Ya avanzamos por este Diciembre
ritual, generosamente repleto de conmemoraciones y fiestas encadenadas para los
mejores deseos. Son días entrañables en los que se mezclan las buenas palabras,
los intercambios de regalos, las suculentas y copiosas comidas y bebidas, todo
ello bajo un marco cromático de juegos de luces que embriagan la nitidez de
tantas y próximas realidades. Estas lúdicas fechas del calendario van señalando
el destino imparable de un almanaque que a poco pondrá el fin de otra anualidad,
en el acerbo reflexivo de nuestras densas memorias. Y entre las numerosas
efemérides a celebrar destaca, con luz propia y fraternal convivencia, la
siempre emocionante cena familiar de Nochebuena,
en la víspera nocturna del día de Navidad para el calendario cristiano.
Se trata de una Noche diferente, entre todas
aquellas cenas que llevamos a cabo durante los 365 días que conforman el año.
En esas horas previas a la medianoche, las personas mezclamos tres elementos o factores que iluminan de sonrisas y
magia la muy insustituible celebración. El primer factor se escenifica con los
gestos amables y cariñosos del necesario reencuentro familiar. En ocasiones son
afectos y parientes con los que no se ha tratado en los meses previos. Incluso
algunos de estos miembros han de desplazarse desde lejanos orígenes, a fin de
estar junto a sus próximos de sangre y parentesco. Esta reunión, como segundo
factor, se caracteriza por tener su ámbito de desarrollo en el hogar parental,
descartándose el desplazamiento a cualquier otro local de restauración que, por
otra parte, tampoco estaría a disposición del público, pues sus empleados y
propietarios también permanecen durante esa noche diferente en el seno de sus
propios hogares. Y como tercer elemento de unión, para estos dos componentes
citados, el sentarse todos los asistentes en torno a la mesa comensal, para
compartir los saludos, las palabras, los gestos, las sonrisas y el cariño, junto
a una copiosa ingesta de alimentos, que pone a prueba la capacidad de nuestros
estómagos para su más que difícil y complicada digestión y asimilación.
En el “acomodado” domicilio de la familia Sensial Calahorra, todo es una divertida
tensión durante la mañana del 24 de Diciembre. Los preparativos para la gran
cena de esa Noche mantienen ocupada plenamente la actividad de Beno (Benito) y Nema
(Nemesia). Ambos forman un matrimonio de mediana edad, que no quiere dejar
detalle suelto alguno, a fin de que la reunión familiar de esa noche resulte
perfecta y agradable, ante el siempre esperado reencuentro navideño. Mientras
Nema, copropietaria de un gabinete de psicología y organización técnica para la
autoayuda, apenas abandona la cocina, ayudada por la sobrina del conserje del
bloque en el que tienen la residencia, su marido Beno, un técnico especializado
en la organización de redes y programación informática, ha salido con un suculento
listado de últimas compras camino de la Casa Mira, establecimiento de elevado
prestigio en productos y dulces de Navidad.
Sus dos hijos, Máximo (estudiante de
segundo curso en el grado de Ciencias Económicas) y Loreto
(alumna de un Instituto de Secundaria, donde estudia el segundo curso del
bachillerato de Humanidades y Ciencias Sociales) pasan la mañana con sus
respectivas parejas celebrando, junto a un grupo de amigos y compañeros, el
inicio de las vacaciones escolares para la entrada del Invierno.
A esta entrañable cena de Nochebuena han sido
invitados los más directos familiares: las abuelas Florencia
y Palmira, los tíos Héctor y Julia, con sus hijos Pipo
y Dana, además del tío
Abraham, el soltero de la familia, mientras que la otra tía, Sor Custodia, ha excusado su presencia, ya que como
religiosa del Santo Rosario, comunidad en la que profesó tras quedar viuda hace
ya más de tres lustros, se debe a sus
obligaciones conventuales. Explicó a su hermana que ha de seguir los oficios
religiosos de la comunidad, aunque promete en sus devotas oraciones e
invocaciones marianas, para esa noche tan especial, pedir con fervor por la
salud espiritual y física de todos sus familiares. En total, el grupo de
comensales lo van a conformar once miembros, vinculados por sus diferentes
edades a tres generaciones de una familia bien avenida aunque de trato
espaciado, debido a sus obligaciones profesionales en el caminar individual de
cada uno de los días.
