Son tan “caros” o escasos los verdaderos
interlocutores, en un mundo como el actual caracterizado sin embargo por la densidad
hipercomunicativa, que la escenografía a que hace alusión el título de este
relato ya no nos provoca una especial confusión o extrañeza. Hace años, cuando veíamos
a una persona que se expresaba, con voz más o menos elevada y caminando por
entre las calles y plazas, sin tener a nadie junto a ella para escucharle,
pensábamos de inmediato que quien así se comportaba no se encontraría muy
equilibrado con respecto a su estructura mental. En la actualidad, con los
adelantos de la tecnología y con la extrema libertad en los comportamientos que
hemos sabido concedernos, nuestro asombro o extrañeza de otros tiempos ha
desaparecido prácticamente. Interpretamos como “normal” esa actitud del
comunicador que “actúa” sin oyente aparente para atender esa más o menos interesante
locución.
Cuando presenciamos esa peculiar imagen que
comentamos (en realidad cada vez más frecuente en los espacios abiertos), sin
descartar cualquier posibilidad de desequilibrio psíquico en la persona que la
protagoniza, deducimos de inmediato que quien así se comporta debe llevar algún
“pinganillo” o pequeño micrófono conectado a su móvil, a través del cual se
está produciendo el supuesto diálogo. Aún así esa imagen nos sigue extrañando y
produciendo una sonrisa burlona, de manera especial cuando además de hablar, el
protagonista gesticula, se ríe o muestra su enfado, en relación a los mensajes
que está intercambiando con un “desconocido” interlocutor (para nosotros) que
puede estar físicamente cerca de donde nos encontramos o a muchos kilómetros de
distancia.
Suelo desplazarme con frecuencia a zonas
agradablemente ajardinadas del entorno urbano, cuando el buen tiempo acompaña,
a fin de pasar algún tiempo dedicado a la plácida lectura o incluso a la escritura.
En dicho contexto espacial, cierta mañana tuve la oportunidad de ver a una
chica joven (posiblemente, en su treintena inicial) que se hallaba descansando
(prácticamente tendida) en un asiento de obra muy estético (por los bien
elaborados azulejos de su ornamentación) gozando del buen sol de esta primavera
algo contrastada que estamos teniendo, en esta bella ciudad a orillas del
plácido Mediterráneo. De forma inesperada, la vi ponerse algo más incorporada
sobre los toscos ladrillos del banco que la sustentaban, comenzando a expresar
una bien aprendida plática, aplicando un volumen de voz no excesivamente
elevado, pero acústicamente perceptible (yo me hallaba sentado en un banco
inmediato).
Como su exposición continuaba, me quedé
discretamente observándola, tratando de adivinar en dónde tendría guardado el móvil o el
necesario auricular conectados al oído. La verdad es que no percibía artilugio
alguno, ni en sus manos ni en su cabeza, aunque sabemos que estos periféricos
electrónicos suelen ser en ocasiones muy pequeños (microelectrónica) y fáciles
de disimular. Tampoco veía cable alguno que conectase los necesarios mecanismos.
La chica se ayudaba para su exposición con la mímica de los gestos, moviendo
especialmente sus manos e incluso la
perpendicularidad de su fina cabeza.
En ese relativamente pequeño espacio del jardín
también nos acompañaban dos hombres, uno mayor que su compañero, quizá
jubilados y tal vez amigos. Uno de ellos ofrecía un periódico gratuito al otro,
mientras que éste, con gesto algo brusco, lo rechazaba. Ambos se entretenían mirando
a la lejanía, intercambiando o “negociando” el silencio entre ellos. Y junto a
estos dos hombres, había también una señora de mediana edad, que se protegía
del sol con un sombrero de paja beige y gafas oscurecidas. Consumía, de manera
un tanto compulsiva, un paquete de pipas tostadas de girasol. Ciertamente, las
cáscaras de fruto del girasol las iba dejando encina de otro periódico gratuito
que reposaba a pocos centímetros de su descuidada en gramos figura corporal.
De inmediato, uno de los dos señores mayores se
puso de pie y dirigiéndose a la joven comenzó a intercambiar unas palabras con
ella. Entonces me pregunté: ¿se conocerían previamente? Trataba de mantener mi
prudencia, aunque observaba de reojo el comportamiento de ambas personas, que comenzaron
a discutir. Desde luego “actuaban” como si yo no estuviera presente. A
continuación, el compañero de este hombre se incorporó desde su asiento y se
dirigió al asiento de la señora que “devoraba” su ya casi vacía bolsita de las
pipas de girasol. Mi asombro aumentaba por momentos pues, sin mediar palabra,
se quedó unos “larguísimos segundos” delante de esa mujer a la que con un gesto
reverente le extendió su brazo izquierdo, invitándola a marcar unos pasos de
baile. No había música en el ambiente, evidentemente, pero estas dos personas
seguían allí bailando de una manera elegantemente parsimoniosa. ¿Estará esta
gente bien de la cabeza? Era la pregunta “lógica” de un involuntario espectador
que asistía con asombro al curioso comportamiento de estos cuatro personajes.
