Me encontraba caminando por una muy densificada zona
urbana para el tráfico peatonal y de vehículos, vinculada al gran núcleo intercambiador
para la movilidad en la estación ferroviaria de Málaga. En este populoso
espacio, no lejos de las templadas aguas mediterráneas que se acomodan en la
bahía, coordinan sus prestaciones distintas modalidades para el transporte de
viajeros: trenes, autobuses, metro, taxis e incluso el servicio gratuito
municipal de bicicletas. Las distintas estaciones y paradas, de estos
versátiles medios para la movilidad del la ciudadanía, conforman un perímetro
geométrico, cuyos vértices están separados unos de otros por una reducida
distancia en metros.
Cuando atravesaba la Estación de Autobuses, camino
de la zona comercial inserta en la Estación de ferrocarriles Málaga María
Zambrano, escuché por los altavoces cómo anunciaban la llegada de diversos
autocares, procedentes desde distintos orígenes de nuestra geografía
peninsular. Me quedé unos minutos observando
como sus conductores realizaban hábiles maniobras, estacionando sus voluminosos
vehículos en las numeradas isletas señaladas al efecto. El trasiego de
pasajeros, unos saludando a los familiares que les esperaban, otros recogiendo
sus respectivos equipajes, mientras que algunos buscaban el autobús en el que
habrían de partir, dibujaba todo ello un cosmopolita y ruidoso panorama que
vitalizaba y, al tiempo, distraía.
En un momento concreto, fijé la vista en una joven que hacía rodar con su mano diestra un trolley de
color azul marino. La chica, que vestía una trenka de color beige,
vaqueros muy ceñidos y unas converse bastante “trabajadas”, se movía de un
lugar para otro mostrando en su rostro una expresión de nerviosa desorientación.
Su frágil figura me hacía suponer que apenas superaría los veinte años de edad. Al cruzarse nuestras
miradas, se dirigió con rapidez hacia mí, previsiblemente con el ánimo de
hacerme alguna pregunta.
“Discúlpeme, por si le molesto, pero
… si me pudiera ayudar… Me encuentro profundamente abrumada y confundida y no encuentro
a quien acudir. Sé que hay muchos pedigüeños por todas partes, pero es que lo
único que me quedaba lo he gastado en este billete de bus. Y en el monedero sólo
tengo unas pocas monedas. He estado viajando toda la noche y sólo he tomado
medio bocadillo que me dio una señora, compañera de asiento. Le aseguro que mis
problemas son mucho más complicados todavía.”
Las palabras que escuchaba, pronunciadas con un
tono de origen norteño, tal vez próximas a tierras gallegas, provocaron mi
curiosidad y ese sentido solidario que ,
de manera afortunada, aún nos esforzamos en mantener. La compra, en el
Mercadona de la estación, podría esperar. En realidad no me hacía falta nada
urgente en la despensa, por lo que entendí interesante atender la situación de
aquella nerviosa interlocutora, de cabello castaño y ojos celestes aunque un
tanto enrojecidos por el cansancio lógico que acumulaba, derivado de un probable
largo viaje. Eran las 10 y 15 horas en una mañana bastante fría por la humedad
del otoño, aunque con el cielo limpio de nubes. Me ofrecí a invitarla a ese
desayuno que sin duda necesitaba. Pensé que, tras reparar fuerzas con el
alimento, estaría mucho más serena y podría explicarme algo de todos esos
problemas que tanto parecían atribularle. Bien es verdad que también algo me decía
en el subconsciente, sobre si no me estaría metiendo en algún lío de
consecuencias ingratas.
Pudo más en mí la generosidad sobre la prudencia o
la prevención hacia una persona que en nada conocía, por lo que en pocos
minutos ambos estábamos sentados en una cafetería cercana. Tania (ese era su nombre) sólo pidió un mixto de
jamón y queso, junto a un café con leche. Aunque yo había desayunado antes de
salir de casa, pedí al camarero una infusión de manzanilla con anís.
A poco de sentirse más repuesta, mientras
desayunaba, comenzó a narrarme, con la mayor espontaneidad y fluidez expresiva,
una complicada historia en la que ella era la
principal protagonista. El contenido de la misma, así como algunos detalles
específicos, provocaron mi asombro, el cual iba en aumento a medida que me
aclaraba datos acerca de su presencia en nuestra ciudad.
