viernes, 15 de septiembre de 2017

MISTERIOSO REENCUENTRO, EN UNA TARDE DE LLUVIA.


Esos inesperados y refrescantes cambios del tiempo, en el ocaso meteorológico de un largo y tórrido verano, suelen ser bien aceptados por la ciudadanía. Efectivamente, la gente agradece, con el mejor talante posible, unas primeras y refrescantes gotas de lluvia que anuncian, traviesa y alegremente, la inminencia de un otoño siempre con semblante renovador. Álvaro fue uno de esos centenares de paseantes que, vestido con short y polo veraniego, hubo de refugiarse en un “generoso” portal pues, aunque nublado, el día no había amenazado con precipitaciones inminentes: el paraguas aguardaba en la tranquilidad de su casa. Tenía que extremar un cierto cuidado en no mojarse, pues esas primeras gotas le cogieron con la cámara fotográfica en sus manos. No era cosa de perjudicar su complicado artilugio electrónico que debe ser bien cuidado. En realidad ya había hecho las principales tomas para ese pequeño reportaje ya elaborado, quedándole sólo por añadir  algunas imágenes ilustrativas de la zona. Esperaría a que cesara esa continua llovizna, mientras observaba a los más jóvenes desafiando con bromas y chascarrillos la micro ducha callejera en los días finales de Agosto.

Lo que suponía como sólo “cuatro gotas” alocadas e intempestivas se hizo mucho más extenso, tanto en la duración como en su intensidad hídrica. En realidad no tenía motivos para las prisas, por lo que aguardó con paciencia a que la precipitación amainara hasta su final. Seguía allí divertido, contemplando el contrastado panorama, bien refugiado en su acogedora “garita” protectora. Algunos de los viandantes apresuraban su paso, otros buscaban con celeridad esos escasos árboles que están siempre alejados cuando apremia su necesidad e incluso ya aparecían los primeros paraguas de la temporada, dibujando esos polígonos móviles que hermanan las tonalidades frías o cálidas del muy extenso espectro cromático.

En un instante concreto percibió que, entre las personas que transitaban, una mujer se le quedaba mirando con destacada fijeza.  De inmediato, la curiosidad de esa persona se tornó en una amplia e intensa sonrisa, marcando con su mano izquierda (la diestra portaba una especie de mochila beige) un muy alegre saludo. Hizo un breve ademán, como iniciando su parada, pero continuó su camino musitando unas palabras que le resultaron ininteligibles. La acústica del agua sobre las losetas del suelo, los comentarios de las gentes sentadas y resguardadas en las terrazas de las cafeterías, restaurantes y bares cercanos, junto al chapotear de las pisadas sobre los ya pequeños charcos de agua, impidieron entender el significado de aquéllas seguramente amables palabras.

La joven estaría en su treintena avanzada de edad, tenía el cabello castaño oscuro recogido y llevaba gafas de montura negra, blusa celeste, blue jeans bastante ceñidos súper skinny y sandalias de piel muy descubiertas. Su actitud, durante esos escasos segundos, fue la de reconocer bien a la persona que saludaba y, por el sentido de sus sonrisas, parecía que dicho conocimiento no era superficial. Sin embargo Álvaro, por más vueltas que le daba a su memoria, desde el providencial escalón del portal que le cobijaba, no acertaba a concretar quién era aquella chica. Por más esfuerzos que realizaba, llegaba siempre a la conclusión de que no había tenido contacto alguno con esa persona que tan afablemente le había saludado. Al menos, no era consciente de ese conocimiento.

“Igual me ha confundido con otra persona” se dijo, no dándole más importancia al fugaz encuentro. Aunque la caída de la lluvia no cesaba, su intensidad iba paulatinamente decreciendo. Aprovechó un momento en que las nubes se tomaron un descanso para abandonar el portal protector y a paso ligero se dirigió hacia una parada de bus bien cercana. Allí aguardó la llegada de una de las líneas que le dejaría cerca de su domicilio. Ya en casa, dedicó el resto de la tarde hasta la cena para trabajar y retocar las fotos visionadas en la pantalla de su ordenador.

