La forma de actuar en las personas no puede quedar
reducida, desde un lógico análisis multifactorial, a una simple fórmula
matemática, en la que unos dígitos traten de explicar o razonar acerca de la
duda, cuestión o problemática planteada. En la actitud de lo humano
intervienen, a no dudar, unos heterogéneos elementos orgánicos y psicológicos,
cuya naturaleza y origen es tan misteriosa e imprevisible que ni los propios
protagonistas de esos hechos pueden entender o razonar, fácilmente, la
casuística y etiología que los sustenta. En el terreno, siempre frágil e
inestable, de los sentimientos subyacen unos factores que resultan decisivos para
provocar esas nuestras contrastadas respuestas, las cuales resultan poco
inteligibles desde el entorno que nos rodea. Son tan complicados esos
generadores de respuestas que, como antes se ha indicado, incluso éstas
actitudes resultan asombrosas e inesperadas para los protagonistas directos en
el proceso.
Acerquémonos ya, siempre con la cautela y prudencia
necesaria, a una bella historia que justifica e interpreta, de manera sintética
pero explicativa, la introducción que antecede al desarrollo de este proceso
narrativo.
Mañana otoñal, en un lunes 26 de Noviembre. El día
aparecía presidido por la baja temperatura ambiental, muy apropiada para el
“blindaje” térmico, acompañada de una fina lluvia que acariciaba, tanto el
trasiego diario de las personas, como a todo ese patrimonio material que
sustenta la arquitectura de la ciudad. En una somnolienta conserjería del Conservatorio Superior de Música se recibió una
siempre previsible llamada telefónica, cuando apenas faltaban unos 20 minutos
para el inicio rutinario del horario escolar. El contenido de la comunicación
fue recogido, con paciente experiencia, por el conserje Saturnino, en su juventud trabajador de la minería en Sierra
Morena y en su madurez auxiliar de servicio de la Administración autonómica. Al
otro lado del hilo telefónico estaba la voz del catedrático de piano y violín D. Beltrán Narcea Loiraz, el cual manifestaba a “Satur”
que se encontraba mal, de manera que no podría impartir las clases de ese día,
por lo que le pedía que informara de su situación al compañero Jefe de
Estudios. Nothing new under sun. Ese “nada nuevo bajo el sol” era frecuentemente
repetitivo en un lunes escolar, época muy propicia para los resfriados y
gripes. El veterano conserje se dijo a sí mismo “con éste son ya dos los
profesores que no pueden asistir a clase en el día de hoy. Veremos como se
manejan a todos esos alumnos de violín y piano”.
Pero la realidad era que aquella mañana, el
admirado catedrático no se encontraba realmente “enfermo”. La recurrente
justificación aportada para su inasistencia laboral de ese día no respondía a
la verdad, sino que había otra importante causa que afectaba, no sólo a la intimidad
del prestigioso maestro, sino también a otras muchas personas de su círculo
familiar y profesional. A lo largo de lo que iba a ser un largo y “crispado”
día, dos cartas pondrían algo de luz y
desconcierto en el seno de dos familias, que no podían dar crédito al
comportamiento insólito y escandaloso de dos de sus respectivos y queridos
miembros.
En el domicilio de Kerane,
una joven de 21 años, aventajada estudiante
de violín y piano, una breve carta explicaba a su madre doña Clemencia (viuda de un veterano actor teatral de segunda
fila) y a su hermano Dacio (dos años menos que
su hermana) la firme decisión que había adoptado, que no era otra que la de
unirse en pareja con uno de los profesores que había conocido en sus ya muchos
años de asistencia escolar al conservatorio. Precisaba que amaba intensamente a
esa persona, a quien consideraba un verdadero padre espiritual, un maestro intelectual
y un fervoroso amante, que la colmaba en todo momento de esa felicidad en la
que ella y él deseaban profundizar. Aclaraba a sus íntimos familiares que ese
profesor era una persona casada, con dos hijos y notablemente mayor que ella,
pues alcanzaba ya la edad de 52 años, realidad personal que ambos habían considerado
y aceptado, estando dispuestos a superar todas las dificultades posibles que
pudieran eclipsar o dificultar su ardiente y recíproca pasión. El shock en la
madre de la joven fue mayúsculo, apresurándose su hijo en ir a la farmacia de
la plaza, a fin de solicitar algún calmante para el estado de ansiedad en la
que había entrado su madre. Aunque Dacio lo llevaba mejor, doña Clemencia se
sumía en un estado de profunda angustia, pues no podía imaginarse que su retoña
pudiera “liarse” con uno de sus profesores, siendo un hombre casado, tres
décadas mayor que Kerane y con dos hijos a su cargo, que tendrían más o menos
la edad de su joven amante.
