En
esta acelerada carrera sin límites, que los humanos seguimos manteniendo en el
contexto y prestaciones de la globalización digital, resulta cada vez más
infrecuente recibir cartas bajo el formato tradicional del correo ordinario,
salvo la correspondencia de naturaleza bancaria o estrictamente comercial.
Sin
embargo, en dos domicilios de la geografía peninsular hispana, ubicados respectivamente
en Zaragoza y Granada, se recibieron, con una diferencia de veinticuatro horas,
sendas cartas de contenido especialmente enigmático. Ambas misivas, prácticamente
iguales en su redacción, iban dirigidas a dos chicas jóvenes llamadas Alma (27 años) y Alba
(24 años) conteniendo datos y localización correcta para sus respectivos destinos.
La extrañeza, que esta correspondencia produjo en las dos mujeres, quedó de
manifiesto al comprobar que los remites procedían de un despacho notarial con
sede en Madrid.
Tanto
Alma como Alba son hijas únicas de madres solteras. Ninguna de las dos chicas
han tenido, a lo largo de sus años de vida, noticia alguna acerca de quiénes
fueron sus progenitores. En esas dos cortas familias, el importante asunto de
la paternidad ha sido siempre un tema tabú, cerrado y oculto, ya que sus madres
así lo decidieron cuando, con admirable valentía y responsabilidad, decidieron
traerlas al mundo. Fueron criadas y educadas con el esfuerzo continuo de estas
abnegadas mujeres que, en más de una ocasión, sufrieron etapas y fases de
difícil necesidad material. En la actualidad, siguen conviviendo con las
personas más importantes de su genealogías, en dos contextos obviamente
diferentes, tanto por la distancia física como por las características propias
de las dos pequeñas familias.
Alma es auxiliar de enfermería, trabajando con
contratos temporales (a veces de algunos días o semanas de duración) en un
complejo hospitalario de titularidad privada. Por lo que respecta a Alba, hace dos años finalizó su grado en periodismo,
realizando actualmente prácticas en el principal y tradicional órgano de prensa
de la capital granadina. Aunque lo han intentado en distintas ocasiones, a lo
largo de sus aún cortas existencias, ninguna de las dos jóvenes han conseguido que
sus madres accedan a desvelarles las historias de sus complicadas relaciones afectivas,
cuyos posteriores embarazos dieron
origen a dos hermosas, inteligentes y vitales personas.
¿Y
qué decía el contenido de esas misteriosas cartas,
con remite notarial? Básicamente, estaba redactada en los siguientes términos:
“Estimada Srta. Alma/Alba. Entiendo que el recibo de este
escrito provocará su extrañeza. Pero le aseguro que, tras el mismo, no hay nada
perjudicial o negativo para su vida. Todo lo contrario. Por esto mismo he
querido que vaya avalada por el registro de un importante despacho notarial.
Siempre que su disponibilidad así lo permita, se le cita para un encuentro con
otra joven casi de su misma edad. Será en la cafetería del Hotel Nevada,
ubicado en la Gran Vía madrileña, a las cinco de la tarde, para el último
viernes de este mes, 29 de enero (faltan aún tres semanas para la citada reunión).
Esa encuentro será muy importante para ambas, pues podrán, a través de la
misma, conocer una decisiva y necesaria información acerca del origen de sus respectivas
vidas. Me consta que desde siempre se habrá hecho preguntas acerca de este
trascendental interrogante. Le adjunto los billetes del tren AVE, ida y vuelta,
junto a dos noches de estancia en dicho hotel, en régimen de pensión completa,
por si considera necesaria su utilización. Le reitero que el fundamento de este
encuentro será muy positivo para el resto de su existencia. En caso de que la
fecha propuesta le resulte imposible para el desplazamiento, le ruego comunique
a la dirección notarial la preferencia de su disponibilidad. Atte. Mario”.
