Hay personas, muchas más de las que en principio
podríamos suponer, que parecen tener los órganos visuales en el reverso de su
cabeza, dicho de una forma gramaticalmente metafórica. En vez de priorizar la
mirada hacia adelante, aprovechando con inteligencia el presente vital,
aparentan centrar sus preocupaciones en el pasado, tiempo pretérito que
condiciona penosamente la realidad actual de cada momento, perjudicando la
necesaria ilusión ante lo que ha de venir. Dan la impresión de que no saben
vivir el hoy o el mañana, sino que permanecen obsesivamente
anclados en el ayer. Ese mirar hacia “atrás”, esa recurrencia obsesiva del
pasado, en sus “patológicas” conciencias, les impide gozar con plenitud del día
a día, soportando la desesperanza de un mañana del que poco esperan. Desde
luego se muestran más felices aquéllos que rentabilizan las posibilidades de
cada minuto añadido a sus vidas, porque creen y gozan más en lo que hacen y en
aquello que pueden realizar en el devenir de los días. Veamos dos simples y cotidianas historias
que ayudan a explicar esta forma de comportarse, verdaderamente poco
inteligente.
“Susan,
te llamo para contarte el día horrible que ayer tarde pasé. Habíamos quedado para
ir al cine cuatro amigas de la Asociación. Yo prefiero, cuando salgo, ir a una
cafetería a merendar. Ya sabes como me gusta hablar y hablar. Pero Nina es una fanática del cine, se pirra por todo lo que le
ponen en una pantalla y es de estas personas que te obligan a hacer lo que
ellas quieren, lo que a ellas les gusta. Así que durante dos horas tengo que
estar callada, sin poder hablar, que es lo que verdaderamente me distrae. Desde
luego que les pedí que fuéramos a la sesión de las seis, pues de esta forma
saldríamos del cine a eso de las ocho, dándonos tiempo para “salvar” un rato de
merienda o aperitivo, con la correspondiente conversación.. Pero entonces
tenemos la forma de ser de Nati, que no puede “perdonar” cada tarde
una larguísima siesta. Esa actitud nos obligó a comprar las entradas para la
sesión de las ocho. Para colmo, a mi no me gustan las películas de ciencia
ficción, pero a Norma le “pirran” todas esas bobadas que
nos “venden” con ese género cinematográficos para niños, con sus estridentes
efectos especiales durante todo el metraje. Así, como te lo estoy contando,
esta pobre Nerea tuvo que aguantarse y aceptar lo que
sus tres egoístas amigas decidieron.
Pero no acabó ahí la tarde. Después
de soportar aquél tostón, cuando volvía de los lavabos observo que mis tres
amigas estaban “muertas de risa” comentando alguna cosa. Al acercarme al grupo
veo que cambian rápidamente de semblante y seguramente de conversación. No me
cabe duda de que estaban hablando de mí, criticándome con saña, cosa que tanto
les gusta hacer para mortificarme. Y es que me tienen manía. Yo sé que no son
sinceras conmigo y que aprovechan cualquier momento para ponerme como un
“trapo” por detrás. Si yo te contara … las conozco desde los tiempos del
instituto y allí ya me hacían “putadillas” en el aula, aunque después lo sabían
arreglar muy bien, pues no les interesaba perder todo lo que me sacaban: los
apuntes, el caf é, los helados o la cerveza, además
del préstamo de la ropa y los zapatos. Y es que yo era la amiga que tenía
cuartos, por mi familia. Así que cuando les interesaba, muy buenas palabras y
“caritas de ángel” para tenerme bien dispuesta para sus intereses. Y es que yo
paso estas cosas, porque no me gusta estar sola y necesito tener a personas
cerca con las que hablar y distraerme. Pero ¡a qué precio, chica!”
“Pero Nerea ¿por qué no vas al cine
sola, eligiendo el horario y la película que a ti realmente te gusta o te
sientas en una cafetería a tomar la merienda con otras amigas o incluso sola?
De todas formas, pienso que cuando se está con un grupo de amigas y amigos hay
que adaptarse y soportar las formas de ser de esas personas que forman tu
círculo de amistad. Y eso de recordar cosas que ocurrieron hace muchos años o
imaginarte realidades que probablemente sólo están en el plano de tu
imaginación no resulta inteligente. Siempre he pensado que te condiciona ese
pasado que ya está lejano o lo que se te pone en tu cabeza, que te hace
sentirte mal, amargada, nerviosa, desconfiada y muy quejosa. Igual tú también
has podido hacer cosas o tienes comportamientos que a las demás pueden
molestarle y sin embargo te lo soportan. A veces nos miramos demasiado nosotros
mismos y no comprendemos que los demás también tienen sus vidas y necesidades”.
