Resulta cívica y humanamente elogioso intentar conciliar
una postura de acuerdo o acercamiento entre dos partes enfrentadas, aunque no
siempre se consiga ese plausible objetivo de la concordia, a pesar de todos
nuestros desinteresados y generosos esfuerzos. Y es que además, en no escasas
ocasiones, la parte mediadora suele salir “malparada”, puesta en tela de juicio
y enemistada con los protagonistas enfadados (que suelen “mandar a paseo” a
este “generoso” amigo común) mientras que por el contrario ellos vuelven a
conciliarse tras superar su más o menos complicada ruptura. Consideramos
insólita, absurda y hasta jocosa esta consecuencia, sin embargo sucede con
cansina e injusta frecuencia en los comportamientos humanos.
El relato nos acerca a Gerardo
Sencial Monasterio, quien había decidido dedicar esa tarde libre de
primavera, que le correspondía en lo laboral, a fin de recorrer de forma
placentera muchos de los rincones con encanto que siempre “aguardan” nuestra
visita, y que permanecen afortunadamente “vivos” en el seno de la antigua o moderna
ciudad. En los laboratorios clínicos donde trabajaba, había estado haciendo guardia
todo el domingo anterior. Por esta razón podía disponer del miércoles y jueves
tarde para dedicarlo a sus asuntos o intereses particulares. El estado
meteorológico acompañaba sus intenciones, con una tarde de finales de Mayo templada
y sin viento. Provisto de su bien usada y entrañable cámara fotográfica, se
dirigió hacia la zona histórica en donde había vivido gran parte de su dulce
infancia y adolescencia.
Fueron numerosas y testimoniales las tomas que iba
realizando de esas nuevas edificaciones y lugares de encuentro y ocio que él
recordaba muy cambiados, en su ubicación y estructura, a tenor del paso
innegociable del tiempo. Especialmente quiso detenerse, una vez más para el
sentimiento de su memoria, en aquella “destartalada” pero entrañable casa de
vecinos, con su gran patio interior o corrala. En
otra época allí los niños corrían y jugaban, mientras los mayores solazaban los
minutos, hablando, merendando, criticando o bromeando con todos esos
“chascarrillos” a los que siempre había que ponerle un punto de aplauso y
risas, tuvieran más o menos gracia en su contenido y forma de exposición. No
faltaban entre los miembros del castizo y viejo inmueble, todos muy
heterogéneos, campechanos, humildes y ruidosos, en su fraternal comunidad, las
discusiones, los gritos, los momentos divertidos y las ayudas generosas, de lo
que no era en realidad sino una gran familia, repartidas entre unidades de
pisos con puertas siempre abiertas para la sencilla y limpia amistad. En la
actualidad ya no existía ese espacio como tal, pero él se veía allí jugando y
corriendo con su patineta de ruedas con goma, material que facilitaba el
desplazamiento y templaba la acústica sobre una cementera con losetas varias como
pavimento, más que una solería uniforme y estable.
Como es frecuente que ocurra en los paseos, este
aún joven técnico de laboratorio se encontró, en su deambular fotográfico, con
uno de esos amigos que se conocen desde los tiempos adolescentes y con los que
se intercalan etapas de una mayor o menor relación y proximidad. En este caso
el amigo con el se cruzó era Valero Chinchilla,
gratamente vinculado a su “quinta” cronológica. Aunque habían estudiado el
bachillerato de ciencias juntos y “hermanados” en la amistad, sus destinos
profesionales se fueron separando ya en los años de juventud. Su amigo siempre
fue un fanático enamorado y asiduo de las salas oscuras, con las pantallas
gigantescas iluminadas para la generación de mil y una historias. Esta afición
al cine venía alimentada por la influencia de su tío Custodio,
quien trabajaba como proyeccionista o maquinista de cabina, en un señorial y
céntrico cine de la ciudad. Fueron abundantes los días en que su tío lo llevaba
a la “mágica” cabina de las películas, para que aprendiera cómo funcionaban los
dos gigantescos proyectores, con sus carbones voltaicos enfrentados para
generar la luz necesaria y, por supuesto, los entresijos en la manipulación de
los rollos del celuloide. Todo ello le permitía acumular en su caja de los “tesoros”
centenares de fotogramas desechados o inservibles para su exhibición. Valero no
se perdía película alguna proyectada en esa sala, incluso las de “mayores con
reparos” y las calificadas como gravemente peligrosas, por la calificación
eclesiástica. Pero Custodio disimulaba, pues siempre tuvo un espíritu algo
ácrata que de alguna forma influyó en su sobrino.
