Esos inesperados y refrescantes cambios del tiempo,
en el ocaso meteorológico de un largo y tórrido verano, suelen ser bien
aceptados por la ciudadanía. Efectivamente, la gente agradece, con el mejor talante
posible, unas primeras y refrescantes gotas de lluvia que anuncian, traviesa y
alegremente, la inminencia de un otoño siempre con semblante renovador. Álvaro fue uno de esos centenares de paseantes que,
vestido con short y polo veraniego, hubo de refugiarse en un “generoso” portal
pues, aunque nublado, el día no había amenazado con precipitaciones inminentes:
el paraguas aguardaba en la tranquilidad de su casa. Tenía que extremar un
cierto cuidado en no mojarse, pues esas primeras gotas le cogieron con la cámara
fotográfica en sus manos. No era cosa de perjudicar su complicado artilugio
electrónico que debe ser bien cuidado. En realidad ya había hecho las
principales tomas para ese pequeño reportaje ya elaborado, quedándole sólo por
añadir algunas imágenes ilustrativas de
la zona. Esperaría a que cesara esa continua llovizna, mientras observaba a los
más jóvenes desafiando con bromas y chascarrillos la micro ducha callejera en
los días finales de Agosto.
Lo que suponía como sólo “cuatro gotas” alocadas e
intempestivas se hizo mucho más extenso, tanto en la duración como en su
intensidad hídrica. En realidad no tenía motivos para las prisas, por lo que
aguardó con paciencia a que la precipitación amainara hasta su final. Seguía
allí divertido, contemplando el contrastado panorama, bien refugiado en su acogedora
“garita” protectora. Algunos de los viandantes apresuraban su paso, otros
buscaban con celeridad esos escasos árboles que están siempre alejados cuando
apremia su necesidad e incluso ya aparecían los primeros paraguas de la
temporada, dibujando esos polígonos móviles que hermanan las tonalidades frías
o cálidas del muy extenso espectro cromático.
En un instante concreto percibió que, entre las
personas que transitaban, una mujer se le quedaba
mirando con destacada fijeza. De
inmediato, la curiosidad de esa persona se tornó en una amplia e intensa
sonrisa, marcando con su mano izquierda (la diestra portaba una especie de
mochila beige) un muy alegre saludo. Hizo un breve ademán, como iniciando su
parada, pero continuó su camino musitando unas palabras que le resultaron
ininteligibles. La acústica del agua sobre las losetas del suelo, los
comentarios de las gentes sentadas y resguardadas en las terrazas de las
cafeterías, restaurantes y bares cercanos, junto al chapotear de las pisadas
sobre los ya pequeños charcos de agua, impidieron entender el significado de
aquéllas seguramente amables palabras.
La joven estaría en su treintena avanzada de edad,
tenía el cabello castaño oscuro recogido y llevaba gafas de montura negra,
blusa celeste, blue jeans bastante ceñidos súper skinny y sandalias de piel muy
descubiertas. Su actitud, durante esos escasos segundos, fue la de reconocer
bien a la persona que saludaba y, por el sentido de sus sonrisas, parecía que
dicho conocimiento no era superficial. Sin embargo Álvaro, por más vueltas que
le daba a su memoria, desde el providencial escalón del portal que le cobijaba,
no acertaba a concretar quién era aquella chica.
Por más esfuerzos que realizaba, llegaba siempre a la conclusión de que no
había tenido contacto alguno con esa persona que tan afablemente le había
saludado. Al menos, no era consciente de ese conocimiento.
“Igual me ha confundido con otra persona” se dijo,
no dándole más importancia al fugaz encuentro. Aunque la caída de la lluvia no
cesaba, su intensidad iba paulatinamente decreciendo. Aprovechó un momento en
que las nubes se tomaron un descanso para abandonar el portal protector y a
paso ligero se dirigió hacia una parada de bus bien cercana. Allí aguardó la
llegada de una de las líneas que le dejaría cerca de su domicilio. Ya en casa,
dedicó el resto de la tarde hasta la cena para trabajar y retocar las fotos visionadas
en la pantalla de su ordenador.
