La ciudad amanece, en esta mañana de primeros de
Octubre, con un cielo celeste claro, ausente de nubes y con temperatura
ambiente plácidamente agradable para el común de la población. Otro día más, al
igual que el de ayer y previsiblemente como mañana, en la difícil aventura
laboral de Feliciano Rombón. A sus cuarenta y
ocho años de edad, este ciudadano, casado y padre de un un hijo que acaba de
alcanzar su mayoría de edad, continúa soportando la desesperante perspectiva de
diecisiete meses ya en una angustiosa situación de paro.
Feli (así es llamado coloquialmente por todos sus
allegados) apenas pudo finalizar los estudios del bachillerato pues, a causa de
un bloqueo anímico ante los libros, en esas etapa complicada de la
postadolescencia, desistió de matricularse en el COU (Curso de Orientación
Universitaria). Un tío materno le buscó una recomendación para entrar como
dependiente y auxiliar de almacén, en una afamada tiendas de electrodomésticos
y artículos para el hogar. Ha logrado permanecer en esta empresa veintiséis
años ininterrumpidos, atendiendo a la clientela y prestándose a realizar
cualquier otra necesidad que hubiese que resolver en su tienda de toda la vida.
Pero llegaron tiempos nublados para el comercio y las ventas entraron en el
marasmo imposible de los números rojos. La competencia de las grandes
superficies y el dinamismo de los poderosos consorcios terminaron por “ahogar”
las posibilidades de un establecimiento de naturaleza familiar, sin vinculación
con otros grupos mercantiles. Llegó la temida suspensión de pagos y la
propiedad del establecimiento se vio en la necesidad de afrontar una rápida y
dolorosa liquidación sobre el personal laboral.
Hubo de esperar unos meses a que la empresa, en
manos de la autoridad judicial por quiebra, liquidase los artículos en stock,
mobiliario y los dos edificios (comercial y oficinas, además de un gran local
para el almacenaje) a fin de poder compensar, tanto a los trabajadores como a
los acreedores proveedores, parte de la cantidad que les adeudaba y que
legalmente fue establecida por la autoridad competente. Este fiel operario ha
estado cobrando el subsidio de paro durante doce meses pero, desde hace ya
cinco, él y su familia han de subsistir con algunos ahorros que tenían
acumulados en una entidad bancaria. Ese modesto capital se fue reduciendo a
cifras inquietantes para atender a las necesidades básicas del hogar, lo que
unido a la desaparición prolongada de ingresos mensuales provocó la negativa
del banco a seguir manteniéndole la tarjeta de crédito. Fue la explicación que
recibió cuando preguntó en la entidad bancaria el porqué su tarjeta aparecía
como bloqueada, cuando la introducía en el cajero automático o en la máquinas
electrónicas del supermercado.
Sin embargo, aunque siendo dura la situación
material lo era aún más el precario equilibrio anímico en el que se hallaba
sumido. Levantarse una y otra mañana, para ese recorrido de escasos horizontes
en la búsqueda de un empleo, con la proximidad “negativa” de su medio siglo de
vida a fin de ser atendido en entrevista, le producía esa desazón, nerviosismo
y frustración, agudizada también por su “pobre” expediente curricular. Toda su
vida laboral, hasta el momento del despido, la había ejercido como dependiente
comercial. Carecía de otras habilidades o titulaciones que pudieran enriquecer
un currículo sin grandes alicientes que ofrecer a entidades saturadas de
solicitudes de muchas personas en situación similar a la suya.
Hoy, sin embargo, mientras desayunaba junto al
sonido monocorde de los informativos de la mañana, una noticia que emitía la
cadena autonómica llamó su atención. El locutor en pantalla estaba comentado el
listado (con algunos datos biográficos) de los nuevos consejeros nombrados para
el gobierno de la Comunidad, tras la remodelación política efectuada desde la
Presidencia del Gobierno. Entre esos consejeros que integraban el nuevo equipo
administrativo, aparecía un nombre que despertó con intensidad la curiosidad de
su memoria: Raimundo Baltanás. Entre sorbo y
sorbo de una taza de café con leche, comentaba con su mujer:
“No te lo vas a creer, Inés, pero hay
un nuevo consejero en la Junta que ha sido compañero mío en los tiempos del
instituto. Fue hace ya más de tres décadas, cuando teníamos entonces quince o
dieciséis años. A pesar del calendario transcurrido y los cambios en su rostro,
lo he reconocido, sin lugar a duda, en la foto. Le llamábamos Ramo (por
Raimundo). Era bastante tímido entonces y le gastábamos bastantes bromas. En
realidad todos teníamos algún mote sobre nuestras espaldas: el apelativo de
este compa era “Pirulí” por la delgadez de su cuerpo. Buenos kilos ha aumentado
desde entonces, según la fotografía que acaban de poner en pantalla. Quién me
iba a decir que me lo iba a encontrar, al paso de los años, como consejero de fomento
de un gobierno autonómico. Con la poca cosa que era, ha debido “trepar” bien
por las estructuras de su partido”.
