De una u otra forma, las sociedades se han visto
desde siempre condicionadas por las manecillas del reloj. Sea éste digital, de
pulsera, el situado bajo el campanario de la torre, el que deja caer
pacientemente la arena o ese fiel marcador natural, que nos trae diarios
amaneceres y atardeceres en el cielo, al compás de nuestro cíclico giro
terrenal. Esta división del tiempo para lo laboral, para lo formativo, para el
alimento, el divertimento o el descanso, determina nuestros horarios, nuestros
proyectos y respuestas, no pocas veces con una rígida “deshumanización”. Efectivamente,
esta ordenación del tiempo (necesaria a todas luces) se torna obsesiva y
patológica cuando nos determina y estructura con implacable dureza, privándonos
del sosiego y alterando, consecuentemente, nuestra estructura anímica. “Carezco
de tiempo para…” frase universal que sanea muchas conciencias, alistadas con implacable
normativa en las filas castrenses del estrés temporal.
Pero, también de manera afortunada, llega para casi
todos nosotros una fase de la vida, en la que ese nuestro tiempo se libera del
propio tiempo y hay tiempo para casi todo, a poco que nuestra voluntad y estado
de animo así lo sustente. Cuando el almanaque vital te libera de la aventura o
la rutina del ejercicio laboral, eres tú (y tus circunstancias) el que has de
programar o llenar de voluntad ese reloj que carece de manecillas o, si aún las
mantiene, resultan para ti muy relativas las estructuras temporales que día a
día vayan marcando. En ese caso, tu tiempo se va liberando de las ataduras
inmisericordes ordenadas por esa “divinidad” que durante décadas ha decidido
“cruel o benévolamente” por ti. Aún así, se suele producir una curiosa y
contradictoria situación. La medida del tiempo te importa menos, pero el tiempo
vital lo valoras y lo necesitas más.
Se conocen desde hace muchos años. Han tenido entre
ellos momentos en que esa proximidad fraternal
se ha visto alterada por un banal distanciamiento para el que nunca hay, desde la
racionalidad, explicación convincente. Más o menos coetáneos en la edad (se
hallan en la inmediatez de cumplir su séptima década existencial) a los tres amigos y convecinos les llegó su pase a la
retaguardia del protagonismo, abandonando esas profesiones que habían ejercido
con proverbial eficacia durante un amplio período de sus vidas. Ahora, ya más
apaciguados en sus temperamentos y caracteres, comparten ese valor inmenso de
la amistad con más ahínco y serenidad que en fases y épocas pretéritas.
Uno de esos elementos de relación que tanto les
gratifica es la esperada reunión de cada miércoles,
cita que tiene lugar normalmente en el bar del tío Eufrasio. Esa muy apreciada convivencia para el
diálogo y la distracción, disfrutando de las suculentas tapas, con ese café,
cerveza o tinto del lugar, que se prolonga en ocasiones hasta horas próximas a
la cena, la denominan coloquialmente como la “TERTULIA
DEL MOLINO”. Este sugerente y literario nombre hace alusión a que el bar
de Eufrasio se halla ubicado en un antiguo caserón, donde funcionaba una
almazara o molino de aceite, que aún mantiene como elemento decorativo la gran
prensa con los serones de esparto. En su antigua época de actividad el artístico
artilugio estaba “mecanizado” en su
movimiento por la fuerza de dos grandes bueyes que realizaban el trabajo de
arrastre circular.
