En
los inicios de un nuevo fin de semana, Benicio
Sanromán ordenaba su mesa de trabajo, toda ella bien repleta de
carpetas, dosieres, fotocopias, revistas, rotuladores y ejemplares
bibliográficos pertenecientes a una muy variada temática. Había ya puesto a
descansar a su inseparable compañero de actividad diaria, un vetusto pero
todavía útil MAC, siempre conectado a un disco duro externo por la prudencia
necesaria de las copias de seguridad. Dado el buen tiempo reinante,
precisamente en este abril al que siempre se le relaciona con lluvias, tenía
preparada una atractiva actividad senderista para toda la jornada dominical,
que transcurriría por las colinas fronterizas entre las provincias de Málaga y
Granada. Se disponía a lavar la taza del café recién tomado, con el que varias
veces al día estimulaba la tonalidad de su ánimo, cuando recibió una llamada
interna de Roberto Pleguezuelos, su jefe. El
director editorial necesitaba verle, antes de que se marchara a casa, para un
asunto de urgente interés.
Desde
hace aproximadamente año y medio, Benicio trabaja en esta consolidada empresa
literaria, que tiene una interesante cuota de mercado en la publicación de
novelas, libros de viajes y algunos materiales de naturaleza sociopolítica.
Aunque tuvo que sufrir años de desempleo, su prometedor buen currículum
académico (premio extraordinario de
licenciatura en Filología hispánica, un master en legislación cultural y
certificaciones de asistencia a numerosos cursos relacionados con su
especialidad) le permitió acceder, con veintinueve años de edad, a este
agresivo, profesionalmente hablando, grupo editorial, con sede central en la
capital madrileña, aunque mantiene delegaciones en algunas provincias de
nuestro país, como es el caso de Málaga.
Gracias al perfil de sus titulaciones y méritos, fue asignado al departamento
de análisis y calificación de materiales recibidos, disponibles para una
ulterior y posible publicación.
“He estado todo el día un tanto ocupado por mil y un asuntos. Hasta
este momento no he tenido la oportunidad de hablar contigo, antes de que nos
marchemos para iniciar el fin de semana. Ayer noche me llegó un recomendado
trabajo, escrito parece ser por un joven y prometedor novelista que se está
abriendo paso en este complicado mundo de las publicaciones literarias. Y
utilizo el término de “recomendado” pues una persona muy amiga, de la más absoluta solvencia, me han pedido que
haga todo lo posible por facilitar la edición de esta su primera novela, tras haber
conseguido algunos premios y menciones en concursos y certámenes literarios.
El material impreso, más de doscientos cincuenta folios, viene
cifrado con el seudónimo de “Aquiles”
aunque me adjuntarán un sobre con todos sus datos personales y profesionales,
siempre que nuestra decisión sea favorable a la edición de esta ópera prima de
las letras. Lo peculiar y curioso del caso es que el “avalista” del anónimo
personaje me pide una “urgente” decisión al respecto, para no más tarde del
lunes próximo. En caso negativo, por nuestra parte, enviaría el material a
otros destinos paralelos de la competencia. En definitiva, quiero pedirte que dediques
el tiempo necesario del “finde” para leerte el “tocho” correspondiente del tal
Aquiles. Cada día confío más en el nivel de tus análisis y calificaciones, muy
bien sustentadas en la técnica formal y argumental de las obras que pasan por
tus manos. Comprendo que te rompo un poco los planes para el fin de semana pero
… así es este trabajo”.
Benicio
tuvo que aceptar de buen grado este gravoso esfuerzo lector que se le venía
encima, para el siempre deseado descanso del sábado y el domingo. Sus planes
senderistas habrían de ser pospuestos para una mejor ocasión. Pero dado los
tiempos difíciles, en las posibilidades laborales actuales, había incluso que
sonreír cuando la autoridad te “impone” un trabajo especial en esas horas que
pertenecen al disfrute de tu privacidad. Recogió por consiguiente la bolsa que
contenía dos voluminosas carpetas, con sus casi trescientos folios manuscritos por
un cualificado y desconocido autor, dirigiéndose con el cargamento directamente
hacia su domicilio.
