Nos
asombra positiva o negativamente la llegada a nuestros oídos de informaciones acerca
del cambio de ruta que adoptan algunas
personas, con respecto a comportamientos muy consolidados en su rutina
vivencial. Las más de las veces, esos nuevos caminos que ahora emprenden resultaban
verdaderamente impensables e insólitos para sus familiares, amigos o conocidos,
por lo que esa primera noticia que nos desconcierta provoca cierta incredulidad
o duda, confusión que no resulta fácil de asumir e integrar en las estructuras
de nuestro conocimiento
En ocasiones, esa sorprendente información nos
llega de “primera mano”, puesta en boca precisamente de quien la protagoniza. Pero
las más de las veces esa noticia nos la comenta otras personas vinculadas o
amigas ¿Te has enterado de que ….? No te lo vas a
creer, pero … Te puedo asegurar que es cierto lo que te voy contar. Tu conoces a … ¿verdad? pues tengo
que decirte que …” Cuando nos recuperamos del impacto que nos produce el
inaudito contenido, tratamos de confirmar su veracidad, pues verdaderamente
cuesta trabajo llegar a creer la radical, novedosa y valiente información que
acabamos de recibir.
El personaje que centra el protagonismo de este
relato tiene por nombre Heraclio Lilla Bosnial.
Estar vinculado familiarmente a una “dinastía” profesional no cabe duda que
puede condicionarte, a la hora de elegir tu futuro proyecto laboral. Efectivamente
“Hero” se encontraba inmerso en una amplia genealogía
de docentes. El magisterio, con su trascendente y admirable labor en la
formación de niños y niñas, se hallaba fuertemente arraigado en la impronta de
esta familia Lilla. Se sabe que una bisabuela dedicó toda su vida para trabajar
en aquellas míticas aulas rurales de hace muchas décadas. También sus abuelos y
su propio padre, D. Viriato, fueron maestros de
educación primaria. En este “escolarizado” ambiente familiar, tanto él como su
hermana Gladia, tenían muy difícil sustraerse a
la influencia docente en el momento de elegir y diseñar sus respectivas
carreras formativas, a fin de obtener una preparación y titulación que les
facultase para optar a una profesión satisfactoria cuando alcanzasen la edad
adulta.
Los dos hermanos eran bastante diferentes al
respecto. Mientras que a Gladia, ya desde su infancia, le agradaba el trato y
la labor formativa con los niños pequeños, mostrando una innata e influenciada
capacidad pera el cuidado y distracción de su hermano menor, así como también
con los amiguitos y vecinos del barrio, Hero tenía un carácter menos paciente e
imaginativo para el trato con sus amigos y su propia hermana. Desde luego uno y
otro, tenazmente aconsejados e influenciados por su progenitor Viriato, cuando
llegó la hora de finalizar sus estudios medios, se matricularon en la Escuela
Normal de Magisterio, centro donde hace años se formaban a los maestros y a las
maestras (en aulas y zonas separadas) instituciones escolares previas a las
actuales Facultades de Ciencias de la Educación.
En su académico recorrido formativo, Gladia se
mostraba feliz y pletórica para llevar a cabo su idealización vocacional,
mientras que Hero en ningún momento estaba convencido que aquella fuera la
decisión más acertada para su futuro profesional, posición que sólo su madre, Bibiana, entendía. Por supuesto que a ninguno de los
dos, madre e hijo, se les pasaba por la cabeza el intentar contradecir los
firmes y autoritarios criterios del tozudo cabeza de familia. Viriato, en
algunos momentos de diálogo con su mujer e incluso con su hijo, se lamentaba
que éste nunca había demostrado ser un buen estudiante. Ciertamente su
expediente académico estaba repleto de calificaciones “básicas” o exentas de
esa brillantez que enorgullece no sólo a quien las obtiene sino muy
principalmente a sus padres. En esas notas que llegaban a casa abundaban
mayoritariamente los “suficientes” y muy escasos “notables”. El veterano
maestro criticaba con acritud, recordando cuando su hijo y heredero tuvo que
pasar por la humillación y el trago amargo de las recuperaciones en septiembre.
