Cada semana le corresponde atender, al igual que al
resto de sus compañeros de redacción, esa temida, pero siempre “atractiva”
noche de guardia. Esta obligación también la llevan a cabo, con las
responsabilidad que sus diferentes oficios exigen, los profesionales de la
medicina, los miembros de la seguridad nacional, regional y local, los
bomberos, los farmacéuticos, los conductores del transporte público o incluso
los artesanos del pan, por citar algunos ejemplos paralelos. Elsa Lóbriga Ballester, es una joven (32 años) y dinámica
profesional del periodismo, que lleva 6 años trabajando para el principal
diario local, en el que destacó como becaria aventajada. Como siempre suele
hacer durante esa noche de cada semana, en la que apenas dormita, sentada frente
a su ordenador y junto a su inseparable I pad (bien repleto de música)en la
soledad de una vacía sala de redacción, busca y diseña nuevos temas y
argumentarios para los reportajes que tiene previsto realizar durante las
próximas semanas. Hay noches en las que el sueño y el cansancio acumulado al
fin la vencen (a pesar de haber dado buena cuenta de ese termo que contiene un
café bien cargado, que se trae desde su apartamento) y se despierta un tanto
aturdida y desorientada “abrazada” al teclado generoso de su Mac. Sin embargo
otras noches resultan especialmente eficaces pues, aunque casi nunca suelen
llegar grandes acontecimientos de las agencias de noticias, ella ha sabido aprovechar
el tiempo disponible para generar y planificar nuevas ideas que, algún día
bastante inmediato, se convertirán en sugerentes y atractivos reportajes. Y es
que la realidad de esta “bendita” profesión mediática exige componer, a modo de
pentagrama pautado, el ˝concierto diario” que comunica la información y los
comentarios a los siempre interesados y fieles lectores.
Aquella plácida noche de otoño, Elsa se entretenía
ojeando diversas publicaciones de periodicidad semanal y mensual, material que
puntualmente llega a la redacción. De entre sus páginas, los periodistas suelen
buscar y encontrar muchas bases temáticas, sugerencias o incentivos, que pueden
resultar de suma utilidad a fin de emprender nuevas líneas de investigación y
composición para “suculentos” y nuevos artículos, crónicas, entrevistas y
reportajes. Había una temática que le venía rondando por la cabeza durante las
últimas semanas. Conocía la existencia de sofisticadas y agresivas empresas,
que se “estrujaban” el cerebro “ buscando ofertar determinados servicios (calificados
de asombrosos, peculiares, inauditos o inverosímiles) a muy especiales clientes,
de los que podía obtenerse ese capital necesario que puede sostener la nómina
de sus esforzados e imaginativos trabajadores. Sabía lo que estaba buscando y en
ese jueves otoñal el destino, el azar o la suerte, quiso ser generosos con su esfuerzo
constante de búsqueda y localización.
El nombre de la empresa, que motivó gratamente su
atención, era “LA FÁCIL REALIDAD DE LO IMPOSIBLE”.
Este grupo empresarial se comprometía, en su “intrigante” planteamiento, a
ofertar experiencias y actividades insólitas, para personas que “desde siempre”
hubieran tenido esa ilusión insatisfecha en la evolución de sus días. Por
difícil o complicado que pareciera, los extraños y acaudalados clientes podían
alcanzar, al fin, ese objetivo o deseo frustrado de su memoria, pagando bastante
bien el coste del servicio que solicitaban. El sugerente anuncio explicitaba
brevemente la oferta:
“ESTIMADO CLIENTE: Si te decides, puedes vivir la experiencia, ya
sea durante un día o incluso una semana, en la que ese objetivo que siempre
deseaste obtener, por los circunstancias más diversas, la vida aún no te lo ha
podido proporcionar. ¡Dinos qué quieres, qué deseas, qué anhelas! Nosotros te
vamos a llevar, con la mayor comodidad posible, a ese mundo idealizado pero
real del que, en este momento, sólo encuentras retazos difusos en el poliedro
mágico de tu mente. Te hacemos un presupuesto y si lo aceptas, nos ponemos rápidamente
en marcha para satisfacerte”.
Serían poco más de las cuatro de la tarde, cuando
Elsa esperaba ser atendida por el jefe del DEPARTAMENTO
DE CAPTACIÓN DE CLIENTES, a quien había solicitado cita muy de mañana.
