Son dos palabras opuestas
en su semántica o significado, ambas con una larga historia desde prácticamente
el origen de los tiempos. ¿Cuáles son estos dos calificados vocablos? El premio, como “aplauso” y estímulo para quien lo
merece y consigue, se opone al castigo, como
penalización y advertencia ejemplar o disuasoria para quienes infrinjan las
normas establecidas. Uno y otro concepto son socialmente controvertidos, pero
hay unanimidad en exigir que su aplicación sea justa. Y esa controversia o
discusión en su aplicación, tanto para los ciudadanos que son merecedores de
premios o distinciones, como para aquellos otros miembros de la sociedad, a los
que ésta exige la reparación de la falta perpetrada con el ejercicio de la
justicia basada en las leyes, deriva de motivaciones y fundamentos muy
variados: ideológicos, educativos, sentimentales, psicológicos e incluso
espirituales. Y así aparecen en el fondo de esos posicionamientos contrastados
y muchas veces radicalizados, la naturaleza bondadosa, malvada, generosa,
envidiosa, comprensiva, sectaria, humanizada o vengativa de las personas. Pero
el que los dos conceptos o valores puedan ser objeto de discrepancia, no impide
que ambos se sigan aplicando universalmente a fin de estimular o disuadir a la ciudadanía de los fundamentos
y respuestas que aplique a su comportamiento cívico. De todas formas las
discrepancias y los posicionamientos continuarán, pues son elementos
constitutivos de la humana y complicada naturaleza de las personas.
En la historia que a continuación se relata, uno de
estos dos conceptos “enfrentados” va a tener un significado y especial protagonismo.
Vayamos, pues, a conocer los elementos básicos de esa narrativa que, tras su
conocimiento y plácida lectura, posibilitará la reflexión del lector, quien ha
sido amablemente invitado a realizar una inmersión espectadora o incluso a
compartir con imaginativa empatía ese trocito de vida.
Nos acercamos con respetuosa curiosidad a un
pequeño pueblo de la serranía, localidad cuyos habitantes viven
fundamentalmente de la agricultura y de la ganadería y que difícilmente alcanza, según el último
censo estadístico de la población, los seiscientos habitantes. En ese rural conjunto
demográfico predominan, de forma mayoritaria, las personas de edad avanzada o
incluso ya en su etapa de plena jubilación, pues los jóvenes aprovechan
cualquier oportunidad laboral que se les presenta para desplazarse a la capital
de la provincia. Allí buscan trabajar fundamentalmente en la construcción y en el
polivalente sector de los servicios, sobre todo en las actividades turísticas.
Mientras tanto sus padres y abuelos permanecen anclados a la tierra,
subsistiendo con los frutos del agro y la crianza de los animales.
Los dos munícipes que en las últimas décadas han
ejercido, en diferentes y alternadas etapas, la función de alcaldes han intentado desarrollar o potenciar, en
distintas oportunidades, las interesantes posibilidades del turismo rural, aprovechando
la existencia de numerosos caserones que en el pueblo llevan deshabitados
muchos años. Los jóvenes herederos de esos vetustos inmuebles suelen buscar en
la emigración, hacia las zonas con un mayor porvenir laboral, la realización de
sus ilusiones y objetivos de cambio de vida. Sin embargo ese turismo basado en
la naturaleza difícilmente ha sabido o podido arrancar, debido a fallos
organizativos o voluntaristas, aunque también por las deficientes infraestructuras
de la zona, con unas muy antiguas comunicaciones y carreteras que dificultan o
disuaden el desplazamiento vacacional a éste y otros pueblos de la comarca
serrana.
Este tranquilo
y vetusto municipio tiene por nombre Villasierra
del Molino, toponimia alusiva a la existencia de un viejo molino de
harina que aún permanece erguido con sus grandes aspas al viento, aunque ni los
más viejos del lugar recuerdan cuando ese eólico mecanismo dejó de girar para
sustentar la molienda del grano. Los habitantes de este pueblo “olvidado” en
medio de la naturaleza se abastecen para sus necesidades en el colmado del tío Colás, también muy veterano y bonachón
comerciante que se ocupa de traer, desde las ciudades cercanas o más alejadas
de la geografía peninsular, aquellas mercancías demandadas por los lugareños,
de manera espacial alimentos, ropas e incluso algunos electrodomésticos para el
uso cotidiano de las distintas familias.