Hero tuvo que repetir curso en 1º de bachillerato, pues tras las dos
oportunidades de junio y septiembre, le seguían quedando varias materias
suspensas que obligaron a la repetición del curso.
¿Pero cuáles eran las profesiones que despertaban
motivaciones íntimas en el privativo carácter de Heraclio? Desde pequeño
mostraba su gusto y afición por todo lo relacionado con el mundo ferroviario. Llegadas las fechas navideñas, así como las
efemérides del cumpleaños y el santoral, Hero solía “pedir” de una u otra forma
algo relacionado con la movilidad del transporte sobre raíles. Complicadas maquetas
de trenes, la ilusión desbordante por los convoyes eléctricos, colección elementos
complementarios, como vías, estaciones, puentes, casitas con las que formar esa
simpática escenografía viajera, láminas, recortables y cromos con imágenes de
trenes, cuentos y libritos sobre la misma atractiva temática … Ciertamente no
sólo era el transporte ferroviario. También disfrutaba con los barcos, automóviles
y aviones de juguete, las “bicis”, los patines y esas patinetas hoy tan de moda
y de alto riesgo para los viandantes, pero impulsadas con el esfuerzo muscular
del pie.
A “trancas y barrancas” el confuso y escasamente
vocacional estudiante de magisterio pudo finalmente alcanzar el preciado y
anhelado título de maestro, siguiendo la estela
de su hermana, quien obtuvo la misma cualificación para ejercer la enseñanza
tres años antes (la diferencia de edad entre los dos hermanos era de dos años
largos) y con una mayor brillantez meritoria en su ejemplar expediente. La
chica aplicó a tal fin un responsable esfuerzo, paralelo a su mayor capacidad y
vocación para esa trascendente función de enseñar y educar a los niños. Sin
embargo habría que leer “la letra pequeña” en el diploma de Hero. Viriato había
sabido moverse con diligencia y persuasión en los círculos educacionales. Era
una época en que las amistades y los favores pendientes generaban verdaderos
“milagros”, tanto para conseguir un puesto de trabajo en un colegio privado
como para ser contratado en uno de titularidad pública. Esas “ayudas”
providenciales también daban excelentes y sorprendentes frutos cuando llegaban
la “deseadas y temidas” pruebas de oposición. En ese momento era importante
conocer a los miembros de los tribunales que avalaban y designaban los
candidatos propuestos para ocupar plaza de titular como funcionario en el
cuerpo del Magisterio Nacional. “Yo conozco, tu conoces”: el mundo
“taumatúrgico” de la recomendación.
Como ya era usual, en el orden cronológico, primero
fue Gladia, quien se convirtió con gran alegría de su familia en maestra
nacional. Sigue ejerciendo su profesión con proverbial eficacia y entrega
vocacional, felizmente casada y con dos traviesos retoños en su nueva familia.
Para conseguir que Hero lograra al fin (tras varias convocatorias fallidas)
entrar en el cuerpo nacional de maestros, como funcionario, Viriato tuvo que
“negociar” ímprobos esfuerzos, a través de bien situados amigos. Los esfuerzos paternos se vieron también
favorecidos, en esta etapa final de la época franquista, cuando el Ministerio
de Educación Nacional realizó unas convocatorias de oposiciones con unas bolsas
de plazas muy numerosas. Exactamente un año antes del fallecimiento del
anterior Jefe del estado, Heraclio Lilla consiguió al fin plaza de maestro
ocupando, eso sí, uno de los últimos lugares en el listado definitivo de
aprobados.
Muy próximo a cumplir los veinticinco años, el
“forzado“ educador inició el ejercicio funcionarial de maestro nacional,
recorriendo durante algunos cursos varias localidades rurales, hasta conseguir
destino definitivo en una importante ciudad dormitorio de la capital de España.
Había contraído matrimonio con Valeria, su
novia desde la adolescencia, quien curiosamente no se vinculó laboralmente el
sector de la docencia, sino que dada s también sus raíces familiares, sigue
trabajando en un local de peluquería montado por uno de sus cuñados en un populoso
centro comercial.
