A pesar de que, en esa escenificada noche de fiesta,
el descanso le había llegado a horas muy avanzadas de la madrugada, la resaca
acumulada le hizo despertarse bien temprano, cuando aún lenta y tímidamente
amanecía. Quiso permanecer unos generosos minutos entre las sábanas, pensando
en cómo podría hacer diferente ese primero de enero
que ya marcaba el reinicio en las páginas del nuevo calendario.
Robert (su madre fue una fiel apasionada del séptimo arte. Siempre profesó gran
admiración por el actor R. Redford) trabaja en una muy conocida entidad
bancaria, mayoritaria en la Comunidad andaluza. Vive solo, desde hace unos ocho
meses, en un coqueto apartamento ubicado en un antiguo edificio rehabilitado
del centro malacitano. Caty, su ex compañera
matrimonial, buscó acomodo afectivo con un jefe de negociado en la
Administración de Justicia, donde también trabaja como administrativa. La
última noche del año la ha celebrado con unos amigos de su oficina financiera,
en una ruidosa fiesta multitudinaria, en la que han permanecido hasta las tres
y pico de la madrugada. En la mañana
siguiente, antes de levantarse de la cama para hacer un buen desayuno, ya tenía
en mente algunas actividades, a fin de lograr que este primero de enero tuviese
algo de novedad y estímulo en su más que rutinaria agenda.
Tras tomar un poco de fruta, yogurt y cereales, se
puso el chándal deportivo, dispuesto a recorrer unos buenos y saludables
kilómetros, para el equilibrio del cuerpo y la serenidad en su mente. Se
encontró con unas calles algo vacías y descuidadas en su limpieza, en esas
primeras horas de la mañana. Aparte de los escasos vehículos que ya circulaban,
se iba cruzando con algunas personas que, como él, necesitaban recibir la
caricia de la grata brisa matinal. Ese aire fresco y limpio que vitaliza el
ánimo y la epidermis facial. En ese ágil caminar, se
fue “topando” con no escasas mascotas que, para atender sus necesidades orgánicas,
habían animado a sus dueños a dar juntos ese su primer paseo en el día.
A buen seguro que unos y otros viandantes estarían
pensando en todos esos cambios que, con la mejor voluntad se suelen programar
para los primeros meses del año. Es la misma voluntad que, posteriormente,
suele tornase perezosa, dejando aparcados proyectos idiomáticos, alimenticios,
deportivos o de otra índole para el cambio personal. En el diseño de todos esos
cambios, hay una realidad que admirablemente permanece inmutable, sin
importarle la cronología del día o algún que otro condicionante personal ¿Cuál
es? Frente a una actividad comercial, en su mayoría aletargada por el sueño
dominguero, los pequeños comercios regentados por
familias de origen oriental permanecían abiertos, con su versátiles y
heterogéneas mercancías ofertadas a los mejores precios. Entre sonrisas, Robert
se preguntaba ¿cuándo estas personas chinas dedicarán un trocito de su tiempo, a
fin de practicar el ocio u otras necesidades del ego?
Tras una larga caminata, llegó a la zona playera
presidida por la esbelta “torre” o gran chimenea, popularmente denominada
“Mónica”, resto de la Málaga industrial de otros tiempos. Allí pudo disfrutar
de una curiosa y abierta escenografía, protagonizada por dos personas, hombre y
mujer que, descalzos y con un alegre atuendo o disfraz de “payasos del circo” realizaban ejercicios mímicos y expresivos, sobre la fresca
arena costera. Los escasos viandantes apenas prestaban atención a sus
ágiles, elegantes y rítmicos movimientos, pero él se acercó a la pareja,
observando la fuerza comunicativa en sus miradas y gestos. Aprovechando el
breve descanso, que ambos realizaron, se animó a preguntarles el por qué de sus
ejercicios, en ese lugar y a esa hora tan temprana. Se trataba de dos jóvenes
actores, vinculados afectivamente, que preparaban una difícil representación
teatral y les hacía ilusión comenzar el año de aquella forma tan peculiar y
expresiva, en su plástica interpretativa.
Después del saludable ejercicio “senderista” y la
curiosa vivencia con la pareja de la playa, volvió a casa, gozando con una
reconfortante ducha caliente. A eso del medio día decidió llevar a cabo una
innovadora experiencia, que tenía en mente
desde hacía tiempo. Ya vestido, siempre con ropaje deportivo (la
temperatura del día resultaba sumamente agradable) se
dirigió a una de las paradas del transporte municipal. Eligió aquélla
que nuclea o aglutina a numerosas líneas del tránsito urbano, ubicada en una
gran arteria viaria condicionada por las obras de la infraestructura del metro.
