Son
muchas las personas que tienen el estupendo hábito de llevar, casi siempre
consigo, una pequeña cámara de fotos de
las denominadas “compactas”. Para aquellos a
quienes mucho gusta la fotografía ese acompañamiento está más que justificado.
La oportunidad de poder tomar una buena instantánea, en los momentos más
insospechados, justifica el no tener que ir siempre cargado con los abundantes
gramos de peso que tienen las voluminosas cámaras réflex.
Ciertamente las cámaras incorporadas a los teléfonos móviles hacen muy buenas
tomas. Extraordinarias fotografías, gracias a los sofisticados programas digitales
que llevan incorporados. Sin embargo, una cámara compacta o réflex es siempre
una opción preferida (sobre los móviles y sus cámaras adjuntas) para quienes
buscan la creatividad personal en el ámbito de la imagen.
A nadie se le oculta la grata realidad del avance
“infinito” que ha supuesto la fotografía digital.
Además del número “infinito” de tomas que puedes hacer (¿cuántas fotos pueden caber en una memoria
de 10 gigas, por ejemplo? comparándolos con las posibilidades de los rollos de
película tradicionales, que sólo permitían 12, 24 y 36 fotos) la nueva
revolución digital hace posible que con una pequeña compacta y con la ayuda
posterior del ordenador puedas conseguir unas composiciones de gran calidad,
prácticamente similar a la de una cámara profesional.
Se puede afirmar, sin temor a equivocarse, que a la
mayoría de las personas les gusta tomar y conservar fotos. Principalmente, por
los numerosos recuerdos que estos documentos gráficos permiten atesorar en
nuestra mente. Hay verdaderos “artistas” que elaborar
magistrales composiciones fotográficas con diestra creatividad. Son celebridades
en el mundo de la imagen, que muestras sus obras en aclamadas exposiciones y
participan en concursos, con el subsiguiente reconocimiento en menciones y
premios. Sin embargo el común de la ciudadanía gusta
ir conservando y guardando las tomas que realizan en los archivos de sus
ordenadores, a fin de poderlas disfrutar o usar para fines diversos (personales,
afectivos, literarios, publicitarios, empresariales, ornamentales, etc). El
atractivo mundo de la fotografía cada vez tiene, de manera afortunada, más
adeptos y entusiastas seguidores.
La historia que se narra a continuación sueñe
ocurrir con más frecuencia de lo que a priori puede pensarse. El Dr. en
Medicina, Gumersindo Parol Manzano, cirujano
oftalmólogo, tras 45 años de ejercicio activo en la profesión, alcanzó su
merecida jubilación al cumplir los 70 años de edad. Paralelamente a su
reconocida profesionalidad médica, sigue practicando su gran pasión o afición
artística: el mundo de la fotografía. En su vetusta, pero señorial, casa
residencial, ubicada en una zona del este malacitano muy próxima a la bahía,
posee un verdadero museo de marcas de cámaras fotográficas, pertenecientes a
épocas muy diversas del calendario. Con este apreciado y valioso material, Gumer
(para los familiares y amigos) ha
fotografiado o “inmortalizado” (e incluso posteriormente ha revelado en su
pequeño laboratorio –cuando utilizaba los rollos de celuloide como base para la
toma de imágenes) a miles de personas y paisajes, lugares y rincones,
monumentos y sensaciones, tomados no solo en la ciudad donde nació y reside,
sino en innumerables espacios geográficos que ha ido visitando a lo largo de su
ejemplar y dilatada existencia.
A este buen aficionado a la fotografía es frecuente
verlo hoy pasear por los más insólitos parajes de la ciudad, recorridos que
realiza tanto por las mañanas como por las tardes, siempre provisto de una muy querida,
ligera y funcional cámara compacta que celosamente transporta en el bolsillo de
su chaqueta, abrigo o bolsa de piel (la pesadez de las réflex ya no las
soporta). Con ella va tomando significativas y curiosas imágenes que reflejan
el encanto, la belleza y el arte de la composición, junto a los mensajes que
subliminal o explícitamente “hablan” y transmiten esa información aclaratoria o
complementaria al grafismo de las formas.
