viernes, 23 de noviembre de 2018

COMPORTAMIENTOS Y RESPUESTAS, DESDE LAS CARENCIAS Y EGOS AFECTIVOS.

La forma de actuar en las personas no puede quedar reducida, desde un lógico análisis multifactorial, a una simple fórmula matemática, en la que unos dígitos traten de explicar o razonar acerca de la duda, cuestión o problemática planteada. En la actitud de lo humano intervienen, a no dudar, unos heterogéneos elementos orgánicos y psicológicos, cuya naturaleza y origen es tan misteriosa e imprevisible que ni los propios protagonistas de esos hechos pueden entender o razonar, fácilmente, la casuística y etiología que los sustenta. En el terreno, siempre frágil e inestable, de los sentimientos subyacen unos factores que resultan decisivos para provocar esas nuestras contrastadas respuestas, las cuales resultan poco inteligibles desde el entorno que nos rodea. Son tan complicados esos generadores de respuestas que, como antes se ha indicado, incluso éstas actitudes resultan asombrosas e inesperadas para los protagonistas directos en el proceso.

Acerquémonos ya, siempre con la cautela y prudencia necesaria, a una bella historia que justifica e interpreta, de manera sintética pero explicativa, la introducción que antecede al desarrollo de este proceso narrativo.

Mañana otoñal, en un lunes 26 de Noviembre. El día aparecía presidido por la baja temperatura ambiental, muy apropiada para el “blindaje” térmico, acompañada de una fina lluvia que acariciaba, tanto el trasiego diario de las personas, como a todo ese patrimonio material que sustenta la arquitectura de la ciudad. En una somnolienta conserjería del Conservatorio Superior de Música se recibió una siempre previsible llamada telefónica, cuando apenas faltaban unos 20 minutos para el inicio rutinario del horario escolar. El contenido de la comunicación fue recogido, con paciente experiencia, por el conserje Saturnino, en su juventud trabajador de la minería en Sierra Morena y en su madurez auxiliar de servicio de la Administración autonómica. Al otro lado del hilo telefónico estaba la voz del catedrático de piano y violín D. Beltrán Narcea Loiraz, el cual manifestaba a “Satur” que se encontraba mal, de manera que no podría impartir las clases de ese día, por lo que le pedía que informara de su situación al compañero Jefe de Estudios. Nothing new under sun. Ese “nada nuevo bajo el sol” era frecuentemente repetitivo en un lunes escolar, época muy propicia para los resfriados y gripes. El veterano conserje se dijo a sí mismo “con éste son ya dos los profesores que no pueden asistir a clase en el día de hoy. Veremos como se manejan a todos esos alumnos de violín y piano”.

Pero la realidad era que aquella mañana, el admirado catedrático no se encontraba realmente “enfermo”. La recurrente justificación aportada para su inasistencia laboral de ese día no respondía a la verdad, sino que había otra importante causa que afectaba, no sólo a la intimidad del prestigioso maestro, sino también a otras muchas personas de su círculo familiar y profesional. A lo largo de lo que iba a ser un largo y “crispado” día, dos cartas pondrían algo de luz y desconcierto en el seno de dos familias, que no podían dar crédito al comportamiento insólito y escandaloso de dos de sus respectivos y queridos miembros.

