Una de las expresiones más comúnmente utilizadas
por las personas, en el intercambio normalizado de saludos, es la frase ritual
y educada del “buenos días”. Efectivamente, con
esta socializada expresión deseamos a nuestro interlocutor que el día sea
positivo, en todos los aspectos de sus mejores aspiraciones. Estas dos agradables
palabras son pronunciadas en numerosos ámbitos y circunstancias, ya sea cuando
llegamos a nuestro puesto de trabajo, cuando nos cruzamos con alguno de los
vecinos que habitan el bloque en el que residimos, cuando llegamos a la parada
del autobús o, por ejemplo, al acceder al interior de un establecimiento y
situarnos ante la persona que nos va a atender. Este saludo es, a no dudar, el más
popularmente utilizado por los seres humanos, aunque modificamos uno de sus vocablos,
cuando llega la tarde o nos encontramos en las más avanzadas horas del día, ya
en el sosegado “reino” de la noche. Con la también expresión similar del “que
tenga/s un buen día” básicamente lo que queremos manifestar es que a esa persona/as,
que tenemos ante nosotros, le vaya bien en los afanes, proyectos y actividades
en los que se halle sanamente implicado. Por supuesto, como principal deseo y objetivo,
que su salud refleje buenos o aceptables niveles. Y, profundizando más en su
sentido, lo que afectivamente también deseamos es que, en lo posible, se sienta
… feliz. La complejidad y simplicidad de
este último concepto, supone toda una teoría de la vida. Fácil y difícil, al
tiempo. Pero ¿qué es, qué supone, sentirse feliz?
La historia, enmarcada en este contexto temático, va
a estar focalizada en una persona de normalizada vida familiar, laboral y también
(muy importante) en el estado orgánico de su salud. Frutos
Magaña Gavilán, 47 “primaveras” ya protagonizadas, está casado desde
hace diecinueve años con Amadora Segovia. Son
padres de dos adolescentes, Rocío y Víctor, que cursan en la actualidad sus
estudios de la educación secundaria en un centro de titularidad pública perteneciente
a la Administración autonómica. Con ambos jóvenes, a tenor de su edad
evolutiva, estos padres aplican la sabía prudencia de evitar discusiones,
enfrentamientos y “conflictos generacionales”
tratando de comprenderlos y orientarlos de la mejor y hábil forma
posible, en aras de su equilibrado y enriquecedor desarrollo.
Frutos, al igual que su mujer, no es persona practicante en materia religiosa, aunque por supuesto no se considera ateo militante o agnóstico, simplemente es que “pasa, cómodamente” de la religión y, de manera muy especial, de sus controvertidos “administradores” clericales. Trabaja como dependiente vendedor, desde hace ya casi dos décadas, en unos grandes almacenes de reconocido y cualificado logotipo, al igual que su cónyuge, aunque ella y él permanecen adscritos a distintas secciones. Precisamente fue en ese ámbito laboral donde se conocieron, intimaron y unieron sus vidas matrimonialmente. Amadora, que comenzó en su juventud la licenciatura en Filología Inglesa (que no llegó a finalizar) atiende a la clientela en el departamento de librería y material de papelería. Su marido, por el contrario, con la titulación de magisterio (carrera que nunca ha ejercido) se encuentra destinado en el departamento de ropa infantil, ya que después de pasar por diversas secciones, sus jefes destacaron en él su especial capacidad para el trato con la población infantil.
Cada día laborable de la semana, este domicilio ofrece
la representación de una similar escena conyugal. Cuando el matrimonio puede
hacer juntos el almuerzo (casi siempre así consumen
la cena, a partir de las 22:30) el intercambio
de sus palabras queda reducido, las más de las veces, a simples monosílabos de
respuesta, ante algún comentario que alguno de los dos cónyuges comensales
realiza. El silencio que ambos practican, queda cómicamente disimulado por ese
tercer “ente” electrónico invitado a la mesa, que genera el sonido y las
imágenes de la televisión, mágico aparato que “ayuda” decisivamente a mantener la
incomunicada velada.