Cuando entró en su despacho, mostraron afectivamente su asombro. Le recibía un
antiguo compañero de la Facultad de Ciencias de la Información, Carlo Dorega Mauricio, a quien no veía desde el
último año que cursaron juntos. Tras esos intercambio de frases amables, en las
que se mezclan las expresiones de alegría por el reencuentro, los elogios
recíprocos acerca del buen mantenimiento de sus anatomías y alguna que otra
anécdota sobre profesores y compañeros de clase, la periodista planteó
claramente a Franco las líneas maestras del reportaje que tenían intención de
elaborar.
“Contratamos todo el personal necesario, a fin de
simular las más complejas, extrañas o insólitas escenificaciones que,
generalmente muchos clientes acaudalados, nos plantean. Sin embargo, también he
de decirte que nos llegan personas socialmente más modestas, con peticiones no
difíciles de conseguir, para quienes disponemos de tarifas especiales,
adaptadas a la disponibilidad económica que poseen en sus bolsillos. No olvides
que nos vemos obligados en la mayoría de las ocasiones, a tener que habilitar
espacios concretos, en donde se desarrollarán o representarán esas peculiares
vivencias que se nos encargan. Y no supongas que son las personas mayores las
que siempre acuden a nosotros. En ocasiones se trata de ciudadanos con mucha
menos edad, pero que también acumulan “errores “ o anhelos insatisfechos en sus
vidas que, más pronto que tarde, quieren resolver de manera satisfactoria. Aunque
sólo sea con la ilusión de un solo día, una sola experiencia, una sola
posibilidad, por extraña y difícil que parezca”.
Elsa pidió a su antiguo compañero, hoy ejecutivo de
esta imaginativa e importante empresa, que le narrase,
manteniendo o simulando (con nombres supuestos) la privacidad de sus
identidades, algunas de las vivencias más interesantes
y significativas, guardadas en sus archivos. Sugería, con respecto a las
historias que éstas fuesen insólitas por su extrañeza, complejidad o
significación. Por supuesto, le rogaba que fuesen aquéllas que más pudieran
asombrar y distraer el interés de los numerosos lectores de su también
prestigioso diario.
Carlo, divertido ante la petición que le hacía su
antigua amiga y compañera, aunque también interesando por la difusión y
propaganda que el nombre de la empresa en que trabajaba podría conseguir, se
dispuso a dedicarle el tiempo necesario a la sagaz periodista, a fin de que ésta
pudiera realizar con eficacia su cualificado trabajo. Telefoneó a una cafetería
cercana, pidiendo les subieran un par de cafés bien cargados, aromática y
sabrosa infusión a la que ambos amigos eran muy aficionados.
“Hubo un veterano empresario de la construcción,
quien una mañana de invierno se nos presentó en las oficinas, planteándonos una
curiosa petición. Había estado trabajando desde los quince años (en aquella
época no existía la norma de los dieciséis años) y poco a poco, con un esfuerzo
ejemplar había ido escalando niveles de responsabilidad en distintas
constructoras, hasta que en una edad óptima pudo crear la suya propia. Nos
comentaba con dolor los tragos tan amargos que había tenido que afrontar,
sometido a las presiones sindicales, a la hora de fijar las condiciones
laborales y salariales de sus empleados, en los diversos convenidos colectivos
que estaban puestos sobre la mesa de negociación. Había tenido que vivir y
soportar momentos y situaciones muy amargas, no sólo él sino también miembros
de su familia, presiones en ocasiones muy humillantes, por parte del colectivo
laboral y sus legítimos representantes. Insultos, sabotajes en la maquinaria
laboral, pintadas en su domicilio, llamadas telefónicas amenazantes durante la
madrugada, verdaderos “ataques” con botes de pintura, tomates maduros e incluso huevos… y así una
larga retahíla de amargos e injusto (en su opinión) sinsabores que ahí estaban
clavados como una espinita en el fondo de su corazón.
