El reloj instalado en un lateral de la veterana Sala
de Profesores marcaba las 13:30, en un azulado día de Marzo primaveral. Como normativamente
sucedía, según la indicación del horario oficial, durante todos los lunes de aquel
curso tenía que dedicar esa última hora de la mañana a una clase o sesión
didáctica que a todos los implicados en la misma nos “enriquecía”. Trabajar la acción tutorial, con el colectivo grupal
de alumnos, suponía una estupenda oportunidad para avanzar humanamente en su
conocimiento, tratar de ayudarles en la orientación de su aprendizaje y, también,
sugerirles aquellos consejos que mejorasen su evolución como jóvenes personas en
crecimiento. Los escolares, resultaba obvio, también lo agradecían: al tratarse
de una hora ya tardía en el cansancio de la mañana, podían así cambiar la rutina
de las materias académicas por ese sugestivo diálogo intergrupal que normalmente
tanto nos vitaliza.
Ese año me había sido adjudicada una tutoría
correspondiente a un curso de 4º de la E.S.O. Los
alumnos que integran este nivel académico acumulan una edad media de 15 años,
aunque hay algunos que ya van avanzado por la senda de los dieciséis. Tenía
diversas motivaciones que me hacían valorar el trabajo con alumnos de ese
nivel. Tras la superación de este curso, los alumnos obtienen el primer título
de su recorrido académico: el Graduado en la ESO.
Este incentivo les hace extremar su dedicación y esfuerzo en el estudio y en la
adquisición de las correspondientes habilidades explicitadas en el currículum.
A ellos y a sus familias se les sitúa, una vez superado este nivel, ante la
tesitura de tener que optar por el itinerario del bachillerato,
con vistas a un posterior acceso a la Universidad, o bien iniciar ese otro
proceso paralelo de los ciclos formativos
profesionales, de primer o segundo grado. Por otra parte, los chicos y
chicas de esta edad se encuentran en un nivel de su proceso
psico-evolutivo, que podemos ubicar entre los cambios orgánicos de la
pubertad y esa entrada desde la adolescencia en el ámbito de la plena juventud.
Sin duda son años decisivos en la vida de todas las personas, pues en esta fase
de la existencia es donde se asientan mejor los fundamentos que irán
conformando nuestro carácter y la forma de ser temperamental ante la vida. Todo
ello justifica el interés que el profesional de la educación encuentra en este
específico nivel de la regulación escolar. Dicho de una manera coloquial: si se
siembra bien en estos decisivos años de la vida, podemos esperar buenos frutos
en ese futuro que a todos nos alcanza.
El tema elegido para la clase de aquel día se
titulaba: RACIONALIDAD Y RESPONSABILIDAD, PARA
ALCANZAR LA MEJOR OPCIÓN. Como introducción al debate posterior,
comentaba a mis alumnos una realidad que era incuestionable: a lo largo de la
vida, las personas hemos de tomar decisiones de índole muy variada (materiales,
afectivas, profesionales, formativas, técnicas, lúdicas …). En no pocas
ocasiones tenemos que elegir entre varias y hasta contradictorias opciones que
se presentan ante nuestra voluntad y racionalidad. Y esas disyuntivas también
suelen resultar complicadas de resolver, pues tememos equivocarnos si optamos
por una decisión que puede resultar fallida o desacertada. Pero, ante las diversas
posibilidades que tenemos por delante, nos asiste el derecho a elegir lo más
conveniente para nuestros deseos y necesidades, aunque no sea fácil tomar esa
mejor decisión entre otras muchas.
Solía aconsejarles un recurso
que daba buen resultado, para esas tesituras en las que tantas veces nos hallamos
insertos. Les decía que tomaran una cuartilla de papel y la dividieran con una
línea por la mitad. En el rectángulo izquierdo irían anotando las ventajas que
ellos pensaban alcanzar si adoptaban esa decisión. En el lado derecho irían
anotando las desventajas o inconvenientes que pensaban podría derivarse de
seguir por ese mismo camino. Básicamente sintetizaban los “pros” y los “contras”
de cualquier opción, siempre con un adecuado razonamiento. Una vez que hubiesen
finalizado esta aportación de elementos opuestos, sopesarían la suma de unos y
otros en una balanza imaginaria, la cual señalaría la opción más acertada o
aconsejable, teniendo en cuanta esos pros y contras de los dos (o más) caminos
analizados. Aun así deberían actuar con prudencia, evitando la siempre desaconsejable
precipitación. Sin embargo, una vez que todos los aspectos o elementos hubiesen
sido bien racionalizados, el camino finalmente elegido habría de ser seguido
con firmeza y plena convicción.