Una vez allí, evitó comprobar el cartel digital que indicaba los números y los
tiempos de frecuencias de las numerosas líneas que iban atendiendo la amplia
movilidad ciudadana. Se dijo a sí mismo “subiré en el próximo bus que llegue a
esta parada y permaneceré en su interior hasta el final de su trayectoria”. Sin
querer conocer el número del vehículo, tomó asiento esperando a ver cuál era su
destino. Curiosamente ese bus le trasladó a una lejana barriada de la periferia, en la que no
había estado durante los últimos años. Una vez allí, recorrió sus calles,
plazas y rincones ciudadanos, dedicando el tiempo suficiente para descubrir
espacios y lugares totalmente innovadores en su experiencia.
Allí, en lo que parecía una zona industrial, localizó un modesto restaurante que anunciaba comidas
caseras, por un precio sumamente atractivo anotado en la pizarra callejera del
menú. Al entrar en este familiar establecimiento, se encontró ante un gran
salón con chimenea de leños encendidos y con un personal de servicio muy agradable
en la atención a los numerosos comensales que ocupaban las mesas del local. Estaba
mayoritariamente integrado por familias que habían decido realizar el almuerzo
fuera de casa, en ese su primer día del nuevo año.
Mientras esperaba que le sirvieran el cocido tipo
andaluz en su mesa, llamó a la casa de Caty, para preguntar por sus dos hijos.
Se puso al teléfono el Jefe del negociado, Raimundo,
quien amablemente le deseó un buen año, pasándole de inmediato con los niños. Les indicó que los recogería el próximo
viernes, después de comer, pues pasarían juntos el fin de semana. Su ex creyó
oportuno evitar ponerse al aparato, gesto muy propio de su carácter, actitud
que, sin embargo, él agradeció profundamente.
Tras disfrutar de un saludable y exquisito, por su elaboración
y contenido “ágape”, fue de nuevo a la cabecera de esa línea de autobuses
municipales. Necesitaba volver a casa y recuperar el sueño perdido para el
descanso. La festiva madrugada anterior le había supuesto dormir apenas unas
tres horas. En el viaje de vuelta fue repasando mentalmente algunos rincones y
espacios interesantes que había descubierto, en su visita (sorpresiva y no
programada) a esta populosa barriada de las “afueras” de la ciudad. El azar le
había llevado hasta allí, permitiéndole conocer nuevas zonas transformadas por
la expansión urbanística y que, por nuestros cansinos hábitos rutinarios, suelen
permanecen alejadas, año tras año, de nuestra visión y experiencia relacional.
Ya en casa, 3:45 de la tarde, se echó un rato en el
sofá de su saloncito. Antes había puesto un poco de música instrumental, a muy
bajo volumen, práctica que le ayudaba a entrar en ese descanso tan necesario
para el cuerpo. A los pocos minutos, estaba completamente dormido. Sólo veinte
minutos más tarde, el ding/dong del timbre del
apartamento le hizo despertarse un tanto sobresaltado. Se dirigió hacia
la puerta y observó por la mirilla a la persona que había llamado,
interrumpiendo su necesario descanso. Vio en el descansillo a un hombre, de una
edad similar a la suya (43) llevando una cartera oscura en su mano derecha.
Dudó unos segundos, pero al fin abrió la puerta.
“Disculpe que le haya molestado. Israel Saldaña, para servirle. Represento a una
marca internacional japonesa que trabaja el pequeño electrodoméstico, la cual
se está introduciendo en Europa con una política de precios y altas calidades, verdaderamente
sin competencia posible. Cada x tiempo nos centramos en promocionar y difundir
un determinado producto. En estas Navidades y Año Nuevo, ese producto estrella
son los microondas. Si me concede unos breves
minutos, le explicaría sintéticamente las muy cualificadas prestaciones de este
versátil aparato (tiene radio incorporada e incluso puerto USB), con la
increíble oferta de su precio y una muy completa tarjeta en su reconocida garantía
internacional”.
