Es una realidad incuestionable, asumida con más o menos
habilidad e inteligencia por la mayoría de los seres humanos. El destino, el
azar, la suerte, la oportunidad, el misterio y también la férrea voluntad pueden
ser factores de cambio en el itinerario vital
de muchas, de casi todas las personas. Sin que a veces nos demos cuenta o
consideremos su magnitud temporal, la estable rutina de las familias puede
transformarse, de una manera drástica y acelerada, en cambios intensamente
positivos o, por el contrario, en situaciones desafortunadas y dolorosas,
física y anímicamente. Como decíamos antes, ello puede acaecer de la noche a la
mañana, en unas horas o en apenas unos escasos minutos. En ese reducido
fragmento temporal, la suerte nos cambia tozudamente de rumbo. Necesitamos, en
consecuencia, asumir esa variación impuesta a nuestras vidas, a fin de
reemprender un nuevo camino con estabilidad y esperanza.
Esta interesante y muy humana historia se focaliza
en la familia, Cinea – Lesmes, vinculada
en su sociología a una estable clase media, que se vio “atrapada” en la
desgracia por uno de esos giros que afectan con desigual previsibilidad al
género humano. Laia y Dalio
son los padres de una niña de ocho años, que recibió al nacer el bello nombre
de Celeste. El aún joven matrimonio llevaban
casados doce años, disfrutando de la prometedora estabilidad laboral y
económica que desempeñaba Dalio, técnico de mercados en una agencia de
inversiones, vinculada como filial a una importante entidad bancaria que opera por
todo el territorio nacional. Al igual que su marido, Laia también es titulada
en Ciencias Empresariales. No ha ejercido puesto laboral alguno, ya que se ha
dedicado básicamente a su familia y de manera especial a enriquecer y educar la
alegre infancia de su única hija, que cursa el primer curso de Primaria en un
Colegio público, ubicado en el barrio de la zona norte malacitana donde la
familia tiene su residencia.
El director de la agencia inversora donde trabajaba
Dalio y sus dos únicos empleados se vieron, hace más de un año, implicados en
un turbio asunto de “blanqueo de dinero
negro” procedente de un origen no muy determinado, pero desde luego de
naturaleza gravemente delictiva. Parece ser que el narcotráfico y la extorsión
estaban detrás de estas operaciones financieras. La confianza y sometimiento de
ambos empleados, uno de ellos el propio Dalio, al persuasivo carácter de la
autoridad propietaria los condujo, junto a su jefe, a tener que rendir cuentas
ante la justicia, tras el descubrimiento por el departamento policial de importantes
delitos financieros, realizados en las numerosas
y graves operaciones fraudulentas perpetradas por la “respetable” agencia. La calificación
de penas por la fiscalía fueron de una gran severidad. Tras el correspondiente proceso
judicial, el director de la entidad fue condenado a seis años de prisión,
mientras los dos subordinados tuvieron que afrontar dos años y medio de
privación de libertad para cada uno de ellos, por las distintas
responsabilidades penales en las importantes infracciones cometidas. A ello
hubo que sumar una cuantiosa multa, de la que en parte se hizo cargo la entidad
bancaria vinculada.
Tras una serie de apelaciones, por parte de los
abogados representantes de los tres procesados, la sentencia de la Audiencia
Provincial se hizo firme, ordenando la autoridad judicial el inmediato ingreso en prisión de los tres responsables
sentenciados. Delio y sus dos compañeros entraron en la prisión de Albolote, a
unos doce kilómetros de distancia (por el noroeste) de la capital granadina,
para el cumplimiento de las penas que los tribunales habían decidido de acuerdo
a las leyes. Todo el proceso y la resolución judicial fue un auténtico “mazazo”
humano, económico y social para la familia Cinea que pasó, en muy escasos meses,
de la estabilidad más acomodada a la ruptura y descomposición más dolorosa. Si
grave fue la “imposible” situación financiera en la que quedaban, con la pérdida
del puesto de trabajo que alimentaba la necesidad familiar (junto a parte de la
multa impuesta por la autoridad judicial) más depresiva para el ánimo fue la
humillación y el señalamiento social, que no sólo provino del circulo de amigos,
vecinos y conocidos, sino también de las dos respectivas familias. Efectiva y
dolorosamente, sus allegados sentían como una grave afrenta y baldón que uno de
sus miembros tuviera que cumplir años de cárcel, por esos graves delitos
económicos en los que había estado judicialmente implicado.