Las
dos jóvenes destinatarias leyeron, una y otra, vez la peculiar comunicación que
habían recibido. Lógicamente dedujeron que, de alguna manera, tendría relación
con la raíz personal de sus vidas. Podrían encontrar respuestas a esas
preguntas que tantas veces se habían planteado y a las que sus respectivas
madres evitaban dar aclaración alguna. Todo ello suponía una sugerente
posibilidad, no exenta de intriga que, por su juventud y valentía, ambas decidieron
afrontar. Eso sí, ni Alma ni Alba comentaron nada del asunto con sus respectivas
madres. En ese momento, Alma se encontraba en uno de esos intervalos laborales,
tan propios en los intereses de las empresas privadas. En cuanto a Alma,
justificó su próximo viaje a Madrid, bajo el pretexto de acompañar a una íntima
amiga, que tenía que asistir a un bautizo de un familiar cercano. Aun con los
inevitables recelos y dudas, propios del caso, las dos chicas se dispusieron,
desde Granada y Zaragoza, a emprender la búsqueda de esa luz necesaria para
entender sus nebulosos orígenes. La verdad era que todo este asunto estaba teñido
de misterio y bajo un prisma de thriller
cinematográfico indudable.
Pero
la voluntad y valentía juvenil sabe superar las precauciones y riesgos de una
enigmática cita, en la que podrías hallar sorpresas de muy diverso signo y sin
la garantía de que todas ellas fueran favorables. Viajaron muy de mañana desde
sus ciudades de origen a la estación de Atocha
madrileña, ese día 29 de enero. Al acceder a la recepción del Hotel Nevada, con una diferencia horaria no muy
amplia, encontraron perfectamente organizadas sus reservas para dos noches.
Hasta la hora del almuerzo dieron una vuelta por la zona de tiendas, teatros y
cines de esa gran artería viaria que centraliza el núcleo antiguo de la capital
madrileña. Una y otra tenían en mente esa hora de las
cinco de la tarde cuando, en la coqueta cafetería del hotel, comenzaría
a desvelarse todo este juego de suposiciones que el destino les tenia preparado.
Dado que habían madrugado bastante, a fin de tomar el tren, descansaron unos
minutos tras la comida, aunque los nervios subsiguientes impidieron que
pudieran conciliar ese sueño reparador.
Unos
minutos antes de las cinco, Alma y Alba bajaron hacia la
cafetería. En aquel momento sólo divisaron a una madre que con sus dos
hijos pequeños estaban disfrutando la merienda. Junto a una ventana, que se
asomaba hacia la Gran vía, un hombre mayor estaba dando buena cuenta de una
copa de licor. Ambas chicas se miraron en la distancia, pero se sentaron en
mesas diferentes. Pronto un camarero atendió sus peticiones, con un café sólo y
una taza de té, respectivamente. Pasaban los minutos y nadie aparecía por ese
local que, aun con algunos arreglos, no podía ocultar su antigüedad
constructiva, así como la edificación de todo el hotel en general.
Y a
eso de las cinco y diez minutos, vieron entrar en la sala a uno de los
recepcionistas, que rápidamente fijó su mirada en las dos señoritas. Las llamó
por sus nombres y les rogó que ocuparan una de las mesas vacías. Cuando así lo
hicieron, llevándose sus consumiciones a una zona también cerca de uno de los
ventanales, el empleado les indicó que tenía que entregarles una carta, a ellas dirigidas, por orden del director
del hotel. Alma parecía más serena, pero Alba se la veía un tanto inquieta y
nerviosa. Las dos eran conscientes de que el motivo que sin duda las vinculaba
estaba escrito dentro de ese sobre de tonalidad celeste, con sus nombres grabados
en grandes letras manuscritas. Había sido entregado en mano, pues carecía de
franqueo. En el remite, aparecía el sello del despacho notarial que ya
conocían.
“Tu debes ser Alba (dijo Alma sonriendo a su compañera de
mesa). Debes tranquilizarte, aunque comprendo que la situación es un tanto
inquietante. Vamos ver el contenido de este juego misterioso, en el que ambas
hemos sido implicadas. Abramos el sobre que se nos dirige y salgamos de dudas”.
“Queridas Alma y Alba. Mi nombre es Mario. Comprendo que
todo este proceso, en el que estáis implicadas, os parecerá sumamente extraño.
Pero si completáis la lectura de las siguientes líneas, vais a conocer una
información que puede resultar muy importante para el resto de vuestras jóvenes
vidas.
Quiero deciros, con franqueza, que ambas sois hermanas,
del mismo padre. No es fácil resumiros la historia de mi convulsa existencia.