Estando ya próxima la fecha de su jubilación
laboral, deseaba experimentar y gozar con el espectáculo de unos trabajadores
en huelgas de “brazos caídos” que en la demanda de sus exageradas pretensiones
habían acudido al recurso de la violencia, contra su persona, su familia y los enseres
habilitados en las diversas obras que tenían en marcha. Ante esa violencia
ejercida por la masa social, se vería obligado a solicitar la presencia de las
fuerzas antidisturbios, que se presentarían e la sede central de la empresa,
desalojarían a los radicalizados y violentos huelguistas, utilizando los medios
más contundentes, entre los que no descartaba el mamporro contundente, las
bolas de goma, las mangueras a presión de los coches policía e incluso si fuera
menester el poderío incontestable de las unidades blindadas de choque. El mismo
empresario, llamémosle don Damián, se puso el
traje de jefe de la policía, dando también mamporros por aquí y por allá. Todo
consistía en una muy real simulación de todos aquellos “sapos y culebras” que
había tenido que tragarse a lo largo de su vida, en sus muchas secuencias de
discrepancia con el mundo laboral. Para llevar a efecto la exigente
teatralización tuvimos que contratar un plató cinematográfico y zonas aledañas
ubicado en las áridas tierras de Almería, una legión de actores, extras y
figurantes, e incluso solicitar material a la propia policía, que bien se
prestó a facilitarnos su propio y cualificado material. Don Damián pudo
devolver, para satisfacción de su memoria, los agravios y sufrimientos
recibidos, aunque todo fuera una bien construida escenificación digna de
figurar en los anales de los archivos del cine social. Buen dinero costó todo
aquel montaje, pero el dolorido empresario lo dio por bien pagado. Ver a los
“supuestos” dirigentes sindicales caminar esposados hacia los blindados
furgones policiales, era un a satisfacción íntima que tenía pendiente en el
fondo de su dolorido corazón. Tuvo, al fin, su anhelada jornada de gloria, parándole
los pies a esos violentos obreros que tan amargos momentos le había hecho
padecer.
“Otro día, se nos presentó en las oficinas un
doctor en medicina, Cesareo del Parral Luaga, especializado en
dermatología. Estaba casado y su matrimonio había generado ocho hijos, todos
hembras salvo el último que vino al mundo con el cuerpo de un hombre pero con
el alma y mente de mujer. Este cliente era extremadamente beato, practicando la
asistencia a la misa y a la comunión diaria. Se caracterizaba por ser un fervoroso
marianista “hasta la médula”. Realmente nos confesó que le habría gustado ejercer
o profesar el sacerdocio, pero que se cruzó en su camino la fuerza personal y sexual
de Genara, disuadiéndole de un más o
menos inmediato ingreso en un seminario conciliar, cuando cumplía los veintidós
años de vida.
Ahora, a sus setenta y cinco cumpleaños, Avelino se
encontraba a las puertas de la jubilación. Nos confesó que no quería pasar al
“otro territorio celestial” sin haber protagonizado una especial experiencia,
para él de lo más gratificante: pronunciar el sermón de las Siete Palabras, un
Viernes Santo cuaresmal, en el marco insigne de la Catedral, devocionario
sermón o discurso religioso cuyo texto tenía muy bien redactado desde hacía
algunos años. Por supuesto, deseaba tener
el templo basilical densamente repleto de fieles y devotos creyentes.
Las negociaciones con el Cabildo Catedral y, de
manera especial, con el Obispado de la diócesis fueron extremadamente
laboriosas, pues recibimos un sonoro y enfadado portazo en nuestro primer intento.
Más adelante la sagrada curia fue cediendo, dado el prestigio devocionario del ínclito don Cesareo, todo un ejemplar ciudadano seglar pero con el alma de sacerdote.
El marianista estaba dispuesto a ofrecer una suculenta donación para obras
caritativas. Pero el elemento que inclinó la balanza a la aceptación de la
curia fue que argumentamos nuestra pretensión de rodar una de las escena
pertenecientes a una película, que estaba dirigiendo un afamado y oscarizado
director de cine, de nombre Wenceslao, más ateo que el propio diablo. Incluso
hicimos venir a este gran artesano de la cinematografía, para que instalara las
cámaras, focos y atrezos correspondientes. Hubo que reunir a unos 600
figurantes, trayéndolos incluso de provincias vecinas, a 1000 pesetas de la
época y bocadillo, por tres horas de trabajo entre las cinco y las ocho de la
tarde, un lluvioso Viernes Santo en pleno mes de Marzo.