La inquieta personalidad de Valero intimó con una
jovial compañera de curso, en la secundaria del instituto, cuyo nombre era Dora
aunque todos la conocían también por Clamia. Gerardo
nunca supo con claridad el por qué de este cambio en la denominación de la
bella y activa compañera, pero lo cierto es que al paso de los años, la pareja
se unió en matrimonio civil y trajeron a la vida dos chavales que en la
actualidad alcanzaban los 7 y 5 años de edad. Precisamente, estos amigos y
antiguos “compas” de aula le pidieron que él “apadrinara” al más pequeño de sus
hijos, encargo que él aceptó con agradecimiento y lógica responsabilidad.
“La verdad es que no te he llamado,
Gerardo, porque he estado muy agobiado con el trabajo en las salas (hemos
tenido la Semana del Cine Europeo) y otros problemas, bastante complicados, que
te puedo contar, siempre que tengas un ratillo para escucharme. Nos podemos
sentar en una de las terrazas del puerto, que no nos queda lejos y así te pongo
al día de mis desventuras. En realidad, debes creerme, en más de una ocasión he
pensado en ti durante estas últimas semanas. Pero dudaba en meterte en este
embolado que me tiene más liado que un trompo”.
Minutos después, los dos íntimos y viejos amigos
estaban acomodados en la cafetería/bar El Galeón,
en plena zona portuaria, con esa brisa de levante que confortaba las epidermis.
Entre ellos descansaban sobre la mesa sendos cafés bien cargados, sin azúcar el
de Valerio, pues el proyeccionista estaba en proceso reductor debido al
sobrepeso ganado en días de bonanza y lujuria, según confesó a su intrigado
interlocutor.
“Ya sabes que llevo en la sangre un
espíritu muy liberal, en esta cosa de los sentimientos. Tal vez el tío
Custodio, a quien le debo tantas enseñanzas, fue el que me dejó esas
influencias ácratas o libertarias que tanto y bien le caracterizaban. La verdad
es que me cuesta imaginarle todas esa horas diarias encerrado, en la cabina de
proyección ¡Buen pájaro y buena persona que era! Total Gerardo, que yo, aunque
aprecio y valoro mucho a Clamia, necesito tener mis desahogos, por esos mundos
del amor. La verdad es que ella, la muy lista, siempre ha sabido disimular,
pero… por razones que se me escapan ha llegado a un punto en que ha dicho basta
o hasta aquí. Confieso que he tenido, incluso desde antes de pasar por el Registro
Civil, mis "asuntillos amorosos", para darle alegría a esas necesidades de la
naturaleza. Pero lo de ahora ha sido y es una experiencia más fuerte y
trascendente.
Se trata de Lina (Paula de la Oliva) una estudiante en Artes Escénicas, a
quien conocí en un festival del Cine francés que desarrollamos en la sala
principal del complejo. Un encanto de cría algo más joven que yo (tú yo somos
de la misma quinta, nacimos en el 83). Total, que le llevo 14 años, que no es
nada. Este asunto de faldas se me ha ido de las manos. Con la prudencia
necesaria, iniciamos una irresistible y embriagadora relación afectiva. Creían
tener todos los movimientos bien controlados y contaba, ¡como no! con el
disimulo usual de Clamia, Pero en esta ocasión la situación se ha desmadrado y
mi cónyuge me ha puesto las maletas en la puerta. Incluso ha llegado a más,
hablando de que va a contactar con una abogada, especializada en estos temas de
familia. Como ves, es un problema de envergadura. Mi relación con Lina, como en
otros casos anteriores, yo creo que iría perdiendo fuelle, aunque tengo que
reconocer que con nadie antes me había dado con tanta fuerza. El caso es que
estoy atrapado entre dos fuegos, valga bien esta palabra que uso. Por un lado
la estabilidad familiar, con los niños. Por el otro, este amor “enloquecido” e
irresistible, que me rejuvenece y transforma positivamente en otra persona,
cuando estoy con esta joven “divina” y subyugante. Necesito a las dos, mi buen
amigo.”
