viernes, 16 de noviembre de 2018

EL FRUSTRANTE Y ERRÓNEO SENTIMIENTO DE INFELICIDAD.


Una de las expresiones más comúnmente utilizadas por las personas, en el intercambio normalizado de saludos, es la frase ritual y educada del “buenos días”. Efectivamente, con esta socializada expresión deseamos a nuestro interlocutor que el día sea positivo, en todos los aspectos de sus mejores aspiraciones. Estas dos agradables palabras son pronunciadas en numerosos ámbitos y circunstancias, ya sea cuando llegamos a nuestro puesto de trabajo, cuando nos cruzamos con alguno de los vecinos que habitan el bloque en el que residimos, cuando llegamos a la parada del autobús o, por ejemplo, al acceder al interior de un establecimiento y situarnos ante la persona que nos va a atender. Este saludo es, a no dudar, el más popularmente utilizado por los seres humanos, aunque modificamos uno de sus vocablos, cuando llega la tarde o nos encontramos en las más avanzadas horas del día, ya en el sosegado “reino” de la noche. Con la también expresión similar del “que tenga/s un buen día” básicamente lo que queremos manifestar es que a esa persona/as, que tenemos ante nosotros, le vaya bien en los afanes, proyectos y actividades en los que se halle sanamente implicado. Por supuesto, como principal deseo y objetivo, que su salud refleje buenos o aceptables niveles. Y, profundizando más en su sentido, lo que afectivamente también deseamos es que, en lo posible, se sienta …  feliz. La complejidad y simplicidad de este último concepto, supone toda una teoría de la vida. Fácil y difícil, al tiempo. Pero ¿qué es, qué supone, sentirse feliz?  

La historia, enmarcada en este contexto temático, va a estar focalizada en una persona de normalizada vida familiar, laboral y también (muy importante) en el estado orgánico de su salud. Frutos Magaña Gavilán, 47 “primaveras” ya protagonizadas, está casado desde hace diecinueve años con Amadora Segovia. Son padres de dos adolescentes, Rocío y Víctor, que cursan en la actualidad sus estudios de la educación secundaria en un centro de titularidad pública perteneciente a la Administración autonómica. Con ambos jóvenes, a tenor de su edad evolutiva, estos padres aplican la sabía prudencia de evitar discusiones, enfrentamientos y “conflictos generacionales”  tratando de comprenderlos y orientarlos de la mejor y hábil forma posible, en aras de su equilibrado y enriquecedor desarrollo.



Frutos, al igual que su mujer, no es persona practicante en materia religiosa, aunque por supuesto no se considera ateo militante o agnóstico, simplemente es que “pasa, cómodamente” de la religión y, de manera muy especial, de sus controvertidos “administradores” clericales.  Trabaja como dependiente vendedor, desde hace ya casi dos décadas, en unos grandes almacenes de reconocido y cualificado logotipo, al igual que su cónyuge, aunque ella y él permanecen adscritos a distintas secciones. Precisamente fue en ese ámbito laboral donde se conocieron, intimaron y unieron sus vidas matrimonialmente. Amadora, que comenzó en su juventud la licenciatura en Filología Inglesa (que no llegó a finalizar) atiende a la clientela en el departamento de librería y material de papelería. Su marido, por el contrario, con la titulación de magisterio (carrera que nunca ha ejercido) se encuentra destinado en el departamento de ropa infantil, ya que después de pasar por diversas secciones, sus jefes destacaron en él su especial capacidad para el trato con la población infantil.

Cada día laborable de la semana, este domicilio ofrece la representación de una similar escena conyugal. Cuando el matrimonio puede hacer juntos el almuerzo (casi siempre así consumen la cena, a partir de las 22:30) el intercambio de sus palabras queda reducido, las más de las veces, a simples monosílabos de respuesta, ante algún comentario que alguno de los dos cónyuges comensales realiza. El silencio que ambos practican, queda cómicamente disimulado por ese tercer “ente” electrónico invitado a la mesa, que genera el sonido y las imágenes de la televisión, mágico aparato que “ayuda” decisivamente a mantener la incomunicada velada.