En el domicilio de Kerane, una joven  de 21 años, aventajada estudiante de violín y piano, una breve carta explicaba a su madre doña Clemencia (viuda de un veterano actor teatral de segunda fila) y a su hermano Dacio (dos años menos que su hermana) la firme decisión que había adoptado, que no era otra que la de unirse en pareja con uno de los profesores que había conocido en sus ya muchos años de asistencia escolar al conservatorio. Precisaba que amaba intensamente a esa persona, a quien consideraba un verdadero padre espiritual, un maestro intelectual y un fervoroso amante, que la colmaba en todo momento de esa felicidad en la que ella y él deseaban profundizar. Aclaraba a sus íntimos familiares que ese profesor era una persona casada, con dos hijos y notablemente mayor que ella, pues alcanzaba ya la edad de 52 años, realidad personal que ambos habían considerado y aceptado, estando dispuestos a superar todas las dificultades posibles que pudieran eclipsar o dificultar su ardiente y recíproca pasión. El shock en la madre de la joven fue mayúsculo, apresurándose su hijo en ir a la farmacia de la plaza, a fin de solicitar algún calmante para el estado de ansiedad en la que había entrado su madre. Aunque Dacio lo llevaba mejor, doña Clemencia se sumía en un estado de profunda angustia, pues no podía imaginarse que su retoña pudiera “liarse” con uno de sus profesores, siendo un hombre casado, tres décadas mayor que Kerane y con dos hijos a su cargo, que tendrían más o menos la edad de su joven amante.

La carta que Beltrán dejó a su mujer Paula (47 años) y a sus dos hijos Loyra y Nelio era de franco y duro contenido para los destinatarios de la cruel misiva. Venía a decirle a su compañera matrimonial que a sus 52 años había encontrado ese sosiego y felicidad que hacía años venía buscando para su vida. Lo había hallado en una persona, muy joven ciertamente, que le transmitía vitalidad, ilusión y mucha fuerza para avanzar en ese difícil camino de la madurez. No concretaba la edad de su nueva compañera, aunque con una cierta vaguedad aludía a su propósito de facilitarle el envío de una cantidad mensual, a fin de sobrellevar los gastos de alimentos y la educación de sus hijos (de 18 y 19 años de edad, respectivamente). Añadía que era su propósito solicitar un traslado profesional, a fin de evitar la residencia en la misma ciudad donde había vivido hasta ese momento. En todo caso, trataría de ganarse la vida aplicando sus importantes conocimientos musicales.

La buena de Paula, ajena a esta segunda relación que su marido mantenía desde hacía meses, tuvo que desplazarse hasta su centro de trabajo (ejercía como auxiliar de clínica) acompañada por su hermana, tras sufrir un bloqueo emocional que le produjo una fuerte arritmia cardiaca. En los próximos días su organismo entró en un estado de profunda y severa depresión anímica. Obviamente, la relación entre Beltrán y Kerane se había llevado a efecto con una extremada discreción y muy hábil privacidad.

Cuando en los días sucesivos la verdadera realidad de la ausencia de Beltrán se difundió por el conservatorio, sus compañeros de claustro, también muy impresionados, murmuraban en voz baja con expresivos movimientos de cabeza, aunque muchos de ellos confiaban en que ese nuevo despertar sentimental de los cincuenta pronto se superaría y el prestigioso catedrático de piano regresaría a la sensata senda del equilibrio y la cordura. Marcos Cabrillana, director del centro formativo, contactó de inmediato con la inspección educativa cuyos servicios se personaron en el conservatorio. Tenían que recabar todos los datos necesarios para abrir diligencias en la incoación del correspondiente expediente disciplinario al aludido profesor y funcionario docente, que había dejado de atender sus ineludibles obligaciones laborales. El veterano catedrático fue informado, con presteza administrativa mediante carta certificada, urgente y con acuse de recibo, sobre la iniciación del citado expediente, citándole para que se personara en las próximas veinticuatro horas en las oficinas de la inspección educativa. Tendría que aportar las alegaciones que estimase oportunas, acerca del injustificado abandono de su puesto de trabajo. En ese primer estadio del informe, la inspección no entraba en consideraciones acerca  de la inesperada relación afectiva con una alumna, mayor de edad, a la que superaba cronológicamente en más de tres décadas. Resultaba evidente que esta circunstancia intervendría de inmediato en el citado expediente administrativo.