Ya en la sobremesa del almuerzo, que sólo realizó
el atareado matrimonio (pues tanto Máximo como Loreto llamaron para avisar que
se quedaban a comer con su panda de amigos,) otra llamada,
inesperada, provocó la sorpresa de Beno. Al otro lado de la línea
hablaba el tío Abraham.
“Perdona que os llame a esta hora,
pues tal vez estáis descansando un rato ante la festiva cena que tendremos
dentro de algunas horas en vuestro domicilio. El caso es que … no puedo dejar
solo en su casa, durante una Noche tan especial, a un amigo íntimo y muy
querido que tengo desde hace meses. Se llama Feliciano y vive sólo, pues al
igual que yo no ha podido formar una familia. Algunas veces le he pedido que
venga a casa a comer algo, pues el pobre hombre está bastante mal de dinero y
sé que más de un día se ha ido a la cama con apenas un café en el estómago.
Beno, te hago una pregunta y me la respondes con franqueza. Yo entenderé y
comprenderé sin problema cualquier respuesta que me des. ¿Sería para vosotros
mucho sacrificio sentar a uno más en la mesa? Si es por la comida, yo comparto
mi parte gustosamente con éste mi buen y entrañable amigo. La
verdad es que se trata de un caso de conciencia. No puedo dejarle solo, pues es
dado a las depresiones y está pasando una mala racha. Temo con angustia que cualquier
día me de un disgusto cometiendo una locura”.
No pasaron ni cinco segundos, cuando Feliciano
recibió una sincera y bondadosa respuesta. “¡Venga
hombre! No me lo tenías ni que haber pedido. Te vienes a casa con tu amigo esta
noche. No hay más que hablar. Donde comen dos, pueden comer cuatro. Ya nos lo
enseñó Jesús: todos somos hermanos. En la Última Cena, Él mismo no habría permitido
dejarlo abandonado en su soledad. Aquí os quiero ver un poco antes de las
nueve”.
“No me esperaba menos de tu siempre
gran corazón. Eres un ángel, al igual que Nemesia. ¡Qué pareja tan maravillosa
formáis! Dios os lo pagará con creces. El caso es que … no sé como
explicártelo. En la vida de Feliciano hay un elemento más que, para él, forma
parte indisoluble de su propia vida. Se trata de su … gato, con el que lleva
conviviendo desde hace ya casi una década. Se llama Lucifer. Me cuenta que lo encontró una tarde abandonado junto a
una escombrera, casi recién nacido, emitiendo pequeños maullidos y a punto de
fenecer. La pobre criaturita temblaba aterida de frío. Lo llevó a su casa y
supo cuidarlo con un cariño inmenso, hasta convertirlo en un excelente
compañero y en una mascota de gran categoría. Cuando voy a su domicilio, lo veo
cada día más gordinflón, extremadamente peludo de un color mezcla entre negro,
blanco y un marrón claro. Aunque a veces es zalamero, sabe mostrar un orgullo y
clase felina digna del mayor elogio. El color de sus ojos es magenta o fucsia,
aunque por las noches, en la oscuridad, parece que se torna en un tono más bien
verdoso. Feliciano no querría dejarlo solo en casa, pues si no ve a su amo
cerca de él se niega a tomar bocado. ¿Podemos llevarlo? Te aseguro que no molestará.
Lo podemos trasladar en su gran jaula y lo ponemos delante del televisor,
porque le gusta mirar fijamente a las pantallas que muestren colores”.