“Si, efectivamente no se equivoca. Soy
natural de Orense. Cuando estaba terminando el bachillerato en el instituto, me
fui de casa. Quise unirme en pareja con una persona bastante mayor que también
abandonó a la que era su mujer. Ambos estábamos muy enamorados. Esta drástica decisión
la tomamos a partir de cuando yo había alcanzado la mayoría de edad (he
cumplido, recientemente, veintidós). En realidad, a mi madre tampoco le importó
en demasía esta aventura pues, desde que había enviudado, su comportamiento con
respecto a su corta familia (yo soy hija única) había dejado bastante que
desear.
Mi pareja, un profesional de la
banca, fue trasladado por su entidad a la provincia de Ávila. Allí le acompañé
y hemos estado conviviendo casi tres años. Esa buena relación inicial se fue
deteriorando, con el paso del tiempo. Especialmente, porque Mario cometió un
grave error en su gestión financiera, que estuvo a punto de llevarle ante la
justicia. Eso afectó en mucho a su carácter, perjudicando la buena armonía que ambos
manteníamos. Su refugio en el alcohol empeoró aún más las discusiones y
tensiones de cada día entre nosotros. No le niego que me sentí maltratada, con
actitudes violentas, tanto de palabra como de acción física, especialmente
cuando bebía. La situación se hizo insostenible. Pasé incluso miedo real, en
determinados momentos. Hace unos días tomé la inevitable decisión de
abandonarle, aunque su carácter, cada vez más violento y posesivo, me ha
obligado a realizar una especie de huida, camino de Valencia, Allí reside mi
mejor amiga, compañera de estudios durante muchos años. Conoce perfectamente mi
situación y me ha ofrecido su generosa hospitalidad.
Por extraño e insólito que parezca lo
que le voy a contar a continuación, debe creerme. Sé que es difícil hacerlo,
por supuesto. Viajando en el bus hacia Madrid, me encontraba agotada y
estresada, producto de las tensiones sufridas en los últimas semanas. Esta
línea de transporte, hace una breve parada en la estación de la capital. Allí
tenía que haberme bajado, para tomar otra línea con dirección a Valencia. Me
quedé dormida y nadie me avisó que habíamos llegado a Madrid. Cuando me
desperté, el autobús había seguido su camino y estábamos por Jaén, camino de
Málaga. Imagine mi situación. He llegado a Málaga, cuando debía de haberlo
hecho en Valencia. Mi estado de confusión es enorme y, además, lo que tengo en
el monedero seguro que no me llega para sacar un nuevo billete . Además he de
avisar a Iryna, mi amiga, para que no se inquiete cuando vaya a esperarme y no
me encuentre. Todo esto parece una historia de película, pero aquí estoy. Muy
cansada, confundida y con mi trolley azul, como única pertenencia. La papeleta
… es de aúpa. Por cierto, gracias por el desayuno y por aceptar escucharme. Ha
sido una suerte haberme dirigido a una persona con la generosidad y el gran
corazón que Vd. posee.”
Confieso que yo también me sentía un tanto abrumado.
No sabía si me encontraba caminando sobre la verdad o “embarcado” en una
complicada historia de impredecibles ramificaciones. Miraba los claros ojos de
Tania y la orfandad que parecía transmitir su figura, modestamente cobijada en
una también muy usada trenka de color
beige. “¿Y por qué no has acudido a una asociación
que pueda ayudarte o incluso a la policía?”. Mi joven interlocutora
agachó su mirada y permaneció en silencio. Así permanecimos, ella y yo, durante
unos largos minutos, tiempo que no sabría cuantificar. Al fin llamé al camarero,
para pagar nuestra consumición. Previamente había adoptado una difícil
decisión. Fuera real o no, la información que la chica me había facilitado
(había elementos en la misma que no resultaban fáciles de creer) mi conciencia
no me permitía dejar a aquella “chiquilla” en la estacada. Algo había que
hacer. Aun a riesgo de equivocarme, me dispuse a seguir en el “juego narrativo”
que ella me había confiado.