Es cierto que esta pareja de comerciales llegan a casa bastante cansados. Muchas horas de pie, atendiendo a las mil y una cuitas planteadas por la siempre heterogénea y caprichosa  clientela. Ello provoca en ambos comensales, que suelen estar solos en la mesa (sus dos hijos han aprendido a prepararse esos platos combinados que tanto aprecian o a servirse de la olla aquello que su madre –generalmente por las noches-  suele cocinar) prioricen  la toma de alimentos y pospongan las palabras para otros momentos “más afortunados”, que en poco abundan. Tienen escasas ganas de dialogar o tal vez es que acepten, de una manera subliminar y grave, que ya está casi todo hablado entre ellos.

Durante los fines de semana (en realidad este marco temporal queda reducido a los domingos, pues son muchos los sábados en que uno y otro tienen que trabajar) Frutos se centra en la lectura de la prensa deportiva y en el  visionado de todos los partidos que su capacidad soporta, pues está apuntado a una plataforma de pago que se los va ofreciendo en muy cómodos y continuos horarios. Cuando no hay fútbol, la segunda gran afición de éste cada vez más descontento personaje es la ordenación laboriosa de todas esas piezas en que vienen divididas las láminas de los puzles, con la “grandeza” imaginativa de su aburrido divertimento. Tiene una verdadera pasión por este habilidoso juego de acomodar piezas, dedicándole todo el tiempo que sea necesario ( incluso tardes enteras) para tan “sugestiva” y paciente labor. En los altillos de sus armarios tiene guardadas varias cajas de este entretenimiento, algunas de los mismas con más de dos mil piezas por unidad. Su mundo lúdico no encuentra acomodo para practicar algo de ejercicio físico, pues responde y explica, a todo aquél que se lo sugiere, que bastante ejercicio realiza cada uno de los días con el trajín que ha de llevar a cabo para la práctica comercial. En la tienda no se puede sentar y ha de llevar puesto el traje, la corbata y los severos zapatos de vestir para todas las estaciones (indumentaria que es norma de la firma y que él “odia” hasta el hartazgo). En cuanto a Amadora, dedica básicamente ese tiempo dominical a ordenar las tareas de la casa, con la limpieza, la puesta de la lavadora, el rato de plancha y algunas comidas que congelará para usarlas durante la semana. Los ratitos de asueto para ella son empleados en algo de lectura y el visionado de la televisión, especialmente las películas y algún “ratito” para el Sálvame, en la 5.

Sobre las diecisiete horas de un martes de Octubre, uno de esos días de la semana en los que no hay mucha clientela dentro del establecimiento, Honesto Martiales de la Romería, jefe de la sección en la que Frutos desarrolla su trabajo, se acercó a su subordinado para invitarle a tomar alguna infusión en la cafetería del Gran Almacén. En realidad este veterano comercial, próximo ya a su jubilación, lo que pretende es hablar con este empleado, cuyo comportamiento o más bien actitud le preocupa desde hace semanas. Los quince o veinte minutos de la merienda van a ser hábilmente utilizados por este comercial para transmitirle a su compañero aquello que bulle en su cabeza, con el generoso ánimo  y objetivo de prestarle esa ayuda que, dada su experiencia, estima más que necesaria.

“Compañero y buen amigo Frutos. Nos conocemos desde hace ya muchos años, aunque yo soy por mi edad de una generación anterior a la tuya. Entre las obligaciones a las debo atender, por la responsabilidad de mi jefatura, está la de captar y darme cuenta, antes que nadie, acerca de la actitud de los compañeros con los que trabajo. Quiero decir con ello lo siguiente: en ocasiones (a mí también me ha ocurrido) algunos de los problemas personales que afectan a la privacidad de nuestras vidas, los “traemos” o trasladamos al puesto de trabajo y no los dejamos en casa. Y esa traslación puede resultar “peligrosa” o inconveniente, pues repercute en nuestro semblante, en nuestra disponibilidad y en ese agrado y servicio que debemos prestar a todos aquéllos que se acercan a nuestro establecimiento. Si el cliente no se siente a gusto con algunos detalles, por nimios que parezcan, la próxima vez dudará si venir a este centro comercial o probar suerte en otro comercio de la competencia. Algo te ocurre, no me cabe la menor duda. Te observo últimamente con un rictus de tristeza, de desánimo o incomunicación, aunque también valoro y reconozco el esfuerzo que haces para disimularlo cuando estás atendiendo al público. Pero a veces ese esfuerzo no es suficiente y el cliente que nos mantiene puede no sentirse a gusto o con cierto desaire en el trato. La clientela es muy especial y caprichosa, tú lo sabes. Pero aquí me tienes, aquí estoy para ayudarte. Puedes contar con mi experiencia y máxima discreción”.