Unos días más tarde, Álvaro, titulado con el grado universitario en Ciencias de la Comunicación, desayunaba en una cafetería cercana al apartamento donde residía, situado en el más antiguo y romántico corazón madrileño. Minutos después entregaría en mano un recién acabado trabajo que pacientemente había elaborado para una agencia de noticias y publicidad. El reportaje era uno más de todas esas colaboraciones periódicas que le permitían “ir tirando” en ese difícil camino por encontrar un trabajo más estable, en el seno de una profesión con tan elevada competitividad. Mientras partía en trozos pequeños la tostada con aceite que le habían servido, una voz femenina le hizo volver su cabeza hacia la izquierda de la mesa que ocupaba.

“¡Qué alegría, Álvaro, volver a encontrarte esta mañana! ¿Me reconoces, verdad? soy Elena.  La otra tarde, en medio de la lluvia, te reconocí, cuando estabas en el portal de aquella casa. Me iba a parar a darte un abrazo, pero llevaba el tiempo justo para una cita pendiente. Ahora, la casualidad ha querido que nos volvamos a ver, después de todos estos años que han pasado desde que terminamos nuestra licenciatura ¿creo que diez años ya o tal vez once? Pero vamos, cuéntame como te van las cosas…”

Me esforcé, en todo momento, en ser amable y receptivo, con esa sonrisa teatralizada que tantas veces somos diestros en aparentar. Efectivamente era una vez más la chica de la otra tarde, cuando comenzó a llover y me tuve que proteger en aquel oportuno portal. Ahora me ofrecía su nombre (demostrando también conocer el mío) y concretaba bien los años que habían pasado desde que terminé mi grado en periodismo. Tal vez era a consecuencia de algún lapsus en mi memoria, facultad que desde siempre me había dado muy buenas respuestas. Pero, en esa nueva ocasión, continuaba sin encontrar referentes que me hicieran recordarla entre las compañeras de promoción. Aún así, traté de disimular lo mejor que pude ese estado de desorientación en el que me hallaba.

Me comentó que ya había desayunado. Sin embargo, se mostró muy feliz de poder sentarse junto a un antiguo “y querido” compañero, aceptando disfrutar una nueva taza de café, infusión a la que era muy aficionada ya que, según decía, le permitía soportar todo el estrés que le producía su trabajo actual en una agencia de seguros.

“Entonces te vas manteniendo con esas colaboraciones en distintas agencias y medios de comunicación ¡Qué suerte tienes! El trabajo en lo nuestro está casi imposible. Un día me llegó esta posibilidad de los seguros e inversiones y aquí sigo. Es una buena empresa, pero mi vinculación con la misma es sólo como agente asociada. He tenido que sacar mi propia acreditación como “empresaria autónoma” y ellos me entregan unas líneas de actuación para la captación de clientes. Me pagan en función de aquellos contratos que logro negociar, en una gama de seguros o movimientos financieros de lo más variada que te puedes imaginar. Fíjate que el campo donde estoy encontrando actualmente una mayor rentabilidad es en el de las mascotas, específicamente en los perros y otros animales de raza. Tú siempre fuiste un buen aficionado a los animales, no lo he olvidado ¿Sigues conservando aquél viejo y grandote San Bernardo, de cuando vivías con tus padres?” 

Resultaba curioso que Elena se acordase del todo nobleza y muy querido “Claus”, por cierto aún con vida, en la casa rural de mis padres, no muy lejos del Veleta, en la Sierra Penibética granadina. Intercambiamos direcciones electrónicas y quedamos en vernos con más tranquilidad, para compartir juntos una cena. Confiaba que, hasta ese momento, la respuesta de mi memoria fuera más eficaz con respecto a esta compañera misteriosa que conocía tantos datos de mí y sin que yo pudiera decir lo mismo con respecto a su persona: una auténtica desconocida, aunque  yo hacía esfuerzos para que no se me notase en demasía. Seguro que ella se daba perfectamente cuenta de mi desorientación.