No siempre el intercambio de pareceres entre los
cuatro veteranos tertulianos se realiza de manera “pacífica”. Hay ocasiones en
que la discusión sube de tono, enrocándose alguno de ellos en sus posicionamientos
irreductibles, aunque en general la cosa no suele llegar “a mayores” y el
estrechamiento de manos y esa nueva ronda de consumo que todo lo sutura les
permite volver a sus domicilios sin mayores cicatrices anímicas para su
tradicional amistad. Por supuesto que cuando los vaivenes en el diálogo
aparecen, el recurso a ese juego universal del dominó o a las cartas o la
baraja tradicional de D. Heraclio Fournier González resulta bastante eficaz. Con
ello completan las muy frías o sumamente cálidas tardes, según la
estacionalidad de una climatología sometida a un régimen extremado de
temperaturas. A su edad, las palabras y los juegos son la mejor forma de
conocen para “matar” el aburrimiento, como expresivamente suelen decir. Siempre
han residido en este monumental y bello municipio vallisoletano, con poco más
de 20.000 habitantes, localidad llena de Historia y enclavado en la Comunidad Autónoma de Castilla y Le (región antiguamente denominada
Castilla la Vieja). ón
En un gélido miércoles de febrero, con los
termómetros marcando en el exterior del bar una temperatura entre los tres y
cinco grados bajo cero, vemos a los tres amigos sentados alrededor de una tosca
mesa de madera, situada a poco más de metro y medio de la gran chimenea, sobre
la que arden dos gruesos troncos de madera de alcornoque. El fuego hace muy
grata la estancia en un gran salón donde predomina la madera, tanto en los suelos
como en las paredes, local que se encuentra casi vacío de clientela a esas
primeras horas de la tarde. Eufrasio les ha servido tres tazas de café con
leche, acompañadas de sendas copas de aguardiente seco. Aunque suelen pedirlos
habitualmente, hoy ninguno de los tres contertulios tiene ganas de probar los
apetecibles “tonelitos borrachos”, unos dulces
redondos de bizcocho, rellenos con crema de cacao y bien cargados o bañados en
brandy o coñac. ELADIO
es el primero que rompe el silencio, dirigiéndose a sus compañeros de mesa: Pascual y Casimiro, los
cuales contemplan ensimismados el rojo ígneo de los leños incandescentes:
“La tarde está metida en frío y agua.
He visto al venir unas nubes grises, por el oeste, que como descarguen vamos a
tener nieve en abundancia. La verdad es que no se me apetece empezar la tarde
de nuestra tertulia con las consabidas partiditas de dominó. Se me está
ocurriendo una idea que puede resultar interesante y sobre todo divertida ¿Por
qué no contarnos algún secretillo de nuestras vidas, que sea más o menos
importante, pero que por alguna razón nunca lo hayamos compartido con nadie,
incluso con nuestras propias mujeres?
“Bueno, ya que he sido yo quien dado la idea, pues
me tocará a mi ser el primero en contaros algo que no creo haber comentado con
nadie, incluso con Carmela, mi mujer, que siempre se va de la boca con las
vecinas. Desde que la conocí, siendo mocita, ha sido muy charlatana. Los dos sabéis
que he sido electricista toda mi vida … Total, más
de cuarenta años. Pero he tenido épocas malas, como todos. Cuando no te hacen
encargos y ves que el dinero no te llega a final de mes, desde luego lo pasas
mal. Pues en esas épocas que no me iba bien el trabajo, con los encargos,
decidí trucar el contador de electricidad. Yo sé como hacerlo y nadie se
enteraba de la trampa. Tenía un consumo eléctrico anormalmente bajo, a pesar de
tenerlo casi todo electrificado en casa. Los niños eran pequeños y los gastos
estaban ahí: alimentos, ropa, las cosas del cole, etc.. Al menos, con esa
manipulación que hacía, gastaba muy poco en electricidad. Engañar a la
Hidroeléctrica me resultaba fácil. Ahora, con eso de los contadores
inteligentes resulta casi imposible hacerlo. Pero en aquella época, a mi me
permitió respirar en tiempos de carencia.
También, hace ya tiempo, alguien que no os voy a
decir quién, llamó un día en mi puerta para pedirme que hiciera algo por lo que
me “untaría” la mano con un buen sobre,
sin datos por supuesto que me pudieran comprometer. La cosa tuvo su gracia,
pues quien estaba detrás del asunto era un importante líder político que quería
“reventar” el meeting (mitin) político
que iba a dar su rival, dos días antes de las elecciones. Cuando éste se
dirigía bien ufano hacia el micrófono, la luz, la electricidad “desapareció”.
Una de esas averías que no se arreglan en el día. La reunión en la plaza fue un
fiasco, pues aunque el político se desgañitaba (acabó con afonía) la gente se
fue levantando de sus sillas, pues la oscuridad de la tarde casi no permitía
ver a poco más de varios metros. Hasta el día siguiente no se arregló la bien
“elaborada” y complicada avería, pero ya no podía repetirse en mitin, pues era
el día de la reflexión. Sí, que queréis
que os diga. Me presté a ello. Tenía unas letras que pagar y en esos casos
necesitas el dinero. Aclaro una cosa: esto que os he contado lo negaré siempre,
pero la verdad es que ocurrió. Y no he dicho nombre alguno ehhh …”
Se miraron sonrientes y comprensivos, ante las
revelaciones del amigo Eladio. Pidieron una nueva ronda de aguardiente, pues la
tertulia de esta tarde prometía ser interesante en novedades y confidencias.