Es cierto que esta pareja de comerciales llegan a
casa bastante cansados. Muchas horas de pie, atendiendo a las mil y una cuitas
planteadas por la siempre heterogénea y caprichosa clientela. Ello provoca en ambos comensales,
que suelen estar solos en la mesa (sus dos
hijos han aprendido a prepararse esos platos combinados que tanto aprecian o a
servirse de la olla aquello que su madre –generalmente por las noches- suele cocinar) prioricen la toma de alimentos y pospongan las palabras
para otros momentos “más afortunados”, que en poco abundan. Tienen escasas
ganas de dialogar o tal vez es que acepten, de una manera subliminar y grave,
que ya está casi todo hablado entre ellos.
Durante los fines de
semana (en realidad este marco temporal queda reducido a los domingos,
pues son muchos los sábados en que uno y otro tienen que trabajar) Frutos se
centra en la lectura de la prensa deportiva y en el visionado de todos los partidos que su
capacidad soporta, pues está apuntado a una plataforma de pago que se los va
ofreciendo en muy cómodos y continuos horarios. Cuando no hay fútbol, la
segunda gran afición de éste cada vez más descontento personaje es la
ordenación laboriosa de todas esas piezas en que vienen divididas las láminas
de los puzles, con la “grandeza” imaginativa de su aburrido divertimento. Tiene
una verdadera pasión por este habilidoso juego de acomodar piezas, dedicándole
todo el tiempo que sea necesario ( incluso tardes enteras) para tan “sugestiva”
y paciente labor. En los altillos de sus armarios tiene guardadas varias cajas
de este entretenimiento, algunas de los mismas con más de dos mil piezas por
unidad. Su mundo lúdico no encuentra acomodo para practicar algo de ejercicio
físico, pues responde y explica, a todo aquél que se lo sugiere, que bastante
ejercicio realiza cada uno de los días con el trajín que ha de llevar a cabo
para la práctica comercial. En la tienda no se puede sentar y ha de llevar
puesto el traje, la corbata y los severos zapatos de vestir para todas las
estaciones (indumentaria que es norma de la firma y que él “odia” hasta el
hartazgo). En cuanto a Amadora, dedica básicamente ese tiempo dominical a
ordenar las tareas de la casa, con la limpieza, la puesta de la lavadora, el
rato de plancha y algunas comidas que congelará para usarlas durante la semana.
Los ratitos de asueto para ella son empleados en algo de lectura y el visionado
de la televisión, especialmente las películas y algún “ratito” para el Sálvame,
en la 5.
Sobre las diecisiete horas de un martes de Octubre,
uno de esos días de la semana en los que no hay mucha clientela dentro del
establecimiento, Honesto Martiales de la Romería,
jefe de la sección en la que Frutos desarrolla su trabajo, se acercó a su
subordinado para invitarle a tomar alguna infusión en la cafetería del Gran
Almacén. En realidad este veterano comercial, próximo ya a su jubilación, lo
que pretende es hablar con este empleado, cuyo comportamiento o más bien
actitud le preocupa desde hace semanas. Los quince o veinte minutos de la
merienda van a ser hábilmente utilizados por este comercial para transmitirle a
su compañero aquello que bulle en su cabeza, con el generoso ánimo y objetivo de prestarle esa ayuda que, dada
su experiencia, estima más que necesaria.
“Compañero y buen amigo Frutos. Nos
conocemos desde hace ya muchos años, aunque yo soy por mi edad de una
generación anterior a la tuya. Entre las obligaciones a las debo atender, por
la responsabilidad de mi jefatura, está la de captar y darme cuenta, antes que
nadie, acerca de la actitud de los compañeros con los que trabajo. Quiero decir
con ello lo siguiente: en ocasiones (a mí también me ha ocurrido) algunos de
los problemas personales que afectan a la privacidad de nuestras vidas, los
“traemos” o trasladamos al puesto de trabajo y no los dejamos en casa. Y esa
traslación puede resultar “peligrosa” o inconveniente, pues repercute en
nuestro semblante, en nuestra disponibilidad y en ese agrado y servicio que
debemos prestar a todos aquéllos que se acercan a nuestro establecimiento. Si
el cliente no se siente a gusto con algunos detalles, por nimios que parezcan,
la próxima vez dudará si venir a este centro comercial o probar suerte en otro
comercio de la competencia. Algo te ocurre, no me cabe la menor duda. Te observo
últimamente con un rictus de tristeza, de desánimo o incomunicación, aunque
también valoro y reconozco el esfuerzo que haces para disimularlo cuando estás
atendiendo al público. Pero a veces ese esfuerzo no es suficiente y el cliente
que nos mantiene puede no sentirse a gusto o con cierto desaire en el trato. La
clientela es muy especial y caprichosa, tú lo sabes. Pero aquí me tienes, aquí
estoy para ayudarte. Puedes contar con mi experiencia y máxima discreción”.