Tuve un matrimonio equivocado y desgraciado, pero que ella y yo mantuvimos de
cara a la galería, dada mi importante situación sociopolítica y económica. El
muy importante patrimonio familiar procedía de la que era mi esposa legal. En
el aspecto afectivo, yo hacía mi vida y tenía mis numerosas “aventuras” casi
siempre ubicadas en ese hotel en el que vais a residir durante este fin de
semana. Y, a pesar de todas mis precauciones, dos de mis amigas quedaron
embarazadas. Sacar a la luz esta doble vida hubiera resultado un escándalo de
magnitudes insospechadas. Con dinero, el
silencio estaba asegurado pero, cuando llegaron los dos embarazos, la situación
se complicó en demasía. Vuestras madres, con valentía y sensatez, decidieron
seguir con su estado y alcanzar la maternidad. Curiosamente, una y otra mujer me
aseguraron que asumirían sus papeles de madres solteras y que nunca revelarían el
nombre del padre de sus hijas. Tal vez penséis que esta decisión se debió a
alguna presión o compensación económica. Sólo me exigieron prometer, a cambio
de su silencio, que nunca hiciera por veros o por establecer contacto con
vosotras. Es asombroso y admirable cómo estas dos personas, una en Zaragoza y
la otra en Granada, han sabido mantener su compromiso.
¿Y por qué, ahora, incumplo aquella mi parte del acuerdo?
Por varias y decisivas razones. Deseo que, siendo las dos hijas únicas, os
conozcáis. Que sembréis un fructífero parentesco afectivo. Vuestras madres, por
las razones que fuesen, no llegaron al matrimonio con algún hombre que hubiera
sido vuestro padre no genético. Ambas podréis decir, desde ahora, “tengo una
hermana”. Ya os habéis conocido. En vuestras manos está el que profundicéis en
la amistad y ayuda fraterna. Y existe
otra importante razón para esta revelación que os hago. En el momento en que
leáis este escrito, yo estaré ya muy lejos. En ese país de las estrellas y el
azul del mar donde los creyentes aseguran que existe el amor, la justicia y la
paz.
El despacho notarial que ha llevado a efecto estos mis
postreros deseos, tiene en su poder los avales correspondientes para que ambas
recibáis, legalmente, una parte de mi herencia, con la que deseo sustentéis un
futuro más estable y feliz. Aunque pienso que vuestro honesto trabajo de cada
día debe ser el principal y mejor patrimonio para ese siempre difícil futuro en
las personas jóvenes, especialmente en estos tiempos condicionados por la
dificultad. Tengo constancia (hoy día, casi todo se puede saber) que sois dos
espléndidas mujeres, físicamente muy agraciadas, voluntariosas con vuestro
trabajo y estudio y con un corazón muy limpio y generoso. Y, por supuesto, sois
mi única descendencia, tanto en la sangre como en lo más profundo de mi ser.
Que Dios os bendiga. Mis besos y todo el cariño de
vuestro… padre. Mario”.
Aquel
sorprendente fin de semana, dos personas, muy cercanas en el origen de sus
vidas, iniciaron un camino de mutuo conocimiento. Consiguieron recuperar ese
vínculo parental que el destino, junto a las voluntades de sus progenitores,
les había ido negado hasta esa inolvidable tarde de enero. Tras casi tres
décadas de preguntas y silencios, Alma y Alba supieron de ese padre que, antes
del largo y definitivo viaje, decidió reparar el misterio de sus respectivos
orígenes. Una y otra tendrían, durante las próximas meses, largas conversaciones explicativas con
sus respectivas madres, que pondrían luz y racionalidad en los capítulos
oscuros de sus biografías.
En
una fría mañana de domingo, con escaso trasiego viajero en la estación
ferroviaria de Atocha, las dos jóvenes se despidieron con cálidos besos y esas
palabras fraternales de “Seguiremos en contacto.
Cuídate mucho, hermana”. Los trenes AVE que las transportaban partieron,
con una diferencia de veinte minutos, camino de sus destinos en tierras de
Aragón y Andalucía. En ambos convoyes, Alma y Alba compartían el valor afectivo
y entrañable de la esperanza.-
José
L. Casado Toro (viernes, 5 Febrero 2016)
Antiguo
profesor I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga
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