Durante los diecinueve años que Heraclio ha estado
ejerciendo la función educativa, ha sido un maestro sin ilusión, imaginación y (también
hay que decirlo) sin capacidad. Cumplía, día tras día y año tras año, sus
funciones laborales ante los alumnos, sin esa vocación y amor imprescindible,
para sentirte feliz y realizado, con aquella misión que la sociedad te ha
encomendado y por la que recibes una compensación retributiva. Cuando llegaban los
lunes su vida se ensombrecía, por tener que seguir “interpretando” ese papel de
educador, que le importaba y gustaba bien poco (por no expresar sus sentimientos
con palabras más duras e inapropiadas). La vida se le ofrecía más simpática y
agradable cuando llegaban los bien esperados viernes y las posibilidades
lúdicas del fin de semana. Pero durante esos días intermedios, se le hacía un
mundo tener que “bregar” con la vitalidad incontenible de los treinta y tantos
críos que cada curso tenía a su cargo, luchando por mantener el orden en el
aula, dura tarea que agotaba sus
energías, un día sí y el otro también. “Sufría”
teniendo que explicar, de una forma mecanicista y rutinaria, unos contenidos
que no llegaban bien a su muy joven auditorio. Sus palabras palabras, sus
gestos y los recursos didácticos aplicados salían de su ser sin la
necesaria e imaginativa convicción para lograr unos buenos resultados en cuando
a la motivación y a la actividad práctica de los escolares. El tedio y la monotonía
se le mezclaba con los nervios y las voces que desordenada e inapropiadamente expresaba,
con esa debilidad de dar frecuentes “mamporros” cuando se carecen otros recursos
más profesionales y didácticos para la causa. Y en su hogar, el aburrimiento
insufrible de corregir libretas y ejercicios, con desgana y sin motivación. Por
supuesto, nada de prepararse las clases del día siguiente. Pensaba, curso tras
curso, que ya sabría improvisar sobre la marcha. La infelicidad en su carácter
era manifiesta, estado anímico que cambiaba cuando en el “finde” podía
disfrutar, cual niño pequeño, organizando el gran montaje de maquetas de trenes y estaciones que laboriosamente haba
ido acumulando en la buhardilla de su vivienda. Se trataba de una casa muy antigua
que necesitó ser restaurada, pero que alquiló a buen precio cuando matrimonió
con la paciente Valeria.
Pasaban los años y le iban llegando, a través de
otros más motivados compañeros de colegio, unos nuevos
conceptos y procedimientos metodológicos en los que nunca quiso
profundizar, por un evidente desinterés hacia los mismos. ¿Cuáles eran los
títulos de estas nuevas formas didácticas? La atención personalizada a la
diversidad. El aprendizaje a través de los talleres de juegos. La eficacia del
trabajo cooperativo grupal. La aplicación de las nuevas técnicas informáticas y
otros medios audiovisuales en el proceso de la enseñanza y el aprendizaje. Los
incentivos de la enseñanza por descubrimiento. La rentabilidad metodológica de
las salidas extraescolares del aula, para el estudio in situ de los contenidos
de aprendizaje. Las ventajas del trabajo por monitorización. Las comisiones de
mediación, para resolver muchos de los conflictos e indisciplinas escolares. La
elaboración y el seguimiento de los proyectos curriculares de aula. Las
alternativas a los exámenes tradicionales, con los procesos periódicos de
evaluación y autoevaluación. Evidentemente, este mundo de la nueva escuela no iba con él. ¿Cómo mantener esta
ficción, en la que la autoridad de un padre insensible le había sumido,
contando con su más que manifiesta débil voluntad?
Cada vez estaba más convencido acerca de la
conveniencia de dar un golpe de timón, muy difícil pero necesario, objetivo que
venía barruntando desde hacía tiempo con su mujer Valeria. Persistir trabajando
en una profesión para la que se carece de una mínima actitud vocacional supone
un clamoroso error y una íntima frustración personal. Ciertamente, dos
elementos contribuyeron a facilitar esta drástico y
trascendental cambio en la vida de un maestro, sin ánimos para continuar
en esa bendita profesión.