Ambos compañeros entendieron que el asunto exigía
una mayor atención temporal, que esos minutos que estaban utilizando para la
merienda en la tarde. Tras agradecer al compañero Martiales su buena
disposición para la ayuda, Frutos le propuso algunos días y horas a fin de tener
una reunión más relajada y amplia en el tiempo. Bien un desayuno, merienda o
incluso compartir algún almuerzo, en donde los dos amigos pudieran intercambiar
mejor las ideas, los consejos y esas aclaraciones necesarias para enriquecer
cualquier tipo de diálogo. Repasaron sus “agendas” y curiosamente, el sábado
inmediato por la mañana, ambos estaban libres de acudir a su puesto de trabajo,
obligación que sí tendrían que cumplir en la jornada de tarde.
Se citaron en un lugar tranquilo para la palabra,
una de las cafeterías instaladas en la zona comercial del Puerto malacitano,
espacio muy idóneo para lo anímico a esa hora tempranera
de la mañana. Dos envases de Nestea de naranja y un platillo de frutos secos para el
“picoteo” separaban, sobre la
coqueta mesita de superficie acristalada,
a los dos compañeros, ambos vestidos con
ropa deportiva, sin el traje “normativo” que se verían obligados a llevar
durante la jornada laboral de la tarde.
“Escúchame, Honesto. Estoy en una etapa central en
mi vida y la verdad es que no me siento nada bien. No te hablo de lo puramente
físico, aunque siempre están los típicos achaques y “goteras” de la madurez. Lo
que más me está afectando, desde hace meses, tal vez años, es un desagradable sentimiento de infelicidad que, en algunos momentos,
me hace bastante daño en lo anímico o lo psicológico. En el trabajo tengo que
“disimular” y autocontrolar mejor mis respuestas, por razones obvias, pero en
casa encuentro refugio en el silencio y la introversión. Mato el tiempo con mis
puzles y el “aborregamiento” del fútbol.
Amadora vive su vida y yo la mía. Cada día hablamos menos y no lo hacemos intencionadamente,
sino porque tal vez ya no encontremos esos temas o esa necesidad para
intercambiar el siempre fructífero diálogo. Es una cosa muy rara. Pierdes el
gusto por las cosas, te irritas por nimiedades, te ves como disgustado por las
cosas que pasan a tu alrededor, no sé si serie la palabra más correcta, pero es
que te da como envidia y pesar que a otros les vaya bien, mejor que a ti, viéndoles ostentar en sus rostros esas sonrisas que
parecen traslucir el disfrute y eso que tal vez podamos llamar el estado de la
pequeña y cotidiana felicidad”.
“Amigo Magaña. Tengo más años que tú
(la jubilación la veo ya muy próxima, a la vuelta de la esquina) y te puedo
asegurar que he pasado por esto. Es la crisis, mil veces comentada, de los
cuarenta. Nos vamos haciendo mayores y vemos alejarse esos afanes e ilusiones
que proyectábamos en los años de la juventud. Tu debes andar cerca ya de la
media centuria y te has acomodado, te has encerrado, en unas pequeñas aficiones,
“comiéndose” el trabajo el resto de las horas del día. Tienes que hacer un
poderoso, pero muy valiente, esfuerzo, para “reeducarte” en los mejores
sentimientos. Te explico. Por supuesto, abrirte mucho más hacia los demás. Ahí
vas a encontrar un fácil camino para sentirse más útil y necesario en la vida.
Fíjate: trata de adelantarte a las necesidades de las personas que te rodean.
