El catálogo de muestras contaminantes, que tenemos
que sufrir y soportar hoy en día, es bastante heterogéneo y desigualmente
lesivo para la salud de nuestro organismo. Esta situación deriva de los signos
del tiempo que nos ha correspondido vivir. Por supuesto que cada cual trata de
protegerse, como mejor sabe y puede, de todos esos impactos que agreden sin
contemplaciones a nuestra epidermis, a los órganos internos del cuerpo y a esa
estructura anímica o psicológica que también se ve afectada por una “contaminación” cada vez más aguerrida e insolidaria.
Citemos algunos ejemplos de las formas más comunes en que nos afectan y
condicionan estas pandemias, provocadas generalmente por los propios humanos.
Hay “suciedad” (con
todo lo negativo que puede encerrar este concepto) en el mar, en el aire que
respiramos, en el agua que muchas veces bebemos, en los suelos de nuestros pueblos y ciudades, en los asientos y barras
de los autobuses, en los aseos públicos, en la grifería que tocamos, en los
cuerpos que no lavamos, en los teclados de los ordenadores, en las mascotas que
no controlamos o aseamos, en los expositores de dulces y alimentos de los
comercios y cafeterías, en los vasos y cubiertos de los restaurantes (que no
están bien lavados), en las manos y uñas que manipulan los alimentos, en la
ropa que no se limpia con la frecuencia debida … y así una larga muestra de
suciedades que obviamente contaminan nuestra existencia. También resulta
evidente, como ya se ha indicado, que somos precisamente nosotros, los seres humanos,
los principales agentes provocadores de esta perjudicial “dejadez” en la
limpieza.
En otra oportunidad se comentará otra curiosa
realidad como es el exceso de luz, elemento físico que también puede originar
otra peculiar forma de agente molesto o negativo (por su intensidad) para los
órganos visuales. Hoy debemos centrarnos, por la temática puntual del relato, en
otro elemento contaminador contra el que cada vez más se trata de luchar,
aunque con desigual éxito: el ruido. Es tal la
necesidad de que nuestra convivencia se vea liberada de sonidos estridentes,
que desde diversas instancias se preconiza y defiende la importancia que para el
sosiego de nuestra vida posee su elemento opuesto: el
silencio, unos de los valores que cada día más va resultando apreciado,
necesario, imprescindible, en nuestro contexto exterior y también en lo más
íntimo o personal. Una sociedad que sabe generar los silencios, será un
colectivo adulto que frena esa letal contaminación acústica que tanto nos
estresa, aturde y desalienta.
Una persona se despierta, presa de la inquietud,
durante la madrugada. No es la primera vez que sufre esta situación de intranquilidad
nerviosa, pues los hechos que soporta se han venido repitiendo, de una forma
aleatoria, en las dos últimas semanas mientras se esforzaba en descansar por la
noche. Se trata de unos ruidos, de origen inconcreto, que le hacen despertarse
súbitamente y le impiden volver a conciliar el sueño. En ocasiones cree
reconocer en los mismos como una forma de fuertes crujidos. En otros momentos
parece como si estuvieran arrastrando (cree escuchar unas pisadas) algo pesado
sobre el suelo. La acústica de esos sonidos, en el silencio mágico y cívico de
la noche, es a veces aguda, aunque también aparecen tonos más graves. Y ese
despertar súbitamente intranquilo aparece en cualquier día de la semana, aunque
preferentemente se intensifica entre el viernes y el domingo.
Este “doliente” vecino, que habita un veterano y
céntrico bloque de viviendas, se llama UTELIO Castellar
Sinaí. Tiene alquilado, desde que contrajo matrimonio hace 18 años, una
vivienda en la planta 7º del inmueble. Esta planta es la más elevada del
bloque, por lo que encima de su inmueble no hay otra construcción. Esos
sonidos, que parece vienen del techo, consecuentemente no pueden estar
generados por algún descuidado convecino que los provoque desde una vivienda
superior. Por encima de su inmueble solo existe una gran terraza practicable, que
es utilizada por algunas vecinas para subir durante la mañana o en la tarde a
fin de tender la ropa que previamente han limpiado en la lavadora.
Utelio, que regenta un pequeño puesto de especias,
frutos secos y encurtidos en el mercado municipal de la ciudad, es en la
actualidad el único habitante de ese piso en la planta séptima. Sinforosa, su ex mujer, hace ya año y medio que se
unió a un minorista de pescado que tenía un puesto en el mismo mercado y con el
que mantenía relaciones secretas desde hacía tiempo. Tras descubrirse los
hechos la pareja, que estaba ardorosamente enamorada, abandonó la ciudad (una
vez efectuado el traspaso inmediato de la plaza comercial en el mercado de
pescadería). Desde entonces residen en la localidad gallega de Vigo, lugar de
nacimiento de Onofre, el apuesto tratante de
mariscos. El marido traicionado, persona muy primaria en su carácter y
reacciones, trató de compensar su humillante frustración entregándose a esa
afición que le acompaña desde su juventud: la embriagadora toma de vinos y
licores.