Las más de las veces, suele ir acompañado en sus
paseos fotográficos por su amigo y compañero de profesión, Anselmo de la Colina y Ruices, médico pediatra,
también hoy jubilado. Ambos “galenos” se conocen desde “tiempos inmemoriales”,
según reconocen y manifiestan con gracia, pues además de los claustros
universitarios, ya gozaban con los juegos y las pandillas juveniles, en tiempos
añorados de la adolescencia. La crudeza del destino ha decidido que en estos
gozosos años de su “pase a la reserva” ambos septuagenarios coincidan
igualmente en la muy dura experiencia del paso a la viudedad, difícil situación
que los dos amigos sobrellevan y asumen con admirable y ejemplar entereza e
inteligente voluntad.
El veterano Gumer ha tenido que luchar, con
esforzada tenacidad, a fin de dominar o “defenderse” en lo posible por el mundo
complicado de la informática, tanto para el ejercicio profesional en la gestión
médica, como para su aplicación al mundo
de la fotografía y sus imágenes digitales, tomas que con frecuencia hay que
retocar y en lo posible mejorar. Con tenacidad, pero sin olvidar esos
simpáticos refunfuños que le caracterizan, suele irse a la cama ya en la
madrugada, pues cada noche dedica alguna hora, o incluso algo de más tiempo, para
organizar y trabajar sobre las tomas de imágenes que ha ido realizado durante
la jornada. Sobre todo está inmerso en la ímproba labor de ir pasando las miles
de fotos impresas en papel fotográfico, que acumula en sus bien organizados álbumes
(muchas de ellas con décadas de antigüedad y soportando ese amarillento y
pérdida de tonalidad cromática que nos indica su evidente lejanía en el tiempo)
a formatos y archivos digitales, buescando su mejor tratamiento y conservación.
En esta tarde del sábado, los dos amigos han decidido
subir nuevamente, con lentitud y haciendo numerosos descansos, al entorno del Parador de Gibralfaro y esos paisajes con historia
del Castillo que domina “militarmente” la ciudad. Es un grato pero “duro”
ejercicio físico que periódicamente realizan, pues quieren mantener un buen
tono físico para ese peso que, con los descuidos culinarios, se va acumulando
en sus organismos. Desde algunos de los miradores que jalonan el amplio y
versátil espacio orográfico, Gumersindo ha estado tomando fotos de ese romántico
atardecer que ofrece Málaga. Destaca en sus tomas el revitalizado cromatismo
popular del puerto marítimo, los bellos jardines del Parque, sin olvidar los
amplios espacio urbanos que dibujan una planimetría de singular belleza que
ofrece el poliedro geométrico de viviendas, con sus singulares tejados y
terrazas, formando las calles, las plazas y las principales arterias viarias. Aquella
noche, después de cenar, el oftalmólogo jubilado lo vemos convertido en un avezado
fotógrafo digital, repasando el material acumulado durante una fructífera
jornada de paseo, conversación, fotos y ese aperitivo vespertino que ayuda a
compensar el saludable esfuerzo llevado a cabo (la bajada de la colina de
Gibralfaro decidieron hacerla viajando en el bus municipal nº 35).
En muchas de las tomas, Gumer comprueba que se han
ido “colando” algunas personas, hecho inevitable a causa de que era un día en
la que muchos malagueños y visitantes suben e ese paraje o colina privilegiada
para tener las posiblemente mejores vista de la ciudad. Le llama la atención
que en una de las fotos, junto a otras personas situadas en un lateral de la
composición, hay un
hombre mayor, probablemente con una edad similar a la suya y a la
de Anselmo. Ese ciudadano soporta una avanzada calvice. Lo curioso del
personaje es que está mirando con fijeza a la cámara (lógicamente, al fotógrafo
que realiza las tomas) mostrando una puntual e intensa mirada de “pocos
amigos”, casi se diría que aplica a su mímica facial un manifiesto enfado o
rencor enconado.
