viernes, 25 de noviembre de 2016

HISTORIA EN UN PEQUEÑO JARDÍN, PARA SENTIR Y EXPRESAR LA MEJOR CONVIVENCIA.

Resulta agradable comentar muchas actitudes personales que, por esa desacertada o interesada jerarquización de los valores, apenas aparecen resaltadas en los altavoces mediáticos de la comunicación. Sin embargo, el comportamiento ejemplar de estos anónimos y admirables ciudadanos puede estar muy cerca de ti o de mí, en el radio próximo de nuestra movilidad o conocimiento. La estupenda labor que, de manera desinteresada, realizan podemos disfrutarla, a poco que detengamos y soseguemos con la mirada la estresada agenda de nuestros intereses.

Puede ser el propietario de aquel establecimiento restaurador que, en cada una de las mañanas, ocupa unos minutos de su tiempo en barrer la acera que le corresponde, e incluso baldea con una manguera las losetas ennegrecidas o manchadas por la incuria peatonal. O aquella señora del tercero que, un día tras otro, asea el distribuidor de su planta en la que también conviven otras tres familias. También permanece en nuestra memoria el comportamiento de ese jubilado sin prisas que, mañanas o tardes, toma placenteramente el sol otoñal en uno de los asientos ajardinados de nuestras plazas urbanas. Antes de abandonar su diario reposo camino de casa, este buen hombre dedica un trocito de su amplio tiempo disponible para recoger los envases, hojas secas, papeles, restos de chucherías y otras menudencias que han “caído” al suelo. Con manifiesta paciencia, los va llevando a la papelera cercana, situada en un lugar bien visible para el uso y el civismo de todos los usuarios del lugar.

Efectivamente, no son pocos los ejemplos que podríamos citar. Estas admirables actitudes, aplicadas educativamente a nuestro proceder, mejoran el entorno que nos sustenta e incrementan el acerbo de valores, para ejemplo en demasiadas “ligeras” conciencias. Como aquella jovencita que, alegre e irresponsablemente, abandonaba la arena de la playa dejando sobre la misma su lata vacía de cola y un envase de patatas fritas. Una señora, “corrió” tras de la joven y una vez que estuvo a su altura le entregó la lata y la bolsa de plástico diciéndole: “chica, se te ha olvidado esto en la arena sobre la que estabas sentada. Mira, a muy pocos metros, tienes una papelera donde se deben echar los desperdicios. Así tendremos una playita más limpia”. Fue una muy saludable lección, para el rostro de sorpresa de la adolescente que apenas supo qué decir.

También es verdad de que corres un cierto riesgo con la respuesta a recibir de estas ineducadas personas. Sus palabras pueden ser groseras, insultantes o incluso próximas a la violencia. En numerosas ocasiones tenemos que padecer el proceder ineducado de personas, en recintos o habitáculos públicos. Son aquellos que, dentro de una sala cinematográfica o viajando en los autobuses urbanos, ponen sus pies encima de los asientos e incluso en el reposacabezas delantero. Es indudable la falta de vigilancia en el interior de los cines, mientras que en los buses el conductor ya desarrolla una importante y difícil labor, conduciendo por el complicado y densificado tráfico urbano. Se ocupa de ir cobrando a los usuarios el ticket correspondiente, vigilando para que todos acerquen la tarjeta del bonobús al lector automático correspondiente y atendiendo las numerosas paradas del trayecto, con la apertura y cierre de las puertas del vehículo. Los demás viajeros, que soportan la incívica postura de esa “ligera” persona, en general no se atreven a intervenir por temor a recibir unas groseras y desagradables palabras del maleducado usuario. 