Como antes se ha sugerido, la jefatura municipal de
la localidad se la han ido repartiendo, durante las últimas décadas, dos conocidos
vecinos del pueblo que llevan viviendo sus muchos años de existencia anclados en esta bendita tierra que les vio
nacer. En la actualidad ejerce el cargo de alcalde (tras las últimas
elecciones) Pelayo Venciales Romanillos, el
tabernero del pueblo quien, a sus sesenta y tantos años de vida, continúa
sirviendo los vasos y jarras de vino, además de refrescantes cervezas, con las
que sosiegan esas largas horas de asueto y tiempo libre los habitantes de estas
tierras cuando no están en plena actividad laboral. Pelayo hizo de joven la
mili en el cuerpo legionario asentado en Ceuta, experiencia de la que se
muestra felizmente orgulloso. Además de la taberna, es propietario de unas
fanegas de tierra en donde tiene plantadas viñas, que le proporcionan algo del
vino que bien sabe preparar en unas bodegas ubicadas precisamente en los
sótanos que construyó debajo de su establecimiento, denominada El Jilguero. Es comidilla frecuente, en las tertulias
generadas para distraer las tardes y las mañanas entre los convecinos del
pueblo, el gran “braguetazo” que dio el Sr. Alcalde en sus años mozos,
casándose por la Iglesia (por supuesto) con una rica viuda que le llevaba no
escasos años en su tarjeta de identidad. La “legionaria”, como muchos la
llamaban ya no está en este mundo. La bien “acicalada” señora había aportado a
su matrimonio con Pelayo un rico patrimonio, rural y ganadero, de su difunto
primer marido, don Facundo, poseedor de un lejano título de la baja nobleza
(conde de Villacelada) que fue perdiendo “la cabeza” y al final su propia vida,
por su excesiva afición al disfrute embriagador con los licores y otros
manjares “báquicos” de la mejor marca. Hay que añadir que la ideología del
alcalde vigente, Pelayo Venciales, es profundamente conservadora, de “derechas” o más desde toda la vida.
Sin embargo el actual primer edil se lleva civilizadamente
bien con su gran rival en las urnas electorales y también varias veces alcalde Emerindo Cidral Varadero, con varios apelativos o
motes populares, siendo los más utilizados “el meriendo” y “el cortadillo” por
la alusión al condumio y cidra de su nomenclatura. Cuando se le conoce a través
de un largo trato, descubre su generoso y social carácter, aunque tiene sus
prontos de zoquete testarudo y bastante “cabezón” en sus posicionamientos. A
pesar de haber ostentado el cargo de alcalde, en más una ocasión, no ha dejado
de trabajar, a yunque y martillo, en el duro esfuerzo de los herrajes y las
forjas, propietario de un taller de herrería, heredado de su padre y abuelo,
para elaborar todo tipo de artesanías y utensilios con el hierro: aperos de
labranza, herraduras, llaves, cerraduras, ruedas y ejes de rodaduras, poleas,
rejas, puertas, bancos, ventanas, balcones y piezas varias para la utilidad
comunal y familiar. Todas estas artesanías de forja son fabricadas con su
esfuerzo continuo en el golpeo con la maza o el martillo, junto al calor de la
hoguera y en cualquiera de las estaciones del año. Emerindo sigue siendo el
ácrata o libertario que iluminó su juventud, aunque en los últimos años ha ido
evolucionando hacia posturas menos radicalizadas, aunque siempre dentro en la
izquierda ideológica. Podría ubicarse su concepción política en el espectro de
una horquilla que va desde el socialismo posibilista hasta el comunismo intelectual.
Cuando llega la época de las elecciones, los
vecinos del pueblo se van decantando en sus papeletas del voto por uno u otro
rival, aunque la frecuente alternancia en la alcaldía, entre ambos
contendiente, nunca lo es por un elevado número de votos de diferencia. Muchos
definirían la estructura electoral de este pequeño pueblo rural como la de
“casi empate técnico”. El Cortadillo y el Pelón (al tabernero le quedan muy
pocos cabellos en su cabeza) escenifican, a voces y gestos, su contrastada
ideología, sin embargo uno y otro se respetan y juntan sus esfuerzos para
resolver todos esos problemas que surgen en cualquier comunidad en el día a
día. Suelen hacerlo sentados en torno a una mesa con unos vasos de tinto de por
medio, néctar de los dioses siempre acompañados por algún platillo tapero, en
el que el chorizo al fuego, la morcilla frita o el lomo adobado nunca falta.
Faltaba casi medio año para la finalización del
actual mandato de Pelayo, como primer edil de Villasierra del Molino. Un muy
sofocante día, a eso de las cinco de la tarde, el alcalde se presentó en la
herrería del “Cortadillo” porque tenía
algo que comentarle. Hacía un calor insufrible, pues en ese calendario de junio
el tiempo había traído un viento de terral que puso la temperatura en treinta y
tantos grados centígrados. Sin embargo el esforzado y voluntarioso herrero
seguía con su duro trabajo pegado a la forja, haciendo unos marcos de ventana
que le habían encargado para la ampliación del zaguán en un cortijo de una
pedanía cercana.