Ahora tomaba el protagonismo de la palabra PASCUAL, propietario de una pequeña clínica,
donde ejerció durante muy largo tiempo su oficio de practicante.
Esa importante y social actividad es
ejercida por su hija Clara.
“Lo que os voy a contar fue algo muy complicado,
que me vi obligado a afrontar con mucho tacto y discreción. Por supuesto que no
os voy a dar dato alguno para que podáis identificar a las personas y a los
hechos en que aquéllas se encontraron envueltos. Y lo hago por un insoslayable
respeto al derecho de la privacidad. Cierta tarde, cuando ya anochecía y me
disponía a cerrar la clínica, tras haber hecho diversas curas a varios
convecinos, se presentó en la consulta la mujer de un buen amigo mío. Me
extrañó su estado de nerviosismo y agobio anímico. Apenas había comenzado a
explicarme el por qué de su presencia cuando cayó sumida en un mar de lágrimas.
Traté de calmarla, pero era tal su estado de confusión que me vi obligado a darle
un Lexatin que de inmediato la calmó un poco. Algo más sosegada, me puso al
tanto de su difícil situación, para mí totalmente inesperada por el contenido
de su confesión. Yo sabía que ella estaba felizmente embarazada del que iba a
ser su tercer hijo (su propio marido me lo había confiado, dada la fuerte
amistad que a ambos nos unía). Pero la cosa era más complicada de lo que todos
podían percibir. La mujer mantenía una doble relación afectiva, dentro y fuera
de su matrimonio, aprovechando la profesión de su esposo, el cual tenía que
realizar frecuentes viajes, ausentándose del hogar conyugal con cíclica
frecuencia. Me confesó, con esa franqueza que te desarma, que no tenía claro si
ese tercer hijo que esperaba era del marido o del amante. Estaréis todos
pensando que el problema podía tener una fácil solución, siempre el marido no
tuviera conocimiento de la intensa actividad sexual que su esposa era capaz de
realizar en el discurrir de los días. Y aquí llegó la explicación de la
desesperación que embargaba a mi sollozante interlocutora. El agraciado por sus
“favores” no era de nacionalidad española, sino sudamericano. Permitidme que
utilice la expresión “amerindio”. El pánico de esta mujer es que le naciera un
hijo o hija con los rasgos del peruano. Total, que dada nuestra amistad, venía
a pedirme consejo y a desahogarse de sus desdichas. Traté, una vez más, de calmarla y aconsejarla. Iba ya por el cuarto
mes de su embarazo. Había que esperar al momento del parto. No había otra
solución. Lo que me llamó especialmente la atención fue su sinceridad ante los sentimientos:
ella quería y necesitada a los dos, al marido y al amante por igual … Debo
añadir un dato. Mi amigo, el padre o no de éste su tercer hijo, era persona
ultraconservadora en todos los aspectos de la vida. Muy de derechas, ultracatólico
y extremadamente beato, recientemente había realizado los cursillos de cristiandad.
Aconsejé a la señora que tuviera calma. Había que esperar al día en que diera a
luz, le volví a repetir. Afortunadamente, cosas del destino, el peruano volvió
a su país (aunque, por una serie de detalles, yo tenía certeza de que el
amerindio no había sido el único amante de la fogosa y necesitada señora). A
fin llegó el momento trascendente del parto. Vino al mundo una niña
(precisamente yo estuve ayudando al médico que la asistió) y desde el primer
momento vi que los rasgos del bebé no eran, de manera indudable, los de mi afecto
amigo. Pasó el tiempo y éste hombre, en más de una ocasión, con unas copas de
por medio, me preguntó, dada la confianza en mis conocimientos, eso sí, con
suma habilidad tratando que yo no sospechara el objeto de sus dudas, el por qué
era tan diferente la niña a sus hermanos. Se le notaba al pobre hombre bastante
confundido. Yo le “metía un rollo” sobre las complejidades de la ciencia genética,
tratando de calmar sus inquietudes y parece que se iba algo más convencido y
tranquilo con mis “hábiles” argumentos. Y hasta aquí la historia. No me vais a
sacar una palabra más sobre una experiencia que aún no he olvidado, a pesar de
lo que ha llovido desde entonces”.
