El panel informativo municipal, instalado en una
acera cercana, marcaba ya las 19:45 horas del día. Aquella tarde de Febrero el
ambiente dinámico de la ciudad gozaba con una grata temperatura que oscilaba,
según los minutos, entre los 18 y 20 grados centígrados. Un hombre, físicamente
entrado en su cuarentena vital, se acerca a uno de los numerosos puestos de flores instalados en la acera lateral sur
de una céntrica y permanentemente concurrida arteria viaria. Desde los días
precedentes, estos pequeños y alegres comercios se hallan especialmente
adornados con un vistoso y vitalista marco de flores, dibujado de innumerables
colores y aromas, a causa de la celebración anual del
Día de los Enamorados, fiesta de San Valentín. Desde hace meses, el
número de estos ornamentales tenderetes florales se ha visto notablemente
disminuido, pues los ubicados en la acera norte de la vía han tenido que ser
evacuados, a causa de las prolongadas obras del metro en esa estratégica zona de
la ciudad.
Este histórico espacio de la
Alameda Principal se ve atravesado por la principal vía para el tráfico
rodado, en el núcleo principal de la capital malagueña. Se trata de una prolongada
y lineal arteria que une el Parque y la Plaza de la Marina, en el este/sur
malacitano, con la Avenida de Andalucía, ya en la zona oeste de la ciudad, tras
atravesar el cauce, casi siempre seco, de la desembocadura del río
Guadalmedina. El área se ve “agobiada” en la actualidad por un tráfico
constante, tanto de personas como de numerosos vehículos, con una elevada
contaminación acústica, añadiéndose a estos condicionantes las prolongadas
obras de infraestructura para la movilidad que supondrá la llegada del metro y
una vitalidad un tanto estresada que no favorece precisamente el necesario
sosiego que gratifica la comodidad de los paseantes. Por supuesto, el
aparcamiento cerca de los puestos de flores es totalmente imposible. Algunos
automovilistas detienen sus vehículos peligrosamente, cuando quieren comprar
flores, pero lo hacen con el riesgo de ser multados e incluso de bloquear el
complicadísimo tráfico que por allí circula.
Regenta ese bien organizado y pequeño comercio, en
función del limitado espacio disponible, una joven universitaria, licenciada en
Ciencias Biológicas, llamada Leira Aresti Solozábal,
quien ha puesto un sugestivo nombre a su romántica y ornamental tienda: un
simpático rótulo anunciador nos dice: FLORES PARA
LA ILUSIÓN. Esta joven trabajadora autónoma estuvo años buscando, sin
buenos resultados, un puesto laboral que estuviera vinculado a su preparación y
conocimientos. Llamó a numerosas puertas, pero en ninguna de las mismas halló
el eco deseado. Aconsejada por algunas amigas, hace ya dos años decidió
personarse en una entidad bancaria y, dada sus
dotes de insistencia, simpatía y convicción logró, por parte de un comprensivo
interventor, la concesión de un préstamo financiero. La cantidad solicitada le
iba a permitir compensar económicamente a un muy veterano matrimonio,
propietarios de un antiguo punto floral en la Alameda Principal, cansados de
bregar con un negocio que les proporcionaba escasos réditos y exigía una
abundante dedicación horaria. Estos receptivos propietarios aceptaron traspasar
la correspondiente concesión administrativa municipal
a cambio de 18.000 euros, cantidad que la emprendedora joven tuvo que abonarles
para una cesión documental sin fecha de caducidad. Esta elevada suma (en una
persona que contaba apenas con algunos ahorros por parte de su madre) obliga a
la nueva inquilina a tener que afrontar, en cada uno de los meses, la
“innegociable” y puntual factura bancaria, con sus respectivos intereses
prestatarios.