Una de estas circunstancia propulsoras fue la jubilación de D. Viriato, importante evento en la
vida de un padre absorbente, acontecimiento al que unió la paralela separación
matrimonial con su esposa Bibiana. En este hecho familiar tuvo una decisiva
influencia la vinculación afectiva del viejo maestro con una bella mujer, 23
años más joven que él, llamada Lania. Esta
radical acción, en el comportamiento de un padre siempre perfecto, parece que dio
alas a su acomplejando hijo, a fin de buscar un mayor protagonismo vital que le
“liberara” al fin de la agobiante “cadena” de la influencia paterna.
Otro hecho facilitó también el cambio de vida que
se había propuesto realizar Heraclio. La amistad con un buen compañero de
trabajo, Claudio Bentabol, le permitió conocer los datos básicos de una futura
convocatoria de oposición para cubrir plazas de
auxiliares en la Renfe. El hermano de Claudio era en ese momento subjefe
de la Estación de ferrocarriles, en Ciudad Real. El frustrado maestro puso todo
su empeño y esfuerzo en preparar esa “apetecible” convocatoria. Las aprobó con
buena nota, obteniendo una apetecida plaza laboral, tras renunciar a su puesto
funcionarial en la enseñanza pública. Durante algunos meses estuvo trabajando,
con destino provisional, en la expedición de billetes y en otras tareas
administrativas y de atención al público. En la actualidad, tras unas pruebas
de promoción interna, presta sus servicios como factor de estación, en una
importante localidad de la provincia de Córdoba, ciudad a la que se trasladó
junto a su mujer Valeria y su hija Cristal que ya alcanza los siete años de
edad.
Ahora trabaja, para su felicidad y equilibrio
anímico, cerca de los trenes, afición y “sentimiento” que no le ha abandonado
desde que era pequeño. Atrás quedó el magisterio docente, con dos apreciables
ventajas para los dos principales protagonistas implicados. En primer lugar los
alumnos, que no tienen que seguir soportando a un profesor sin vocación en la
difícil pero importantísima labor de formar a las futuras generaciones
ciudadanas. La seguridad de un sueldo mensual nunca debe justificar el
ejercicio de un trabajo que, sumido en la rutina y sin alma ilusionada, te hace
profundamente infeliz. En segundo lugar, los alumnos no sólo se liberan de un
mal maestro, sino que además éste encuentra su verdadero y feliz camino,
vinculado a otra actividad profesional. En este caso, al mundo del transporte y
a esos trenes que permiten la movilidad de las personas. Fue una decisión
difícil, pero valiente, inteligente y honrada.
Siendo muy pequeño, no tendría más de dos o tres
años de edad, Heraclio acompañó a sus padres y hermana para realizar un viaje en un tren correo, desde Madrid a
Salamanca. El motivo de este desplazamiento, llevado a cabo durante las
vacaciones del verano, era ir a visitar a los abuelos, maestros de profesión,
con destino en esa bella y monumental ciudad castellana atravesada por el
Tormes. En pleno y lento desplazamiento (eran los primeros años cincuenta, de
la anterior centuria) su padre don Viriato le llevó hasta la máquina de vapor
que arrastraba al pesado convoy de vagones, para que conociera el singular y
voluminoso artilugio motriz. Al llegar a la tan espectacular locomotora, los
dos operarios maquinistas que controlaban la marcha del tren permitieron
amablemente que padre e hijo conocieran el cuadro de mandos e incluso que se
“acercaran” (con cierto miedo o recelo en ambos, desde luego) al gran fuego de
la caldera, a fin de que disfrutaran con esas imborrables y didácticas
imágenes. Era exactamente el ya muy lejano año de 1955. Aquella experiencia de
impacto quedó grabada en la mente de un crío que caminaba a la vida y que, al
paso de los años, nunca ha olvidado la significación que el ferrocarril ha
supuesto para su vida y su proyección laboral. Heraclio consiguió, al fin y
tras esos tres lustros de magisterio, ser un eficaz y feliz factor en la emblemática
compañía de transporte que representa a los ferrocarriles de España.-
VALENTÍA INUSUAL
EN UNA DIFÍCIL DECISIÓN
José Luis Casado Toro
Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la
Victoria. Málaga
13 Septiembre 2019
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