidiano a los clientes y
compañeros de empresa, siendo valorada su dedicación y seriedad en el trabajo
por los encargados del personal.
Este profesional llevaba siete años ininterrumpidos
trabajando en el Hotel Itaca de la Costa del Sol
malacitana, cuando un día se entregó con
acierto en la ayuda a una cliente del hotel, que venía a pasar unas vacaciones
al final del verano, procedente de la histórica villa castellana de Medina del Campo. Ainhoa
Cercedilla, estudiante de traducción e
interpretación en la universidad castellana de Valladolid y huésped del
establecimiento turístico, tuvo graves problemas con la pérdida del equipaje a
su llegada a Málaga. Se veía impedida de disponer, como consecuencia, de su
ropa, zapatos, documentos personales y tarjetas de crédito e incluso su
portátil y el tablet. La impericia viajera de esta joven, sumada a la
densificación viajera en las fechas clave de trasiego veraniego, provocó que a
su llegada al aeropuerto se encontrara prácticamente sólo con lo puesto sobre
su cuerpo. Gracias a Darío, los dos días
completos que transcurrieron hasta que el equipaje apareció (curiosamente en el
aeropuerto turco de Capadocia) Ainhoa pudo solventar básicamente su estancia en
el hotel, recibiendo la comprensión psicológica y ayuda material del tan eficaz
operario, episodio que abrió una vía de íntima amistad entre las dos personas.
Los catorce días de residencia y la relación telefónica e informática posterior
que mantuvieron, generó una intensa vinculación afectiva entre ambos jóvenes que duró hasta fechas posteriores a las fiestas
de Navidad y Año nuevo.
El ilusionado noviazgo entre Ainhoa y Darío,
desarrollado sobre la distancia peninsular de muchos kilómetros, se fracturó
inesperadamente cuando un escueto y drástico correo
electrónico, procedente de Valladolid, generó una profunda desazón en el
ejemplar recepcionista, que veía truncada sus esperanzas de seguir vinculado en
el amor con la chica castellana de sus sueños. Habían tenido ocho meses de
relación y Ainhoa se despedía ahora de él, matizándole que ambos podrían
mantener la amistad, pero que el compromiso afectivo se había modificado por su
parte. La chica rompía el vínculo tras analizar y reflexionar, durante unas
semanas, la realidad sentimental que había mantenido con el recepcionista hasta
ese momento. Pero la joven vallisoletana no estaba
diciendo toda la verdad. Ocultaba que había una tercera persona entre
ellos, con la que ella se había encandilado apenas hacía un mes. Se trataba de
un atlético e decidido y apuesto ciudadano británico, llamado Richard Clayron, con residencia en Londres y piloto de pruebas con tecnología avanzada,
vinculado a una marca señera en las innovaciones automovilísticas. El inglés,
que había enamorado profundamente a la española, superaba en doce años los
veintisiete que en ese momento tenía la
traductora castellana.
A pesar del duro golpe anímico, Dario no se desanimó. Pensaba que esos casi siete
meses de noviazgo en la distancia no podían caer en saco roto. Se propuso
mantener la amistad con Ainhoa, sin guardarle rencor alguno por haberle dejado,
tal vez por otra persona aunque ella no lo manifestase explícitamente en su
despedida. No podía olvidarla, aunque en distintos momentos lo intentó. Pensó
entonces de que al menos tenía el arma del correo electrónico. Aprovecharía en
consecuencia cualquier circunstancia para escribirle y así mantener viva esa
ilusión que en estos momentos se había desvitalizado. Le
enviaba regularmente e-mails en fechas apropiadas, por ejemplo felicitándola
en el cumpleaños y en la fecha de su onomástica. También en los días de la
Navidad y el Año Nuevo. Aprovechaba las vacaciones de Semana Santa y el verano,
para enviarle textos amables y cariñosos, acompañados por no escasas fotos. La
intención de Dario era mantener, al precio que fuera, una vía de contacto con la que había sido su
primer y único amor. Pero la destinataria de sus repetidos mensajes no
respondía a los mismos, gesto que él siempre asumió sin enfado o despecho.