Aquél día llevamos a la práctica varios ejercicios,
basados en esa libertad de opción responsable (cuestiones sugeridas en parte
por iniciativa de los propios alumnos). Citemos algunos
de los temas o disyuntivas que aportaron los grupos en que el colectivo
escolar fue dividido: Bachillerato o ciclos formativos; el mejor regalo en las
festividades cíclicas anuales: Navidad, Reyes, San Valentín, Día del Padre, Día
de la Madre, onomásticas y “cumples”; piercings y tatuajes; tabaco, alcohol y
deporte; comida rápida o mediterránea; etc. Esa hora final de la mañana,
dedicada a la acción tutorial, resultó bastante amena, controvertida y
divertida. Creo, sinceramente, que a todos nos supo a poco, las posibilidades
de esa clase que resultaba plenamente enriquecedora, por lo que prometí que, en
una próxima sesión, seguiríamos trabajando esta atractiva temática.
Ya en la noche de ese lunes, compruebo con sorpresa
que una de las alumnas, Estrella, me enviaba un correo electrónico. Debo aclarar que,
desde el primer día de clase, tenía por costumbre facilitar mi dirección
electrónica a quienes iban a conformar el grupo de tutoría. Lógicamente también
sus integrantes me facilitaban sus datos, direcciones y otras útiles informaciones,
que precisamente anotaban en u na completa ficha
que les entregaba al efecto. Aclaraba previamente, para evitar equívocos, de que
el uso del correo debería estar reservado sólo para cuestiones académicas o
aquéllas otras de naturaleza personal que considerasen especialmente
importantes. De manera afortunada, nunca llegué a tener queja del uso que los
estudiantes hicieron de esta útil y versátil herramienta para la comunicación y
el intercambio de materiales, puesta a nuestra disposición por la red de
Internet.
¿Cómo era Estrella? Quince años, edad que resume cualquier otra
definición. En rendimiento escolar, más bien “normalita”. Se relacionaba muy
bien con sus compañeras y amigas. En las más de las ocasiones, le gustaba tener
un “simpático” protagonismo. Su aspecto físico entraba de lleno dentro en esos
saludables parámetros de una maravillosa edad. Tanto en serio como en broma se
quejaba, ante las personas “próximas” de ser en exceso bajita, abusando un
tanto de las plataformas y “elevadores” en los zapatos que potenciaban su
estructura anatómica. En las últimas semanas había percibido en ella cambios contrastados
y radicales de carácter, pasando con rapidez de la risa nerviosa y desenfada a
la introversión ensoñadora y silenciosa, tal vez con un rictus de tristeza que
reflejaba algún problema que le estaba afectando. Esas inesperadas alternancias
en sus respuestas sociales podían entenderse, dada su edad, como consecuencia
de los “naturales” cambios orgánicos que todas las personas experimentan en su
paso a la adolescencia.
El contenido de su correo no era excesivamente
extenso, considerando su redacción, pero profundo y testimonial por su
importante y complicado contenido. No es literal, el único párrafo del e-mail,
pero las siguientes líneas resumen perfectamente la naturaleza del mensaje:
“Profesor disculpe la hora pero,
después de la clase de tutoría que hemos tenido esta mañana, me he animado a
escribirle. Lo estoy pasando bastante mal, francamente mal, a nivel familiar. El
matrimonio de mis padres hace agua por los cuatro costados. Es como un barco
que se hunde, día tras día. Hace tiempo que no se aguantan. Pasan de las
palabras, a los gritos y a los malos modos. Algún vaso o plato, los he visto
caer estrellados contra el suelo. El ambiente se hace incómodo. Creo que se van
a separar. Se lo quería contar para que pueda entender un poco mejor mi
comportamiento en las últimas semanas. Ya le iré dando más detalles de una
desagradable situación que nos hace sufrir tanto a mí como a mi hermano. Pienso
que ellos dos también lo estarán pasando muy mal. Buenas noches y perdone.
Estrella”.
Aproveché los minutos del recreo del día siguiente,
martes, para dialogar con esta alumna. Tenía que hacerlo de manera urgente. Le
expliqué que en esa difícil situación, por la que al parecer atravesaba la
relación de sus padres, ella debía mantener un prudente equilibrio en el trato
con ambos, evitando en todo momento perjudicar o incrementar con su
comportamiento esas pequeñas o más grandes rencillas que se habían generado
entre sus progenitores. Que ayudase especialmente a su hermano menor. Y que
esta complicada situación familiar no sirviera de excusa para relajarse en el
estudio. A partir de esa entrevista individual, junto a otros correos que con
intermitencia iban llegando en las horas avanzadas de la noche, fui ampliando
la base de información acerca de los integrantes de esta familia.