Al ilusionado don Cesareo lo revestimos con la
túnica, el báculo y la mitra episcopal, pues ejercería su magisterio como
obispo. El organista del sacro espacio estuvo tocando el Requiem en Re menor de
Wolfgang Amadeus Mozart, ante la emoción de todos los devotos asistentes, cuyas
mujeres cubrieron su cabeza con el recato necesario, utilizando un velillo de
respeto, pureza y humildad. El auditorio asistente solo pudo escuchar 4
Palabras, pues el intenso estado emocional que embargaba al orador le hizo
perder el sentido de la realidad,. De inmediato comenzó a recitar las letanías
letanías, ante las miradas atónitas de los familiares y el divertimento
indisimulado de los centenares de figurantes.
Este extraño cliente vivió un par de años más,
recluido en una clínica de cuidados mentales. Con toda evidencia, Don Cesareo había
perdido la cabeza o el sentido equilibrado de la conciencia. Oficialmente la “escena” de la película fue
desechada del metraje, por decisión del director Wenceslao, que también se
llevó una suculenta compensación económica, por una sola tarde de estancia en
nuestra ciudad. Los gastos fueron elevados, pero “religiosamente” abonados por
la familia del insigne doctor.
“Finalmente, Elsa, te voy a narrar un caso muy
humano, digno de figurar en los anales experimentales de los más importantes
especialistas en psiquiatría. Celestino Trayamar Alón (los
apellidos los había tomado de su primera familia adoptiva) era su nombre.
Persona de mediana edad, uno de esos urbanistas que viven solos, sin familia
cercana, en la selva estresada y egoísta de una gran ciudad. Parece ser, según
algunos datos que nos facilitó, que había sufrido una infancia muy desgraciada,
viviendo en un par de hospicios, hasta que llegaron a su escasa suerte dos
adopciones que, para su desafortunado destino, resultaron ser en extremos
frustrantes. Ya en la adolescencia, demostró una plausible voluntad y
responsabilidad ante el estudio, lo que le permitió estudiar la secundaria
obligatoria, realizando posteriormente un ciclo formativo de auxiliar
administrativo que sustentó su posterior acomodo laboral. Se convirtió, tras
una fase de prácticas en una empresa de seguros, en un serio y eficaz empleado,
encargado de peritar siniestros de toda índole para los clientes de la
aseguradora. A pesar de las múltiples relaciones laborales y sociales que tenía
que desempeñar continuaba, ya entrado en la cuarentena, viviendo solo, sin
haber podido o querido (vaya Vd. a saber) formar una familia. Los
condicionantes de tan desgraciada infancia seguían pesando como una loza sobre
su “huérfana” y muy modesta existencia.
Un día afortunado ¡también tenía derecho el pobre
hombre! la suerte no le fue esquiva. En un boleto de la loto, sorteo en el que
solía participar, consiguió cinco aciertos, lo que le reportó una “suculenta”
cifra de euros, cantidad que “viajó” con diligencia a su cartilla de ahorros.
Resultó curiosa su decisión. En vez de aspirar a un bien material, de esos que
siempre tenemos en mente para disfrutar entre nuestros deseos, nos planteó una
petición que nos resulto sorprendente por los insólito de la propuesta. Su
deseo era, nada más y nada menos, que “volver”, recuperar, su infancia, durante
al menos una semana. Quería gozar de unos padres y hermanos, que nunca tuvo.
Quería recuperar ese cariño lejano que pasó sin hacer parada en la estación
evolutiva de su primera edad.
Como podrás comprender, la empresa que teníamos por
delante era más que ardua. Había que crear o simular una familia, unos padres y
hermanos, unas relaciones materiales y afectivas entre los mismos, situando en
el centro de esa “arquitectura”, la figura de un niño que ya era hombre, pero
que anhelaba volver a ser niño. Una operación en sumo complicada. Nos
asesoramos debidamente con psicólogos y cualificados psiquiatras, a fin de
analizar y proyectar una estrategia que fuera asumible y consiguiera los
resultado más ambiciosos para el interés de nuestro cliente que, naturalmente,
tenía fondos suficientes para sufragar su elevado coste.