La escena era curiosamente divertida, pero yo no
acertaba a dar crédito a lo que ante mi estaba pasando. Sin duda, existía una
cierta vinculación o connivencia entre las cuatro personas. La pareja que
permanecía sentada contemplaba los movimientos que marcaban en el espacio los
dos bailarines o danzarines, intercambiando algunas palabras entre ellos
mezcladas ahora con comprensivas y expresivas sonrisas.
Como la escénica situación continuaba, no pude
aguantar más y con educada prudencia me acerqué hacia los cuatro “teatreros”,
tratando de entender su inhibición y comportamiento ante mi (se comportaban
como si solo estuvieran ellos en el jardín) y sobre todo a qué se debía toda
aquella parodia.
“Disculpen. En modo alguno podía imaginar
que estaban practicando alguna pieza interpretativa. Igual son actores de alguna
compañía o están desarrollando algún
ejercicio escénico… Puede parecer una pregunta infantil pero ¿todo esto es
verdad o se trata de alguna broma … ?”
Los dos hombres y ambas mujeres se cruzaron miradas
a medio camino entre la sorpresa y las sonrisas. Al final de esos segundos de
silencio que resultan tan largos fue Elsa, la
chica joven que hablaba sola, quien primero intervino a fin de calmar mi
razonable curiosidad.
“No pasa nada, hombre de Dios, en
modo alguno te debes preocupar. No era tan difícil acertar nuestra afición y
profesionalidad. La obra que estamos preparando (con parámetros del teatro
moderno o de vanguardia) transcurre, obviamente, en un espacio ajardinado. Nos
gusta ensayar en un contexto espacial lo más verídico y real posible. Después,
cuando estemos sobre el escenario, nos ambientaremos mejor recordando las horas
de práctica que hemos realizado en un entorno real y no simulado”.
La joven parecía divertida ante mi expresión
interesada de asombro. Isidra, tras abandonar
el baile con Fermín, siguió apurando su bolsa
de las pipas. El cuarto protagonista, Valerio, inició un juego de manos gesticular, aparentado
tener frío o calor, sed o saciedad, aburrimiento o exultante alegría. Elsa
continuó con su didáctica explicación.
“Fíjate, la semana pasada tuvimos que
acudir para practicar (debido al tema o trama argumental) a un sanatorio o
institución mental. Previamente solicitamos el correspondiente permiso que
amablemente se nos concedió por parte de la dirección. Los propios internos o
residentes podían estar con nosotros y se mostraban muy distraídos e
interesados ante todo aquello que estuvimos practicando, en una interesante línea
de inmersión empática ambiental y personal”.
“El nombre de nuestro grupo es el de ALMIREZ. Todos nosotros somos de la provincia hermana de
Córdoba, aunque por distintos motivos tenemos vínculos muy estrechos con esta
bonita ciudad, que goza de un clima inigualable. Preferentemente, vamos
recorriendo y actuando en diversos centros culturales vinculados a la Consejería
de Cultura de la Junta de Andalucía. Sin embargo, estamos ampliando el marco
espacial de nuestras representaciones, visitando teatros de titularidad privada
en otras Comunidades Autónomas. Y ya que has tenido la oportunidad de compartir
con nosotros esta mañana de mayo, en estos coquetos y bien cuidados jardines,
quedas invitado para estar presente en el ensayo general que, previsiblemente
haremos dentro de un par de semanas. Aunque no es definitivo (estas cosas van
cambiando en el día a día) el título de la obra que preparamos, de la que
también somos autores, es, en principio “EL VIEJO Y DESCOLORIDO ROPAJE DE LA
VANIDAD” una pieza
dramática con algunos ribetes cómicos, muy distraída y que transmite diversos mensajes
para activar el letargo onírico de las neuronas”.
Después de esta larga, generosa y bien construida
explicación, me sentía una persona verdaderamente privilegiada, pues el destino
me había deparado la oportunidad de ser espectador para conocer cómo los grupos
teatrales se esfuerzan en mejorar la verosimilitud de aquello que transmiten y
representan en la escena, ensayando en marcos reales a fin de conseguir la
mayor y mejor empatía posible con el contexto ambiental. En estos gratos
pensamientos me hallaba, cuando de nuevo fui “abordado” por estos cómicos o
artistas del arte de Talía (la musa griega del
teatro). En este caso , quien a mi se dirigió fue Valerio,
un actor grandullón, metido ya en su cincuentena avanzada, cuya prestancia
quedaba potenciada por el plateado de su pelo cano (aún abundante) y cuya
serenidad y sosiego que transmitían sus templados ojos azules quedaban
rítmicamente alterado por un incómodo tic nervioso que “brotaba” entre su
mejilla y ceja izquierda.