“¿Vaya, parece que ahora te pones de
su parte. No sé por qué te cuento mis problemas. Como a ti todo te sale bien,
pues no entiendes los problemas que podemos tener los demás. Y te digo que a mi
no se me ha olvidado la faenita que me hiciste el verano pasado en la boda de
Marga. Y para colmo, no tuviste el más mínimo gesto de disculparte. Todo lo
quisiste arreglar con esa sonrisa angelical que tan bien sabes poner y tan
buenos resultados te da. Y … “
Ciertamente, el equilibrio anímico de esta joven mujer, treinta y dos años, que trabaja como
auxiliar administrativo en las dependencias de la Audiencia Provincial, no está
muy bien logrado, sino todo contrario: necesita una urgente revisión
psicológica. Prevalecen en ella dos factores que perjudican su bienestar anímico.
De una parte, esa inadecuada y permanente recurrencia al pasado, que lastra el
mejor aprovechamiento vivencial del aquí y ahora. Todos ellos hechos
pretéritos, más o menos desafortunados y a los que de manera continua hace
alusión, condicionan e impiden la plenitud del goce actual, explicando de una
manera nítida que son realidades no integradas y superadas, como las que anidan
en una menta sana. Por otra parte, la inseguridad personal y la carencia de una
adecuada autoestima, le hace sentirse obsesivamente señalada, atacada,
incomprendida y maltratada, por un entorno injusto y poco generoso, todo ello
derivado probablemente de una mentalidad escasamente madura y alejada de una
concepción positiva y “futurista” de la existencia.
Eran ya las 23:15 horas de un caluroso viernes de
junio, cuando Bernabé del Prado abrió la puerta
de su domicilio. Este “cuarentón” de notable estatura y muy ameno conversador,
había tenido un denso día de trabajo en la oficina de seguros donde presta sus
servicios. A media tarde su jefe inmediato, Marcial, le había hecho el encargo
de que recogiese en el aeropuerto a un perito especializado, enviado desde la sede
central en Barcelona, el cual venía a revisar la contabilidad de la oficina
malacitana, todo a consecuencia de un
complicado problemas de ajustes financieros. Tuvo que llevarlo a cenar, compartir
con el técnico economista la necesaria y cordial conversación y después acompañarle
hasta un céntrico hotel, donde el cansado viajero tenía plaza reservada para
tres noches de estancia.
En el salón de estar de su moderno apartamento se
encontró a su mujer Cintia Calabria, que estaba
sentada en un sillón del tresillo ubicado frente al apagado, en ese momento,
monitor de televisión. A la muy triste mirada de su cónyuge se añadía una
crisis nerviosa que a duras penas ésta podía dominar o disimular. A viva voz le
soltó a su marido esta larga parrafada.
“Es cerca ya de la media noche. Sales
del trabajo a las ocho y ni una llamada o mensaje acerca de tu tardanza. Son
dos veces ya esta semana en que llegas muy tarde a casa. Y a mi no me la pegas,
Bernabé. Seguro, seguro, que tienes algún asunto de faldas por ahí. Yo no he olvidado lo que ocurrió hace tres
años y todo lo que me hiciste sufrir. Tengo aún “presente” tus devaneos con
aquella “fulana” del despacho, Y lo más humillante fue que tuve que enterarme
por los demás de ese impresentable asunto. Al salir del trabajo te vieron en
varias ocasiones tomando cervezas con esa "mujerzuela" y, por cierto, los dos
estabais bastante alegres y “cariñosos”.
Eso fue muy duro para mi y no lo he podido superar. Por eso cuando llegas tarde
a casa, no me cabe la menor duda de que estás volviendo a las andadas. Pero a
ti te da igual, lo único que piensas es en tus egos, en tu trabajo y yo aquí
tragándome toda esta basura”.
Con la controlada resignación a la que estaba bien
habituado, Bernabé se dispuso, una vez más, a razonar los motivos puntuales de
su llegada a casa a esas horas inhabituales de la noche. Como siempre hacía,
tratando de evitar perder los nervios y manteniendo un elevado nivel de
autocontrol.