La relación de D. Beltrán con Kerane pronto fue la “comidilla” anecdótica en el seno de una comunidad escolar, ávida de novedades. Costaba dar crédito a la “fogosidad afectiva” y sexual de un conocido y respetado profesor que, de forma preocupante, parecía echar por la borda una ejemplar carrera y trayectoria profesional. Su grave falta no afectaba sólo al plano de lo laboral, sino también en el delicado ámbito familiar, pues la estabilidad de una familia quedaba gravemente trastocada por ese “capricho tardío” en los siempre complicados sentimientos que aparecen cuando una persona ve sucederse los años. En su insólito comportamiento, se mezclaban dos tipos de necesidades complementarias: Beltrán buscaba en Kerane la imposible ecuación de una juventud irremediablemente perdida, mientras que la ilusionada joven creía hallar en su veterano profesor esa madurez y sabiduría de un padre fallecido al que apenas conoció. 

El funcionario docente Beltrán Narcea fue trasladado a un importante localidad de la zona norte de la provincia de Córdoba, por decisión imperativa de los servicios de inspección. Allí permaneció viviendo con su joven compañera durante lo que restaba de curso. Pero su falta de adaptabilidad a ese nuevo espacio geográfico, la “incómoda”  falta grave anotada en su expediente personal y la actitud no especialmente amable del nuevo equipo directivo (inevitablemente al tanto de sus devaneos afectivos con una joven alumna) le llevó a tomar la decisión de abandonar su puesto docente, solicitando una excedencia administrativa por tres años de duración, a fin de ganarse la vida aplicando sus amplios conocimientos de música en otros diferentes órdenes profesionales, ajenos al específico ámbito escolar.

No encontró fácil acomodo para sus expectativas profesionales. Poco a poco la tarjeta bancaria se le fue quedando devaluada en cuando a la liquidez y disponibilidad de sus fondos. Había meses en que la enamorada pareja tenía amplia dificultad para “llegar a final de mes”, días en que la carencia de los euros necesarios para atender los gastos de dos familias hacían más que dificultosa la subsistencia diaria. Beltrán tuvo que aplicar amplia humildad a su antiguo status académico ofreciéndose para trabajar en bares, cafeterías, restaurantes y fiestas, acompañado por Kerane.  El “maestro” pulsaba las teclas del piano, mientras que su alumna y amante tocaba las cuerdas del violín. La chica incluso se iba atreviendo a hacer sus “pinitos” en el ámbito de la canción,  vocalizando piezas por ellas escritas o versionando melodías de otros autores y cantantes ya consolidados. Había que subsistir por todos los medios y salvar ese reciproco amor que ambos compartían y vitalmente necesitaban. La juventud de Kerane le hacía posible multiplicar sus esfuerzos, a fin de completar las necesidades económicas del hogar, dando clases particulares de violín a una serie de alumnos y alumnas de diferentes edades, tanto en el pequeño apartamento que habían alquilado en un barrio madrileño, no lejos del centro de la capital, como desplazándose a los propios domicilios de sus muy heterogéneos aprendices en el sugerente arte de la música. 

Así fueron pasando los meses. Así llegaron y vivieron, la “entregada” y muy peculiar pareja, los nuevos calendarios, desafiando valientemente a todos los convencionalismos de un crítico entorno social. Ella y él se habían propuesto complementar sus notables diferencias cronológicas y físicas, con la fuerza generosa de su cariño, amor y tensión afectiva de cada día, en el continuo discurrir de amaneceres y atardeceres. Todo un bello ejemplo y estímulo motivador para aquellas almas indolentes que tienen dificultades para creer en la fuerza dinamizadora del amor. Ese vínculo que se mantiene y renueva cada uno de los días, generado entre dos personas muy diferentes y al tiempo complementarias.

Paula ha sabido también rehacer su vida. En la actualidad, esta dinámica auxiliar de clínica ha formado nueva pareja con Salvio, un joven fisioterapeuta que trabaja en el centro de rehabilitación al que ella acude con frecuencia, por sus cada vez más molestos problemas de ciática, ocasionados por las numerosas horas en que ha de permanecer de pie en el centro farmacéutico donde trabaja. Curiosamente, la notable diferencia de edad existente entre ambos ha repetido el modelo de su antiguo cónyuge, con la muy joven estudiante de violín y piano. Las relaciones que esta nuevamente enamorada mujer mantiene con su ex Beltrán son extremadamente frías y convencionalmente centradas en aspectos relativos a los dos hijos que ambos mantienen en común.