“Amigo, formamos un pequeño pero gran
grupo que trabaja en cooperativa. No sacamos mucha “pasta” de nuestras
intervenciones, pues básicamente actuamos (como bien te ha explicado Elsa) con
organismos municipales y de la propia Junta, estando nuestro caché muy reducido
por las limitaciones presupuestarias que estas instituciones oficiales soportan
en tiempos de austeridad. Dicho en plata, nos pagan muy poco, lo que apenas nos
da para vivir e innovar el material que utilizamos. Por eso aceptamos y
agradecemos, lo que denominamos “socios protectores”. Para nosotros, la ayuda de estos benefactores supone un
muy grato “balón de oxigeno”, a fin de seguir innovando y experimentando nuevas
formas expresivas, experiencias que nos permitan una más intensa aproximación a
nuestro público y que estos incrementen su empatía con los personajes y los
argumentos que representamos.
Es una cifra testimonial, sólo 50 €
al semestre. Tenemos un grupo de apoyo (más de 150 socios en la actualidad) que
facilita estos objetivos que te estoy comentando. El socio protector recibe
algunos testimoniales beneficios, por su generosa ayuda material y apoyo
social. Puede asistir a nuestros ensayos y tiene derecho a dos entradas
gratuitas por cada obra representada, localidades reservadas entre la primera a la cuarta fila
de cada teatro o espacio escénico donde actuemos. Te voy a facilitar unos
impresos, en los que encontrarás más información acerca de esta figura
protectora para nuestro proyecto. Es obvio que en cualquier momento puedes
desvincularte de esta opción, dándote de baja en el mismo. En el banco ya no te
pasarían el recibo para el semestre siguiente”.
Las dotes expresivas de Valerio eran bastante
buenas y convincentes. Me pareció simpática la idea y me hice “socio protector
del Grupo Teatral El Almirez”. Son estas decisiones e impulsos de apoyo a la
cultura que, de manera afortunada, a veces nos salen del corazón. En realidad
el coste de 50 euros por semestre no era demasiado gravoso y me aseguraron que
como media representaban tres obras diferentes al año, generalmente piezas
propias, que iban llevando por diversos teatros de la región e incluso
traspasando los límites de Andalucía. Podía probar con un primer pago y ver
como marchaba en un futuro mi ilusionado apoyo sociocultural.
Pasaron algunas semanas y no volví a saber nada de
estos abnegados actores, personas entregadas a la innovación y experimentación
teatral. He de confesar que alguna noche en que me distraía “navegando” por las
redes de Internet, tecleé en el buscador el nombre de almirez.
Curiosamente había grupos escénicos, centros culturales y espacios de
representación en los que de, una forma u otra, aparecían el nombre de ese útil
y tradicional instrumento para preparar la condimentación culinaria. En las
cocinas de nuestras madres y abuelas siempre estaba presente ese triturador
manual para la pimienta, los ajos, las almendras, el pan tostado e incluso el
azafrán o los granos de café tostado, entre otros muchos elementos para
preparar sabrosos cocidos o suculentos fritos o deliciosas infusiones. Estos
instrumentos de cocina estaban generalmente fundidos en metal, posiblemente
cobre, aunque también eran muy comunes los tallados en madera. Unos y otros
sonaban con su sonido característico, cuando las cocineras y cocineros
percutían sobre su acústica oquedad el oloroso o más o menos duro condimento. Hoy
en día, con el versátil instrumental eléctrico que poseemos para casi todo, han
perdido protagonismo ante esos molinillos que incluso utilizan la fuerza de las
baterías o las pilas.
Volviendo a
la búsqueda por Internet, al fin encontré una página web que podía ser la suya,
aunque solo reconocí, entre los actores integrantes, una foto en la que
aparecía la joven Elsa. El perfil que este grupo ofrecía era la práctica
escénica experimental. Cierto día ocurrió un hecho curioso, en relación con
estos actores a los que conocí en el jardín. Acompañaba a un familiar que
necesitaba comprar unos productos en un nuevo súper que habían abierto de la
cadena Mercadona. Mientras efectuábamos la compra, me iba fijando en las
innovaciones y disposición estructural de las distintas secciones del comercio.
Observé a un reponedor que estaba colocando
unas latas de conservas vegetales en uno de los estantes. Aunque estaba de
espaldas a mi visión, reconocí de inmediato por las características de su
cuerpo (con el uniforme correspondiente) a Valerio, uno de los actores del
grupo Almirez. Dudé en acercarme para el saludo, pero el familiar recibió un
mensaje de whatsapp y tuvimos que acelerar la compra. La sorpresa aumentó
cuando al acercarnos a las línea de cajas, vi
en una de las mismas a Elsa, cobrando los productos que los clientes depositaban
sobre la cinta móvil. Igual ella me vio, tal y como como yo la vi a ella. Pero
no compartimos la palabra. Era un sábado por la tarde y el establecimiento
estaba repleto de gente.
Aquella noche pensaba en ese reencuentro “no
explícito” que tuve con los dos actores. ¿Habría alguno más, también vinculado
a la plantilla del súper? ¿Serían trabajadores dependientes o estarían
realizando alguna práctica para sus tareas escénicas? ¿Cuánto de ficción y de
realidad habría realmente en todo este episodio? Lo único cierto es que las
hojas del almanaque van “cayendo” y no me llegan noticias de actuación alguna
por parte del grupo Almirez.-
José L. Casado Toro (viernes, 25 Mayo 2018)
Antiguo profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga
jlcasadot@yahoo.es