Desde su niñez, Leira había sabido expresar, tanto
a sus familiares más íntimos como a los amigos, vecinos y compañeros de aulas, su
profundo amor por la naturaleza, junto a todos
esos elementos (vegetales y animales) que potencian y adornan su indiscutible
belleza. Sin haber cumplido aún los catorce años, tuvo que acompañar a su
familia en el traslado desde el País Vasco hacia el sur peninsular, por motivos
profesionales de su padre, que trabajaba como recepcionista de hotel. Este
fornido ciudadano vasco era bastante mayor que su mujer, por lo que pronto le
llegó el momento de la jubilación. Desde que esta reducida familia pisó el
suelo de Málaga, decidieron afincarse definitivamente en esta bella ciudad,
donde apreciaron la dulzura del clima y el ánimo positivo en la generalidad de
sus convecinos. El matrimonio de Alexis con Nora fue un vínculo o enlace basado
en el amor, a pesar de la gran diferencia de edad entre ambos contrayentes.
Hace ya siete años que Leira perdió a su padre, el cual se fue a ese mundo
desconocido, pero confortado con el amor
de su mujer y la admiración de una hija que entonces estaba a punto de cumplir
los veintidós años de edad. La joven
florista continúa viviendo felizmente junto a su madre a quien le quedó una
corta pensión de viudedad, dado el tiempo efectivo de cotización que constaba
en la vida laboral de su difunto esposo. La empresa para la que siempre trabajó
no había sido suficientemente leal con este trabajador.
El negocio que afrontó la emprendedora joven marcha
en la actualidad relativamente bien, aunque la competencia de otros puestos de
flores en el mismo espacio comercial dificulta unos mejores números
financieros. Este tipo de comercio sólo alcanza cifras positivas en determinadas fechas del año, como es el caso de algunas
onomásticas que gozan con un santoral muy popular y difundido, celebraciones
anuales de gran tradición como el Día de la Madre, el Día de los Enamorados, el
23 de abril, para el Día del Libro y, por supuesto, las épocas de más álgidos
natalicios y también los inevitables decesos. De todas formas siempre hay
clientes con el mejor gusto y sutileza, a quienes ilusiona tener flores en
casa, regalarlas o expresar determinados sentimientos con ese sin par regalo de la naturaleza, expresado en alegres y
emocionantes colores, delicada o intensa fragancia y esa perfección en sus
formas que tan universalmente todos nos preciamos en admirar.
Volvamos al inicio de esta interesante historia.
Efectivamente, un hombre de mediana edad se había acercado a este “puestecillo”
de flores, mostrando un cierto nerviosismo, preocupación e indisimulable
insistencia.
“Buenas tardes, Srta. Por favor,
necesitaría un ramo de flores, muy bien presentado, que debe ser entregado
antes de que finalice este día en un domicilio cuya dirección de inmediato le
facilitaré. Comprendo que ya es un poco tarde para esta urgente gestión, pero
mi interés es que se reciba precisamente hoy, el Día de los Enamorados. Por
supuesto que, además de pagar el coste del ramo, también le abonaré los gastos
del desplazamiento correspondiente, a fin de efectuar el servicio domiciliario.
Debo aclararle que, por una serie de razones, prefiero un tipo de flores en las
que predomine el color violeta”.
A pesar de que era ya una hora bastante avanzada de
la tarde, Leira se sintió especialmente interesada por esa postrera posibilidad
de ganar unos euros, en una fecha tan especial para este tipo de regalos. Las
ventas, en la jornada conmemorativa del 14 de Febrero, no habían cubierto las
“ambiciosas” expectativas que ella y otros comerciantes de la zona había
imaginado, a fin de hacer una buena y ansiada caja que en algo saneara sus
estrecheces económicas. Ya casi al final de del día (solía cerrar su tenderete
sobre las 8 - 8:30 de la noche) le había llegado esta suculenta venta, con el
incentivo de la gratificación por la entrega domiciliaria. La suerte le había
sonreído de la manara más inesperada. En modo alguno la iba a desaprovechar.