Gerardo escuchaba esta larga plática explicativa y
justificante al tiempo con atención, comprensión pero también con un punto de
indignación o enfado. Aunque apreciaba a su amigo de toda la vida y tenía
claros vínculos de fidelidad con la amistad que le deparaba, en lo más hondo de
su ser mantenía una acerba crítica a la forma de vida, muy ligera y desenfada
en su opinión, de Valerio. En diversas ocasiones había considerado a su amigo
como un ser irresponsable, amante solo de la buena vida. Y que en estos
momentos se hallaba a punto de echar por la borda una valiosa estabilidad
familiar, deslumbrado por nuevos cantos de sirena basado en caprichos, sueños y
obsesiva sensualidad Fue un poco duro con Valero en su respuesta, afeándole su manifiesta
irresponsabilidad. Aún así, le prometió que haría lo posible por ayudarle en el
entuerto en que se había metido. Se comprometía a mantener alguna entrevista, a
la mayor premura, con su también antigua amiga y compañera Clamia, para
disuadirle que adoptara posicionamientos drásticos e irreparables, sobre todo
pensando en dos críos pequeños, cuya infancia merecía una estabilidad y
seguridad, a fin de no dañar de manera desgraciada sus caracteres en plena
formación.
Así que comenzó una complicado y agotador proceso
de citas y diálogos con las dos partes que estaban radicalmente enfrentadas.
Una y otra eran amigas y muy afectas, no en balde esa relación procedía de unas
aulas juveniles, donde se cimentaron unos vínculos que hoy aparecían
prácticamente rotos, en dos de sus eslabones. El propio Valero había tenido que
pedir “hospitalidad” en casa de su madre, doña Alfonsa
del Parral, mujer de ideología extremadamente conservadora y muy pegada a
sotanas y liturgias. Precisamente su marido, hombre más liberal, hacía años que
había puesto distancia con su ultramontana cónyuge, y gozaba de los placeres y
los riegos de una vivencia en soledad. Sin papeles ni togas, uno y otro
caminaban su propia ruta por la vida, sin mayores reproches o conflictos.
Las conversaciones con Clamia fueron en extremo
difíciles, pues la madre de su ahijado le acusaba de estar de parte o en
connivencia con el adúltero de “su marido”. Gerardo defendía ante ella la
injusticia de esa dura percepción, pues él solo pretendía ayudar (trataba de
explicárselo con los mejores argumentos) para la recuperación del dialogo y la ruta de la
concordia en una pareja que, de una u otra forma, se tiraba los “trastos a la
cabeza”, en un clima de profunda intolerancia.
Las horas que “echó” el analista clínico con cada
uno de sus amigos fueron sumando muchos momentos contrastados de palabras,
confidencias, promesas, lágrimas, sarcasmos, ánimos, desalientos, copas e
infusiones, silencios y gritos, amenazas y sonrisas, acuerdos e
intransigencias… de tal forma que los días iban pasando y Gerardo se fue
replanteando el embrollo en el que se veía sumido por su amistosa y temeraria
generosidad. En esas diatribas se encontraba cuando una mañana, manejando las
probetas clínicas, tuvo una original ocurrencia,
la cual se dispuso a llevar a la práctica, siempre y cuando fuese aceptada por
Valero. Había pasado muchas difíciles horas con los cónyuges enfrentados. ¿Por
qué no dedicar alguna tarde a conocer, de una forma más directa, a la tercera
persona en discordia entre el mal avenido matrimonio. Dicho y hecho. Llamó a
Chinchilla y le planteó la necesidad u originalidad de conocer
de primera mano a Lina, esa Paula de la Oliva que estaba en el centro
del frente bélico de una joven y frustrada pareja convivencial. Valero estivo
plenamente de acuerdo con la inteligente idea que había tenido su amigo y le
facilitó los datos adecuados para que pudieran verse a la mayor premura.