Su madre Norma, que
poseía una licenciatura en Ciencias Económicas, trabajaba fuera del hogar como
interventora de una entidad bancaria. Según su hija, se caracterizaba por tener
un carácter en exceso autosuficiente, con tendencia al control y a la dominación
de su entorno. Era persona un tanto obsesiva con el orden y de mentalidad
“matemática”, muy rigurosa con los detalles y la exactitud en todo su
comportamiento. Calculadora y con tendencia al egocentrismo. Dedicaba gran
parte de su tiempo a seguir los acontecimientos de la bolsa de valores, donde
parece ser tenía algunas inversiones. Obviamente yo había tenido la oportunidad
de conocerla, a partir de una entrevista tutorial que bajo mi petición
concertamos (al igual que hacía con todos los tutores familiares a comienzos de
curso). Recuerdo que no había asistido a la reunión colectiva de padres,
realizada a finales de octubre. En esa primera entrevista se presentó “ataviada”
con una exquisita solemnidad social.
En cuanto a su padre, de nombre Abel, ejercía la profesión de fotógrafo, trabajando
en un despacho o agencia de publicidad. Parece ser que era una persona amante de
todo lo cultural, destacando su afición por la música, la imagen, el diseño y
el contacto con la naturaleza. Soñador, lector empedernido, amante de los
viajes y un tanto distraído y despreocupado. Solía relativizar puntualmente los
problemas, los propios y aquéllos otros que conocía a través de la red
mediática. En uno de sus correos, Estrella me transmitió una confidencia que
tenía bien reservada: “Aunque es un secreto, puedo
afirmar que mi padre tiene una amiga íntima, tal vez desde hace algún tiempo.
Por un hecho casual, tuve oportunidad de verlos juntos cuando se disponían a
entrar en un cine. Se les veía bien “acaramelados”. No conté nada a mi madre
acerca de esa imagen, cuando volví a casa”.
En uno de esos correos, que yo consideraba de “desahogo”,
dada la dificultad de comunicación que la chica mantenía con sus padres (a
pesar de mis consejos de que hablara serenamente con ambos) me confesó lo que
venía siendo más que previsible. Norma y Abel se habían reunido con Estrella y
su hermano menor (10 años) planteándoles claramente su crispada relación.
Habían decido con firmeza emprender el camino abierto de su separación, a fin
de no seguir manteniendo una ficticia situación que se les antojaba
insostenible. Aunque ellos tenían una opinión al respecto, consideraron
conveniente preguntar a los dos críos con cuál de sus padres querían seguir
viviendo. El pequeño, Fran, dijo que el quería seguir en la casa de siempre,
junto a su mamá. Por su parte Estrella, aunque sentía más connivencia con su
padre, no quería de ningún modo separarse de su hermano. Sabía que iba a chocar
con frecuencia con una madre cuyo carácter ella no soportaba, pero sabría
sobrellevarlo. Además estaría con su padre muchos fines de semana y los períodos
pactados durante las vacaciones.
“No supongas (mis alumnos solían
mezclar el tuteo, con la mención inicial de mi nombre. Esta forma de trato
facilitaba la proximidad) que ha sido fácil. Los pros y los contras se enfrentaban,
entre el corazón y la mente. Pero me ha ayudado bastante aquella clase del
lunes, en tutoría, en la que practicamos el hábito y la estrategia de la
decisión entre varias opciones. Tomé mi folio en blanco y en las dos columnas
fui poniendo las ventajas y desventajas de optar por irme a vivir con mi padre
o quedarme en casa con mi madre. El “platillo” de la balanza finalmente me ha
aconsejado adoptar la mejor opción. En esos momentos, complicados desde luego,
recordé aquello que nos decías acerca de que todo lo que se aprende y
practicas, más tarde o temprano, resulta útil y te puede ayudar.”
El sentido de la madurez que una chica de quince
años estaba aplicando, en una muy difícil
situación personal y sintiéndose inmersa en una conflicto de intereses y
caracteres alejados de la armonía, me resultaba en sumo admirable,
ejemplarizante y digna de asombro. Todos esos largos minutos, que el problema
de esta alumna me hacían permanecer delante del ordenador, los daba por bien
empleados. Obviamente, la acción tutorial no finaliza
en los minutos de clase o del recreo. La complejidad y grandeza tutorial exige
prolongar, en el tiempo de la privacidad, la dedicación necesaria para esas muy
jóvenes personas que lo necesitan, dadas las carencias (afectivas o de otro
género) que puntualmente pueden encontrar en el ambiente familiar.
Pensaba que este asunto se había llevado bien,
dentro de lo doloroso que supone para unos hijos pequeños “vivir” la ruptura de
la estabilidad afectiva dentro de su propia familia. Cité en un par de
ocasiones a la madre de Estrella, pero sin suerte en la respuesta. Mi intención
era seguir ayudando a Estrella, en todo lo que estuviera en mi mano, para
superar ese amargo trace.. Hablé con el resto del equipo de profesores, a fin
de que hicieran todo lo que estuviera de su parte por ayudar a una alumna que
soportaba ese amargo trance de vivir con unos padres que, radicalmente
enfrentados, habían optado por la situación menos lesiva de poner distancia
entre ellos. Sin embargo, la sorpresa, bastante ingrata, aún estaba por llegar.