Esa misma noche recibí en mi ordenador un correo electrónico, en el que esta antigua amiga ¿? me adjuntaba una foto de la época universitaria. En la imagen yo aparecía sentado, aparentemente estudiando, junto a otros amigos y compañeros de la facultad. En uno de los ángulos de la foto estaba Elena, compartiendo algo divertido junto a unas chicas. Era una foto que yo no conocía, pero que alguien haría en un salón anejo a la cafetería, espacio éste dedicado a lugar de encuentro y estudio, obviamente no tan serio y silencioso como una biblioteca. En aquella época llamábamos a este gran salón la “ligoteca”, por las  divertidas relaciones afectivas que promovía tan visitado y animado lugar. Tanto ella como mi persona mostrábamos un semblante mucho más joven. La foto podría tener entre unos doce/catorce años de antigüedad. La dedicatoria o texto que completaba el  correo era bien explícita: “Esta foto podrá ayudarte a refrescar los recuerdos. Fueron tiempos afectivamente inolvidables en nuestras  jóvenes vidas“.

Fueron pasando las semanas y los días, mientras uno y otro continuábamos con nuestros quehaceres habituales. Era frecuente que algunas noches yo le comentara, vía electrónica, acerca de mis reportajes y colaboraciones con la agencia mediática, mientras que mi amiga me explicaba y divulgaba acerca del complicado mundo de los seguros y las inversiones (su empresa parece ser que era filial de un poderoso grupo o consorcio financiero). Una tarde quedamos para merendar. Elena quería comentarme una muy interesante y rentable posibilidad inversora. Desde un principio me indicó que se trataba de una operación con un  cierto riesgo, pero que los “frutos” económicos podían llegar a ser verdaderamente  espectaculares.  Se trababa de comprar unos bonos, que avalaban inversiones en el mercado de las joyas, combustibles y productos farmacéuticos, títulos financieros con una posibilidad de venta inmediata, según me afirmaba. Sólo se ofertaba a personas de especial confianza, pues la rentabilidad de las operaciones alcanzaba cifras inauditas para una época de crisis: entre el 12 y el 15 %. Por lo que pude entender, operaban en la zona del Cáucaso, sudeste asiático y Australia, de manera específica.

“Me has comentado que tus padres, dada su avanzada edad, quieren vender parte de vuestros terrenos en la Sierra granadina. Piénsatelo, pues es una posibilidad muy atractiva para invertir algún dinero en estos títulos, que están reservados en el mercado internacional sólo para clientes muy señalados y de absoluta garantía. Habla con ellos y explícales estas operaciones que pueden ofrecerles una vejez segura y con suculentos beneficios. Te aseguro, por más que te extrañe, que en todo Madrid no habrá más de unos cincuenta personas que conozcan esta impresionante y valiente aventura financiera.

“Y tú qué papel ocupas, en toda esta complicada estructura económica que me ofreces?

“Esperaba esa pregunta, querido Álvaro: ¿por qué yo ….? (segundos interminables de silencio). He de confesarte que mantengo una relación sentimental con una muy importante persona, pero no te puedo decir más. Por favor no insistas en esta línea, pues es un asunto muy delicado que afecta a nuestra privacidad. Lo que te estoy ofreciendo es la cuota afectiva a unos años en que luché secretamente por tu personas, aunque fracasé… (sonrisa profundamente entristecida). Tú no te diste cuenta de nada. Tal vez fue lo mejor para ti. El destino, como tantas veces sucede … decidió.”