Unos días más tarde, Álvaro, titulado con el grado
universitario en Ciencias de la Comunicación, desayunaba en una cafetería
cercana al apartamento donde residía, situado en el más antiguo y romántico
corazón madrileño. Minutos después entregaría en mano un recién acabado trabajo
que pacientemente había elaborado para una agencia de noticias y publicidad. El
reportaje era uno más de todas esas colaboraciones periódicas que le permitían
“ir tirando” en ese difícil camino por encontrar un trabajo más estable, en el
seno de una profesión con tan elevada competitividad. Mientras partía en trozos
pequeños la tostada con aceite que le habían servido, una voz femenina le hizo
volver su cabeza hacia la izquierda de la mesa que ocupaba.
“¡Qué alegría, Álvaro, volver a
encontrarte esta mañana! ¿Me reconoces, verdad? soy Elena. La otra tarde,
en medio de la lluvia, te reconocí, cuando estabas en el portal de aquella
casa. Me iba a parar a darte un abrazo, pero llevaba el tiempo justo para una
cita pendiente. Ahora, la casualidad ha querido que nos volvamos a ver, después
de todos estos años que han pasado desde que terminamos nuestra licenciatura
¿creo que diez años ya o tal vez once? Pero vamos, cuéntame como te van las
cosas…”
Me esforcé, en todo momento, en ser amable y
receptivo, con esa sonrisa teatralizada que tantas veces somos diestros en
aparentar. Efectivamente era una vez más la chica de
la otra tarde, cuando comenzó a llover y me tuve que proteger en aquel
oportuno portal. Ahora me ofrecía su nombre (demostrando también conocer el
mío) y concretaba bien los años que habían pasado desde que terminé mi grado en
periodismo. Tal vez era a consecuencia de algún lapsus en mi memoria, facultad
que desde siempre me había dado muy buenas respuestas. Pero, en esa nueva ocasión,
continuaba sin encontrar referentes que me hicieran recordarla entre las
compañeras de promoción. Aún así, traté de disimular lo mejor que pude ese
estado de desorientación en el que me hallaba.
Me comentó que ya había desayunado. Sin embargo, se
mostró muy feliz de poder sentarse junto a un antiguo “y querido” compañero, aceptando
disfrutar una nueva taza de café, infusión a la que era muy aficionada ya que,
según decía, le permitía soportar todo el estrés que le producía su trabajo
actual en una agencia de seguros.
“Entonces
te vas manteniendo con esas colaboraciones en distintas agencias y medios de
comunicación ¡Qué suerte tienes! El trabajo en lo nuestro está casi imposible.
Un día me llegó esta posibilidad de los seguros e inversiones y aquí sigo. Es
una buena empresa, pero mi vinculación con la misma es sólo como agente
asociada. He tenido que sacar mi propia acreditación como “empresaria autónoma”
y ellos me entregan unas líneas de actuación para la captación de clientes. Me
pagan en función de aquellos contratos que logro negociar, en una gama de
seguros o movimientos financieros de lo más variada que te puedes imaginar.
Fíjate que el campo donde estoy encontrando actualmente una mayor rentabilidad
es en el de las mascotas, específicamente en los perros y otros animales de
raza. Tú siempre fuiste un buen aficionado a los animales, no lo he olvidado
¿Sigues conservando aquél viejo y grandote San Bernardo, de cuando vivías con
tus padres?”
Resultaba curioso que
Elena se acordase del todo nobleza y muy querido “Claus”,
por cierto aún con vida, en la casa rural de mis padres, no muy lejos del
Veleta, en la Sierra Penibética granadina. Intercambiamos direcciones
electrónicas y quedamos en vernos con más tranquilidad, para compartir juntos
una cena. Confiaba que, hasta ese momento, la respuesta de mi memoria fuera más
eficaz con respecto a esta compañera misteriosa que conocía tantos datos de mí
y sin que yo pudiera decir lo mismo con respecto a su persona: una auténtica
desconocida, aunque yo hacía esfuerzos
para que no se me notase en demasía. Seguro que ella se daba perfectamente
cuenta de mi desorientación.