“No se preocupe hombre, que le voy a
preparar en unos minutos un espléndido ramo. Seguro que le va a encantar a la
persona a quien lo envía. El problema es que… el chico que realiza los
servicios de entrega, tanto para mi como para otros comerciantes de este
mercado, se llevó todos los encargos del día a las cuatro de la tarde y ya no
volverá. Pero entiendo su interés, urgencia y necesidad para que el precioso
regalo llegue a su destino dentro de este miércoles, tan señalado por el amor
en el calendario. Voy a hacer un esfuerzo especial y yo misma lo acercaré a la
dirección que me indique (me quedan, en realidad, escasos minutos para el
cierre de la tienda) aunque, lógicamente, habrá de pagar el extra de este
servicio”.
La destreza y delicadeza expresiva de la joven
florista era manifiesta. En unos diez minutos preparó un bello y espectacular ramo de flores, donde predominaban los tulipanes, los
lirios, los alhelíes y un ramillete de románticas orquídeas, todo ello con un
dominante cromático violeta, exigencia del elegante y generoso cliente. Éste,
ya mucho más tranquilo por la eficacia profesional con la que había sido
tratado, abonó con su tarjeta de crédito los 65 euros que le solicitó la muy
preparada profesional de las flores, más otros quince por el especial servicio
de entrega a esas avanzadas horas del día. Se había hecho ya completamente de
noche y la temperatura permanecía templada, aunque cada vez más húmeda.
Muy cerca ya de las 20:30, Leira terminó de guardar
con cuidado todo el material dentro del tenderete, abatiendo la puerta del
mismo (una recia persiana metálica). Aunque la joven poseía carnet de conducir,
sólo era propietaria de una pequeña motocicleta que últimamente, con la
complicación del tráfico por el centro de la ciudad, apenas utilizaba para
bajar con ella hasta la Alameda. Para el desplazamiento diario desde su
domicilio, en la barriada de santa Rosalía Maqueda, hasta la ubicación del
puesto de flores, solía utilizar las
líneas de autobuses de la E.M.T del Ayuntamiento. Para realizar la gestión que
le había sido encargada, tenía a pocos metros de su negocio la cabecera de
línea número 32, que la trasladaría hasta la zona del
Limonar – Mayorazgo, donde se hallaba la dirección de la afortunada persona
a quien tenía que entregar el hermoso regalo. Un muy delicado presente floral
que había preparado con vocacional esmero. Por supuesto, un esfuerzo bien retribuido.
No conocía a la perfección el barrio residencial
del Mayorazgo por lo que, antes de apearse del bus, pidió ayuda al conductor
del vehículo. Con la información precisa que le facilitó el amable profesional,
se dirigió hacia una calle, con nombre de labor agrícola, en donde se hallaba ubicada
la vivienda de la tal Iluminada Marenga,
destinataria del elegante y dadivoso regalo. El bloque tenía su nombre inserto
en una placa metálica, adosada a la verja que rodeaba el amplio jardín: LOS JAZMINES. Pulsó el portero electrónico a fin de
que le abrieran la puerta de esa zona ajardinada, lo que consiguió sin escuchar
palabra alguna al otro lado del pequeño interfono. Tomó el ascensor hasta el
piso 5ºA y allí tocó dos veces el timbre del domicilio. Tras un ratito de
espera, abrió la puerta una misteriosa Sra. que parecía de nacionalidad
extranjera (pues apenas “chapurreaba” el castellano) que se desplazaba con
dificultad por un suelo de toscas losetas de barro andaluz, apoyándose en un coqueto
bastón de madera blanca barnizada. La inquilina o propietaria del piso, con
muchos años tanto en la memoria como en su humanidad corporal, presentaba una
imagen muy descuidada, tanto en su aseo personal como en la vestimenta que la
cubría. Despeinada, ridículamente embadurnado de pintura su agrietado rostro
y abrigándose con una raída bata de
color verde oscuro, no parecía que tuviera mucha compañía familiar en aquel
desordenado aposento. Leira llegó a contar hasta tres gordos felinos de ojos brillantes
y verdosos con incisivas miradas, al igual que también hacía su “inquietante”
ama. Al preguntar por la Srta. Iluminada, la anciana Sra. se le quedó mirando
con fijeza, sin apenas pestañear. Tras unos interminables segundos, esbozó una
desagradable y forzada sonrisa, con la que mostró la apertura de una boca
pequeña que dejaba ver una inestable dentadura mellada, pues le faltaban varias
piezas. “My name is Nathalie. No vivir aquí ese Iluminado o iluminada. Sólo yo con mis
gatos Tin, Ram
y Colín (señalando
a las desconfiadas y un poco agresivas mascotas). Son mis pequeños hijos”.