Tras acabar con la tostada de pan, una vez más algo quemada pues se pues se solía
descuidar con el tostador, se dispuso a sacar a Trap
para su primer paseo matutino. Esta mascota de compañía, de gran envergadura en
la actualidad, lleva en la familia bastante tiempo, posiblemente unos siete u
ocho años. Llegó un día al domicilio familiar en brazos de su hijo Nacho, pues el chico se había encontrado al escuálido
perro vagabundeando por la calle, solitario y con evidentes necesidades de
alimento. Les dio lástima y se lo quedaron, pues el rostro del animal reflejaba
“todo bondad”. Caminando por entre el paseo entre jardines, mientras Trap le
acompañaba con simpática parsimonia, le vino a la mente una idea que, al paso
de los minutos, fue tomando cuerpo como una pequeña luz para la oscura y
difícil situación personal que
atravesaba.
“¿Por qué
no probar con una carta al antiguo compañero de clase, hoy importante político en
el gobierno regional? ¡Igual de acuerda de mí! Le puedo explicar la angustiosa
situación que mi familia y yo estamos atravesando. Eso de verte en el paro,
rondado los cincuenta y con un hijo en primero de facultad, es muy duro de
sobrellevar. Tal vez pueda darme algún nombre o recomendarme a alguien, para
que se me abra una esperanza en mi deseo y necesidad de volver a trabajar.
Estos políticos tienen muy buena y alargada mano … Por escribirle, nada pierdo.
Ahora, cuando vuelva a casa, me siento ante el ordenador a redactar una carta,
a ver si le llega. Le voy a solicitar una cita personal, con todos mis datos y
una foto grupal que creo conservar en uno de los álbumes. Se reconocerá, sin
duda en la foto. Tal vez me haga un hueco en su probable apretada agenda y se
preste a escucharme. No es que fuera un amigo íntimo, pero él y yo no nos
llevábamos mal. Incluso creo recordar haber estado alguna vez en su casa
¡Claro! aquel día en que su madre nos dio de merendar unos rosquillos de huevo,
dulces que la buena mujer solía preparar, friéndolos y rociándolos con canela y
azúcar. Esa cálida y apetitosa imagen en su domicilio tampoco la he olvidado”.
Pasaron los días, tras
la entrega de la muy explícita y sentimental misiva en el registro oficial de
la delegación provincial de la Consejería de Fomento y Vivienda de la Junta
autonómica, sin que Feliciano recibiera acuse de correo o respuesta con
respecto a la misma. Sin embargo, muchas semanas después, y en un día tan
emblemático como el 22 de diciembre, cuando las
campanadas de la Catedral marcaban el ecuador temporal de las jornada, un
policía local marcó el número de su vivienda en el portero electrónico del
bloque. Minutos después recibió en mano, no sin cierto nerviosismo, una comunicación
oficial de la consejería regional, por la que se le citaba en la delegación de
su ciudad a una reunión que tendría lugar dos días después, a las 9 en punto de la mañana. En su
ánimo había una mezcla de ilusión y extrañeza. Obviamente esa cita estaba
relacionada con la carta que había dirigido al Sr. Consejero, casi tres meses
antes. Pero el detalle de citársele en un día tan especial, como es el de la Nochebuena, le dejaba sumido en un incierto mar de
dudas ¿Quién será mi interlocutor? Se
preguntabas el abrumado ex dependiente.
Muy puntual a la
convocatoria y abrigado dentro de ese chaquetón/abrigo que sólo suele usarse
una o dos veces al año, en el clima tan templado como el malacitano, le
hicieron pasar a un coqueto, pero anticuado despacho, en la primera planta del
edificio oficial. Unos minutos más tarde, tenía ante sí al Sr. Consejero de la
Junta, su antiguo compañero Raimundo, que con una cierta frialdad estrechó su
mano. Le invitó a que tomara asiento, controlando de inmediato el protagonismo
de la conversación. El político parecía menos obeso de cómo mostraban las
fotos, con el pelo encanecido y vistiendo un elegante traje gris oscuro de
lino, con una corbata roja sobre una camisa color azul celeste.
“Observo
Feliciano, por la carta que me has enviado, que lo estás pasando mal. El que te
pongan de patitas en la calle, estando en la puerta de los cincuenta, supone un
trago muy amargo y difícil de digerir. A pesar de lo inteligente que parecías,
en los años del instituto, me dices que has trabajado toda tu vida de
dependiente. Siempre pensé que tendrías otras aspiraciones, pero la vida nos pone a cada uno en lugares insospechados.