Le simulamos una semana vacacional, en pleno estío
veraniego. Habilitamos un piso de clase media, situando en una zona suburbana,
a Celestino, en donde viviría rodeado de unos padres y dos jóvenes que serían sus
hermanas mayores. Eligió la edad de ocho años, para situarla en el centro de
sus recuerdos. Durante esa semana era levantado de la cama, lavado, vestido,
desayunaba, jugaba, almorzaba, llevado al cine o al parque de los juegos. Tuvo
su fiesta de cumpleaños, a la que acudieron diversos vecinos y amiguitos del
bloque. Por las noches, su madre doña Amparo rezaba con él el Jesusito de mi
vida o hacia sus peticiones al Ángel de la Guarda. Después era acostado y
arropado, tiernamente por esta cariñosa señora. Cuando cometía algún error (o
travesura, provocada, por supuesto) era castigado severamente por su rígido
padre don Humberto. Lo más duro era llevarlo de la mano a un parque infantil,
en plena mañana o tarde de un tórrido sábado, a fin de que pudiera montar en el
columpio, correr al “pilla pilla”, escalar, entrar y salir de la casita de
madera y montar en ese borriquito de bronce que está situado simbólicamente en
el centro del parque infantil.
Si, observo por tu rostro que te has quedado “de
piedra”. Éste ha sido el caso más delicado y difícil que se nos ha encomendado.
Te puedo asegurar que no salió del todo mal. Todo lo contrario. Fue una semana en
la que recuperamos un trozo de vida, que el destino hurtó injustamente a la
persona de un niño llamado Celestino. Tengo
noticias de que esta persona dejó el peritaje. Hoy vive de sus rentas, aunque sigue
siendo tratado por un equipo de especialistas en las etapas o vivencias no
superadas. Parece que le ha tomado el gusto a viajar. Confiemos que, en una de
esas etapas vacacionales, el destino le vincule a una persona que le haga al
fin feliz y le ayude a salir del marasmo de unos antecedentes que tanto le
condicionan, para su estabilidad y necesario
equilibrio.
En este momento del largo dialogo (había
transcurrido más una hora y media desde su inicio) Elsa hizo una propuesta
inesperada y sorprendente a su interlocutor Carlo Dorega, que dejó a éste
sumido en la más absoluta de las confusiones.
“Carlo, te agradezco mucho que hayas
compartido conmigo estas tres muy interesantes y curiosas historias. Sé que
tendrás otras experiencias, igual o incluso más sugestivas, que aquéllas que
acabas de narrarme. Pero no te quiero
“robar” mucho más tiempo de tu trabajo.
Antes de marcharme, quiero hacerte
una confidencia y una petición. La
primera, decirte o confesarte con sinceridad… la verdad. Cuando investigué
acerca de tu empresa, vi que estabas en ella y que ocupabas un puesto de
responsabilidad en la misma. Te recordaba perfectamente de nuestros tiempos
estudiantiles en la Facultad de Ciencias de la Comunicación. Luego mi sorpresa
inicial, cuando me recibiste, fue un tanto fingida.
En cuanto a la petición, te planteo algo
que te puede sorprender. Desde los tiempos del aula, yo estaba un tanto
prendada en tu persona. En realidad, no era la única de las compañeras que intentamos
“luchar” por ti. No sólo por tus atractivas cualidades físicas, por supuesto,
sino sobre todo por tus valores humanos. Esa es la verdad. Con respecto a esa
petición, algo que te parecerá una niñada, pero que para mi resulta
especialmente importante. Desearía contratar con tu empresa, al menos una
semana de “noviazgo” con tu persona. Para mi esa es la ilusión irrealizada que
no he logrado alcanzar y que me gustaría ver realizada, aunque fuese sólo como
una simulación, similar a esas otras experiencias que acabas de narrarme. Sobra
añadir que afrontaría con gusto el coste de este servicio, que vuestra empresa
puede ya presupuestar. Te repito, al menos una semana. Una vez que hubieses
prestado el servicio, no te molestaría más. Estarás preguntándote si con ello
quiero conseguir una atención o vínculo más avanzado con respecto a tu persona.
Eso no te lo puedo decir. Como cliente, solicito a tu empresa la realización de
mi ilusión fallida. Vosotros garantizáis la promesa de que el cliente no se
marchará insatisfecho acerca de su pretensión, por difícil que resulte su
realización. ¿Qué me respondes, querido Carlo?”
THE END. Los extraños milagros de las ilusiones
fallidas.
José L. Casado Toro (viernes, 28 Septiembre 2018)
Antiguo profesor del I.E.S. Ntra.
Sra. de la Victoria. Málaga