Ainhoa se había ido a vivir a la capital británica,
a fin de estar unida a su espectacular y nuevo pareja, de la que estaba
plenamente enamorada y con la que contrajo matrimonio meses más tarde. Su perfecto
dominio del idioma inglés le permitió encontrar un interesante y cómodo trabajo
en una academia de idiomas, en donde impartía clases de lengua castellana. No
era consciente de los correos que regularmente Darío le seguía enviando, pues
había cambiado de servidor inform ático y modificado su dirección electrónica.
Al igual que ocurre en la naturaleza, las hojas del
almanaque fueron cayendo estacionalmente, marcando la aritmética del tiempo en
la vida de estas tres personas. Un aciago día,
Richard fue protagonista de un desgraciado y mortal accidente, mientras probaba
en un circuito de pruebas unos avanzados cambios técnicos en un vehículo de la
marca para la que trabajaba. Ainoha, con la ayuda afectiva de sus padres y de
los familiares de su difunto marido, se esforzó en superar el durísimo trauma
de su inesperada viudez, a fin de sacar adelante a sus dos hijos, Lili y Peter, de cuatro
y cinco años de edad que había tenido con su cónyuge inglés. Nunca se planteó
renunciar a su residencia en la capital de Inglaterra, en donde poseía una
cómoda vivienda, una importante pensión económica de por vida y un moderno
ambiente al que se había adaptado para vivir y desarrollar la educación de sus
hijos, ambos de nacionalidad británica aunque de madre española. Decidió
continuar ejerciendo como profesora de español en la academia de idiomas. Este
trabajo no sólo le compensaba en lo económico, sino que le permitía tener una
ocupación fuera del hogar que le enriquecía en lo humano, difundiendo su lengua
de origen entre los ciudadanos británicos y otros residentes extranjeros que
deseaban aprenderla. Solía realizar al menos dos viajes al año con sus hijos
(en Navidad y en las vacaciones del verano) a sus raíces castellanas, en
Valladolid, a fin de disfrutar la convivencia durante unos días con sus padres
y demás familiares.
Darío, el frustrado pero contumaz recepcionista de
hotel, había decidido también reconducir la estabilidad de su vida. Aunque
nunca había olvidado su experiencia afectiva con Ainhoa y le seguía enviando
esos tres o cuatro amables e “imposibles” correos al año que no tenían
respuesta, había conocido e intimado con Lena
una joven, a la que superaba en casi diez años de edad. Esta chica trabajaba en
una empresa especializada en el abastecimiento de productos consumibles y de
cubertería para los establecimientos hoteleros. Darío, viendo que ya avanzaba
en la treintena, consideró que había llegado el momento de formar una familia,
para dar proyección y equilibrio a su vida, por lo que propuso el matrimonio a
esa joven que también lo apetecía. Fruto del enlace matrimonial fue una niña,
hiperactiva y alegre, a la que pusieron el bello nombre de Alicia. Darío había organizado una unión estable pero
en sumo rutinaria, aunque continuaba manteniendo esa psicológica o enfermiza
testarudez con los envíos periódicos de los e-mails a un “amor” imposible, del
que nunca había llegado a obtener respuesta.
El destino, el azar o la suerte genera
oportunidades fuera de toda lógica o previsibilidad, opciones y actitudes muy
variables al igual que heterogéneo es el carácter de los seres humanos. Ha pasado casi un lustro, sobre las vidas respectivas
de los dos principales protagonistas de esta historia. Un sábado por la tarde,
Peter, el hijo de Ainhoa, muy habilidoso en el manejo de los periféricos y
máquinas informáticas, estaba jugueteando en su habitación con el viejo
portátil de su madre, ordenador ya en desuso aunque aún funcionaba conectado a
la red eléctrica. Después de un rato de trasteo el chico, que ahora tenía diez
años de edad, fue al salón de la casa en donde su madre estaba ocupada
corrigiendo unos ejercicios realizados por los alumnos de la academia donde
trabajaba.