¿Le habrá molestado haber sido fotografiado, al
estar dentro del plano de composición focal? En realizad, Gumersindo, con la
experiencia que atesora, trata de evitar hacer tomas directamente de frente y
por supuesto en la que aparezcan niños o personas que deben mantener su
privacidad o ese derecho a la imagen tan en boga en los tiempos actuales. Ese
señor que parecía tan enfadado se hallaba
situado junto a una señora que debía ser su mujer y que no prestaba demasiada
atención al objetivo del fotógrafo. Separó dicha toma de las demás pues había
algo en ella que le preocupaba, aunque no sabía concretar el porqué ¿Quién
sería ese hombre de tan agria mirada?
Dándole vueltas al curioso asunto y, aunque eran
más de las doce de la noche, conociendo el consolidado insomnio que también
padecía su íntimo Anselmo, le envió por correo electrónico esa foto concreta (de
la que hizo un buen recorte) pensando que igual su amigo podría sacarle de dudas.
Le escribía un corto párrafo diciéndole “¿Conoces a ese señor que me regala tan
enfadada y poco amistosa mirada? La verdad es que su cara me dice algo pero no
sabría decir qué”. Para su sorpresa, no recibió respuesta al mensaje, sino que
a los pocos minutos sonó su teléfono móvil. Al otro lado de la línea estaba
Anselmo “Colino” como en broma a veces le denominaba. El contenido de la
respuesta, verdaderamente inesperada, inestabilizó su noche y su estado de
ánimo.
“Dudé si te habrías dado cuenta en
ese momento, pero no te quise decir nada para evitar incomodarte porque conozco
bastante del trasfondo de una lejana historia que os vincula. Aunque se
encuentra muy cambiado físicamente, allí en el mirador estaba, posiblemente junto
a su mujer, nuestro antiguo compañero de facultad, Efrén Docampo Villamedina. Ahora soy consciente que no lo has
reconocido, pero él sí lo hizo con respecto a tu persona. Han pasado mucho
años, prácticamente medio siglo. Pero ya sabes que la memoria es una de mis
facultades que bien conservo, dentro de este cuerpo inevitablemente vapuleado. Tengo
ahora en mi retina una tensa y complicada historia que os enemistó, pues erais
muy afectos y de la que yo fui un privilegiado espectador. Seguro que ya tu
memoria se va refrescando, amigo Gumer. Prefiero no seguir, pues sé que es un
tema que a pesar del tiempo transcurrido no te agradará desde luego comentar”.
Gumersindo le dio las gracias a su amigo,
deseándole un feliz descanso. Fue a la cocina y se preparó una infusión
relajante, sentándose a continuación en su butaca preferida, tras la cristalera
de la terraza, desde la que se veía un sosegado cielo azulado, iluminado
delicadamente por la luz de la luna. Sin mayor dificultad afloró en su mente un
complicado episodio que le trasladó con presteza a otra etapa, muy lejana, de
su vida.
Recordaba a Efrén como un apuesto compañero de
clase, apreciado por una gran mayoría de compañeros, futuros doctores en
medicina. Entre él y Gumer existió desde que se conocieron en la facultad una
connivencia afectiva que fue labrando esa gran amistad que se prioriza entre
todas. Este íntimo compañero y amigo puso sus ojos y deseos en una compañera de
curso, joven y de esbelta belleza, que lucía además un precioso nombre: Liria Paula del Mar Monasterio quien, a lo largo del
tiempo y por los azares del destino, acabaría siendo precisamente la mujer del
hoy solitario oftalmólogo. El noviazgo de Efrén y Liria destacaba por sus
recíprocas muestras de afecto, siempre juntos y muy “acaramelados” en ese
ambiente jovial de los ámbitos universitarios. Se sabía que la muy unida pareja
incluso convivían en un pequeño
apartamento estudiantil que ambos habían alquilado.
