El escueto anuncio, publicado en los principales medios
de comunicación local e incluso regional, resultaba atrayente aunque algo inconcreto.
Motivaba, de manera especial, a todos aquellos que puntualmente carecían de ese
trabajo tan necesario para el sustento y la realización personal.
“Se necesitan personas de entre 25 y
50 años (incluyéndose ambas edades) y que posean una buena capacidad para la
comunicación y el diálogo. Enviar foto reciente y un detallado currículo,
académico y laboral, a la siguiente dirección electrónica (…). Aquellos hombres
y mujeres que sean inicialmente citados, habrán de presentarse el lunes 31 de
Octubre, en la dirección inserta al final de este anuncio, a fin de mantener
una entrevista con el equipo encargado de la selección final. El tratamiento de
todos los datos, aportados por los solicitantes, será considerado con la
necesaria y responsable privacidad”.
La difusa pero interesante oferta de trabajo fue respondida
por Germán, al igual que hicieron otros
centenares de personas que buscaban sustituir o cambiar la penosa situación de
paro laboral en sus vidas. Este malagueño, con 28 años de edad y graduado en
Filología hispánica, había finalizado sus estudios universitarios hacía ya casi
un lustro. En este largo período de tiempo, coincidente con los años más duros
para la contracción económica mundial, no había podido ejercer su gran ilusión
profesional: estar al frente de esos grupos de alumnos que acceden a las aulas
escolares, a fin de explicarles los conocimientos y experiencias que había ido
cimentando durante su etapa de estudio. Desde pequeño siempre había destacado
en él su intensa afición y pasión por las letras, dedicando muchas de las horas
del día a la práctica de la lectura, tarea que también había sabido completar
con una fluida capacidad literaria para expresión escrita.
Tras enviar su completo currículo,
personal y formativo, esperó con impaciencia alguna respuesta positiva al
efecto. Y ésta, de manera afortunada, se produjo una semana y media después.
Como indicaba el suelto publicitario, se le citaba para que acudiera, tres días
más tarde, a una empresa privada especializada en gestionar ofertas y demandas
de trabajo. Allí habría de realizar la correspondiente entrevista,
reunión que comenzaría a partir de las 9 en punto de la mañana.
Quiso ser educadamente puntual a la cita, por lo
que unos treinta minutos antes de la hora fijada ya estaba sentado en un gran
salón a donde iban llegando hombres y mujeres de edades diversas. Una joven secretaría
iba informando a todos los concurrentes que serían paulatinamente llamados a
fin de efectuar el correspondiente diálogo, el cual sería realizado en dos
despachos ubicados al final de un estrecho pasillo poblado con numerosas
oficinas.
Los aspirantes a los puestos de trabajo se miraban de soslayo, un tanto nerviosos y
tensos, sin apenas intercambiar palabra alguna. Los había quienes repasaban y
escribían algunas notas, apoyándose en las carpetas que llevaban consigo. Otros
aspirantes ojeaban la prensa del día o centraban sus miradas en puntos diversos
del bien decorado espacio, con macetones de plantas y cuadros que enmarcaban
grandes fotografías que mostraban zonas monumentales de la ciudad. No pocos de
los presentes solicitaban permiso para ir a los lavabos, preguntado a la Srta.
por su ubicación dentro de la nave de oficinas. Germán, llegó a contar hasta 49
compañeros, en las sesenta sillas habilitadas para la espera. La densa atmósfera
anímica que allí prevalecía trataba de ser relajada con los sonidos de una
melodiosa música ambiental, modulada a muy bajo volumen. El atuendo o
vestimenta de unos y otros era, lógicamente, muy contrastado. Dada la fecha y
la cálida temperatura de que aún gozaba la ciudad, algunos vestían prácticamente
de verano, mientras que otros llevaban puestos trajes de abrigo, extremando la
elegancia. Buscaban, sin duda, el mejor efecto de su presencia ante el
profesional que en pocos minutos les iba a atender.
“Tome asiento, por favor. Tengo ante
mi su expediente, con todos los datos que Vd. nos ha facilitado, incluyendo la
documentación acreditativa al efecto, Sr. Doria. Le propongo el siguiente
ejercicio: en no más de tres minutos, debe improvisar una breve historia,
acerca de uno de los tres temas que le voy a ofrecer. Obviamente, el contenido
de la narración puede ser de ficción o estar basado en alguna experiencia
personal. Una vez que haya organizado mentalmente el contenido de lo que me va
a narrar, comenzará a exponerlo, durante un tiempo no superior a los cinco
minutos. Podrá consultar el esquema o las notas que haya escrito sobre la
misma, en este folio que le facilito.
Los temas propuestos son los
siguientes: a) una incómoda situación que haya vivido en unos grandes
almacenes; b) la experiencia de un viaje en crucero, durante el último verano;
c) el tema que Vd. elija libremente. Le aclaro que puedo hacerle alguna
pregunta o comentario, durante el tiempo de su exposición. Concéntrese y espero su narración”.
El estado de sorpresa se incrementaba en el tenso
ánimo de Germán. Mientras que esperaba una cascada de preguntas o concreciones sobre
los datos que había enviado en el currículo, se encontraba ante un
interlocutor, de mediana edad, con un cierto acento en el habla que manifestaba
su evidente origen extranjero (posiblemente, su profesión sería la de
psicólogo) que sólo le requería para que contara alguna historia sobre alguno
de los temas ofertados, durante un brevísimo espacio de tiempo. Dada su notable
cultura y capacidad expresiva, el aspirante pudo argumentar una pequeña y
convincente historia personal, vivida en la ya lejana infancia de los ocho años,
cuando sus padres le compraron su primera bicicleta, en un comercio de barrio
dedicado a material deportivo.