“Buenas tardes, “Cortado”. Cuando
esta tarde pongas fin al martilleo, te aseas un poco y te pones ropa más
presentable. Pasa después por el Jilguero, que tenemos que hablar de alguna
cosa importante para el pueblo. Tomamos algo, pero hoy pagas tú pues cada día
te veo más “agarrao” con las invitaciones. También he invitado a don Bernabé,
que hoy duerme en Villasierra y es persona de muy buena cabeza para darnos sus
equilibrados consejos. Te espero sobre las siete y media, pues el calor ya será
menos fuerte. ¡No me faltes, Cortado!”
Cuando Emerindo llegó a la taberna del Pelayo, ya
se encontraba allí don Bernabé, el cura párroco
de Villasierra. Este venerable y barrigón sacerdote, con austera sotana pero
sin “coronilla eclesial”, tenía a su cargo la función pastoral de tres pueblos
cercanos de la Serranía. A pesar de sus años pasaba visita en diferentes días
por cada uno de ellos, aunque tenía casa propia en Villasierra, en donde vivía
junto a una hermana mayor, que le atendía en las necesidades propias de una
persona que acababa de celebrar sus “primeros ochenta años de vida” como
socarronamente decía, bastante bien llevados por cierto, aunque con esas
“averías” cíclicas en la “fontanería” corporal muy propias de la edad.
Se sentaron en una zona esquinada del interior del
recinto tabernario, a fin de poder hablar con una mayor tranquilidad. El
establecimiento se iba llenando de clientes desocupados, a esa buena hora del
día cuando el sol comenzaba su anaranjada despedida con el atardecer. Esta vez eligieron
tres sangrías, sin que faltara un platito con tres pares de tapas: la de
chorizo, la de morcilla y la de ese lomo bien adobado que sólo se podía
disfrutar en calidad preparado por las expertas manos del Pelayo el Pelón. Tras
dar buena cuenta de las primeras tapas, el dueño de la taberna y primer edil
tomó la palabra, con el teatralizado ceremonial “sobreactuado” que bien le
caracterizaba.
“No sois ajenos de que este pueblo
necesita estímulos para no dormirse definitivamente en el letargo y yo, como
alcalde que soy, tengo la obligación de promoverlos. Los jóvenes se nos siguen
yendo en desbandada, en cuanto superan la adolescencia, con el drama de que por
aquí no ha llegado el turismo de verdad, esa máquina benefactora que trae y
deja euros en las alforjas. Calculo que me quedan, más o menos, dos años de
mandato. En este período estoy dispuesto a crear dos “figuras” que nos
ayudarían a salir del anonimato en los mapas y darían aire a nuestra cada vez
más anémica economía.
A nivel turístico he pensado en crear
un balneario, para tomar esas aguas que mejoran
el estado general de nuestros cuerpos. ¿A qué aguas me refiero? Todos conocéis
que muchos de nuestros vecinos van a recoger agua en la Fuente del Ganso. Desde
mis padres y abuelos, siempre he escuchado que ese agua es buena para los
vientres pesados, cuando hacemos de cuerpo y el estreñimiento nos provoca
muchos problemas. El Fito y la Jacinta, entre otros, me han asegurado que sus problemas con el reúma se alivian
mucho cuando beben de ese manantial que está en la base de la Colina del
Águila. Regino,
el dueño de los mejores olivares de la comarca, me ha asegurado (cuando le he
hablado del tema) que está dispuesto a invertir unos “cuartos” bien ahorrados
para poner en servicio un viejo caserón en ruinas, que se encuentra a no más de
cuarenta metros del manantial. La propiedad de este antiguo caserón que podría
servir, tras su habilitación y reforma, para un centro saludable de aguas junto
a un hostal residencial, pertenece a una
monja de la Sagrada Forma como última heredera. Yo me encargaría de ir al
convento y tratar de negociar la cesión al municipio, a cambio de las
compensaciones en justicia y caridad que la orden recibiría”.
Los dos contertulios asistían a las explicaciones
de Pelayo el alcalde con una mezcla de interés, asombro y realismo al tiempo.
Por sus cabezas bullían otros muchos proyectos que se habían creado con “enorme
ilusión” en otras oportunidades y cuya realización concreta se había
derrumbado, una y otra vez, como un castillo formado por esas cartas de naipes
para la suerte de la baraja.