Una
vez que dejó el valioso material en casa, salió del apartamento que tenía
alquilado a fin de hacer la compra semanal en el híper que tenía disponible a
unas manzanas de distancia. Ya de vuelta, desde el centro comercial, se preparó
una cena fría que consumió antes de ponerse a revisar las primeras páginas de
la novela. Una nueva taza de café bien cargado, le iba a permitir estar necesariamente
despierto para aquella noche (que presumía larga) del viernes. Prefería dedicar
el mayor esfuerzo posible (se fue a la cama sobre las cuatro de la madrugada) a
fin de que le diera tiempo a realizar el encargo que tendría que entregar no
más tarde del lunes inmediato.
Tras
la lectura de las primeras páginas del manuscrito, cuyo “pomposo” título
inicial era: TIEMPOS DECISIVOS PARA EL SACRIFICIO DE
LA VOLUNTAD, percibió de inmediato la naturaleza, profundamente política,
de la historia que tenía ante sí. Argumentalmente se narraba en ella la
historia de una amplia saga familiar, a lo largo de varias generaciones,
ambientada en un contexto espacial ubicado en el conflictivo territorio del
Próximo Orienta islámico. Dada su
destreza, visual y conceptual, para la lectura rápida, durante esa larga noche pudo
superar casi la mitad de los folios de esa primera carpeta. Mientras más
avanzaba en el contenido de la tortuosa historia, sustentaba la convicción de
que el trasfondo, más o menos explícito de la novela, era como una especie de manual o breviario ideológico para el
alistamiento de un determinado radicalismo musulmán. En cuanto al estilo
literario, aplicado a los párrafos que estructuraban el relato, no concordaba en
absoluto con las formas expresivas usuales de un escritor novel. La madurez argumental,
junto a la perfección gramatical que se percibía en el fondo de la redacción
hablaba más de una aguerrida y experimentada autoría, no exenta de un extremismo
fanático de naturaleza yihadista.
En
la mañana del sábado, Benicio se despertó ya cerca del medio día. Dada la avanzada
hora que marcaba el reloj de su mesilla de noche, decidió dedicar el resto del
tiempo, hasta la hora del almuerzo, en desplazarse a un centro deportivo al que
solía acudir con frecuencia, a fin de practicar el ejercicio de la natación en
la piscina climatizada del mismo. A eso de las 14:30 pasó por la zona de duchas y desde allí se
trasladó a un restaurante de platos y comidas caseras, donde repuso el alimento
que su cuerpo necesitaba. Mientras tomaba un postre de frutas no dejaba de
pensar en la tarde que tenía por delante, con la intensidad temática del
complejo relato. Ya en su domicilio, tomó de nuevo bloque de folios,
dirigiéndose con el preciado cargamento al Parador Nacional de Gibralfaro,
donde pensaba tendría la suficiente tranquilidad y sosiego a fin de continuar
su esforzado trabajo de análisis. En la terraza de esta excepcional atalaya
sobre el Puerto y los jardines del Parque malacitano, bien acompañado por una aromatizada
gran taza de café, reanudó la lectura de esa sorprendente historia novelada que
había iniciado durante la noche anterior. Confiado en la intensidad de los
párrafos que tenía ante su vista, no reparó en que sus
pasos y movimientos estaban siendo seguidos por dos personas que guardaban
una profesional distancia, a fin de no levantar las subsiguientes sospechas.
Volviendo
ya bastante tarde de su tarea lectora, vio que tenía un mensaje de su jefe en
el grabador del teléfono. Le decía, con una corta y sorprendente frase, que abandonara la lectura del manuscrito. Que el
lunes le daría en la oficina una mayor explicación sobre esta cuestión. Le
extrañó mucho esta orden de Roberto, sobre todo por el tiempo que había ya
dedicado a la lectura del trabajo, habiendo tenido que cambiar y sacrificar sus
planes para el fin de semana. Pero aún más desconcertante había sido el que, al
descolgar el fijo de casa, comenzó a escuchar conversaciones antiguas que él
había mantenido algunos días antes. Obviamente, estas conversaciones habían
sido grabadas. Dudó en llamar o no a su servicio de telefonía. Pero al fin
consideró que era mejor dejarlo para el lunes, siempre y cuando se repitieran esas
grabaciones que con extrañeza había tenido que escuchar.