El encuentro tuvo lugar tres días más tardes, un sábado de “terral
veraniego”, a las siete de la tarde. Curiosamente el punto de cita lo fijó
Gerardo en la bien decorada, por su realista ambiente marinero, cafetería El
Galeón. Tras las presentaciones, el “deslumbrado “ analista tomó rápidamente
conciencia de los juveniles incentivos, físicos y anímicos, que habían motivado
esa nueva y pasional aventura de su amigo del alma, con el subsiguiente
embrollo familiar cada vez más enquistado por cierto. Después de una hora y media
de amistosa y divertida charla, con esa mirada angelical de la joven que
desarmaba cualquier argumento en contrario, uno y otro interlocutor acordaron volverse
a ver con la mayor premura a fin de seguir analizando la conveniencia o no de
que Lina y Valero continuasen su “exciting love road” (emocionante camino de
amor) que con todos estos avatares iba también teniendo averías en el fuselaje
sentimental, sensual y orgánico de la amorosa experiencia.
Como en tantas y tantas historias, la evolución de
esta peculiar narrativa hay que conocerla y analizando pasado un tiempo
razonable de los hechos más ilustrativos que conformaron la estructura de su
trama argumental.
Gerardo, aunque ha mantenido algunos vínculos afectivos con su compañera de
laboratorio, titulada y prestigiosa analista, Nora Bersala Pla (cuarenta y un años, siete más
que su compañero de trabajo) ha terminado por convencer a Lina de que sus caracteres
son muy coincidentes y podrían explorar una experiencia en pareja, con
inteligentes incentivos recíprocos. La unión en convivencia de los nuevos
enamorados marcha viento en popa, con otra atractiva fase del amazing love road
(increíble o emocionante camino del amor).
Por este desleal hecho, Valero,
despechado y “traicionado” tiene y lleva a cabo el firme propósito de no
dirigirle la palabra al que fue íntimo amigo y es también padrino de su hijo
mayor. Ha reanudado la convivencia del Clamia quien
en lo más íntimo de su corazón sigue guardando ese secreto que mantiene desde
que tenía 17 años. Siempre se sintió atraída por Gerardo, pero este pasó de
ella, ignorando sus requerimientos y habilidades pues, como un día le confesó a
Valero, “esa compañera de los ojos achinados y curvas deliciosas no es mi tipo,
tienes carta blanca para emprender la aventura. Clamia, a estas alturas de su
vida no quiere, como su recuperado cónyuge, volver a verle atravesar el umbral
de su puerta. En cuanto a Lina, tal vez sea
interesante escuchar lo que comenta a una de sus mejores amigas: “Nosotros dos estamos
experimentando, en estos lúdicos momentos, la fase álgida de lo sexual. Cuando
el vigor y la emoción decaiga, pues … ya veremos ¿Habrá llegado para entonces
el incentivo del verdadero amor? De verdad que no lo sé. Dejemos al tiempo
correr. Ahora es tiempo para disfrutar de la vida y sus traviesas posibilidades”
Controvertidos mediadores, amigos íntimos de la
escolaridad, atracciones sexuales por doquier, intentos por recuperar un tiempo
que ya no volverá, responsabilidades y rutinas, egos priorizados en la vínculos
afectivos, experiencias ilusionadas ante lo nuevo … la narración muestra a una
peculiar y variopinta “tribu urbana” bastante habitual en una sociedad de controvertidos
y confusos valores, aburridos horizontes en perspectiva, alocados y volubles
sentimientos, junto a una ineducada formación para desarrollar una responsable
e inteligente andadura convivencial.-
MEDIADORES
José L. Casado Toro (viernes, 23 AGOSTO 2019)
Antiguo profesor del I.E.S. Ntra.
Sra. de la Victoria. Málaga