Sin embargo, y como contraste, hay hermosas historias que ennoblecen y ayudan a vitalizar el siempre necesario optimismo en nuestras vidas. Una de ellas está protagonizada por Gema, bondadosa mujer que, durante largos años, ha trabajado en un obrador de confitería y panadería. Ahora, tras haber abandonado sus obligaciones laborales por una bien ganada jubilación, dedica parte de su amplio tiempo libre en mejorar y cuidar un lugar de encuentro ciudadano, situado en el barrio donde siempre ha residido. Se trata de un espacio urbano rodeado por varios edificios, que funciona arquitectónicamente como una pequeña plaza en el plano urbano. En este lugar hay instalados algunos bancos de hierro y madera para uso vecinal, asientos que miran hacia una construcción ajardinada, de forma circular, que alcanza unos cuarenta centímetros de altura. Por descuido municipal, la tierra que ocupa el interior de la misma ha estado casi siempre ocupada por malas hierbas, usual vertedero vecinal y lugar en el que las mascotas son llevadas por los propietarios de las mismas, para que depositen sus excrementos orgánicos, tanto sólidos como líquidos.

Una afortunada mañana esta diligente mujer decidió poner en práctica el proyecto ilusionado que, desde hacia meses, tenía en mente. Hacer que este “parterre”, abandonado a la desidia de unos y otros, se convirtiera en un modesto pero agradable jardín, para disfrute de aquellos ciudadanos que paseaban, descansaban y jugaban en esa entrañable placita para la convivencia de todos.

Gema siempre había vivido con su madre, hasta que esta señora, ya muy mayor, “viajó al más allá” de esta vida. El doloroso hecho, para una hija que no encontró ese compañero con el que formar una familia, ocurrió hace ya unos catorce años. Gracias a su laboriosidad en el trabajo y a la buena relación con la vecindad, supo adaptarse bien a esta soledad vivencial, aunque siempre abierta a ser solidaria con los proyectos para las personas necesitadas. Ahora, con todo el tiempo diario para el disfrute, desde su pase a la jubilación, dedica las horas del día para el cuidado de su casa, hacer obras caritativas, relacionarse con antiguas y fieles amigas y, en estos momentos, poner en vida ese pequeño jardín abandonado en la “plazuela” de su barrio.

Para ese estupendo proyecto, compró un par de grandes vasijas de goma plástica (como las usadas por los albañiles para sus obras) donde echaba lo que iba recogiendo de esa modesta parcela circular de tierra dedicada a jardín. Se ayudaba para ello de una pala y rasqueta, que también compró en un comercio regentado por chinos. Pacientemente fue limpiado esa endurecida superficie térrea, librándola de matojos, hierbas, excrementos, envases de cartón, papeles y botellas. Posteriormente, a esta diaria labor de desbroce y limpieza, echaba los residuos en grandes bolsas de plástico, que introducía en los contenedores cercanos. Esta esmerada labor le llevó toda una semana, dedicando un par de horas cada jornada, tras el desayuno y la ordenación de su piso.

Una vez limpiada la superficie, habló con algunas familias de la zona, pidiéndoles colaboración para enriquecer esa tierra, ya limpia de cuerpos innecesarios, con plantas y macetas que sobraran en sus balcones y terrazas. La donaciones fueron muy limitadas por lo que, una vez más, Gema tuvo que acudir a su monedero a fin de comprar algunos plantones y macetas, en un vivero de las afueras. Habló con el encargado del mismo y este señor, Tomás, conociendo el fin ornamental de la placita, se prestó a hacerle un precio especial e incluso a regalarle algunas especies vegetales que cubrirían bien los metros cuadrados del espacio circular a embellecer.

La tenaz labor para plantar todas las especies apropiadas, el regado del suelo, junto a la limpieza necesaria, por la continuación de los incívicos comportamientos, le llevó muchas horas de esfuerzo y dedicación. Pero al fin ese pequeño jardín de la plazuela había quedado muy bien organizado, provocando el elogio y aplauso de muchos convecinos. Todos  ellos valoraban el esfuerzo y paciencia de una mujer que había “luchado”, con admirable y generosa entrega, por un  trozo de espacio verde entre tanto cemento por doquier, para el disfrute visual, anímico y aromático de la ciudadanía y vecindario que por allí pasase.