Aquella mañana de un viernes, finalizaba mis clases
a las 13.30. Cuando ordenaba la cartera de trabajo con unos dossiers, antes de
abandonar el centro escolar, uno de los conserjes vino a decirme que había una madre
en la puerta que quería hablar conmigo. Aunque no tenía cita alguna pendiente
para ese día, salí de la sala de profesores con el ánimo de atender a esa
persona que aguardaba en la entrada. Para mi sorpresa, era la madre de Estrella quien me estaba esperando. Sólo había
hablado una vez con ella, pero recordaba bien sus rasgos faciales. Desde un
primer momento percibí que venía a verme con un ánimo en el que podía entrever
su enfado y una actitud presta para la polémica.
Venía a decirme, con unos modos en absoluto
amistosos, que había estado controlando el correo electrónico de su hija,
enterándose que Estrella me había estado poniendo al corriente de los problemas
que atravesaba su familia, que me había estado pidiendo consejos y que yo la
había estado ayudando, “metiéndome” en unos asuntos que no me concernían. Me
exigía, de forma absolutamente imperativa, que cortase cualquier comunicación
con su hija. Que Estrella tenía a su madre y que no le hacía falta nadie más.
Traté de mantener la calma, pero no dudé en
responder, con firmeza y convicción, a la muy atribulada e irascible interlocutora.
“Señora. Como tutor escolar de su
hija, me he limitado a cumplir con mis obligaciones. En la reunión de primeros
de curso con los padres y madres de mi tutoría, a la que Vd. o su marido no
asistieron, expliqué detalladamente las responsabilidades que me competen como
profesor tutor. Precisamente, le he propuesto en dos ocasiones, durante estas
últimas semanas, mantener un diálogo individual y aun estaba esperando su
respuesta. Sólo hemos hablado una vez. Ocurrió en Noviembre, antes de que
surgiera este complicado asunto. Y también fue a petición mía.
Su hija, al igual que el resto de sus
compañeros, tiene mi dirección electrónica. Yo también tengo la de todos mis
alumnos. Comunicación electrónica que sólo debe ser usada en situaciones de
importancia y, preferentemente, relativas a temas de estudio. Era evidente.
Estrella necesitaba, dado el amargo y difícil trance por el que está pasando,
dialogar con alguien que la escuchara y le aconsejara de la mejor forma, a fin
de no perder la concentración y el buen ánimo en el proceso de su aprendizaje.
Lo que ella quiso o necesitó comentarme, junto a mis respuestas al respecto,
ahí las tiene Vd. escritas en la pantalla del ordenador. Puede acudir con ellas
a donde mejor estime oportuno. Yo me siento muy orgulloso de haber ejercido mi
función tutorial en una situación que, obviamente, es difícil y dolorosa.
Le aseguro que lamento mucho la ingrata
desafección en la que se hallan inmersos. Pienso que Estrella es una gran
chica, con una madurez impropia a sus quince años de edad. Se debe sentir muy
orgullosa de la actitud responsable que ella ha sabido mantener en este desagradable
contexto. Ayude a su hija. Esté cerca de ella. Gánese, con paciencia,
comprensión y afecto, su confianza. Vd. necesita a su hija y Estrella necesita
a su madre. Si me permite, le sugiero que dedique todo el tiempo posible, y aún
más en estas duras circunstancias, a sus hijos. Los profesores no buscamos el
protagonismo. Se lo aseguro. Los más
importantes protagonistas, en la comunidad escolar, son los alumnos. Sólo nos
importa, pienso que al igual que a sus padres, el equilibrio, el esfuerzo, los mejores
valores, la maduración, de unos seres en desarrollo que deben ser felices en el
hábito y ejercicio de la responsabilidad”.
Los correos procedentes de esta alumna cesaron de
llegar a mi ordenador. Era evidente que los canales de comunicación con sus
padres serían ahora más fluidos. En aquella
tarde muy calurosa de Junio, cuando celebramos en el centro la fiesta de graduación de los alumnos de 4º de la
ESO, vi que Estrella había venido acompañada, como era lógico, por sus padres y
hermano. Tras la imposición de las bandas y la entrega de diplomas, esta alumna,
muy bien “ataviada” para la emotiva efemérides (al igual que la mayoría de sus
compañeros) se me acercó y un tanto emocionada me dijo “Gracias,
profe, por todo”. Me acerqué para estrechar las manos de sus padres, que
aguardaban a un par de metros. Entre nosotros no hubo apenas intercambio de
palabras, sólo unas educadas y correctas sonrisas.-
José L. Casado Toro (viernes, 2 Marzo 2018)
Antiguo profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga
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