Esa misma noche recibí
en mi ordenador un correo electrónico, en el que esta antigua amiga ¿? me adjuntaba una foto de la época universitaria. En
la imagen yo aparecía sentado, aparentemente estudiando, junto a otros amigos y
compañeros de la facultad. En uno de los ángulos de la foto estaba Elena,
compartiendo algo divertido junto a unas chicas. Era una foto que yo no
conocía, pero que alguien haría en un salón anejo a la cafetería, espacio éste
dedicado a lugar de encuentro y estudio, obviamente no tan serio y silencioso
como una biblioteca. En aquella época llamábamos a este gran salón la
“ligoteca”, por las divertidas
relaciones afectivas que promovía tan visitado y animado lugar. Tanto ella como
mi persona mostrábamos un semblante mucho más joven. La foto podría tener entre
unos doce/catorce años de antigüedad. La dedicatoria o texto que completaba
el correo era bien explícita: “Esta foto podrá ayudarte a refrescar los recuerdos.
Fueron tiempos afectivamente inolvidables en nuestras jóvenes vidas“.
Fueron pasando las
semanas y los días, mientras uno y otro continuábamos con nuestros quehaceres
habituales. Era frecuente que algunas noches yo le comentara, vía electrónica,
acerca de mis reportajes y colaboraciones con la agencia mediática, mientras
que mi amiga me explicaba y divulgaba acerca del complicado mundo de los
seguros y las inversiones (su empresa parece ser que era filial de un poderoso
grupo o consorcio financiero). Una tarde quedamos para merendar. Elena quería
comentarme una muy interesante y rentable posibilidad
inversora. Desde un principio me indicó que se trataba de una operación
con un cierto riesgo, pero que los
“frutos” económicos podían llegar a ser verdaderamente espectaculares. Se trababa de comprar unos bonos, que
avalaban inversiones en el mercado de las joyas, combustibles y productos
farmacéuticos, títulos financieros con una posibilidad de venta inmediata,
según me afirmaba. Sólo se ofertaba a personas de especial confianza, pues la
rentabilidad de las operaciones alcanzaba cifras inauditas para una época de
crisis: entre el 12 y el 15 %. Por lo que pude entender, operaban en la zona
del Cáucaso, sudeste asiático y Australia, de manera específica.
“Me has
comentado que tus padres, dada su avanzada edad, quieren vender parte de
vuestros terrenos en la Sierra granadina. Piénsatelo, pues es una posibilidad
muy atractiva para invertir algún dinero en estos títulos, que están reservados
en el mercado internacional sólo para clientes muy señalados y de absoluta
garantía. Habla con ellos y explícales estas operaciones que pueden ofrecerles
una vejez segura y con suculentos beneficios. Te aseguro, por más que te
extrañe, que en todo Madrid no habrá más de unos cincuenta personas que
conozcan esta impresionante y valiente aventura financiera.
“Y tú qué papel ocupas,
en toda esta complicada estructura económica que me ofreces?
“Esperaba
esa pregunta, querido Álvaro: ¿por qué yo ….? (segundos interminables de
silencio). He de confesarte que mantengo una relación sentimental con una muy
importante persona, pero no te puedo decir más. Por favor no insistas en esta
línea, pues es un asunto muy delicado que afecta a nuestra privacidad. Lo que
te estoy ofreciendo es la cuota afectiva a unos años en que luché secretamente
por tu personas, aunque fracasé… (sonrisa profundamente entristecida). Tú no te
diste cuenta de nada. Tal vez fue lo mejor para ti. El destino, como tantas
veces sucede … decidió.”