Y así transcurrieron los días hasta ese otro, en el que la suerte se nos torna esquiva. Ocurrió en una noche de viernes, fiesta y bebida, con esas bromas y retos adolescentes en el que no se sabe poner freno a la irracionalidad. Aquella mañana de sábado, en un ya frío Noviembre, la mayor parte del jardincito apareció “arrasada”. Plantas cruelmente arrancadas, excrementos por doquier, numerosos cascos de botellas esparcidos y restos de lo que parecía haber sido una fogata, para quemar objetos diversos. La patética imagen que ofrecía el siempre bien cuidado jardín era verdaderamente desoladora. Incluso ese limonero, que alegraba con su benévola sombra un banco cercano, había sido tronchado con esa fuerza mal empleada para objetivos absurdos y dañinos. El impacto emocional, que provocaba la muy dura plástica destructiva, afectó a todos los que por allí pasaban y descansaban pero, de manera especial, a la ejemplar autora de tanto esfuerzo, tenacidad y buen hacer para el goce solidario. Fue un fin de semana muy “nublado”, en el ánimo de esta buena mujer. Hubo lugar para esos suspiros de protesta que brotan para mostrar la íntima disconformidad.

Ya en el lunes, Gema, tras el desayuno, tomó su carrito para desplazarse al no lejano súper de la avenida. Tenía que comprar unos bocaditos en salsa, además de esas bolsitas de infusiones relajantes, que tanto gustaban a su zalamero gato Sócrates. Tuvo la tentación de no pasar por la plazuela, haciendo un giro de varias calles, para acceder al comienzo de esa avenida. Sin embargo decidió al fin realizar el trayecto más corto, atravesando la placita donde se hallaba el derruido jardín. El panorama que éste ofrecía, ese primer día de la semana, resultaba alegre e inexplicable. El destrozo aparecía básicamente reparado. ¿Cómo era posible que en tan escasas horas, todo ese espacio hubiera sido limpiado, replantado, regado y abonado….? Además, un nuevo limonero, en fase de crecimiento, lucía esplendoroso en el mismo lugar donde había estado aquel otro destruido por la incuria ineducada de algunos adolescentes. A Gema, emocionalmente sorprendida, se le saltaron las lágrimas de alegría. No daba crédito a lo que, de forma esperanzada, sus ojos gozosamente contemplaban.

Toda la tarde/noche del domingo, hasta horas muy avanzada de la madrugada, la espontaneidad vecinal quiso solidarizarse con Gema y reparar en lo posible lo que otros, desafortunadamente, habían destruido. El buen ejemplo, que ella siempre se había esforzado en ofrecer, tuvo eco en las conciencias de muchas personas que supieron detener el ego de su tiempo a fin de dar oportunidad al gesto de la inteligencia, el esfuerzo y la bondad.

Ciertamente esta hermosa historia, protagonizada por Gema, contrasta con otras actitudes desafortunadas que soportamos a diario, producto de la desidia, la escasa educación y esa falta de civismo que perjudica a sectores de la colectividad. Muchos piensan o señalan a los centros escolares. Otros, por el contrario, destacan la responsabilidad que tienen las familias en estos degradados e infortunados hábitos. Resulta obvio que los padres son los primeros que han de ejercer esa necesaria e insoslayable acción formativa sobre sus hijos. Pero, a poco que profundicemos en esta casuística, también los tutores familiares deberían cuidar y modificar esos ejemplos inadecuados que ofrecen a los más jóvenes de la casa. “Escuela” para los hijos, por supuesto. Pero habría que añadir también conciencia, responsabilidad y “escuela” para muchos padres.-

José L. Casado Toro (viernes, 25de Noviembre 2016)
Antiguo profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

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