Curiosamente, para incrementar aún más la desazón que sentía la jovial
vendedora de flores, el pequeño plafón del hall de entrada hacía temblar intermitentemente
la escasa luz que difundía, emitiendo al tiempo unos curiosos sonidos (a modo
de un problema de instalación eléctrica) que incrementaba la cutre, incomodada
y desagradable atmósfera ambiental que aquella vivienda ofrecía. El dulce aroma
de las flores que portaba contrastaba con el pestilente olor que emanaba desde
la desaliñada señora y sus gordinflones felinos de ojos verde esmeralda.
Tras disculparse educadamente por las molestias que
pudiera haber causado, bajó rápidamente las escaleras del inmueble, ya que le urgía
poner tierra de por medio con respecto a la un tanto tenebrosa o incómoda
experiencia que acababa de vivir. Tuvo suerte, pues encontró todavía en su
parada el bus nº 32 que la dejó en el Parque, en donde tomó el 25 que la
llevaría finalmente hasta su domicilio. Mientras se desplazaba en los buses,
iba reflexionando acerca de la extraña situación que estaba protagonizando. Era
evidente: el hombre que le encargó el ramo de flores le había facilitado una
dirección errónea. Mañana llevaría el regalo a su puesto, a ver si ese señor
aparecía de nuevo y le aclaraba la confusa situación. Cuando llegó a casa, Nora quedó prendada de tan artística combinación vegetal,
con los sutiles y delicados aromas, colores y tonalidades que tan precioso
presente, preparado por su hija, representaba. Ésta le resumió la curiosa experiencia
de esa tarde / noche y fue su propia madre quién le sugirió una interesante
idea. “¿Y por qué no abrimos el tarjetón que te
entregó ese cliente, para adjuntarlo al regalo, y así podemos conocer un poco
más de esta historia que parece un telefilm de domingo? Total, nadie se va a
enterar…” La intriga que soportaban ambas mujeres pudo más que la
necesaria prudencia ante la privacidad personal del anónimo cliente.
Ambas comprobaron que en el interior del sobre
había una tarjeta de visita, en la que se leía el nombre de Liberto Cantial de la Encina, sin ningún otro dato
identificativo. Adjunta a la misma encontraron una hoja manuscrita,
precisamente dirigida ¡a la muy asombrada florista!
“Estimada Leira. Entiendo que estés
confundida y probablemente un tanto enojada, tras el frustrado viaje que esta
noche has tenido que realizar. Ante todo, pedirte disculpas por esta incomprensible
situación que te he hecho protagonizar. Ahora debo ofrecerte una explicación
que te puede ayudar a entender algo de este confuso episodio.
Las preciosas flores son, en
realidad, para ti. En ti pensaba cuando, a pesar de mi complicado carácter, me decidí
a adquirirlas. Mi puesto de trabajo no se halla lejos de tu romántico y
generoso tenderete comercial. Te observo, día tras día, desde la ventana de mi
oficina, en donde tengo que realizar un trabajo, normalmente aburrido y
rutinario, de naturaleza administrativa. Este sopor que me afecta, siendo todos
lo días muy parecidos, lo compenso observando tu vitalista y positiva actitud
ante la vida. Llegas cada mañana al puesto, desde luego bien temprano, para
construir tu día entre las más bellas flores que la naturaleza quiere
concedernos. Lo primero que sueles hacer es limpiar tu trocito de acera y
después dedicas el tiempo necesario a preparar los macetones, eliminando
aquellas flores que estando un tanto marchitas no van a poder bien lucir junto
a sus más esbeltas compañeras. Atiendes a tus clientes con esa sonrisa
maravillosa que siempre he percibido, plena de sinceridad y agrado. Y hay días, qué duda cabe, que no te encontrarás
animada por mil y un problemas. Sin embargo sabes ofrecer a la clientela esa
sonrisa, esa actitud ilusionada, comunicativa, que te sale espontánea y
sanamente del alma.