“La segunda gran idea, que llevo
barruntando desde hace algún tiempo, es
el proyecto de celebrar cada año, por Primavera, unos días de fiesta en torno a
una virtuosa persona, elegida entre los vecinos por votación, como el ciudadano ejemplar de esa anualidad. Ya os digo, sería
elegido entre los mejores vecinos, sin atender a su nivel económico o
intelectual. Sólo que el premiado con tan honroso título ha de ser un ejemplo
cívico entre sus cualidades humanas. Sería un fin de semana festivo, con
bailes, concursos, algún concierto y una gran comida popular. Al premiado con
tan excelso y apreciado reconocimiento se le entregaría, además del diploma
correspondiente, un buen regalo, costeado con los fondos sociales del
Ayuntamiento. Podría ser un viaje al extranjero o dentro de la geografía
española, que disfrutaría él o ella junto a su pareja, por supuesto con todos
los gastos pagados. Le daríamos a ese evento algo de publicidad, a fin de que
muchas personas de la región o de fuera de ella se animasen a visitarnos y a
conocer las bellezas de nuestras tierras”.
Don Bernabé aplaudía ambos proyectos,
comprometiéndose a estimularlos y “vigilarlos”. El veterano sacerdote se
preocupaba en evitar que estas novedades trajeran a la pequeña diócesis, que
paternalmente regía, malignas costumbres o comportamientos que perjudicaran la
salud espiritual y social de Villasierra del Molino. Sobre todo temía que la
llegada de turistas de “otras tierras” arrastrara con ellos ejemplos indeseados
o alejados de la doctrina católica que él se esforzaba en difundir cada uno de
los días con su venerable y ortodoxo magisterio.
Por su parte el Cortadillo ofrecía la eficacia de
su taller de herrajes para ese balneario de toma de aguas, que podría hacer
mucho bien a un pueblo que necesitaba cambiar el paso cansino de su “aburrida” dinámica
histórica. Aportó una idea llena de sensatez y agudeza “Sería conveniente
encargar a unos laboratorios especializados que realizaran un estudio analíticos
sobre la calidad y beneficios para la salud de ese agua que mana sin
interrupción desde la Fuente del Ganso”. En cuanto a la fiesta para la celebración y
homenaje del ciudadano ideal, la veía con obvias e interesantes posibilidades,
aunque aconsejaba actuar con el necesario tacto y prudencia en esta cuestión, a fin de evitar heridas
anímicas, viejas rivalidades, infantiles susceptibilidades, inesperados y
previsibles enfados o envidias malsanas.
El valioso reloj de pesas que el sagaz tabernero
Pelayo, a la sazón máxima autoridad municipal, mantenía presidiendo el gran
salón de su populoso establecimiento (colgado precisamente como emblema
“litúrgico” encima de la máquina para hacer los cafés) marcaba en sus góticas
manecillas casi las nueve de la noche. Dada la estación veraniega que la
meteorología ofrecía, el sol no se habían aún retirado en su totalidad, tras el
geométrico horizonte orográfico que rodeaba a esa modesta y reducida comunidad
rural. Lentamente y en silencio, las calles empedradas se iban vaciando de los muy
escasos viandantes. La mayoría de los lugareños aguardaban ya en sus casas
pintadas del blanco inmaculado la ingesta de una sopa migada bien caliente o
esa ensalada “regada de aceite” enriquecida con frutos mediterráneos. No
descuidaban, como rito báquico” sorber a ratitos ese jarro de vino teñido de
croma cardenalicio, néctar estimulante y embriagador que ayudaba a tonificar
los cuerpos y poder disfrutar de esa “nana” etílica en lo mental que les
acompañaba en el rutinario descanso. Era otra noche más, para la llegada de una
mañana casi igual a todas las demás.
Sonaron al fin las solemnes campanadas de la
Iglesia de los Remedios, a modo de latidos somnolientos para una veterana
comunidad alejada del bullicio y de la osada tecnología urbana. Ahí suspiraba un
pueblo de la serranía andaluza, en donde el silencio se disimulaba tras las necesarias
bambalinas de la paciencia, la sencillez acrisolada de la humildad, el
chascarrillo repetitivo de las manoseadas historias y ese letargo de un mañana
del que ya poco se espera, vivido en armoniosa y sumisa fraternidad.-
LATIDOS SOMNOLIENTOS, EN UN ALEJADO PUEBLO DE LA SERRANÍA
José L. Casado Toro (viernes, 30 AGOSTO 2019)
Antiguo profesor del I.E.S. Ntra.
Sra. de la Victoria. Málaga
Esperemos que el blog de jilguero
ResponderEliminarsiempre nos ayudarán a cuidar bellas aves.