Roberto no daba crédito a lo que veía y escuchaba. En
un día primero de enero, domingo, poco menos de las 4:30 de la tarde, un
insólito vendedor de traje y corbata llamaba a su puerta, para ofrecerle un
“maravilloso” microondas… japonés. Se preguntaba, con asombro e incredulidad “¿pero que está pasando en este siglo, al que llaman XXI? Por
cierto, había algo en la cara de su interlocutor que hacía fluir recuerdos a su
memoria, pero de una manera difusa e inconcreta. Los rostros de ambos
personajes contrastaban entre la evidente tensión controlada del vendedor y el
asombro, educadamente indignado del posible cliente que le había franqueado la
puerta. En todo caso, tuvo un momento de cierta debilidad ante la humilde
actitud del hombre de la cartera, cuya mirada le estaba suplicando unos minutos
de atención.
“Ande, pase Vd. y explíqueme en no más de siete
minutos todas esas maravillas que dice representar. La verdad es que tengo el
microondas roto desde la semana pasada, cuando estuvieron aquí mis hijos …”
“Sí, comprendo que tal vez no sea la
fecha más apropiada para presentarle una oferta comercial. Pero nuestros
estudios de mercado nos indican que, en estas fiestas de Navidad, uno de los
pequeños electrodomésticos que más suelen estropearse, por el uso continuo a
que se les somete, es el que precisamente vengo a ofrecerle. Además, en este
emblemático día, un número muy importante de familias están en casa, descansado
de jornadas ajetreadas de fiestas y celebraciones, especialmente la gran Noche
de Fin de Año”. Con cinco minutos tengo suficiente, para tratar de convencerle
de una decisión de la que, puedo dar fe, no se arrepentirá. Por cierto, yo creo
conocerle….”
Roberto pensó que no era una opción desacertada
escuchar a una persona que trataba de ganarse la vida vendiendo productos a domicilio.
Precisamente, no le resultaba atractivo salir otra vez a la calle, en donde
había comenzado a caer una lluvia cada vez intensa. Mostrándose generoso,
preguntó al vendedor si le apetecía tomar una taza de café. Tras una respuesta
agradecida de Israel, ambos interlocutores tomaron asiento. Lo que en principio
iban a ser unos minutos de cortesía, se convirtió en una larga charla mantenida
por dos personas necesitadas. Estuvieron hablando hasta cerca de las siete de
la tarde. Tras los cristales, continuaba cayendo la lluvia.
Ambos interlocutores habían sido compañeros de
clase en el instituto, hacía ya más de veintitantos años. Mientras Roberto,
tras terminar un módulo de contabilidad, tuvo la suerte de encontrar acomodo en
la entidad bancaria, donde en la actualidad sigue prestando sus servicios, la evolución laboral de Israel había sido
variopinta e inestable.
“Te asombraría conocer algunas de las
actividades que he tenido que desempeñar para sobrevivir: desde portero de
discoteca, hasta una increíble experiencia de palmero, en un grupo de cante
flamenco. También estuve, durante un par de temporadas, como figurante escénico
en una compañía de teatro. Siempre me gustó actuar ante un patio de butacas
lleno de espectadores. Pero parece ser que no tenía buenas condiciones para
triunfar en este campo de la cultura. En los momentos más duros, por la
necesidad, ejercí de cartelista, poniendo y quitando publicidad en los paneles
viarios de nuestra ciudad. Y esto de la venta a domicilio, me llegó hace unos
cuatro años, cuando un buen amigo me introdujo en una empresa comercial que
buscaba ampliar su radio de acción mercantil, difundiendo de manera directa sus
productos”.
Cuando al fin se despidieron, después de tan
insólita velada en la tarde, Roberto había aceptado comprar uno de los
microondas de Saldaña quien, agradecido por el buen trato que había recibido de
su recuperado amigo, le pidió aceptase una invitación para comer en su casa, en
donde podría conocer a su compañera e hija adolescente.
Había comenzado un nuevo año y, en la mañana del
siguiente día, este trabajador de la banca volvería a estar detrás de su
ventanilla de siempre, atendiendo las demandas y gestiones planteadas por los
clientes que se desplazaran a su entidad financiera. A esas avanzadas horas de
la noche, el largo calendario anual estaba terminando de cubrir el primero de
sus días. Mientras, en la vida de Roberto, también en el recorrido vital de
millones de personas, todo comenzaba a ser casi igual a lo de ayer, a pesar de
tantos proyectos oníricos para el cambio, en ese sosegado quehacer diario para
la normalidad.-
José L. Casado Toro (viernes, 30 de Diciembre 2016)
Antiguo profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria.
Málaga
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