Parece ser que su
exposición agradó muy positivamente al entrevistador, por lo que éste le
dio a entender que podría ser una de las cinco personas seleccionadas para el
puesto, amén de otras cinco que quedarían en situación de suplencia. En ese
esperanzador momento, le explicó básicamente la naturaleza del trabajo que habría
de ser desempeñado por todos los candidatos seleccionados para el anhelado
puesto laboral.
“Nos han encomendado elegir a cinco
personas idóneas para trabajar, por horas, en un importante restaurante de la
capital. La función que han de desempeñar consiste en acompañar, durante su
almuerzo o cena, a determinados comensales que, por diversas circunstancias, no
les apetece estar solos en torno a la mesa.
Estos clientes, con cierto poder
adquisitivo, pagan un sobrecoste en la factura de su comida, por esa compañía y
conversación que se les facilita, desde la dirección de la entidad restauradora.
Su misión, al igual que la de sus compañeros, consistiría en estar esperando al
cliente que se le designe, presentarse amablemente ante el mismo y sentarse con
él en su mesa. En este supuesto, acompañaría la comida de su interlocutor,
ofreciéndole una fluida conversación y alguna historia interesante que le
pudiera distraer y satisfacer. Vd. como acompañante no pediría nada al camarero.
La entidad restauradora le facilitaría, de motu propio, hasta un par de
cervezas o copas de vino, además de un platillo con frutos secos como tapa.
Por cada sesión de trabajo, que
duraría aproximadamente hasta una hora, recibirá una compensación de 12 euros.
El cliente abonaría por este servicio 20 euros, sumándola al coste de su
consumición. No le oculto que, por la categoría del restaurante, se trata de
clientes con un estatus socioeconómico elevado los cuales sufren, en sus vidas,
el cruel trauma de la soledad”.
Para gozo del solicitante, Germán
fue uno de los cinco primeros seleccionados para ese curioso y eventual
puesto laboral. En realidad suponía una atractiva forma para ganarse unos
euros, simplemente por hacer compañía en la mesa a una persona necesitada del
calor afectivo que posibilita la palabra. Eso sí, habría de extremar la
delicadeza del trato, ser ameno y cordial, en función de las características
especificas del comensal, elementos que tendría que descubrir o adivinar en muy
pocos minutos. En función de la tipología humana que tuviese junto a sí, habría
que adaptar los temas de conversación y, por supuesto, elegir bien el contenido
de esas historias o anécdotas que tenía encomendadas compartir.
Pronto recibió comunicación con los datos de un primer servicio que habría de desarrollar.
Procedía de un elegante restaurante, sito en el remozado y concurrido puerto de
nuestra ciudad. Antes de entrar en las dependencias del mismo, repasó en el
atril expuesto en la calle el coste y contenido del menú correspondiente al
día. El precio ascendía a 35 euros más IVA, eso sí, con una bebida incluida.
Fue recibido por el gerente del establecimiento, el cual le dio unas
indicaciones precisas acerca de cómo habría de actuar con el cliente al que
acompañaría en la mesa. Unos diez minutos más tarde, llegó esta persona, a
quien saludó con una sonrisa plena de afecto.
Se trataba de Regina,
una elegante señora que disimulaba bastante bien su naturaleza, física y
mental, de octogenaria. En el transcurso
de la fluida conversación Germán pudo conocer que su interlocutora había
enviudado hacía unos pocos años y, aún teniendo una persona que atendía las
labores de su casa, acudía tres veces en semana a este restaurante, situado a
no excesiva distancia del anticuado, pero señorial, palacete donde residía. La
señora se había desplazado en taxi, hasta la puerta del establecimiento, medio
de transporte que, tras el almuerzo, también utilizó para volver a su
“palacio”. Sin duda, estaba en posesión de una importante liquidez económica,
pues en el contexto de la conversación aludió a la serie de pisos que tenía
alquilados y por los que percibía una “suculenta” renta.
A este su primer servicio siguieron otras personas
de muy diversa naturaleza, con dos características que a todos ellos vinculaba:
su desahogada disponibilidad económica y, de manera especial, el trauma anímico
de la soledad. Por término medio, eran tres los
clientes a los que acompañaba en la mesa cada semana. Esos pocos euros que iba
recibiendo no resolvían su situación laboral, por supuesto, pero al menos le
permitían tener un muy modesto ingreso, conocer el drama anímico de estas
personas, con ausencia de calor humano y, finalmente, seguir preparando esas
oposiciones que algún día tendrían que ser convocadas por la Administración
regional.
Se había generado otra forma de dar clase o
impartir docencia, en la vocación profesional de Germán: en vez de los pupitres
escolares, habría de utilizar la mesa bien servida de un caro restaurante; en
vez de los treinta y cinco alumnos por aula, tendría ante sí la presencia de un
solo comensal, necesitado de la palabra amistosa; en vez del temario programado
en el diseño curricular del centro, habría de echar mano de ficticias o reales
historias o comentarios sobre lo cotidiano, que servían para enriquecer el
conocimiento y, sobre todo, para distraer esas horas vacías que tantas personas
sufren en la “oscuridad” de su realidad vital.
Son tiempos confusos y carenciales, en los que cada
cual negocia la privacidad de sus ausencias. Ayer, ahora y siempre, se sigue
buscando esa comunicación anímica de la palabra, que facilita el cálido valor de
la amistad. Más o menos, interpretada o ficticia. Más o menos, verdadera o
real.-
José L. Casado Toro (viernes, 11 de Noviembre 2016)
Antiguo profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria.
Málaga
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