Tenía
ya leído casi medio manuscrito. Con sólo esta parte del contenido, poseía ya
una valoración bastante convincente acerca de la naturaleza de esa supuesta
novela que le había entregado Pleguezuelos. No dudaba que su jefe le iba a
preguntar sobre la naturaleza del denso escrito, que contenía un evidente
trasfondo de naturaleza política, radicalismo y violencia revolucionaria. “¿Por qué me habrá ordenado que abandone la lectura de un
material que con tanta urgencia precisamente me había encargado de su valoración
y calificación?
Pudo
salvar buena parte del domingo realizando el atractivo ejercicio de caminar por
la naturaleza. Había tenido que reducir notablemente el recorrido de su inicial
proyecto senderista, pero con la compensación de haber cambiado la segunda
carpeta del curioso manuscrito por la mochila, los zapatos del trekking y el
bastón de ayuda para los terrenos difíciles o inestables. Seguía sin ser
consciente de que con unos anteojos, una cámara de grabación avanzada y el
mantenimiento de una prudente distancia, alguien seguía sus pasos por una
naturaleza plena de vegetación, aroma mediterráneo y una acústica del silencio
protagonizada por la brisa, el movimiento de las hojas y el trinar de algunas
aves. Era evidente que el profesional literario no llevaba consigo la voluminosa
carpeta con los folios para la lectura, lo cual tranquilizaba a un par de
orondos y esforzados controladores, que le iban siguiendo desde la tarde/noche
del viernes.
A
eso de las nueve horas, ya en el alba del lunes, Pleguezuelos llegó a su
despacho. No podía disimular en su semblante un incómodo estado de nerviosismo
y preocupación. Lo primero que hizo fue llamar a su subordinado para que
acudiera con presteza a su despacho. Tras un corto y frío saludo, le preguntó acerca
de la opinión sobre la parte del libro que ya hubiera leído.
“Roberto, hasta tener conocimiento de tu mensaje telefónico, he
podido leer casi el contenido total de la primera carpeta. La valoración que me
merece es que se trata de un denso relato anovelado que, con una cadencia de
seis o siete páginas, añade determinados párrafos, planteados de una forma un
tanto críptica o misteriosa, en los que se programan determinados acciones que
podrían ser calificadas como operaciones militares contra objetivos del mundo
occidental. El radicalismo fanático, añadiría también que religioso, subyacente
en todo el relato, pero de manera especial con la dosificación espacial de
estos párrafos, resulta más que evidente para todos aquéllos que los quieran
leer y aplicar”.
Tras
escucharle, con atención y en silencio, su jefe se levantó del asiento,
poniéndose a caminar por el despacho, como pensando las mejores y más acertadas
palabras sobre el mensaje que deseaba transmitirle Tras un par de interminables
minutos, Pleguezuelos rompió su tenso silencio con estas un tanto enigmáticas
palabras:
“Benicio, han intentado meterme un “marrón”, pero que muy, muy
gordo. Por eso te decía en el mensaje que pararas o detuvieras la lectura. Lo
mejor que hacemos ¿te habrás traído las dos carpetas, verdad? es intentar
quitarnos de encima este complicado y enojoso asunto, por el que tengo
sospechas de que estamos siendo vigilados o controlados. Devuelvo el paquete a
mi remitente, por mensajería urgente, y nos olvidamos de esta “cuña” que nos
han querido vender. Cuando utilizo la palabra “olvidemos”, es que, en modo
alguno hagamos comentarios acerca de su contenido o a la misma existencia del
manuscrito. Añadiría algo, pero no te quiero inquietar más de lo que ya imagino.
Seguimientos, mensajes de teléfonos anónimos … y lo peor (o tal vez lo mejor) es que no sé
quién o qué estructura está detrás de todo este montaje”.
Este
joven y buen profesional de la industria editorial estuvo aún algunos días
percibiendo como si alguien le vigilara, en sus desplazamientos cotidianos. Las
grabaciones en su teléfono aún se siguieron produciendo, pero cesaron en una
semana. Por consejo de su jefe, consideró más acertado no plantear denuncia
alguna en la comisaria. Al paso de los días fue recuperando esa normalidad alterada,
desde el encargo profesional que le hizo su jefe para aquel curioso fin de
semana. Pero ya nunca pudo olvidar que, a buen seguro, había estado en el
centro protagonista de una complicada trama, en extremo peligrosa e
impredecible, tanto para su propia seguridad
como para el necesario sosiego de la colectividad.-
José L. Casado Toro (viernes, 17 de Febrero 2017)
Antiguo profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria.
Málaga
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