En esa
lejana etapa de alocada juventud, Gumer , de manera osadamente insensata y
egoísta, puso sus ojos en la por todos admirada Liria Paula, comenzando un
habilidoso y desleal proceso para echarle “los tejos” y sus deseos
incontenibles de relación amorosa. Dicha traicionera operación la intensificó
en esa etapa del postgrado, cuando unos y otros iniciaban la intensa
preparación para los exámenes del MIR, fase de tensión y esfuerzo que alteró el
equilibrio relacional de una idílica pareja que todos pensaban y aseguraban acabaría
en el altar. Para sorpresa de Efrén y del entorno estudiantil, de la noche a la
mañana Liria dejó plantado a su novio y compañero de siempre, vinculándose a los cantos de
sirena que tan bien había preparado el egoísmo traicionero de un amigo infiel,
falto del exigible y sereno equilibrio. Fue un “escándalo social” que dejó
malparada la imagen de Gumersindo, no sólo ante Efrén sino también ante muchos
de sus compañeros. Con el discurrir del tiempo, Liria se convirtió en la esposa
de un joven médico oftalmólogo, el Dr. Parol, que paulatinamente iba labrando
una prestigiosa imagen profesional, con su buen
hacer, en ese ámbito ocular de la
medicina. Gumer y Liria han compartido
una equilibrada vida conyugal durante 39 años, tristemente finalizada el año
pasado en que la siempre bella mujer falleció por una enfermedad, no grave en
principio, pero inapropiadamente tratada.
Aquella noche Gumersindo apenas pudo conciliar el
sueño, pues “traviesos” e incómodos recuerdos se le agolpaban en su mente. Nunca
tuvo el humilde gesto de pedir perdón o al menos unas disculpas explicativas,
al que había sido su amigo íntimo y había tratado con tan abyecta deslealtad.
Los egos de la inmadurez superaron las más elementales normas relacionales y de
respeto debida hacia todas las personas, pero más hacia aquellos que están más
cercanos en nuestro pequeño mundo existencial. Desde luego Efrén nunca supo
superar aquella traición procedente de la persona en quien confiaba y que
cruelmente había aprovechado un puntual momento de crisis en la pareja para
cometer esa felonía contra las reglas de amistad. Y la casualidad había
provocado que esa tarda de otoño, una de las decenas de fotos que solía tomar
en los días, removiera todo ese oscuro episodio de su conciencia. El caprichoso
destino había provocado esa mirada rencorosa y hostil de un hombre “cazado” por el objetivo angular
de su máquina compacta. La muy enfadada expresión, teñida de frustración, odio
y rechazo, correspondía a su antiguo e íntimo amigo, compañero de facultad,
Efrén Docampo.
En la tarde siguiente, Anselmo y él dieron el usual
paseo vespertino, con merienda incluida en la parte central del trayecto. Era
previsiblemente inevitable que surgiera el “espinoso” tema de Efrén, una de
esas cuestiones irresueltas o pendientes en la vida de las personas. El antiguo
pediatra fue quien sacó a conversación, con suma delicadeza, este asunto. Aprovechó
para ello un descanso en la saludable caminata que ambos realizaban por el
Paseo Marítimo del Oeste. Sentados en una cafetería de la zona, con unos cafés
y hojaldres para el alimento, Anselmo abordó directamente la presencia del “invitado inesperado” en la foto que había tomado su
amigo.
“Era difícil reconocer al hombre de
la foto, lo acepto, pues ha perdido su frondosa cabellera y la esbeltez de su
cuerpo. El paso de los años hacen que acumulemos kilos de peso en nuestro
cuerpo, perdiendo la elegancia y dinamismo que regala la juventud. Vemos
reducirse paulatinamente nuestra estatura, debido al desgaste de los discos
intervertebrales y la propia curvatura de la columna corporal. Pero los cierto
es que teníamos a muy poco metros al compañero Efrén. Verdaderamente muy
cambiado en su físico, de eso no se puede dudar. Este señor, perteneciente a
“nuestra quinta” en la edad, se coló sin que tu lo pretendieras, en la
panorámica de tu objetivo focal. Ahora tienes en tu ordenador un documento muy
interesante que te está hablando y recordando una importante cuestión, un
comportamiento insensato que no supisteis o pudisteis resolver en su momento, a
consecuencia de vuestra edad e inmadurez. Desde luego, su expresión de rencor
lo dice todo. Pienso que el triste fallecimiento de Liria le tuvo que llegar y
afectar, pues era persona muy conocida y querida. Pero lo que me preocupa es
que Efrén, a pesar de haber transcurrido prácticamente cuatro décadas desde
aquellos hechos, no ha superado esa supuesta o real “puñalada sentimental” que
le aplicaste por la espalda. Confieso que tuvo que ser muy intensa la relación
que mantuvo con Liria, aunque es complicando entender la actitud de ella cuando
se echó en tus brazos. Te hablo con cierta dureza, aunque sé que me entiendes y
justificas por la amistad que nos une. Desde luego lo hago aplicando la mejor
voluntad.”