Ahora, con 52 años de vida, el frustrado
comerciante, sin miembros descendientes en su infértil matrimonio, emplea el
tiempo matinal a las tarea comerciales en el mercado (se esfuerza en disimular,
aunque sabe que es conocido como “el cornudo” por sus compañeros de trabajo). Al medio día, tras finalizar su jornada, suele almorzar en la cantina de la
organización portuaria, por la necesidad y costumbre de tomar un plato
caliente. Durante las tardes rellena su tiempo (sin perdonar ese casi par de
horas de siesta diaria) en pasar buenos ratos de conversación en el quitapenas
“La Alegría”, junto a su fiel amigo Palmiro
Tresveces, quien se gana la vida como mozo carguero en el almacén central de
abastos. Cuando se despide de su amigo (normalmente presa de un agradable aturdimiento
etílico, que sabe controlar con perfección) vuelve a su piso, donde consume el
buen bocadillo que casi a diario le prepara su vecino Nicasio,
tendero propietario de un colmado muy bien surtido y con el que pasa también
algunos buenos ratos comentando insulsos o banales temas de charla (deportes,
el tiempo, anécdotas del mercado etc). Antes de irse a la cama (no más tarde de
las doce, pues ha de abrir el puesto a las 8 de la mañana) se sienta durante un
buen rato delante del televisor, mientras dormita el visionado de esos
programas, no menos embriagadores. emitidos por las vociferantes y planas cadenas
mediáticas generalistas.
Algunas tardes aburridas y, de manera especial
durante los fines de semana, suele acudir a una peña social de amigos, llamada “La Cantimplora”, donde se entretiene jugando al
dominó, al parchís y a las cartas, tomando su reconfortante café y donde
también ojea la prensa deportiva del día. Aunque no con mucha frecuencia, presta
su incorporación a los domingueros paseos excursionistas que organiza la peña,
recorridos de bajo nivel senderista por algunas localidades cercanas, pues el
objetivo más apetecible de esas caminatas lo encuentran (además del ejercicio
físico) en la comida compartida que suelen celebran en algún chiringuito
playero o en alguna cortijada rural. Allí disfrutan consumiendo la típica
paella, las raciones de “pescaito” o esos buenos “platos de los montes”, todo
ello bien regado con el imprescindible y embriagador néctar divino, ya sea tinto, blanco o rosado, bebida que hidrata
la sequía orgánica y sosiega los necesitados sentimientos del ánimo.
Esta anónima y rutinaria agenda, en un humilde y
modesto miembro de la ciudadanía urbana, está siendo inoportunamente alterada
por esos inconcretos e inquietantes sonidos nocturnos que desestabilizan el
necesario descanso de Utelio. Inoportuna acústica que le impide dormir y le
mantiene durante la mañana siguiente en un estado de incómoda somnolencia
detrás de su mostrador, bien surtido de sustancias aromáticas y muy gratas para
sazonar. Este buen comerciante ha ideado la solución de ponerse unos tapones de
cera en los oídos pero, tras un par de noches de prueba, ha desistido pues le
embarga el temor de que los acústicos sónicos puedan ser producidos por algún
fantasma o espíritu diabólico, verdaderamente travieso, de aquellos que ya no
están junto a nosotros (en su bloque recientemente se han producido varios
fallecimientos de convecinos, todos ellos de avanzada edad). Prefiere estar
bien despierto para enfrentarse, en caso necesario, a tan malignas realidades
fantasmagóricas.
Esas noches de duermevela forzada están afectando
severamente la modesta y tranquila vida de Utelio. Cuando madruga cada mañana,
para estar al frente de su negocio en el mercado, se siente cansado, aturdido,
a consecuencia de no haber dormido lo suficiente, desequilibrio orgánico que está
agriando su carácter. El propio Palmiro, cuando se reúnen un rato en el
quitapenas, se lo dice una y otra vez.
“Ute, tienes
que ir al galeno para que te vea y te recete algo, a fin de que puedas pasar
mejor las noches. Estás envuelto en una obsesión que te hace ver fantasmas, cuando
lo más probable es que sólo existan en tu imaginación. Si se lo dices al médico
del seguro, te va a recetar algún potingue y va a pasar rápido al enfermo
siguiente. Te tienes que “rascar” el bolsillo e ir a un buen profesional que
esté todo el tiempo necesario atendiendo a tu cabeza desordenada, para intentar
ponerla bien. Mi Carmelilla limpia cada día en la consulta de un médico de esos que
arreglan las mentes. Es un chico joven, que ha estado preparándose varios años
fuera de aquí, en el extranjero. Tiene que estar muy bien preparado, pues la
Carmela me dice que tiene la consulta llena. Ella le puede hablar, para que te
haga un hueco”.
