Las primeras experiencias
suelen siempre dejarnos huellas, más o menos intensas e indelebles, ante lo
emocional y novedoso que normalmente resultan. Y ese interés, temor, ansiedad o
satisfacción que su “ejercicio” provoca nos sumerge, durante los días previos a
su protagonismo, en un estado anímico de confusión o tensión que deseamos, de
una vez por todas, recorrer y superar. Incluso cuando esas experiencias estén
ubicadas dentro de la normalidad o la rutina, correspondiente al sistema social
en el que nos hallemos insertos.
Edurne es una joven que no hace mucho ha superado sus tres primeras décadas
de existencia. Vive sola, en régimen de alquiler, habitando un viejo piso donde
convivió con sus padres, Fátima y Ventura (los dos bastante mayores) hasta que éstos,
hace ya más de año y medio, se marcharon a ese misterio inevitable del más
allá, en ambos casos con muy escasos meses de diferencia. Hoy, en la mañana de
un lunes con adelanto primaveral de Febrero, ha podido intercambiar su horario laboral
con una compañera, que se ha prestado a hacerle ese favor. Trabaja como cajera
en un gran hipermercado, ubicado en una zona comercial del sur de la ciudad. Su
estado nervioso obedece a la carta que recibió hace unos días, desde un
despacho notarial, convocándole para una reunión familiar en la que estarán
presentes su tía Felicidad, con sus dos hijas.
Allí se va a proceder a la lectura de la última voluntad testamentaria
correspondiente a su otra tía, Alfonsina, que
falleció hace tres semanas.
Para esta más bien tímida joven, ese desplazamiento
que ha de realizar a un despacho notarial le ha
producido una gran impresión. No sólo por el contexto protocolario de sentarse
ante un señor notario, sin duda una persona muy seria y respetable (como ella
comenta) sino también porque todavía no ha superado el impacto producido por el
fallecimiento de su amada tía, persona a la que estaba especialmente unida, si
cabe aún más desde que perdió a sus padres. Percibe que ahora se halla más sola
que nunca en el mundo, pues la relación con ese único parentesco que le queda
(ella fue hija única) no es especialmente cálida, sino todo lo contrario. Su
tía Felicidad es mujer de fuerte carácter y muy posesiva con todo lo que le
rodea y en cuanto a sus primas, Sole y Lara, son dos jóvenes “malcriadas” que, en muchos
aspectos, han sacado “genéticamente” el carácter de su insoportable madre. Este
ángulo familiar tiene un trasfondo, lógicamente. Lo que en este momento está
agudizando, aún más si cabe, las inestables relaciones entre sobrina y tía
(junto a sus primas) es el asunto hereditario
correspondiente a Alfonsina. Hay intereses y avidez material por ver cómo ha
repartido la difunta su previsiblemente cualificado patrimonio.
Fonsi era la mayor de las tres hermanas. Siendo aún
muy joven, se preparó en una academia para opositar a una de las plazas
administrativas convocadas por el Estado. Tuvo el justo premio a su esfuerzo,
pues consiguió el anhelado puesto funcionarial tras dos convocatorias fallidas
en los ejercicios. Durante toda su vida laboral estuvo trabajando en ese primer
puesto al que fue destinada: el Registro Civil de la ciudad. Supo disfrutar de
la vida, con sus amigas, viajes y otras aficiones, pudiendo invertir en la
compra del piso donde residía, situado en una zona antigua pero muy tranquila
del urbanismo ciudadano. Gustaba del cine y el teatro, no perdonando cada una
de las tardes su ratito en la cafetería, para la merienda con sus amistades y,
además, sabiendo ahorrar con inteligencia. Este hábito estaba favorecido porque sus gastos y necesidades no
eran excesivos: al no haberse casado y sin tener descendencia a la que atender,
todo su cariño lo centró en sus sobrinas, de manera especial en Edurne, pues
las otras dos, a medida que iban creciendo, pronto dieron muestras del vacío en
valores que sus caracteres y comportamientos mostraban, plenos de egocentrismo,
por la deficiente educación que habían recibido de sus progenitores. Por el
contrario, Edurne estuvo siempre muy vinculada a su querida tía, que nunca
ocultó su preferencia, afecto y ternura por la hija de su hermana Fátima,
sentimiento de cariño que encontraba la correspondiente reciprocidad por parte
de su sobrina preferida.