Me hago también numerosas preguntas,
con las que no quiero incomodarte. Veo que tomas muchas fotos, con tu pequeña
cámara, a esas composiciones florales que con tanta destreza sabes combinar. A
buen seguro has de poseer una extraordinaria colección de imágenes, con todas
esas instantáneas que vas tomando en tus pequeños minutos dedicados al
descanso. También me llama la curiosidad verte leyendo algunos libros, cuando
no estás preparando la tu sin par mercancía o atendiendo a ese cliente que
“llama” a tu puerta para su necesidad comercial. ¿Son libros de flores o es
otro tipo de literatura, todas esas páginas que por tu actitud tanto te deleitan?
Un día tras otro te veo llegar, trabajar y marcharte, sin nadie que te
acompañe. Disculpa una vez más mi imprudencia, pero me extraña no verte con esa
pareja que, sin duda, se sentiría muy afortunado de compartir el tiempo y la
vida con una persona de tus sugestivas y valiosas características.
Debo finalizar ya esta extensa carta
explicativa. Ideé esa complicada situación de encargarte la entrega de un buen
ramo floral, con esos colores que son los que mejor sientan a tus ojos. Quiero
agradecerte tantos momentos de buena imaginación que sin saberlo, tu me ofreces
en el discurrir de mis monótonas horas y soledad vital. Hacerte ir a una
dirección equivocada tal vez no haya sido la mejor manera de contactar
personalmente contigo, a pesar de haberte abonado el coste de esa entrega.
Pero… aunque parezca absurdo es lo primero que se me ocurrió. De nuevo,
disculparme y rogarte que aceptes esas bellísimas flores que ahora y antes han
sido sólo para ti. También, por supuesto agradecer esa alegría, delicadeza e
imaginación que sabes aportar a un mundo aburrido, con unos valores muy
discutibles, estresado y profundamente egoísta. Gracias, Leira. Gracias por ti.
Liberto”.
Pasan los días y se van dibujando en su
construcción las nuevas semanas. Durante los numerosos intervalos que realiza en
su bello trabajo, esta joven florista suele dirigir su mirada hacia los
edificios colindantes a su pequeño tenderete comercial. Lo hace con el ánimo
ilusionado de poder ver al fin ese rostro solitario que, en su monótona y
aburrida obligación laboral, contempla el delicado y alegre quehacer que ella realiza
con “el jardín” de sus flores.
Suele responderse, a tantos interrogantes
imaginados en la aventura, que tal vez se trate de una persona profundamente
tímida, receloso por alguna amarga experiencia afectiva o confusamente dubitativo
por la diferencia de edad que a ambos los separa.
Pero Leira no pierde la esperanza. Una tarde, o tal
vez en la media mañana, a buen seguro que se presentará ante ella el tal
Liberto para decirle, con la expresividad de las palabras o con ese lenguaje universal
de las miradas, que aquél gesto dadivoso, mezclado de un confuso y extraño
comportamiento, junto a sus dulces frases escritas en la carta del 14 de
Febrero, suponían simplemente una súplica de la necesidad. Observando la
belleza infinita de unas flores que expresan lo mejor que nos regala la
naturaleza, continúa pensando en esa frágil y carencial persona que sufre su
profunda soledad relacional y que se encuentra mecánicamente “atado” a la
rutina administrativa de un “cansado” teclado de ordenador. Al menos ella ahora
conoce que, con su alegre quehacer, puede generar algunos minutos de alegría o
esperanza en ese hombre que, tal vez en este preciso momento, puede estar
observándola a través de un cristal que permite vislumbrar esa grata luz que
siempre nos conforta.-
José L. Casado Toro (viernes, 9 Febrero 2018)
Antiguo profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga
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