Al fin las sensatas palabras del buen Palmiro,
entre copa y copa de blanco, surtieron el efecto necesario en la “dura mollera”
del especiero. Ocho días más tarde, ya se encontraba Utelio sentado en la sala
de espera de una moderna consulta, esperando la llamada correspondiente para
ser atendido por el joven y prestigioso facultativo Dr. don Efrén Verdeagua. En unos veintipocos minutos de
consulta, el psiquiatra le estuvo explicando su punto de vista profesional: posiblemente
esos ruidos nocturnos pudieran ser a consecuencia del algún roedor o animal
vagabundo que anduviera perdido por los tejados y terrazas. Las contracciones
térmicas en los edificios también suelen
provocar crujidos por las noches, sin descartar los reasentamientos de
los pilares y anclajes de los bloques de viviendas, en ocasiones originados por
los mantos freáticos subterráneos y las descompresiones de las propias tuberías
del agua y los sanitarios de las aguas residuales …
“De todas formas, Utelio, afirmo que
tienes que estabilizar tu mente y esa imaginación que se ve alterada y
desasosegada por el ávido consumo de ese vino al que eres un tanto dependiente.
Se está desarrollando una experimental e innovadora técnica para controlar mejor
los ciclos del sueño, basada en unos sencillos ejercicios respiratorios de
inspiración y expulsión del aire que brevemente te voy a explicar, aunque
después la enfermera te facilitará un folleto donde se detalla lo que ha de
hacerse antes de irse a la cama y una vez que ya están tendido sobre el lecho. Conciliarás
mejor el sueño, especialmente cuando comiences a tomar unos comprimidos,
también en sumo innovadores, basados en una sustancia de origen oriental extraída
de la pulpa del cocotero macerada en orines y guano de aves salvajes.”
Cuando Utelio fue a recibir las hojas explicativas
del “eficaz” tratamiento, la amable enfermera de ojos color esmeralda le confió
en voz baja “… por deferencia del Dr. Efrén y la fiel amistad con Carmela, le
vamos a cobrar por esta primera consulta sólo ciento cincuenta euros. Y no
olvide realizar los ejercicios respiratorios: tres series antes de ponerse a
dormir y una serie cada vez que interrumpa los ciclos del sueño”. Antes de
volver a su domicilio, un tanto sofocado por la “muy módica” minuta que había
tenido que abonar, pasó por La Alegría, para
llevarse a casa un cuartillo de clarete, muy agradable mercancía que nunca le
defraudaba. Se repetía a sí mismo “entre respiro y respiro, me zampo un lingote
de clarete, que eso bien ayudará. Sobre todo después de haberme tragado uno de
estos pestosos comprimidos oscuros que, ya dentro del envase, huelen a
“madreviejas” y por los que he tenido que pagar veintiocho euros”.
Esa misma tarde, de cielo azul primaveral, había tenido
lugar una importante conversación de trabajo, en un establecimiento
inmobiliario ubicado a no muchos metros de la propia clínica del sueño, dirigida
por el Dr. Verdeagua. Sentados en torno a una bien poblada mesa cubierta de
carpetas y dosieres, dialogan Félix Andián y Leo Bágima. Este
último es el propietario del piso que tiene alquilado Utelio desde que contrajo
matrimonio hace 18 años, mientras el primero es el director de acción exterior
en la inmobiliaria.
“En estos casos, Sr. Bágima, los resultados
son bastante lentos y hay que actuar con una especial cautela porque, en caso
contrario, nos podemos meter en un buen lío. Recordará que hace años, su padre
hizo un contrato de alquiler basado básicamente en un apretón de manos, con una
botella de vino de por medio. Pero este testarudo comerciante, especiero en el
mercado, aunque parece rudo y sin estudios, consultó en una gestoría y allí le
prepararon un contrato administrativo por el que Utelio solo se ve obligado a
pagar 400 euros de renta, de manera vitalicia. Ya me ha explicado que en varias
ocasiones Vd. ha intentado renegociar esa contratación basada en una antigua
ley del franquismo, extremadamente beneficiosa para el arrendatario.
Lógicamente la respuesta que ha recibido del tozudo y egoísta comerciante es
que él no cambia o paga un céntimo más que lo estipulado “vitaliciamente” en el
contrato. Precisamente ahora, Sr. Bágima, se encuentra con una oferta de un
inglés, Mr. Valley, un curioso escritor hispanista que anhela vivir en esa
vivienda, por la magnífica vista que posee a la parte antigua de la ciudad y
por la que está dispuesto a pagar hasta casi cuatro veces esa renta mensual.