El reencuentro con sus primas y tía estuvo
presidido por una cierta frialdad en los saludos. Pronto pasaron al despacho
del Sr. Perkins, el notario que tenía apellidos
extranjeros en su parentesco. El veterano jurista procedió a la lectura de las
últimas voluntades de la finada. La redacción del testamento
no era muy extensa pero, a medida que el sonido de la cansina lectura rompía el
silencio ambiental, los rostros de Sole y Lara, dos jóvenes con una edad no muy
diferente a la de Edurne, se iban agriando con unas muescas de desaprobación y
patente enfado. La propiedad de la vivienda, con todo su contenido, era legado
a Edurne. Cada una de sus otras dos sobrinas recibirían sendos depósitos
bancarios, cada uno de 30.000 €, puestos a plazo fijo, con la recomendación de
que ese capital fueran utilizado en un futuro para afrontar la entrada
económica en la adquisición de una vivienda propia, con la que alcanzaran
estabilidad en sus vidas. El resto de sus fondos bancarios también sería legado
para Edurne (unos 40.000 €). Si el reencuentro fue frío, entre los cuatro
parientes, la despedida fue glacial, no exenta de miradas y comentarios
crispados por parte de las dos jovencitas que, junto a su también enojada
madre, apenas cruzaron la palabra con su prima y sobrina que, un tanto azorada,
trataba de mantener la calma y no estimular más el evidente y visceral enojo de
sus únicos parientes.
Tras las necesarias gestiones administrativas y
fiscales del caso, para las que solicitó los servicios de una gestoría que le
recomendó su jefe de personal, Edurne pudo dejar (con un cariñoso sentimiento)
el piso que había estado habitando durante sus treinta y dos años de vida, la
mayoría temporal de los mismos viviendo junto a sus padres. Sus progenitores no
habían querido o podido acceder a una vivienda en propiedad. Pagaban una renta
de alquiler relativamente baja y esta evidencia los había disuadido de afrontar
la compra de una vivienda. En realidad, en esta familia sólo entraba el sueldo
de Ventura, su padre, que ejerció de perito en varias agencias de seguros hasta
su prematura jubilación y fallecimiento. En cuanto a su madre, Fátima, siempre
se dedicó a ejercer las labores del hogar y a cuidar, con gran dedicación y
esmero, de su hija y esposo. Los ingresos familiares aportados por su padre,
hasta que ella inició su actividad laboral, no eran elevados como para afrontar
una deuda hipotecaria y a ello se unía que el “interesante” alquiler de este
piso de renta antigua era relativamente reducido.
Pasaron las semanas y los meses, en los cuales las
relaciones con su sus tíos y primas dejaron prácticamente de existir, pues
éstos no ocultaban su disconformidad de que Fonsi hubiera inclinado el platillo
de la balanza, de forma tan notoria, hacia la tímida prima y sobrina Edurne.
Incluso estuvieron visitando un despacho de abogados, consultando si podían
hacer algo para recibir una herencia más equilibrada o repartida. El equipo de
abogados, tras estudiar todos los flecos posibles del caso, les informaron que
no había nada que hacer. La voluntad testamentaria de la finada era
absolutamente legal a todos los efectos. La gestión jurídica y administrativa
conllevó una minuta de 450 € que los frustrados demandantes tuvieron que pagar.
El marido de Felicidad, Marcelo, también había
tenido la ilusión de recibir una buena herencia, procedente de su cuñada
política, lo que podría haberle liberado al fin de tantos años despachando pan
y dulces, en una modesta tahona de barrio.
Aproximadamente un año y
medio después de estos hechos, Edurne conoció y fue intimado con un
joven, tres años menor que ella, asiduo cliente del hipermercado donde ella
continuaba cada día atendiendo una de las cajas de pago. Alejandro, natural de Cantabria, era policía de profesión.