La carta que Beltrán dejó a su mujer Paula (47 años) y a
sus dos hijos Loyra y Nelio
era de franco y duro contenido para los destinatarios de la cruel
misiva. Venía a decirle a su compañera matrimonial que a sus 52 años había
encontrado ese sosiego y felicidad que hacía años venía buscando para su vida.
Lo había hallado en una persona, muy joven ciertamente, que le transmitía
vitalidad, ilusión y mucha fuerza para avanzar en ese difícil camino de la
madurez. No concretaba la edad de su nueva compañera, aunque con una cierta
vaguedad aludía a su propósito de facilitarle el envío de una cantidad mensual,
a fin de sobrellevar los gastos de alimentos y la educación de sus hijos (de 18
y 19 años de edad, respectivamente). Añadía que era su propósito solicitar un
traslado profesional, a fin de evitar la residencia en la misma ciudad donde
había vivido hasta ese momento. En todo caso, trataría de ganarse la vida
aplicando sus importantes conocimientos musicales.
La buena de Paula, ajena a esta segunda relación
que su marido mantenía desde hacía meses, tuvo que desplazarse hasta su centro
de trabajo (ejercía como auxiliar de clínica) acompañada por su hermana, tras
sufrir un bloqueo emocional que le produjo una fuerte arritmia cardiaca. En los
próximos días su organismo entró en un estado de profunda y severa depresión
anímica. Obviamente, la relación entre Beltrán y Kerane se había llevado a
efecto con una extremada discreción y muy hábil privacidad.
Cuando en los días sucesivos la verdadera realidad
de la ausencia de Beltrán se difundió por el conservatorio, sus compañeros de
claustro, también muy impresionados, murmuraban en voz baja con expresivos
movimientos de cabeza, aunque muchos de ellos confiaban en que ese nuevo
despertar sentimental de los cincuenta pronto se superaría y el prestigioso
catedrático de piano regresaría a la sensata senda del equilibrio y la cordura.
Marcos Cabrillana, director del centro
formativo, contactó de inmediato con la inspección educativa cuyos servicios se
personaron en el conservatorio. Tenían que recabar todos los datos necesarios para
abrir diligencias en la incoación del correspondiente expediente
disciplinario al aludido profesor y funcionario docente, que había
dejado de atender sus ineludibles obligaciones laborales. El veterano
catedrático fue informado, con presteza administrativa mediante carta
certificada, urgente y con acuse de recibo, sobre la iniciación del citado
expediente, citándole para que se personara en las próximas veinticuatro horas
en las oficinas de la inspección educativa. Tendría que aportar las alegaciones
que estimase oportunas, acerca del injustificado abandono de su puesto de
trabajo. En ese primer estadio del informe, la inspección no entraba en
consideraciones acerca de la inesperada
relación afectiva con una alumna, mayor de edad, a la que superaba cronológicamente
en más de tres décadas. Resultaba evidente que esta circunstancia intervendría
de inmediato en el citado expediente administrativo.
La relación de D. Beltrán con Kerane pronto fue la
“comidilla” anecdótica en el seno de una comunidad escolar, ávida de novedades.