Gumersindo, moviendo con ritmo cansino la
cucharilla de su taza de café, escuchaba en silencio las sensatas palabras de
su amigo, asintiéndolas con ese movimiento perpendicular de cabeza que trasluce
una íntima reflexión. “Éramos muy jóvenes, Anselmo.
Desde luego que hoy no habría
actuado con tan “infantil ligereza”.
Anselmo decidió intermediar, con la aceptación
implícita de su amigo, entre dos compañeros que aun en la avanzada madurez de
sus vidas no aplicaban el don de la palabra y la racionalidad a fin de alcanzar
la necesaria y relajante concordia. Con sagaz habilidad logró obtener los
necesarios datos a fin de localizar al compañero traicionado u ofendido por
Gumer hacía más de cuarenta anualidades.
Tras muchas gestiones aplicadas al efecto, al fin
logró contactar con el técnico jubilado de laboratorio y mantener una
interesante entrevista, en otra fría tarde otoñal. Las palabras de Efrén resultaron
meridianamente claras sobre el espinoso asunto.
“Agradezco tu desinteresado esfuerzo,
mi viejo compañero Anselmo, por intentar mediar en un conflicto entre dos
personas, que ambos arrastramos desde hace más de cuarenta años. La vida es así
y hay que saber aceptar sus dictados. A estas alturas de mi vida quiero
conseguir al fin un poco de paz espiritual y por ello acepto esas disculpas, a
modo de perdón, que me transmites por parte de Gumersindo. Pero también quiero
serte sincero. Prefiero no hablar directamente con él pues, por mucho que me
esfuerzo, hay algo en su persona que me repele desde lo más profundo de mi ser.
Podría hacer como teatro, pero a nuestros muchos años la hipocresía carece
absolutamente de sentido y no quiero aplicarla a mis actos. Tú has cumplido con
tu hermosa gestión. Yo transmito mi perdón a través de tu persona, Pero llego hasta
ahí. No deseo avanzar mucho más. Cada uno de nosotros debe navegar con los
vientos favorables o disuasorios para sortear con suerte o desgracia el oleaje
y las rocas acantiladas. Me entiende ¿verdad? Nos seguiremos viendo. Esa es mi sana intención.”
Pero la tenacidad, aplicada con prudencia e
imaginación “mueve montañas”. Pasaron semanas
y meses. Y un 19 de septiembre, fecha a caballo entre un verano que se alejaba
y un otoño que reaparecía, dos hombres se hallaban de pie, separados por solo
unos centímetros, observando la realidad de la vida. Juntos colocaron un ramo
de rosas rojas y lirios blancos, ante una loseta de mármol que informaba acerca
de una persona que ya no estaba físicamente en sus vidas. Ese día era
precisamente la festividad onomástica de Liria. Ambas personas homenajeaban a
una mujer que había tenido una honda influencia en sus respectivas vidas. A
unos metros de distancia, un tercer hombre, coetáneo y amigo de los otros dos,
contemplaba la hermosa y estimulante escena, tras cuatro décadas de visceral enemistad.
Anselmo sonreía. Se sentía feliz pensando que donde quiera que estuviese, Liria
también estaría haciendo lo propio. Por cierto, acababa de tomar algunas fotos
utilizando prestada la máquina compacta de Gumer. Esas entrañables fotos con
dos protagonistas, Gumer y Efrén en actitud conciliada, frente el símbolo de
otra querida ausencia en el reino de lo onírico, despiertan y generan
sentimientos positivos para creer en la bondad que a veces somos capaces de
aportar.-
UN INVITADO INESPERADO
EN LA COMPOSICIÓN FOCAL
José Luis Casado Toro
Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la
Victoria. Málaga
20 Septiembre 2019
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