Ofréceles tu modesta, pero gran ayuda, antes incluso de que ellos te la
soliciten. Sé que no es fácil, pero… debes encontrar alegría y satisfacción en
los éxitos y alegrías que afecten y protagonicen los demás. No te sientas
frustrado porque un compañero consiga un ascenso en su puesto de trabajo. Se
positivo y generoso en la valoración hacia esa persona que ha tenido suerte,
méritos o coyuntura para su oportunidad. Te repito que no es fácil acceder a
esta percepción y bondad anímica. Pero a fuerza de practicarlo, te sentirás
mucho mejor y por supuesto más feliz. Provoca y genera sonrisas. Evita esas
malas caras que, la vida nos lo enseña, no conducen a nada bueno o positivo.
Sino a sentirte frustrado, relegado y centrado en la crítica, en lo negativo,
en la incomodidad. Tienes una edad perfecta para salir a la naturaleza, hacer
algo de deporte, enriquecerte con la amistad de otras personas que, como tu
también sufren y ríen, que caminan y descansan, que “luchan” y lo reintentar
sin amilanarse por los imprevistos reveses. Como decía un cura, muy famoso en
el siglo pasado, pero que ahora recuerdo su nombre, la felicidad de los demás
te hará feliz también a ti, porque si te entristeces por los éxitos ajenos, aun
caerás en una mayor y oscura infelicidad. No te hará bien y te cerrará aún más
las puertas de esa luz que nos debe proporcionar alegría y tranquilidad”.
Fueron más de dos las horas en que ambos compañeros y amigos
intercambiaron la palabra, las reflexiones y esos consejos y sugerencias que
nunca deben caen en saco roto. Al menos Honesto, con su veterana “sabiduría”
había conseguido, mostrando una admirable disposición, que una persona cercana,
que lo estaba pasando bastante mal, encerrada en sí mismo y sin luces
clarividentes para encontrar el camino de la inteligencia emocional, parara por
unos minutos en su falaz y absurda rutina. Con esta autorreflexión podrá replantearse
muchas cosas y cambios en su vida, pero todos ellos con el compromiso racional
y emocional, al tiempo, de abrirse generosamente hacia los demás. La vida
siempre te ofrece motivos para detenerte en esa estación donde puedes sacar un
billete que te conduzca a mejores y más solidarios destinos. Había sido, sin
duda, una mañana abierta parea la esperanza, en una persona atribulada e infeliz como Frutos.
En la mañana del siguiente lunes, un hombre y una
mujer, intercambian frases en voz baja, en la planta baja de un gran
establecimiento comercial, a esas horas del día no muy densificado en la
clientela. Ella ordenaba los ejemplares
depositados en un expositor de novedades bibliográficas. Él hacía como si repasara unos impresos o listados,
que portaba en un dossier forrado con una envoltura de plástico azul. La
naturaleza del contenido temático que intercambiaban hacía que ambos extremasen
la prudencia, aunque varias cómplices sonrisas brotaban en sus rostros, emocional
y secretamente vinculados.
“Ya sé que te fue muy bien el sábado, con esa “misionera”
ayuda a una persona cada vez más abrumada y necesitada. Desde luego que fuiste
muy hábil y convincente, pues Frutos llegó a casa con una actitud diferente y
profundamente motivado. Lo percibía en sus ojos y en sus gestos. Parece que
ahora tiene nuevos proyectos. Quiere contactar con una asociación senderista y
creo que estuvo llamando a algunos compañeros de estudios, pues lo vi “liado”
con la agenda de direcciones y teléfonos. He de aplaudir tu habilidad, porque hiciste
una excelente labor. Eres un maestro en el trato con los demás. Te lo
agradezco, pues así conseguiré que este hombre se distraiga y no nos moleste para
nuestras “cosas”. Este jueves tengo la tarde libre, mientras que él tiene
horario hasta el cierre de la tienda. Tengo necesidad de estar contigo … ¿A qué
hora te puedes librar tú? Sé que no tienes la tarde completa. Creo que sales a las seis. ¿Te parece bien … sobre
las siete, para “vernos” en el estudio? “Oficialmente” yo pasaré la tarde haciendo
compras, con unas amigas de juventud”.-
EL FRUSTRANTE Y ERRÓNEO
SENTIMIENTO DE INFELICIDAD.
José L. Casado Toro (viernes, 16 Noviembre 2018)
Antiguo profesor del I.E.S. Ntra.
Sra. de la Victoria. Málaga
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