Ambos compañeros entendieron que el asunto exigía una mayor atención temporal, que esos minutos que estaban utilizando para la merienda en la tarde. Tras agradecer al compañero Martiales su buena disposición para la ayuda, Frutos le propuso algunos días y horas a fin de tener una reunión más relajada y amplia en el tiempo. Bien un desayuno, merienda o incluso compartir algún almuerzo, en donde los dos amigos pudieran intercambiar mejor las ideas, los consejos y esas aclaraciones necesarias para enriquecer cualquier tipo de diálogo. Repasaron sus “agendas” y curiosamente, el sábado inmediato por la mañana, ambos estaban libres de acudir a su puesto de trabajo, obligación que sí tendrían que cumplir en la jornada de tarde.  

Se citaron en un lugar tranquilo para la palabra, una de las cafeterías instaladas en la zona comercial del Puerto malacitano, espacio muy idóneo para lo anímico a esa hora a esa ﷽﷽﷽﷽al del Puierto malacitano.oar que saraciones necesarias para enriquecer a esa  tempranera de la mañana. Dos envases de Nestea de naranja  y un platillo de frutos secos para el “picoteo” separaban, sobre  la coqueta  mesita de superficie acristalada, a los dos compañeros, ambos vestidos  con ropa deportiva, sin el traje “normativo” que se verían obligados a llevar durante la jornada laboral de la tarde.

“Escúchame, Honesto. Estoy en una etapa central en mi vida y la verdad es que no me siento nada bien. No te hablo de lo puramente físico, aunque siempre están los típicos achaques y “goteras” de la madurez. Lo que más me está afectando, desde hace meses, tal vez años, es un desagradable sentimiento de infelicidad que, en algunos momentos, me hace bastante daño en lo anímico o lo psicológico. En el trabajo tengo que “disimular” y autocontrolar mejor mis respuestas, por razones obvias, pero en casa encuentro refugio en el silencio y la introversión. Mato el tiempo con mis puzles  y el “aborregamiento” del fútbol. Amadora vive su vida y yo la mía. Cada día hablamos menos y no lo hacemos intencionadamente, sino porque tal vez ya no encontremos esos temas o esa necesidad para intercambiar el siempre fructífero diálogo. Es una cosa muy rara. Pierdes el gusto por las cosas, te irritas por nimiedades, te ves como disgustado por las cosas que pasan a tu alrededor, no sé si serie la palabra más correcta, pero es que te da como envidia y pesar que a otros les vaya bien, mejor que aen sus rostros a otros les vaya bien y ostenten esas sonrisas que parecen traslucir el disfrute y eso que tal vez se pueda llama ti, viéndoles ostentar en sus rostros esas sonrisas que parecen traslucir el disfrute y eso que tal vez podamos llamar el estado de la pequeña y cotidiana felicidad”.