En mi caso, ya ves… metido en el cenagal teatrero (no lo sabes bien) de la
política, en donde si sabes estar en el lugar y el momento oportuno puedes
alcanzar importantes responsabilidades.
He querido
atender a tu petición de que nos viéramos, a pesar de que no he olvidado
algunos de tus crueles comportamientos estudiantiles sobre mi persona. Estas
cosas no son fáciles de olvidar. Y no es porque fuiste tu quien inventó el
apelativo de “piruli” con el que me llamaban. A ti te pusieron
“el campesino”, porque siempre ibas con la
cantinela de que eras hijo de labradores, hablando de las manos callosas y
cansadas de tu padre, sin duda un humilde pero honesto peón agrícola. Lo que
más me dolía es que siempre te reías de mi extrema delgadez y les decías a la
gente que me llamasen el “fideo”. Tú y los demás compañeros no
teníais conocimiento de que esa delgadez obedecía a un problema grave de
tiroides. Yo sufría mucho en aquella época.
A mi continua medicación se unían las burlas y las chanzas “in misericorde” de todos vosotros pero, de
manera especial, tú y tu mala puleva para centrar en mi persona todas las
frustraciones económicas que padecías. A pesar incluso de que intenté un
acercamiento entre nosotros. En esa edad de los catorce – dieciséis años,
nuestros sentimientos se muestran muy inestables, Ahora ya vez, he cogido
kilos. Cómo me llamarías en estos
momentos ¿el “cerdito”?
Para mi
fue una verdadera liberación salir del instituto. Después, con esfuerzo y
habilidad, he sabido llegar a unas cotas de elevada responsabilidad. Pero ese rencor, que te he tenido, no lo quiero
aplicar a estas alturas de mi existencia. Te encuentras en un mal momento y me
dices que tienes un chico que estudia en la facultad, primero de Derecho. Ese
crío merece ayuda y tu situación no está para grandes expectativas. Porque esa
es otra: sin titulación alguna, dónde quieres que te contraten, a punto de
cumplir los cincuenta tacos. Lo más inmediato es que lleves un sueldo a casa.
Puedo mover los hilos y mis influencias, para que te den un puesto de conserje,
en alguna dependencia oficial. Tendrías la categoría de auxiliar contratado. No
es mala colocación, para una persona que ha pasado tantos años vendiendo
electrodomésticos. Puedes llegar a los mil euros al mes. Y no olvides que es
una plaza en régimen de temporalidad. En cualquier momento te pueden dar una
patada en el trasero y mandarte a casa. Pero en fin, mientras yo esté en la Consejería, puedes dormir tranquilo. El “pirulí” ayuda al “campesino” ¡quién me lo
iba a decir, hace tres décadas!”
Feli, un tanto cohibido por la verborrea
expresiva de su antiguo compañero y actual consejero del gobierno regional,
apenas intervino en la “conversación”. Tras unos treinta minutos de entrevista,
Raimundo se excusó por tener que atender a una apretada agenda, a pesar del día
tan especial en el que se hallaban. “No te lo vas a
creer, pero hasta las siete de la tarde, en un día de Nochebuena como hoy, no
podré estar en casa, para estar con la familia. Así es la política. Tiene sus
incentivos y también servidumbres. He pasado tus datos al departamento de
personal. Ya recibirás una comunicación, a fin de que firmes los papeles
necesarios. “Sr. conserje”, confío que desde ahora te vayan mejor las cosas. Y
vota a mi partido, en las próximas elecciones”. Éstas fueron las últimas
palabras pronunciadas por el muy seguro y pleno de autoestima gobernante,
estrechando de nuevo la mano de su antiguo compañero de aula.
Caminando pausada y
reflexivamente hacia su domicilio, Feliciano se sentía inmerso en sentimientos contrapuestos.
Por una parte, sentía la alegría de poder comunicar a Inés, su compañera, la
esperanza de ese nuevo puesto laboral que le había prometido Ramo. Dada la
situación económica y las características de su currículo y edad la propuesta
era un seguro de vida que debía saber aprovechar. Pero, al tiempo, pensaba
acerca de los errores que se cometen en esa edad de la adolescencia, en la que
nuestro inmaduro comportamiento puede provocar mucho daño en los sentimientos
ajenos, heridas que no todos son capaces de suturar a pesar del tiempo transcurrido.
En un día navideño, Raimundo había sabido ser generoso ante una doble
necesidad. La de su antiguo compañero y “enemigo” de clase, pero también en la
búsqueda de un nuevo camino en la voluntad de su memoria que hablara del perdón
y la amistad, valores que engrandecen e iluminan nuestra realidad como
humanos.-
José L. Casado Toro (viernes, 06
Octubre 2017)
Antiguo profesor del I.E.S. Ntra.
Sra. de la Victoria. Málaga
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