Este joven, muy vocacional y estudioso en su oficio, llevaba unos años destinado
en esta provincia del sur peninsular, adscrito al departamento de la policía
judicial, donde preferentemente investigaba delitos financieros y empresariales,
junto a negocios ilegales de estupefacientes. Desde el primer día en que el
destino quiso reunirlos, quedó prendado de la sencillez, dulzura y cálidas sonrisas
de tan agradable cajera. Hacía todo lo posible por ponerse a la cola del puesto
de pago número 17, el que usualmente solía gestionar Edurne. Cuando no había
mucha público para el cobro de las mercancías compradas, podía cruzar algunos
diálogos y comentarios con esa atractiva y tímida joven que, obviamente también
se había fijado en un hombre tan amable, correcto y educado. Cierto día,
Alejandro al fin se armó de valor y la esperó en la puerta del establecimiento,
hasta que ella finalizase su horario de trabajo. El sentimiento era recíproco,
por lo que ambos quedaron para ese sábado, a fin de ir al cine y después tomar
un picoteo de tapas para cenar. Así comenzó un ilusionado noviazgo que, como en
las mejores historias, acabaría en la feliz unión matrimonial de la joven
pareja. Sin embargo hubo un episodio inesperado
que, por los azares del destino, arrojó luz y memoria a la vida de Edurne. El
protagonismo de Alejandro en esos hechos fue decisivamente importante.
“Edu, llevo casi dos meses trabajando
sobre un difícil asunto, que me llegó por otras investigaciones paralelas. Se
trata de una trama muy compleja que, para mi sorpresa, creo que te afecta. A
estas alturas, no tengo la menor duda. Ya conoces mi “amor” por la profesión
que he elegido. A ella suelo dedicar mucho tiempo, esfuerzo y dedicación. Pero
ese interés se acrecienta cuando descubres hechos e informaciones en el que
intervienen personas que conoces o están muy próximas a ti. Y en esta ceso,
apareces tú. Te voy a contar unos hechos en los que eres protagonista y sin
embargo eres ajena a su conocimiento. Te los voy a explicar pero, antes de
nada, quiero pedirte que mantengas la calma ante lo que vas a escuchar.
Me habían encargado que investigara
sobre unas denuncias de personas que consideraban que al nacer fueron entregados
o vendidos a otras familias. Lógicamente, estas personas querían conocer
quiénes eran sus verdaderos padres. En esas prácticas delictivas, que
sucedieron hace muchos años en diversos puntos de nuestra geografía,
intervinieron diversos agentes. Médicos, enfermeros, hospitales, religiosas, secretos
y presiones y, por supuesto, el dinero, en un contexto donde el interés, la
ideología, la pobreza y la opulencia, tuvieron partes decisivas en este
desafortunado tráfico de bebés.

Es muy fuerte lo que vas a escuchar.
Ten calma, por favor. Tus padres, Fátima y Ventura, no podían tener hijos. Es
más que probable que el problema orgánico que lo imposibilitaba se hallaba en
tu madre. Parece ser que tu tía Alfonsina aceptó prestar su cuerpo para que tu
padre procreara en ella un nuevo ser. Fue un embarazo llevado en secreto, del
que muy escasas personas tuvieron conocimiento. En los últimos meses del
embarazo, ella se declaró en baja aduciendo problemas de salud, situación avalada
y protegida con la documentación de un médico amigo, que fue precisamente quien
le asistió al dar a luz. Tu madre Fátima también se apartó de la vecindad en
esos últimos meses, antes de que tú nacieras y, en el momento del parto, su
hermana (tu tía) le cedió el bebé, cuyo padre era su propio cuñado. Fátima
“volvió” a la sociedad, con una preciosa niña en sus brazos, a la que
bautizaron con el bello nombre de Edurne. Por supuesto, que la documentación
médica fue manipulada y “debidamente corregida”. No quiero calificar todos
estos hechos, cuyos actores son personas que ya no están en la vida. Pero sí debemos
valorar y destacar la grandeza afectiva de tu tía Alfonsina, que aceptó ser
embarazada a fin de que su hermana Fátima gozara de la gran experiencia maternal.
Fonsina, fue tía y madre a la vez. En el fondo de su corazón, ella te
consideraba y eras su verdadera hija”.-
José L. Casado Toro (viernes, 9 Marzo 2018)
Antiguo profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga
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