Fueron momentos muy duros y angustiosamente
insoportables para Laia, que tuvo que reorganizar con urgencia su vida, a fin de hacer
más llevadera la grave situación que tanto ella como su hija tenían que
afrontar a partir de estos infortunados momentos. Lo primero y más inmediato
era buscar un medio de subsistencia, con el que atender la necesidades
materiales para cada uno de los días. En segundo lugar recrear, en medio del
desánimo interior, un ambiente soportable en lo anímico, para que la infancia
de su niña no quedara lastrada por esos cambios tan dramáticos en la atmósfera
de la unidad familiar.
Como ya ha quedado expresado, Laia nunca había ejercido
su titulación de Empresariales. En estos delicados momentos, tanto para ella
como para su pequeña hija, comenzó a recorrer gestorías y empresas buscando un
“hueco” laboral. Pero la época era difícil para el empleo, debido a la aún no
resuelta crisis económica que el país soportaba. Escuchó buenas palabras en
algunas de las numerosas puertas en las que llamó, pero sin resultados
efectivos para su más que urgente necesidad. Los gastos se acumulaban, en este nuevo tiempo para la escasez. Comunidad de propietarios,
consumo de electricidad, los seguros de la casa y el coche, el agua y la
manutención. Los tributos municipales, la devolución mensual del préstamo para
afrontar parte de la cuantiosa multa impuesta a su marido … todo ello agudizaba
esta parte material y financiera de su nueva vida. Los “bajones” en el ánimo también
eran frecuentes, pues tenía que adaptarse a unos comportamientos y
circunstancias que eran dolorosamente sobrevenidos y complicados para su
asunción e integración. La verdadera obsesión para esta joven madre era tratar,
por todos los medios, que estos duros cambios en la atmósfera familiar fuesen
lo menos lesivos posible para el crecimiento equilibrado de su hija. Celeste se
daba perfectamente cuenta de que su papá no volvía a casa por las tardes y de
que su mamá, a medio escondidas, no podía disimular lágrimas de sufrimiento por
algo grave que estaba sucediendo en el seno de su familia.
Pero, donde menos lo esperas, encuentras a veces
ese rayo de luz que permite “oxigenar” una atmósfera harto viciada. Alonso, el muy veterano dueño de la frutería,
verdulería y ultramarinos, que abastecía a muchas familias del barrio, mientras
pesaba una mañana algo de fruta y hortalizas, que Laia había elegido, viendo su
triste semblante se atrevió a expresarle (aprovechando que en ese momento no
había ningún cliente más en el interior del establecimiento) unas palabras de
gran valor y grandeza para quien las pronunciaba:
“Chiquilla, sé por lo que estáis
pasando. Os conozco desde que os casasteis y os vinisteis a vivir a este barrio,
hace ya más de unos diez años ¿verdad? Siempre habéis sido mis fieles clientes. Quiero decirte que, por lo
que a mi respecta, no vas a tener problemas. A tu hija y a ti no os puede
faltar el alimento. Compra lo que necesites y si hay momentos en que estás
“achuchada”, con tranquilidad me lo dices. Te pongo un precio especial, que me
lo pagas cuando tu buenamente puedas. Yo nunca te voy a exigir el pago, cuando
no tengas con qué hacerlo. A mi edad, las exigencias son muy reducidas. Y no voy
a permitir que paséis hambre. Sé también, en el barrio ya sabes que todo se habla,
que estás buscando ocupación con urgencia. Precisamente en estos momentos, en el
que no hay precisamente facilidad para encontrarlo. Podría conseguirte un
trabajo por horas, aunque no es aquello para lo que probablemente estás
habituada o titulada, pues eres persona de estudios. Tengo un compadre, llamado
Venancio, que tiene una pequeña empresa de
limpieza, en la modalidad de subcontratas. Ya sabes, comunidades, oficinas,
centros comerciales, etc. Te puede dar trabajo por horas, si yo se lo pido. Te lo
piensas y sin compromiso me lo dices. Ya sé que no es lo tuyo, pero en época de
escasez hay que echarse “palante”.