Había comenzado a oscurecer, en paralelo a los
primeros copos de nieve que fueron tiñendo de blanco el relieve de este bello
pueblo castellano. La recia plaza porticada de la localidad también quedó cubierta
con ese manto gélido en muy pocos minutos. Tanto Eladio como Casimiro evitaron realizar
pregunta alguna, sobre la larga, divertida y muy interesante narración que
había realizado Pascual. Sabían de antemano que éste no iba a desvelas las
luces y las sombras de unos hechos que, tal vez, habrían sucedido hacía muchos
años. Precisamente sería CASIMIRO quien
finalizaría esta trilogía de pequeños secretos compartidos, a fin de aliviar la
rutina de una tertulia que, en un principio un tanto aburrida, había ido
enriqueciendo la imaginación y los recuerdos de tres hombres que apreciaban y sabían
cultivar el valor de la palabra y la proximidad de la amistad.
“Bueno, yo me sincero en desconocer muchas cosas,
pero hay algo que creo dominar. Me he dedicado toda mi vida a la cocina. Como cocinero de profesión, por supuesto, aunque también
en casa no han sido pocas las veces que he tenido que preparar aquello que
llegaba a la mesa. Aunque parezca un contrasentido, ya sabéis que a Blasa nunca
le ha gustado el trajín de los peroles y las sartenes. Pero la mujer ha sabido
sobrellevarlo. No le quedaba otro remedio.
Aquí en el pueblo, desde mis años jóvenes, he conocido
como vosotros a varios alcaldes. Ahora mismo me vienen a la mente …. más de una
docena de nombres. En otros pueblos y ciudades esto no ha pasado y han tenido
al frente de sus ayuntamientos primeros ediles que han acumulado largos
períodos de mandato, en su mullido y bien pagado sillón. Pues bien, con uno de
estos ediles yo no me llevaba especialmente bien. Tampoco él conmigo. Hubo un
asunto, a raíz de un golpe que nos dimos con el coche, que acabó en nuestra
enemistad. Chiquilladas, desde luego, pero que cuando se cumplen años nos
convierten en personas quisquillosas y de reacciones egoístas y polémicas.
Total, que nos retiramos la palabra a pesar de que éramos en aquél entonces
vecinos de calle. También conocéis que la mayor parte de mi vida laboral la he
trabajado en el Restaurante El Lechón, desde
luego el más importante del pueblo y no es porque yo fuera el jefe de cocina en
el mismo ¡O tal vez si¡ No pongáis esa cara, hombre, que es broma ¡Esperar que
voy a pedir otra ronda, con la que podamos quitarnos el frío! Fijaros como los
leños están ya bien quemados, pero este Eufrasio es más “agarrao” que nadie, se
vaya a arruinar por gastar mucho en madera..
Sigamos con ese munícipe. Se le casaba su única
hija. Trabajo que le costó a la chiquilla, porque no consiguió de la divinidad y
la naturaleza que la hiciera guapa. Para la celebración, el político municipal,
como padrino, se “rascó” bien el bolsillo, contratando la comida junto con la
fiesta en el Lechón, como no podía ser de otra manera. A mí me tocaba preparar
el menú, cuyo coste negociaba mi jefe con el padrino de la ceremonia. Como
plato principal, decidieron que se sirviera, a los casi doscientos invitados
(tuvimos que abrir los tres salones) el correspondiente trozo de lechón asado,
con patatas, castañas y espárragos como guarnición. La boda fue un domingo, así
que me puse a guisar cuando aún no había amanecido ese día, pues tenía que
preparar platos para todo ese ejército de comensales. La cena comenzaría a las
8 de la noche.
A eso de las dos de la tarde, se presenta el fulano
en el restaurante y le dice de sopetón “al Toribio” (mi jefe) que tiene que
ampliar en 60 el número de invitados. Parece ser que eran miembros del partido,
que iban a venir desde otros pueblos de la comarca y también desde la capital.
Toribio no sabe decirle a los “peces gordos” que no y viene a hablar conmigo
para convencerme de que tengo que aumentar los platos. Me explica que le debe
favores (cosas de impuestos y algunas facturas que “se habían perdido” por el
camino). “Pero Tori, ¿qué le vamos a dar de comer a
toda esa gente? Yo sólo tengo material para los doscientos contratados. Y eso
haciendo “milagros”. Que estamos en domingo y está todo cerrado ¿De dónde saco yo comida para sesenta bocas
más? Que son casi las dos de la tarde…”
Pero el jefe no entraba en razones. Que le había dicho que sí al alcalde y que yo le
tenía que sacar de ese entuerto. Después de mucho discutir, le doy una posible solución.