“Pero mujer, ahora vuelves a sacarme
“aquello” que ya quedó bien arreglado entre nosotros. Tú bien sabes que el
asunto de la joven, pero muy bien preparada Paloma,
fue todo producto de tu incomprensión e imaginación. Te vuelvo a reiterar la
misma historia que ya hemos conversado hasta la saciedad. Aquella chica
madrileña era una enviada del organismo central, cuya misión era reducir
personal en el departamento. Tenía que estudiar con extremada prudencia las características
de todos los compañeros, los resultados que unos y otros aportábamos a la
estructura empresarial, a fin de aplicar “la tijera” por donde menos daño se
hiciera a los integrantes de la misma, pero sin perder de vista de que nos
hallábamos en una época de profunda recesión económica. Tuve que aplicar y
“trabajar” toda mi estrategia de amabilidad, diálogo y disponibilidad, luchando
por salvar un puesto de trabajo que en esas fechas se encontraba peligrosamente en el aire.
Gracias a todo mi esfuerzo (fueron
unos momentos de elevada tensión personal) no sólo pude mantener mi trabajo, sino
incluso sentar las bases a un ascenso en el escalafón estructural de nuestra
empresa. Poco fue lo que me ayudaste, en aquélla tensa experiencia. Te hiciste
un ovillo con tus dudas, inseguridades y complejos, haciéndome pasar muy
amargas semanas e incluso meses.
Y cíclicamente sigues con tus
“retorcidas” historias, que sólo están fundadas en tu inestable imaginación. Cuando
creo que todo está ya razonado, superado y sosegado, de nuevo vuelven a surgir
en ti las sospechas, las dudas, las acusaciones y todos esos demonios que te
hacen penosamente sufrir y sentirte, sin el menor fundamento, profundamente desgraciada.
Ese estar mirando continuamente hacia atrás, con argumentos injustificados y
erróneos, sólo te conduce al camino de una infelicidad sin sentido. Tenemos que
esforzarnos en ser más positivos y optimistas. Haciendo felices a los demás también
lo seremos, un poco más, nosotros mismos.
Reconozco que he cometido el error de
no llamarte por teléfono. Pero la tensión a que he estado sometido durante todo
el día de hoy, con un tema extremadamente delicado de ingresos y gastos, que precisamente
dependen de mi área competencial, me ha obligado a centrarme en atender a ese
fiscalizador que viene “de arriba” con “la lupa” de la desconfianza muy bien
preparada”.
Como bien y racionalmente puede pensarse, ciñéndonos
a los dos ejemplos hasta aquí expuestos, cuando aparecen desencuentros,
divergencias, enfados y rupturas, entre dos o más personas, en todos esos “interlocutores”
siempre hay una parte de verdad y un ámbito de desacierto o error. No se debe
obviar, para la comprensión equilibrada de esos episodios, los planteamientos
de unos y los argumentos que puedan asistir a los demás. La razón absoluta difícilmente puede estar, al
100%, en sólo una de las partes.
Expuesta esta premisa, lo que resulta difícil de
rebatir es que tanto Nerea como Cintia no aplicaban, con la inteligencia y
diligencia debida, esa mirada vivencial y estimulante hacia el futuro,
abandonando el sentido positivo que debe presidir nuestros actos para que, en
definitiva, nos sintamos mejor y más felices. Sus respectivas formas de ser las
hacían permanecer ancladas en un pasado que ya era historia, pero que las
condicionaba psicológicamente para no afrontar el día a día con el necesario y
saludable carácter, apreciablemente positivo de la existencia, tanto en el
trato con los demás, como también con sus propias y personales intimidades. Ese
anclarse en el pasado, lastra y bloquea penosamente el aprovechamiento integral
del presente y condiciona, de manera preocupante y desacertada, ese devenir que
debería estar teñido del inexcusable y muy tonificante color de la esperanza.
El azar imprevisible que marca el destino en las
personas, quiso unir en amistad las vidas de Nerea y Cintia. Ambas acuden en la
actualidad, junto a otros pacientes con desequilibrios relacionales, a una
reunión semanal de terapia de grupo, en la afamada (y elitista –por las minutas
que reciben sus clientes) Clínica del Carácter.
Centro dirigido por el prestigioso facultativo de nacionalidad británica Mr.
John Boorman. Nerea, dadas sus aptitudes, se ha entregado en los últimos meses
a la práctica deportiva y contactos con una O.N.G, mientras Cintia dedica
muchas de las tardes a colaborar con la A.M.S. como encargada del departamento
que atiende el itinerario inicial de las mujeres inmersas en matrimonios
desestructurados. Las dos amigas sopesan, dada su progresiva relación afectiva,
la posibilidad de iniciar un proyecto de convivencia en común, manteniendo esa
parcela innegociable de privacidad previamente acordada. Sienten, cada una de
las mañanas, el tonificante frescor de un tiempo que hay que pacientemente modelar
y con diligencia ilusionada recorrer.-
José L. Casado Toro (viernes, 29 Junio 2018)
Antiguo profesor del I.E.S. Ntra.
Sra. de la Victoria. Málaga