A Laia, con lágrimas emocionales en sus ojos, no le
faltó un segundo para responder afirmativamente al ofrecimiento de un buen
hombre dotado de un gran corazón. Siempre hay luces generosas, que nos permiten
seguir caminando por el oscuro mar de las “tinieblas”. En cuarenta y ocho horas,
esta madre se vio vestida con el uniforme de la empresa dedicada a la limpieza
denominada LA JÁBEGA. Venancio era un antiguo
legionario, de modales rudos e imperativos, pero que como empresario cumplía
los compromisos contraídos con sus operarias y operarios sin la menor tacha. Comenzaba su horario de trabajo a las 8:30 de
la mañana, hora muy temprana, por lo que tuvo que hablar con la directora y el
conserje del colegio, a fin de que
Celeste pusiera quedarse dentro del recinto escolar hasta la hora en que
comenzaban las clases. En los dos funcionarios encontró comprensión a su caso.
En realidad, otros padres también llevaban a sus hijos al centro escolar, antes
de la hora fijada para el inicio de las actividades docentes. Firmó un contrato
mensual de prueba, siéndole asignada la limpieza comunitaria de dos bloques de
viviendas, situados a media distancias entre ellos. Para desplazarse de uno a
otro utilizaba el transporte público municipal, cuyo coste tenía que sufragarlo
del propio sueldo que recibía. A pesar de todos estos novedosos cambios, ese
trabajo temporal sosegó una temporada convulsa y desgraciada que había
irrumpido, con cruel estrépito, en su existencia y en la de su familia.
Dalio llevaba tres meses ya en prisión. Según las estrictas
normas penitenciarias, el recluso tenía derecho a un “vis a vis” mensual con su
mujer, aunque podía recibir la visita de su abogado en todo momento, siempre
con la lógica autorización de la dirección del establecimiento penal. A pesar
de estos condicionamientos normativos para dialogar con su marido, Laia se
desplazaba cada fin de semana a la localidad de ALBOLOTE,
a fin de llevarle alimento y ropa limpia que le sería entregada por los
funcionarios a su destinatario, previa revisión de los correspondientes paquetes.
Para estos desplazamientos decidió ir acompañada de su hija, a la que explicó
de una forma sencilla y serena la situación en la que se encontraba su papá. Sobre
todo se esforzó en razonar a Celeste que su padre tenía que estar allí por un
problema económico en su trabajo, una cosa “mal hecha”, que no por haber
cometido una falta o violencia de sangre o fuerza contra las personas. De
manera sorprendente, esta niña de ocho años entendió perfectamente la
diferencia entre un delito de naturaleza económica y otro de violencia física o
agresión contra las personas. Aunque
Dalio pudo hablar con su hija en alguna ocasión, normalmente Celeste (en unión
de otros hijos e hijas de los reclusos) se quedaba en una zona habilitada para
juegos, espacio que era atendido por una educadora o monitora especializada.
Era frecuente ver pasar, por esta zona habilitada
para la espera y los juegos de los pequeños, a un hombre alto y delgado, de
mediana edad, siempre vestido con elegancia y que caminaba con parsimonia, aplicando
modales exquisitamente educados en el trato con los demás. Solía dialogar con
cualquiera de los funcionarios con los que se cruzaba y se detenía sus buenos
momentos (era perceptible) viendo las ocurrencias y vitalidad que los pequeños desarrollaban
en sus actos, por indicación de la educadora responsable de este espacio entre
árboles. Ese lugar para los niños estaba presidido por un bello rótulo de
colores en el que se leía: “JARDÍN DE JUEGOS”. Cierto
día, el hombre del traje elegante se acercó a una de las niñas que jugaban.