Beltrán se halla cerca de cumplir los cincuenta y cinco años. Lleva tiempo meditando acerca de la conveniencia de adelantar la fecha para su reincorporación a las aulas escolares. Asume que su cuerpo ya no está para seguir “trotando” por esos mundos de Dios, protagonizando aventuras laborales bohemias y yendo de un lugar a otro con el fin de amenizar las fiestas, las celebraciones y a todos esos comensales que acuden a los más variopintos y caros restaurantes capitalinos. Una tarde, mientras prepara en casa unas partituras a fin de comprobar un instrumento musical, ya que le han llamado para tocar junto a un grupo amigos, en una despedida de soltero, escucha que en el dormitorio suena repetidamente la entrada de mensajes en el móvil de Kerane. La chica tiene una tarde bastante densa, con varias horas de clase de violín en un domicilio “bien” de la calle Princesa. Una vez más la chica se ha dejado olvidado en teléfono en casa. Como los sonidos del whatsapp  se repiten una y otra vez, Beltrán decide ir a la habitación para silenciar el aparato, pues le molesta su estridencia repetitiva, mientras realiza diversas pruebas con un teclado eléctrico de segunda mano que un compañero de grupo se ha comprado. Este amigo le ha pedido el favor de que compruebe algunos fallos acústicos que el instrumento produce en su funcionamiento.

Acude al dormitorio y observa que el móvil de Kerane está “descansando” detrás del despertador, encima de la mesita de noche. Aunque no tiene por costumbre leer los mensajes Whatapp de su compañera, le llama la atención un largo texto que aparece en pantalla, mensaje presidido por el icono de una fotografía, en la que se ve la imagen de un joven barbudo y bastante apuesto. Sin saber por qué, tal vez por curiosidad, comienza a leer las líneas que ocupan media pantalla. El nombre del remitente es un tal Dalio. El rostro del sofocado profesor va cambiando de tonalidad cromática, a medida que avanza y asimila la intensidad de la sorpresiva comunicación.

“Mi pequeña y ardorosa princesa. Debes entender que mientras más esperes, más complicado te va a resultar dar ese gran paso que tú y yo necesitamos con ansiedad. Lo venimos hablando y decidiendo desde hace meses. Aunque una y otra vez me lo prometes, no te decides a poner fin a esta dura espera, que se me está haciendo eterna. Me has repetido tus razones, una y diez veces. Aunque las entiendo, esta nuestra situación exige soluciones ya, aunque sean dolorosas y difíciles. Me repites que le debes mucho, a causa de todo lo que él ha sacrificado por ti. Yo también te he dado todo lo que me has pedido y más. ¿Cuándo te he negado yo algo? Tienes que romper al fin con esa servidumbre que te aprisiona a lo que consideras como un padre, que en realidad no lo es. Me has asegurado que ya sólo sientes por él gratitud “filial”. Pero lo nuestro sí es verdadero y fervoroso cariño y amor. Se trata de una persona mayor y a sus años sabrá entender las necesidades y afectos de tu juventud. Sé valiente y pon las cosas en su sitio. Yo he sabido esperar. Pero no lo puedo hacer eternamente. Y no quiero compartir tu cuerpo con una persona que ya no significa nada para ti, sólo disimulo y gratitud filial. Yo estoy incluso dispuesto, si me lo pides, a hablar con el músico, de hombre a hombre. No le tengo miedo, pues soy más fuerte que él. Espero con ansiedad tu decisión. Amorcito, tuyo siempre con toda mi alma. Dalio”.


COMPORTAMIENTOS Y RESPUESTAS, DESDE LAS CARENCIAS Y EGOS AFECTIVOS.


José L. Casado Toro  (viernes, 23 Noviembre 2018)
Antiguo profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga


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