Costaba dar crédito a la “fogosidad afectiva” y sexual de un conocido y
respetado profesor que, de forma preocupante, parecía echar por la borda una
ejemplar carrera y trayectoria profesional. Su grave falta no afectaba sólo al
plano de lo laboral, sino también en el delicado ámbito familiar, pues la
estabilidad de una familia quedaba gravemente trastocada por ese “capricho tardío”
en los siempre complicados sentimientos que aparecen cuando una persona ve sucederse
los años. En su insólito comportamiento, se mezclaban dos tipos de necesidades complementarias: Beltrán buscaba en
Kerane la imposible ecuación de una juventud irremediablemente perdida,
mientras que la ilusionada joven creía hallar en su veterano profesor esa
madurez y sabiduría de un padre fallecido al que apenas conoció.
El funcionario docente Beltrán Narcea fue
trasladado a un importante localidad de la zona norte de la provincia de
Córdoba, por decisión imperativa de los servicios de inspección. Allí permaneció
viviendo con su joven compañera durante lo que restaba de curso. Pero su falta
de adaptabilidad a ese nuevo espacio geográfico, la “incómoda” falta grave anotada en su expediente personal
y la actitud no especialmente amable del nuevo equipo directivo (inevitablemente
al tanto de sus devaneos afectivos con una joven alumna) le llevó a tomar la
decisión de abandonar su puesto docente, solicitando una excedencia administrativa por tres años de duración,
a fin de ganarse la vida aplicando sus amplios conocimientos de música en otros
diferentes órdenes profesionales, ajenos al específico ámbito escolar.
No encontró fácil acomodo
para sus expectativas profesionales. Poco a poco la tarjeta bancaria se le fue quedando
devaluada en cuando a la liquidez y disponibilidad de sus fondos. Había meses
en que la enamorada pareja tenía amplia dificultad para “llegar a final de
mes”, días en que la carencia de los euros necesarios para atender los gastos
de dos familias hacían más que dificultosa la subsistencia diaria. Beltrán tuvo
que aplicar amplia humildad a su antiguo status académico ofreciéndose para
trabajar en bares, cafeterías, restaurantes y fiestas, acompañado por
Kerane. El “maestro” pulsaba las teclas
del piano, mientras que su alumna y amante
tocaba las cuerdas del violín. La chica incluso
se iba atreviendo a hacer sus “pinitos” en el ámbito de la canción, vocalizando piezas por ellas escritas o
versionando melodías de otros autores y cantantes ya consolidados. Había que
subsistir por todos los medios y salvar ese reciproco amor que ambos compartían
y vitalmente necesitaban. La juventud de Kerane le hacía posible multiplicar
sus esfuerzos, a fin de completar las necesidades económicas del hogar, dando clases particulares de violín a una serie de alumnos
y alumnas de diferentes edades, tanto en el pequeño apartamento que habían
alquilado en un barrio madrileño, no lejos del centro de la capital, como
desplazándose a los propios domicilios de sus muy heterogéneos aprendices en el
sugerente arte de la música.
Así fueron pasando los meses. Así llegaron y vivieron,
la “entregada” y muy peculiar pareja, los nuevos calendarios, desafiando
valientemente a todos los convencionalismos de un crítico entorno social. Ella
y él se habían propuesto complementar sus notables diferencias cronológicas y
físicas, con la fuerza generosa de su cariño, amor y tensión afectiva de cada
día, en el continuo discurrir de amaneceres y atardeceres. Todo un bello ejemplo
y estímulo motivador para aquellas almas indolentes que tienen dificultades
para creer en la fuerza dinamizadora del amor. Ese
vínculo que se mantiene y renueva cada uno de los días, generado entre dos
personas muy diferentes y al tiempo complementarias.
Paula ha sabido también rehacer su vida. En la
actualidad, esta dinámica auxiliar de clínica ha formado nueva pareja con Salvio, un joven fisioterapeuta que trabaja en el
centro de rehabilitación al que ella acude con frecuencia, por sus cada vez más
molestos problemas de ciática, ocasionados por las numerosas horas en que ha de
permanecer de pie en el centro farmacéutico donde trabaja. Curiosamente, la
notable diferencia de edad existente entre ambos ha repetido el modelo de su
antiguo cónyuge, con la muy joven estudiante de violín y piano. Las relaciones
que esta nuevamente enamorada mujer mantiene con su ex Beltrán son
extremadamente frías y convencionalmente centradas en aspectos relativos a los
dos hijos que ambos mantienen en común.