“Amigo Magaña. Tengo más años que tú (la jubilación la veo ya muy próxima, a la vuelta de la esquina) y te puedo asegurar que he pasado por esto. Es la crisis, mil veces comentada, de los cuarenta. Nos vamos haciendo mayores y vemos alejarse esos afanes e ilusiones que proyectábamos en los años de la juventud. Tu debes andar cerca ya de la media centuria y te has acomodado, te has encerrado, en unas pequeñas aficiones, “comiéndose” el trabajo el resto de las horas del día. Tienes que hacer un poderoso, pero muy valiente, esfuerzo, para “reeducarte” en los mejores sentimientos. Te explico. Por supuesto, abrirte mucho más hacia los demás. Ahí vas a encontrar un fácil camino para sentirse más útil y necesario en la vida. Fíjate: trata de adelantarte a las necesidades de las personas que te rodean. Ofréceles tu modesta, pero gran ayuda, antes incluso de que ellos te la soliciten. Sé que no es fácil, pero… debes encontrar alegría y satisfacción en los éxitos y alegrías que afecten y protagonicen los demás. No te sientas frustrado porque un compañero consiga un ascenso en su puesto de trabajo. Se positivo y generoso en la valoración hacia esa persona que ha tenido suerte, méritos o coyuntura para su oportunidad. Te repito que no es fácil acceder a esta percepción y bondad anímica. Pero a fuerza de practicarlo, te sentirás mucho mejor y por supuesto más feliz. Provoca y genera sonrisas. Evita esas malas caras que, la vida nos lo enseña, no conducen a nada bueno o positivo. Sino a sentirte frustrado, relegado y centrado en la crítica, en lo negativo, en la incomodidad. Tienes una edad perfecta para salir a la naturaleza, hacer algo de deporte, enriquecerte con la amistad de otras personas que, como tu también sufren y ríen, que caminan y descansan, que “luchan” y lo reintentar sin amilanarse por los imprevistos reveses. Como decía un cura, muy famoso en el siglo pasado, pero que ahora recuerdo su nombre, la felicidad de los demás te hará feliz también a ti, porque si te entristeces por los éxitos ajenos, aun caerás en una mayor y oscura infelicidad. No te hará bien y te cerrará aún más las puertas de esa luz que nos debe proporcionar alegría y tranquilidad”.

Fueron más de dos las horas  en que ambos compañeros y amigos intercambiaron la palabra, las reflexiones y esos consejos y sugerencias que nunca deben caen en saco roto. Al menos Honesto, con su veterana “sabiduría” había conseguido, mostrando una admirable disposición, que una persona cercana, que lo estaba pasando bastante mal, encerrada en sí mismo y sin luces clarividentes para encontrar el camino de la inteligencia emocional, parara por unos minutos en su falaz y absurda rutina. Con esta autorreflexión podrá replantearse muchas cosas y cambios en su vida, pero todos ellos con el compromiso racional y emocional, al tiempo, de abrirse generosamente hacia los demás. La vida siempre te ofrece motivos para detenerte en esa estación donde puedes sacar un billete que te conduzca a mejores y más solidarios destinos. Había sido, sin duda, una mañana abierta parea la esperanza, en una persona  atribulada e infeliz como Frutos.

En la mañana del siguiente lunes, un hombre y una mujer, intercambian frases en voz baja, en la planta baja de un gran establecimiento comercial, a esas horas del día no muy densificado en la clientela. Ella ordenaba los ejemplares depositados en un expositor de novedades bibliográficas. Él hacía como si repasara unos impresos o listados, que portaba en un dossier forrado con una envoltura de plástico azul. La naturaleza del contenido temático que intercambiaban hacía que ambos extremasen la prudencia, aunque varias cómplices sonrisas brotaban en sus rostros, emocional y secretamente vinculados.

“Ya sé que te fue muy bien el sábado, con esa “misionera” ayuda a una persona cada vez más abrumada y necesitada. Desde luego que fuiste muy hábil y convincente, pues Frutos llegó a casa con una actitud diferente y profundamente motivado. Lo percibía en sus ojos y en sus gestos. Parece que ahora tiene nuevos proyectos. Quiere contactar con una asociación senderista y creo que estuvo llamando a algunos compañeros de estudios, pues lo vi “liado” con la agenda de direcciones y teléfonos. He de aplaudir tu habilidad, porque hiciste una excelente labor. Eres un maestro en el trato con los demás. Te lo agradezco, pues así conseguiré que este hombre se distraiga y no nos moleste para nuestras “cosas”. Este jueves tengo la tarde libre, mientras que él tiene horario hasta el cierre de la tienda. Tengo necesidad de estar contigo … ¿A qué hora te puedes librar tú? Sé que no tienes la tarde completa.  Creo que sales a las seis. ¿Te parece bien … sobre las siete, para “vernos” en el estudio? “Oficialmente” yo pasaré la tarde haciendo compras, con unas amigas de juventud”.-


EL FRUSTRANTE Y ERRÓNEO SENTIMIENTO DE INFELICIDAD.



José L. Casado Toro  (viernes, 16 Noviembre 2018)
Antiguo profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga


No hay comentarios:

Publicar un comentario