“De modo … que tu nombre es Celeste. ¿Sabes
que me gusta mucho ese nombre, porque me recuerda el color del cielo y también el
del mar? Yo no tengo un nombre tan precioso como el tuyo, pero es el que me
pusieron mis papis cuando nací. Te he estado viendo en varias ocasiones, cuando
vienes con tu mamá. No te preocupes, que tu papá, el día que menos esperes y confío
sea dentro de no muchos meses, volverá a estar con vosotros. Yo lo aprecio
mucho. Es una buena persona y muy trabajador. Pero hoy te he visto un poco
menos alegre de cómo creo que tú eres, cuando juegas con los demás niños,
¿Estás “malita” o enfadada por algún motivo?”
Quien así se expresaba era Prudencio
Cercedilla, cincuenta y seis años, director del complejo penitenciario
de Albolote. A este agradable y atento
funcionario le gustaba entablar conversación con todo el mundo y era una
persona extremadamente observadora, dotada de gran humanidad. Siempre tenía en
su boca esas palabras amables, comprensivas, positivas y abiertas a cualquier
consideración, por complicado que fuera aquello que se le planteaba. Quedó
“maravillado al conocer la respuesta que daba una niña de apenas ocho años de
edad a un “señor mayor” (palabras precisamente
utilizadas por Celeste)”.
“Lo que más deseo, Sr. mayor, es que
mi papá vuelva pronto a casa. Ya me ha explicado mi mami que esa alegría la
tendré dentro de algunos meses. Y que hay que saber esperar, al igual que
esperamos la llegada de la fiesta de Reyes, los cumples y los santos. Pero hoy
estoy un poquito triste, porque pronto van a organizar unas fiestas en mi “cole”.
Dentro de unas semanas toca la de Ha….
¡Eso, Halloween! ¡Qué nombre! Y después las celebraciones de Navidad y
los Reyes. A mis amigas les están comprando trajes para disfrazarse e ir muy
bien vestidas a todas esas fiestas. Y me cuentan que les van a pedir a los
Reyes muchas cosas. Pero mi mamá me explica que ahora,
hasta que no vuelva papá a casa, somos “pobres”.
Y que no podemos gastar dinero en esos regalos, pues tenemos que comprar el pan,
la leche, la fruta y muchas cosas, que cuestan dinero, que ahora casi no
tenemos. Y me pongo triste al ver que otros amiguitos tienen regalos y cosas
que ahora yo no puedo disfrutar.”
Prudencio se emocionó al escuchar estos infantiles
y sanos razonamientos, en una niña de tan corta edad. Pero trató de disimular,
para que no se le notase la brillantez que ofrecían sus ojos. Le dio una
palmadita cariñosa en el hombro y al tiempo le entregó un par da caramelos, de
la bolsa que siempre llevaba consigo cuando pasaba por el Jardín de Juegos. El
ambiente, alborotadamente alegre de ese infantil espacio, al paso de los
minutos recuperaba su silencio cuando las madres y esposas de los reclusos
abandonaban el recinto, tras haber hablado con ellos durante el tiempo
preceptivo concedido para las entrevistas.
Así fueron pasando los días para esta familia,
dolorosamente desintegrada durante el tiempo penal de reclusión para el padre y
esposo de la misma. Dalio, tras haber reflexionado una y mil veces acerca de
las aciagas circunstancias que le habían llevado a tan penosa situación, tanto
a su persona como para su querida familia, tomó la decisión de aprovechar el tiempo penal a fin de mejorar su
formación, pensando en ese anhelado día en el que podría sentirse un hombre de
nuevo para su libertad personal. Habló con uno de los educadores, psicólogo de
la institución, que le animó a no perder el tiempo, ofreciéndole toda su ayuda.