Álvaro se sentía un tanto desconcertado ante la aparición de Elena en su vida. Por más vueltas que le daba, no lograba entender los comportamientos y vínculos de esta mujer con su persona. Ella siempre tenía una buena respuesta ante las dudas que le planteaba. Efectivamente hubo compañeros de promoción que no aparecían en la orla fotográfica de final de carrera. Declinaron hacerse la foto por diversos motivos. Así respondía Elena a la pregunta de su antiguo amigo y compañero de facultad, sobre ese explícito documento gráfico. Y ahora, con el nuevo reto de estas confidencias inversoras, atractivas pero al tiempo inquietantes por el riesgo que conllevaban. A pesar de las palabras tranquilizantes que sabía transmitirle  la incisiva autora de la propuesta. Aún con estos antecedentes decidió hablar con sus padres, quienes mostraron sus recelos y dudas a invertir parte de su patrimonio económico en unas operaciones que veían poco claras. “Documéntate lo mejor que puedas, pues podemos darnos un buen resbalón, perdiendo un capital que nos ha costado años y esfuerzos poder acumular”.

En este contexto, los acontecimientos se “dispararon” en el camino neblinoso de la incertidumbre. De la noche a la mañana, la enigmática Elena “desapareció” de su vida. inexplicablemente casi por encanto. Dejó de llamarle. Su teléfono tampoco respondía. Al igual que el whatsaap y el correo electrónico. Verdaderamente todo lo relativo a esta mujer había estado envuelto en la nebulosa del misterio, desde aquella tarde lluviosa, en que “apareció” con el protagonismo de los recuerdos. Pasaron semanas y meses, sin que su contagiosa sonrisa volviera a llamar en la puerta amistosa de su confusión. Algunas de las noches, en los incómodos momentos de insomnio, llegaba a preguntarse si había existido realmente la persona de Elena o todo era un desvarío críptico de su poderosa imaginación.

Una azulada y gélida mañana de Noviembre, mientras que entregaba un curioso reportaje fotográfico sobre los cierros de antiguos edificios en los más tradicionales barrios del Madrid decimonónico, Wenceslao, encargado de la sección financiera en la agencia, se le acercó portando un libro en su mano.

“Álvaro, te traigo un interesante libro que compré el pasado verano. Lo debes leer pues en él puedes hallar muchas respuestas a la curiosa y misteriosa historia que me contaste, mientras desayunábamos hace un par días en la cafetería de Callao. El título es bastante sugerente y explicativo: LA PRIVACIDAD VULNERADA. EL SEGUIMIENTO CLIENTELAR A TRAVÉS DE INTERNET. Lo tenía en casa y me acordé de su contenido al conocer la historia de tu “desconocida” compañera Elena. Básicamente, en sus páginas se explica cómo hay empresas especializadas en acumular una rica y poderosa información sociológica, acerca de determinadas personas. Esta detallada información la van ofertando a grupos de inversión, que operan a nivel mundial, para utilizar sus datos en la captación de  posibles clientes a los que vender, estafar o incluso extorsionar.

Por alguna razón que desconocemos, tú has podido estar en el objetivo de estas sociedades de acción globalizada, a fin de poder atraparte en su malla delictiva, utilizando los medios personales y tecnológicos más sofisticados. La propia Elena ha podido ser un elemento más de esa maquiavélica operatividad. En un momento concreto dejaste de estar en el interés focal y preferente de estas mafias, y se apartaron de ti con la misma rapidez como se te acercaron. Operan con muy buenos contactos y olfatean el peligro para sus intereses con acelerada presteza. La propia Elena estará, en estos momentos, cumpliendo otra misión, quizás a cientos de kilómetros de este despacho. Tampoco olvides que utilizando un buen programa informático, se puede añadir la imagen falseada de una persona en una fotografía digital.  A buen seguro, la persuasiva y sonriente Elena nunca fue tu compañera de facultad”.-

José L. Casado Toro (viernes, 15 Septiembre 2017)
Antiguo profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga


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