“Aunque encontrara cochinillos (casi imposible en un domingo) no tendría tiempo
material para prepararlos. Dile al señorito que puedo preparar un buen estofado
de carne, con la misma guarnición que llevarán los platos del cochinillo. Soy
experto en ese plato, que también queda muy bien”. Total, que llama al munícipe
y explicándole el problema, éste accede. Él y su familia, junto con esos
“amigotes” del partido aceptarán el estofado de carne, dejando que los
cochinillos vayan para el resto de los invitados.
Me voy a la cámara frigorífica y para mi sorpresa y
desconsuelo compruebo que apenas tengo carne de ternera para el guiso. Estas
cosas parece que las hace el diablo, todo se junta. Y me quedaban apenas cinco
horas para completar los platos y preparar el guiso. Y aquí tenemos lo mejor.
Me viene a la mente una historia de hacía unos seis meses. Un representante
cárnico de la capital me visitó para ofrecerme material para el restaurante, a
un precio difícil de creer por lo barata que era la partida. El comercial nos
convenció porque por ese precio no podíamos encontrar nada igual. La carne
procedía de América, parece ser. Guardé los bloques de carne congelada en la
cámara frigorífica. Tras cobrar, el representante puso tierra de por medio. Era
ya tarde, así que no comprobé la mercancía hasta el día siguiente, cuando me
vine al restaurante. Para mi sorpresa, nos había vendido una partida de carne
congelada, con sus etiquetas y sellos. Cuando leí la letra pequeña de las
mismas, vi que aquello no era carne de búfalo ¡sino de caballo!
No se lo dije al Toribio, pues yo tenía que haberlo
comprobado. Así que allí quedaron, en el fondo de la cámara, los bloques de
carne bien congelados. Pues ya os podéis imaginar el final de la historia. Sesenta
comensales, entre los que se encontraba el Sr. Alcalde y su familia más
allegada, el nuevo matrimonio y la mayoría de los compañeros de partido,
degustaron “apetitosos” y grasientos platos de estofado con guarnición, de una
“rica” carne descongelada, procedente de la inmemorial Pampa argentina. Nunca
llegaron a conocer la “generosidad” de aquellos nobles equinos, que tuvieron
tan suculenta participación en la elaboración del menú consumido por tan
ilustres personajes. Tengo que añadir que Toribio (el pobre ya se fue al más
allá, hace muchos años) nunca llegó a conocer el trasfondo culinario de aquella
tan magnifica y suculenta celebración”.
Un miércoles más se había “salvado” para la
tertulia, con tres buenos amigos que sabían apreciar el valor de la palabra
compartida, a fin de rellenar tantas horas vacías en su merecido estado de
jubilación laboral. Bien “cargados” sus
organismos de aguardiente “garrafero” y dado que ya había caído la noche y una
copiosa nevada, pidieron “al Eufrasio” que les preparara algo caliente a fin de
equilibrar sus cuerpos. Trataban de evitar que su vuelta a casa, con sus
mujeres siempre dispuestas a afearles el estado etílico que presentaban después
de cada tertulia, no se convirtiera en un motivo más para la desavenencia. El
cuenco de berzas, con garbanzos y chorizo que les trajo “el molinero”, les supo
a gloria bendita y puso a tono sus bien cansados cuerpos. Todavía, ante los
cafés bien cargados, seguían comentando y riendo acerca de tan jugosas
historias que habían escuchado. Algunos “secretillos” de sus vidas habían
quedado desvelados. ¡Hasta el próximo miércoles, Casimiro!
¡Me tienes que explicar Eladio, más despacio, eso de los contadores! ¡No sabes
la facturas de luz que cada mes me están pasando! ¡Cuídate, Pascual, que ya no
somos unos chiquillos! Bien abrigados (con sus boinas, bufandas,
pellizas y recias Quechuas) emprendieron sin prisas el camino hacia sus domicilios.
Una gran plaza vacía mantenía ese manto de nieve que parecía aún más blanco y
brillante, por efecto de una noche de luna llena, con un gélido cielo del que
se habían retirado pacientemente las nubes.-
José L. Casado Toro (viernes, 16 Febrero 2018)
Antiguo profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga
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