Álvaro se sentía un
tanto desconcertado ante la aparición de Elena en su vida. Por más vueltas que
le daba, no lograba entender los comportamientos y vínculos de esta mujer con
su persona. Ella siempre tenía una buena respuesta ante las dudas que le
planteaba. Efectivamente hubo compañeros de promoción que no aparecían en la orla fotográfica de final de carrera. Declinaron
hacerse la foto por diversos motivos. Así respondía Elena a la pregunta de su
antiguo amigo y compañero de facultad, sobre ese explícito documento gráfico. Y
ahora, con el nuevo reto de estas confidencias inversoras, atractivas pero al
tiempo inquietantes por el riesgo que conllevaban. A pesar de las palabras tranquilizantes que sabía transmitirle
la incisiva autora de la propuesta. Aún con estos antecedentes decidió
hablar con sus padres, quienes mostraron sus recelos y dudas a invertir parte
de su patrimonio económico en unas operaciones que veían poco claras.
“Documéntate lo mejor que puedas, pues podemos darnos un buen resbalón,
perdiendo un capital que nos ha costado años y esfuerzos poder acumular”.
En este contexto, los
acontecimientos se “dispararon” en el camino neblinoso de la incertidumbre. De
la noche a la mañana, la enigmática Elena
“desapareció” de su vida. inexplicablemente casi por encanto. Dejó de
llamarle. Su teléfono tampoco respondía. Al igual que el whatsaap y el correo
electrónico. Verdaderamente todo lo relativo a esta mujer había estado envuelto
en la nebulosa del misterio, desde aquella tarde lluviosa, en que “apareció” con
el protagonismo de los recuerdos. Pasaron semanas y meses, sin que su
contagiosa sonrisa volviera a llamar en la puerta amistosa de su confusión.
Algunas de las noches, en los incómodos momentos de insomnio, llegaba a
preguntarse si había existido realmente la persona de Elena o todo era un
desvarío críptico de su poderosa imaginación.
Una azulada y gélida
mañana de Noviembre, mientras que entregaba un curioso reportaje fotográfico
sobre los cierros de antiguos edificios en los más tradicionales barrios del
Madrid decimonónico, Wenceslao, encargado de la
sección financiera en la agencia, se le acercó portando un libro en su mano.
“Álvaro, te traigo un
interesante libro que compré el pasado verano. Lo debes leer pues en él puedes
hallar muchas respuestas a la curiosa y misteriosa historia que me contaste,
mientras desayunábamos hace un par días en la cafetería de Callao. El título es
bastante sugerente y explicativo: LA PRIVACIDAD
VULNERADA. EL SEGUIMIENTO CLIENTELAR A TRAVÉS DE INTERNET. Lo tenía en
casa y me acordé de su contenido al conocer la historia de tu “desconocida”
compañera Elena. Básicamente, en sus páginas se explica cómo hay empresas
especializadas en acumular una rica y poderosa información sociológica, acerca
de determinadas personas. Esta detallada información la van ofertando a grupos
de inversión, que operan a nivel mundial, para utilizar sus datos en la
captación de posibles clientes a los que
vender, estafar o incluso extorsionar.
Por alguna razón que
desconocemos, tú has podido estar en el objetivo de estas sociedades de acción
globalizada, a fin de poder atraparte en su malla delictiva, utilizando los
medios personales y tecnológicos más sofisticados. La propia Elena ha podido
ser un elemento más de esa maquiavélica operatividad. En un momento concreto
dejaste de estar en el interés focal y preferente de estas mafias, y se
apartaron de ti con la misma rapidez como se te acercaron. Operan con muy
buenos contactos y olfatean el peligro para sus intereses con acelerada
presteza. La propia Elena estará, en estos momentos, cumpliendo otra misión,
quizás a cientos de kilómetros de este despacho. Tampoco olvides que utilizando
un buen programa informático, se puede añadir la imagen falseada de una persona
en una fotografía digital. A buen
seguro, la persuasiva y sonriente Elena nunca fue tu compañera de facultad”.-
José L. Casado Toro (viernes, 15
Septiembre 2017)
Antiguo profesor del I.E.S. Ntra.
Sra. de la Victoria. Málaga
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