Beltrán se halla cerca de cumplir los cincuenta y cinco
años. Lleva tiempo meditando acerca de la conveniencia de adelantar la fecha
para su reincorporación a las aulas escolares. Asume que su cuerpo ya no está
para seguir “trotando” por esos mundos de Dios, protagonizando aventuras
laborales bohemias y yendo de un lugar a otro con el fin de amenizar las
fiestas, las celebraciones y a todos esos comensales que acuden a los más
variopintos y caros restaurantes capitalinos. Una tarde, mientras prepara en
casa unas partituras a fin de comprobar un instrumento musical, ya que le han
llamado para tocar junto a un grupo amigos, en una despedida de soltero, escucha
que en el dormitorio suena repetidamente la entrada de mensajes en el móvil de Kerane. La chica tiene una tarde bastante
densa, con varias horas de clase de violín en un domicilio “bien” de la calle
Princesa. Una vez más la chica se ha dejado olvidado en teléfono en casa. Como
los sonidos del whatsapp se repiten una
y otra vez, Beltrán decide ir a la habitación para silenciar el aparato, pues le
molesta su estridencia repetitiva, mientras realiza diversas pruebas con un
teclado eléctrico de segunda mano que un compañero de grupo se ha comprado.
Este amigo le ha pedido el favor de que compruebe algunos fallos acústicos que el
instrumento produce en su funcionamiento.
Acude al dormitorio y observa que el móvil de
Kerane está “descansando” detrás del despertador, encima de la mesita de noche.
Aunque no tiene por costumbre leer los mensajes Whatapp de su compañera, le
llama la atención un largo texto que aparece en pantalla, mensaje presidido por
el icono de una fotografía, en la que se ve la imagen de un joven barbudo y
bastante apuesto. Sin saber por qué, tal vez por curiosidad, comienza a leer
las líneas que ocupan media pantalla. El nombre del remitente es un tal Dalio. El rostro del sofocado profesor va cambiando
de tonalidad cromática, a medida que avanza y asimila la intensidad de la
sorpresiva comunicación.
“Mi pequeña y ardorosa princesa. Debes
entender que mientras más esperes, más complicado te va a resultar dar ese gran
paso que tú y yo necesitamos con ansiedad. Lo venimos hablando y decidiendo
desde hace meses. Aunque una y otra vez me lo prometes, no te decides a poner fin
a esta dura espera, que se me está haciendo eterna. Me has repetido tus razones,
una y diez veces. Aunque las entiendo, esta nuestra situación exige soluciones
ya, aunque sean dolorosas y difíciles. Me repites que le debes mucho, a causa
de todo lo que él ha sacrificado por ti. Yo también te he dado todo lo que me
has pedido y más. ¿Cuándo te he negado yo algo? Tienes que romper al fin con
esa servidumbre que te aprisiona a lo que consideras como un padre, que en
realidad no lo es. Me has asegurado que ya sólo sientes por él gratitud
“filial”. Pero lo nuestro sí es verdadero y fervoroso cariño y amor. Se trata
de una persona mayor y a sus años sabrá entender las necesidades y afectos de
tu juventud. Sé valiente y pon las cosas en su sitio. Yo he sabido esperar.
Pero no lo puedo hacer eternamente. Y no quiero compartir tu cuerpo con una
persona que ya no significa nada para ti, sólo disimulo y gratitud filial. Yo
estoy incluso dispuesto, si me lo pides, a hablar con el músico, de hombre a
hombre. No le tengo miedo, pues soy más fuerte que él. Espero con ansiedad tu
decisión. Amorcito, tuyo siempre con toda mi alma. Dalio”.
COMPORTAMIENTOS Y
RESPUESTAS, DESDE LAS CARENCIAS Y EGOS AFECTIVOS.
José L. Casado Toro (viernes, 23 Noviembre 2018)
Antiguo profesor del I.E.S. Ntra.
Sra. de la Victoria. Málaga
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