Analizando la situación, bastante enquistada y pensando siempre en el interés
de nuestro cliente, como entidad gestora estamos llevando a cabo un hábil “proceso
disuasorio” o “intimidatorio”, a fin de que un vecino “cabezón” se aburra o
asuste y se avenga a firmar un abandono de la misma, mediante alguna módica
compensación. Por supuesto se le ha ofrecido a cambio algún interesante
alquiler, a un precio muy razonable, pero que una y otra vez nos ha dado el no
por respuesta.
Y aquí interviene Clara Pitán, señora
que se dedica a la limpieza de los edificios que administramos. Esta señora,
que lógicamente posee las llaves del inmueble por el oficio que desempeña “se
ha prestado” a provocar unos ruidos en determinadas madrugadas, sobre la
vivienda de Utelio. Se le abona un pequeño incremento en su sueldo mensual por
“este servicio” que tampoco es muy complicado para ella, pues vive cerca del
inmueble. Pensamos que es una “estrategia” que a medio plazo puede dar buen
resultado para que el Sr. Utelio se avenga a cambiar de residencia, aceptando ese
otro alquiler, que le estamos ofreciendo y que le liberará de estos molestos
ruidos que padece durante algunas noches”.
En ese momento, el propietario de la vivienda. Leo
Bágima, interrumpió a su interlocutor. Se le veía especialmente molesto y
abrumado con lo que acababa de escuchar.
“Mire Félix. Efectivamente le
encargué que hiciese un proceso negociador con Utelio para que se aviniera a
cambiar de alquiler. Pero en modo alguno me imaginaba que Vd. habría aplicado
tales acciones para conseguir esa renuncia, medidas que no me parecen correctas,
sino (y perdone la expresión) incluso delictivas. Son las viajas técnicas que
popularmente (en este ámbito inmobiliario) se les suele llamar como “los asusta viejas”. No dudo que lo estén haciendo con
la mejor voluntad para favorecerme, pero ni mi conciencia, ni mi temor por las
consecuencias de la justicia, me permite
aceptarlas. Detenga esta dinámica de los ruidos por las noches. Voy a hacer
nuevos intentos con esta persona tan testaruda, pero aplicando la paciencia, el
diálogo y la mejor convicción. Una gota de agua puede hacer una hendidura en
una piedra. A eso voy a ir. Lo otro, por muy persuasivo, no me parece en modo alguno correcto o conveniente”.
Ha transcurrido dos meses
y medio desde estos hechos tan peculiares. Leo y Utelio se han
entrevistado ya en cuatro ocasiones. Al final, los argumentos racionales y
“generosos” que el ávido pero honesto propietario le ha ido ofreciendo han
resultado interesantes para resolver el conflicto. A ello ha ayudado un
reciente cambio en la ley de arrendamiento de inmuebles urbanos, por lo que los
antiguos alquileres han de someterse a una actualización que, en muchos de los
casos, resulta inasumible para los “vitalicios” arrendatarios.
Utelio en la actualidad tiene una nueva residencia,
un apartamento rehabilitado por la Oficina Municipal de la Vivienda, en régimen de alquiler. Está situado en una
zona durante años degradada, pero hoy renovada, ubicada en el corazón más
antiguo y señero de la ciudad. Por este apartamento sólo abona 350 euros mensuales,
con derecho preferente a su adquisición a partir del tercer año de alquiler. Su
antigua vivienda, debidamente rehabilitada y amueblada, la está habitando ese
acomodado y jubilado escritor británico
que tanto la anhelaba, por la que abona 1050 euros mensuales. Utelio duerme intensamente
tranquilo por las noches, sin soportar molestos ruidos que puedan angustiarle
en ese tiempo silencioso de la madrugada. Curiosamente la señora de la limpieza
Clara Pitán ha sido contratada por el ya más tranquilo inquilino para que le
organice y limpie su apartamento un par de veces por semana, dejándole también
preparadas algunas comidas en el frigorífico. De esta manera el comerciante de
especias puede calentarse estos platos precocinados en el microondas, a fin de
procurarse el alimento necesario en muchas de las noches.
Este relato ha permitido acercarnos a personajes
de la realidad próxima, seres que interpretan sus roles existenciales humanamente
teñidos de grandezas y miserias.-
SONIDOS E INQUIETUDES EN LA INTIMIDAD
DE LA MADRUGADA
José L. Casado Toro (viernes, 31 MAYO 2019)
Antiguo profesor del I.E.S. Ntra.
Sra. de la Victoria. Málaga