Tras resumir Beno a Nema, entre sonrisas, el
contenido de la llamada de su hermano, el matrimonio hacía cábalas acerca del
número total de comensales que celebrarían la cena de Nochebuena. En total
sumaban 12 miembros, más la presencia zalamera de Lucifer, un gato caprichoso que
se negaba a tomar alimento sin la presencia de su amo. El matrimonio rió con
fuerza toda esta curiosa historia del
amigo íntimo del tío Abraham.
A partir de las 8 de la noche fueron llegando los
familiares al domicilio, cruzando las palabras y los saludos amables con esos
besos y abrazos para lo fraterno de la reunión. Los primeros en tocar el
pulsador del portero electrónico, ya que a Demetrio
el conserje, la comunidad le había dado permiso para quedarse con su familia en
esa emblemática tarde, fueron Julia y Héctor, con sus hijos Pipo y Dana. Antes
de llegar, se habían pasado por el domicilio de la abuela Florencia, para
recogerla y traerla con ellos en el coche. Beno había hecho lo propio con su
madre Palmira, a eso de las seis, con lo que sólo faltaba por llegar el tío
Abraham, acompañado de su amigo Feliciano y el gato Lucifer, trio que apareció
poco antes de las nueve. El muy gordinflón felino venía tiernamente acomodado
en una gran jaula, recostado entre mullidos y bien decorados cojines. Sus
traicioneros y cálidos ojos pronto deslumbraron y cautivaron a todos los
presentes. Pronto comenzaron a sonar por los altavoces inalámbricos, que Loreto
había instalado junto al luminoso árbol de Navidad, el buen cargamento de
villancicos tradicionales, que su primo Pipo se había comprometido a traer en
los repletos archivos de su Iphone. Las miradas “solapadas” de unos y otros centraban su curiosidad en la
famélica humanidad (a este hombre le faltaba el alimento, no cabía la menor
duda) del amigo Feliciano, bien arropado por el tío Abraham, un peculiar
invitado quien, ante las expectativas de esa gran familia, fue desvelando, con
hábil y fluida palabrería, algunos retazos de su “complicada” existencia.
¿Conocemos algo de su vida?
Feliciano Laredo Sebastián era natural de Tetuán, hijo único de un padre
militar débil ante la bebida, que estuvo por Marruecos destinado en los tiempos
“gloriosos” de la soberanía española. Apenas adolescente, acompañó a sus padres
en la vuelta de éstos a la península, concretamente a Málaga, donde instalaron
su residencia de manera definitiva. Mal estudiante, pero hábil en el trato
coloquial con la gente, se fue ganando difícilmente el alimento con el
ejercicio de diversos oficios ocasionales y sin arraigo. Sin embargo, desde
hace un par de décadas pudo tomar conciencia de su capacidad para ganar esas
necesarias pesetas o euros a través de la difícil y abnegada venta ambulante. Su fluido y hábil don de palabra le
facultada para reunir alrededor suya a muchos de los viandantes, a fin de ofrecerles,
desde su pequeña mesa expositora sobre la vía pública, las “excelencias” de
productos útiles para la cocina o el resto del hogar. Se aplicaba a este oficio
con la convicción de su sutil “verborrea” complaciente y fácil para los deseos
y desánimos de los transeúntes curiosos. ¿Qué solía vender? Exprimidores que no
dejaban gota alguna en los frutos para zumos, peladores y cortadores de frutas
y hortalizas. seguros y sin peligro para sufrir cortes en las manos, colonias
embriagadoras para el amor y la amistad, sorprendentes jarabes contra el mal
del insomnio, efectivos “crecepelos” para alopecias consolidadas, cremas
milagrosas por sus efectivos resultados para tratar y curar diversos problemas
en la piel y esas incómodas y traicioneras arrugas estéticas, a consecuencia de
la edad, etc. En definitiva un cualificado charlatán, con muy escasos “cuartos”
en la pobreza material de sus bolsillos. Sus progenitores habían fallecido
hacía décadas y este hecho había incrementado la cruel soledad de una persona difícilmente
abierta o predispuesta para la vida matrimonial.