“Mamá, he descubierto en tu viejo
portátil un correo o servidor electrónico, que tu probablemente usarías hace
muchos años. Me ha llamado la atención, pues aparece un remitente, que yo no
conozco y que te envía tres o cuatro correos al año. Te aseguro que no los he
leído, porque sé que te enfadarías si lo hiciera. Pero lo que me resulta más
curioso es que tú no le contestas a ninguno de esos mensajes, pues he mirado en
la bandeja de “enviados”. Ese remitente se llama Darío, pues este nombre está
al comienzo de todos los correos remitidos”.
Los inocentes pero sensatos comentarios de su hijo
hicieron que las palpitaciones de Ainhoa se “multiplicasen” en frecuencia. Peter
le trajo el viejo portátil, en el que pudo ver y tomar conciencia que aparecía
un repetido remitente, al que nunca le había avisado del cambio de correo que
desde hace años utilizaba. Rápidamente recordó aquella aventura o breve
relación que mantuvo con el amable recepcionista del hotel malacitano, en el que
estuvo unos días de vacaciones. En su mente renació el episodio de su equipaje y la “pequeña
locura” o aventura sexual que mantuvo sentimentalmente con el amable empleado
del establecimiento. En realidad, a poco de volver a Valladolid conoció a su difunto Richard, del que se
enamoró de inmediato. Aún así mantuvo erróneamente la ficción afectiva con
Dario durante algunos meses, aunque después de aquellas navidades rompió
drásticamente el contacto y también cambió de servidor informático.
Estuvo sopesando la posibilidad de contactar con
Darío, aunque el paso de tantos años y viendo alguna foto que él le había
adjuntado, en la que aparecía con su esposa y su hija, consideró mejor dejar
las cosas tal y como estaban. Sin embargo, al paso de las semanas, le seguía
dando vueltas a este asunto, por lo que cambió su inicial decisión. Era preciso
ordenar un poco la situación. Le escribió desde su viejo correo un breve
mensaje a Dario, donde le aclaraba que desde hacía
muchos años ya no utilizaba esa dirección electrónica. Que le agradecía
su constancia y amabilidad y que le deseaba toda la felicidad y suerte del
mundo en su matrimonio, trabajo y por supuesto salud. Evitó en todo momento
indicarle su actual dirección electrónica. Cuando Ainhoa viaja a España para reunirse
con sus padres, tiene a veces la sospecha de que el destino le va a proponer un
encuentro fortuito con aquel amable y obsesivo recepcionista de hotel que,
desde luego, nunca le regateó verdadero cariño.
Amigo lector, puedes estar pensando en que el
travieso y aleatorio destino (o tal vez
la fuerza de la voluntad personal) facilitaría un reencuentro entre Ainhoa y
Darío. Sin duda sería una bella y saludable posibilidad, para la racionalidad y
el deseo. Pero esa parte de la historia aún no ha llegado a nuestro relato,
viaja en un aventurero tren, sin horario programado, con destino a la estación
de las sorpresas. Como consecuencia, a falta de ese tiempo, podemos activar
nuestra imaginación.
De todas formas el motivo central del relato es ese
paraíso mágico y muy difícil de localizar, en donde dormitan los mensajes
perdidos. Nos preguntamos ¿Cómo es posible que esta situación pueda tener lugar,
cómo pueden perderse tantos contenidos y mensajes, para acabar dormitando en “el
valle de la nada” y además que este fenómeno suceda en la indefinida era del continuo
y asombroso progreso informático?
LA MISTERIOSA NUBE
DE LOS MENSAJES PERDIDOS
José Luis Casado Toro
Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la
Victoria. Málaga
31 ENERO 2020