Le encargaron la organización y gestión de la biblioteca, así como la
posibilidad de impartir algunas clases de alfabetización (para los reclusos más
atrasados) y divulgación de los conceptos y prácticas económicas (para aquéllos
que tenían un mejor nivel en sus conocimientos y habilidades). Con esta
participación solidaria, conseguiría reducir en algo la contabilización de los
días de reclusión. Al tiempo, este titulado economista tomó la inteligente
decisión de matricularse en la UNED, a fin de
estudiar el primer curso del grado de derecho.
Laia y su hija se vieron obligadas, en esos tiempos
tan cambiantes para sus vidas, a tener que asumir con presteza, dificultad y
entereza, la nueva realidad de la pobreza material. Esta madre y esposa nunca
se había planteado la posibilidad de que la vida le trajese esos profundos
cambios en el devenir de cada uno de los días. Había que educarse en el
circunstancial hábito de “ser pobres”. Se hacía
imprescindible optimizar los escasos recursos disponibles y controlar
férreamente la “política de gastos”.
Un día, al volver de su horario
laboral (en este momento tenía a su cargo la limpieza de unas oficinas de
seguros y dos bloques de viviendas) madre e hija quedaron extrañadas cuando
sobre las 3:30 de la tarde llamaron en el portero electrónico de la vivienda.
Al otro lado del interfono estaba la voz de un chico joven que preguntaba si
era el domicilio de Celeste Cinea. Se identificó como operario de una agencia de mensajería, indicando que traía un envío.
Tras firmar la recogida del paquete, madre e hija observaron que los datos del
remitente estaban identificados sólo con tres letras: P.C.U.
Abrieron el inesperado envío y para su sorpresa vieron que en su interior venía
un traje infantil, simple pero muy simpático
por su colorido y aditamentos, indicado para poder lucirlo en alguna de esas
fiestas populares con motivo de la Noche de Halloween, el 31 de Octubre,
celebración para la que faltaba apenas una semana. La talla de la prenda,
aunque un poco más grande, se adaptaba perfectamente al cuerpo de Celeste. De
hecho, ese trajecito podía soportar la talla de un niño que estuviera entre los
ocho y diez años de vida. Junto al traje, un pequeño sobre conteniendo una tarjeta manuscrita:
“Querida Celeste, permíteme que te
haga este pequeño obsequio. Podrás llevarlo y lucirlo en la fiesta que tu
colegio organiza este fin de semana, con motivo del DÍA DE HALLOWEEN. Tú y tu amiguitas lo pasaréis muy bien. Este trajecito, con
algunos pequeños arreglos que tu mamá hará, puede servir también para la fiesta
escolar de Navidad. Ah, se me olvidaba, no dejes de escribir tu carta a los
REYES MAGOS. Tu mamá la llevará al correo, para que SS.MM. los Reyes puedan
conocer ese juguete que te haría ilusión poseer. Un beso, de un Sr. Mayor”.
La sana ilusión de una niña de ocho años
justificaba plenamente el esfuerzo generoso de una buena persona, comprensiva e
inteligente. El admirable remitente hacía años que había perdido a la única hija gestada
en su matrimonio. Conociendo las circunstancias penosas que atravesaba la
estabilidad de una familia, temporalmente “rota” por avatares penales, trataba
de ayudar a que una niña, que sufría la separación de su padre encarcelado, no
se sintiera diferente con respecto a sus compañeros y amigas de colegio.
Especialmente en esas fiestas tan entrañables, “importantes” y divertidas, que
llenaran de color y alegría el mágico e inocente mundo de la infancia. La
sonrisas de los niños sustentan, a no dudar, las esperanzas vitales de nuestras
inciertas existencias.-
LOS LATIDOS
CAMBIANTES DEL VIENTO, EN EL INCIERTO CAMINAR DE LOS DÍAS.
José L. Casado Toro (viernes, 2 Noviembre 2018)
Antiguo profesor del I.E.S. Ntra.
Sra. de la Victoria. Málaga
José Luis, muy buenas!!!, Me encanta leer tus historias , admiro lo bien que te expresas, Un saludo!!!!!
ResponderEliminarGracias, por tu atención y comentarios.
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