Los villancicos seguían sonando “a toda pastilla”, mezclándose los
muy populares Campana sobre campana, A Belén pastores, los Peces en el río, el
Arre burro arre y la Marimorena, con los más sosegados Noche de Paz, la Blanca
Navidad y el siempre recurrente Tamborilero. Nema daba los últimos toques a la
mesa comensal, a la que no faltaba detalle alguno, bien ayudada por su sobrina
Dana y por Loreto, las dos primas que reían y reían, súper motivadas por alguna
copa de más que ambas habían tomado a hurtadillas de sus padres. Las dos
abuelas Palmira y Florencia, sentadas junto a un radiador de aceite situado en
una esquina del salón, suspiraban una y otra vez recordando la ausencia de sus
inolvidables deudos y añorados esposos, Expedito y Policarpo, respectivamente. Ante
la televisión y con sendas copas que cada uno de ellos se habían servido del
muy repleto mueble de las bebidas, Benito, Héctor, Abraham y su íntimo
Feliciano, comentaban temas intrascendentes, esperando la llamada de la
anfitriona para que cada cual ocupase su lugar en la espléndida y bien montada
mesa de celebración. No pasaban más de cinco o seis minutos para que Feliciano
se excusara, una y otra vez, a fin de acudir al cuarto de Máximo. Allí habían
recluido a Lucifer, quien dormitando sobre una buena “tabla de cojines” sobre
la alfombra y mirando el pequeño monitor de televisión, se negaba a tomar su
comida especial para gatos si no estaba su amo presente.
La cena resultó espléndida, en contenido y forma. Variados, suculentos e
indigestos entremeses ibéricos y una gran fuente de mariscos variados. A
continuación, degustaron un sabroso y reconstituyente caldo caliente,
procedente de gallinas de corral, sembrado con hojitas de aromática
hierbabuena. Con ardientes vítores, apareció el gran pavo trufado, con guarnición
de verduras asadas, patatas gratinadas con quesos fundidos en crema picante de
Oporto y paté francés, manjar que mereció los elogios unánimes de los
asombrados comensales. El postre fue un digno colofón a tan exquisito ágape: un
gran bizcocho tartero, realizado con harina integral, bañado en whisky macerado
con hierbas provenzales, daba forma a una gran “piscina” de chocolate belga negro
fundido, con una cubierta modelada de frutos secos rojos del bosque. Flanqueaba
el lustroso y espectacular postre, por sus cuatro lados, una habilidosa labor
barroca de dulce de leche espolvoreado con diversas semillas caramelizadas con
azúcar de azahar. Los caldos etílicos para digerir tan copiosa ingesta eran de
reconocidas marcas, graduación y color. Verdaderamente Nemesia, a quien Beno
conoció en una selecta confitería donde trabajaba para pagarse los estudios de
psicología, siempre se había caracterizado por ser una artista en todo lo
relativo a la cocina, especialmente en la elaboración de repostería y otros postres
de alta cocina.
Tampoco faltaban los
recordatorios. Palmira no se detenía en mencionar, con nostálgicos
suspiros, a su deudo Expedito, mientras la abuela Florencia entonaba en voz
baja los villancicos de su ya lejana infancia, ayudada de la música que seguía
alegrando el ambiente, ante las miradas divertidas y cómplices de todos
sus nietos. Feliciano se excusaba por levantarse de la mesa, entre plato y
plato, pues se le veía inquieto ante “lo que estará haciendo mi Lucifer”, con
la comprensión cariñosa y sonriente de su afecto e inseparable amigo Abraham.
El lustroso y muy generoso ágape no finalizó hasta
pasadas las 12 de la noche. A esa hora del inicio de una fría y húmeda madrugada, los más
jóvenes estaban citados con sus amigos, a fin de “seguir
haciendo la larga Noche”. Minutos antes de esa hora, ya se habían
despedido, con los besos y abrazos de rigor, recibiendo con jocosa resignación
las advertencias propias de sus padres, a fin de que que fueran responsables y
no cometieran travesuras peligrosas.