Le dije a Tania que me acompañara a la taquilla de
información, a fin de conocer el horario y líneas de buses con dirección a la
capital levantina. Allí nos indicaron la línea que tenía su salida más
inmediata. Eran las 11:25 de la mañana y el Alsa correspondiente no partiría
hasta las dos de la tarde. Pedí al operario de
taquilla un billete, Málaga-Valencia, pagando a continuación los 59 €
correspondientes a su coste. Se lo entregué a la joven, añadiéndole unas palabras
que la hicieron sonreír. Era la primera vez que lo hacía. “Y ahora, no te vayas a volver a equivocar. Cuidado con
el sueño, que puedes acabar en un sitio imprevisible”. Me devolvió una
mirada en la que mezclaba claramente su agradecimiento y, al tiempo, una cierta
extrañeza por mi comprensivo proceder.
Como aún faltaban un par de horas, para que ella
tomase la línea de bus, le sugerí que me acompañara al hipermercado cercano,
donde tenía que comprar un par de cosas que necesitaba. Así lo hicimos,
sentándonos después en unos jardines cercanos, a fin de esperar la hora de
partida. Afortunadamente la temperatura del día acompañaba y el cielo seguía
limpio de nubes.
Estuvimos hablando un largo rato, mezclando
cuestiones intrascendentes con otras confidencias acerca de sus proyectos en la
ciudad del Turia. Iryna, su buena amiga, le había hablado de una señora mayor,
cuyos hijos querían ponerle una persona de compañía que viviera junto a ella en
su domicilio. También me confesó que la relación entre ella y su madre era
prácticamente inexistente, desde que ella tomó la opción de acompañar a Mario
hasta su destino laboral abulense. Ya, cuando faltaban escasos minutos para la
una de la tarde, me pareció humanamente razonable ofrecerle si le apetecía
tomar algo, antes de ese largo viaje por carretera que, una hora más tarde,
tendría que emprender.
Elegimos una cafetería bastante próxima a la
Estación de Autobuses, donde ofertaban menús con comida casera. Yo me limité a
tomar una cerveza, mientras que ella disfrutó, sin disimulo, con un plato de
cocido andaluz, un poco de ensalada y un flan de vainilla, también de
elaboración casera. Nadie podría dudar de que esta chica llevaba sin comer un
buen plato de comida desde hacía días. Su apetito era manifiesto.
“Bueno, me tengo que subir ya al bus.
Es la hora para la partida. Nunca me han sentado bien las despedidas. Te podría
decir (le había pedido que me tuteara) muchas palabras con las que mostrar, una
vez más, lo profundamente agradecida que te estoy. Pero, lo más importante de
todo es asegurarte que nunca podré olvidar este día. Contar con tu comprensión,
confianza y generosidad es algo que difícilmente podemos encontrar en estos
tiempos donde prevalece, por todos los lados, el egoísmo y la desconfianza más
descarnada. Me gustaría volver a saber de ti, aunque tal vez sea mejor no
prometer nada. Creo haberte escuchado decir, a lo largo de este intensa mañana,
algo así como que el tiempo tiene sus leyes. Dejemos que el destino nos revele
si esas “misteriosas” leyes hacen que nos encontremos una vez más. Para mí
sería una profunda alegría. Recuperar esa hospitalidad, amistad y extrema
bondad que he recibido por tu parte”.
Nos deseamos suerte. Ninguno quisimos hablar de
correos electrónicos, números de teléfono o whatsapps. Uno y otro decidimos que
era mejor así. Una vez que vi partir el autobús, donde Tania viajaba en el
asiento número cinco, pensé en ese nuevo e incierto destino que le aguardaba,
más allá del tiempo y la distancia. Deseé que fuera todo lo bueno posible para
una joven desorientada, a quien la vida le había hecho crecer a un ritmo excesivamente
rápido. Pensé en mi proceder. Estaba convencido de que había actuado
correctamente, con una persona que necesitaba ayuda en un crítico momento de su
existencia.
Cuando llegué a casa, dejé la cazadora vaquera
encima del sofá. Para mi sorpresa, observé que de uno de sus bolsillos cayó al suelo una foto, cuya única imagen rápidamente
supe reconocer. Correspondía a Tania y tenía un formato de carnet o pasaporte. Nerviosamente
intrigado, comprobé el reverso de la misma. No había escrita palabra alguna en
ese pequeño trozo de cartulina. Sólo estaba impresa una imagen de huérfana
mirada con la que, probablemente, había querido dejarme su modesta gratitud
para ese tiempo siempre incierto y fugaz de la memoria. -
José L. Casado Toro (viernes, 18 de Noviembre 2016)
Antiguo profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria.
Málaga
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