A poco de la marcha de los más jóvenes, los mayores
también consideraron de que el momento para las despedidas había llegado. En
ese relamido ritual de los saludos cariñosos y de palabras agradecidas, siempre
amables y con afecto, algunos de los presentes repitieron divertidamente los
cálidos gestos, en algún caso, a consecuencia de ese traicionero y divertido
alcohol que, disimulado entre la copiosa ingesta, provoca la equivocación en
nuestros ya adormilados controles. Héctor y Julia, al tener ahora tres asientos
libres en su vehículo, se ofrecieron a llevar a las abuelas quienes, ante una
televisión que seguía “hablando” para un auditorio que hacia tiempo había
dejado de prestarle atención, estaban literalmente sumidas en el mundo de los
sueños, dando pendulares cabezadas tras cabezadas, con la acústica placenteras
de los ronquidos. Alguien pronunció esa consabida frase que todos estaban
pensando “Con todo lo que no se ha comido, vais a
tener menús para varios días”. Nemesia asentía con un gesto inevitable
de la cabeza y ofrecía “¿no queréis llevaros algo de la comida sobrante… porque
en el frigorífico apenas tengo ya hueco para nada. Os preparo algunos “tuppers”
y ya resolvéis el almuerzo de Navidad?”. En ese momento, la abuela Palmira
abrió sus grandotes y cansados ojos, entrando de lleno en una de esas frases
finales ingeniosas para las despedidas. “Tengo en casa unas hierbas de Santo
Toribio de los tres perdones, que son milagrosas para las malas digestiones y los
“flatos” de barriga, aunque también alivian las almorranas”.
Amaneció un siguiente día gratificado por el sol, pero refrescado por la
intensa humedad propia de una ciudad acariciada por el mar. Era ¡el 25 de
Diciembre! núcleo central e insustituible de las fiestas navideñas. Beno y Nema
dejaron las sábanas, cuando ya habían sonado las 11 campanadas en la basílica
catedralicia. El matrimonio desayunó sólo un par de tazas de café con leche y
sendos trocitos del insustituible bizcocho panettone. Máximo y Loreto aún no
habían regresado de sus noches locas de pandilleos, así que el matrimonio
Sensial Calahorra decidió arreglarse un poco e ir hacia la zona centro, a pasear
por entre los jardines del Parque y de paso distraerse recorriendo los bien
montados puestos de artesanías y Sabores de Málaga, instalados en ambos
laterales de ese gran espacio verde que adorna la ciudad. Nemesia, por
naturaleza bastante presumida, se estuvo “acicalando” por si se encontraba
alguna vecina o amiga inesperada. Ya todo arreglada, un poco más tarde del
mediodía, empezó a rebuscar por entre su tocador y entre los dos joyeros que
tenía en el primer cajón. Beno se quejaba de lo que tardaba su cónyuge, aunque
obviamente ya estaba acostumbrado a estas habituales e interminables esperas.
“Es que no encuentro mi Rolex. Hoy lo quiero lucir pero, por más que miro y rebusco,
no lo veo en ninguno de los joyeros. El caso es que también la esclava con las esmeraldas, tampoco está en su sitio. Me la
puse hace un par de semanas, cuando fuimos a la fiesta de las bodas de plata
que dio Clarita en su chalé. ¡Que cosa más rara. Precisamente las dos alhajas
más valiosas y encariñadas que poseo no están en su lugar! Esto me da muy mala
espina. Me están entrando unos sudores … porque no quiero ni pensar que se
puedan haber perdido. Santo Dios ¡Pongo la mano en el fuego, Beno, que yo no
los he tocado desde la fiesta de Clarita, hace quince días!”
A pesar de su intensa búsqueda, las dos preciadas
joyas no aparecieron, para desesperación de su muy aturdida propietaria.-
UN INVITADO MUY ESPECIAL, A LA CENA FAMILIAR DE NOCHEBUENA
José L. Casado Toro (viernes, 14 Diciembre 2018)
Antiguo profesor del I.E.S. Ntra.
Sra. de la Victoria. Málaga
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