viernes, 19 de febrero de 2016

UNA IMAGEN QUE SIGUE LATIENDO EN LA MEMORIA, DURANTE AQUEL VIAJE DE TREN.

Hay muchas personas que no se caracterizan por haber sido educadas en el conocimiento y destreza de la técnica musical. Ello no impide que, entre sus principales aficiones y actividades, elija la asistencia a conciertos y a otros espectáculos de sonidos, donde esa cualificada modalidad artística tenga un cierto protagonismo. Este era el caso de Emiliano Giráldez, un honrado trabajador de la relojería, actividad que aprendió en el taller propiedad de su padre y cuyo negocio heredó tras la jubilación del que siempre fue un excelente profesional y un admirable maestro.

Además de ser un gran seguidor de la cinematografía, Emiliano disfruta con los conciertos programados por la Orquesta Filarmónica de su ciudad natal. Cuando asiste al Teatro Municipal, donde tienen lugar la celebración de esos gratos espectáculos de música clásica, elige una butaca cercana al escenario. Esta proximidad física obedece, no sólo al deseo de gozar con más intensidad de los sonidos emitidos por los instrumentos orquestales, sino también a su tradicional capacidad para analizar los detalles más nimios en el trabajo y en la expresión de los respectivos profesores que conforman el grupo orquestal. Esa facultad para la observación, puede ser debida al ejercicio diario que lleva a cabo ante su mesa de trabajo, cuando se esfuerza diestramente en reparar los frágiles y exactos  mecanismos que ponen en juego las numerosas pequeñas piezas que integran cualquier máquina de relojería.

Cierto día leyó en la prensa diaria, con estupor y sorpresa, que uno de los componentes de la Orquesta Filarmónica de su preferencia había sufrido un terrible accidente, cuando estaba realizando una práctica deportiva. A consecuencia de esta trágica desgracia, esa profesora de música había perdido la vida. Se trataba de una chica joven que, en la armonía grupal, tocaba el instrumento del clarinete. Recordaba perfectamente a la vital concertista, que siempre solía ocupar el mismo lugar en la estructura posicional del escenario. La triste noticia tuvo un gran eco mediático en la prensa local, donde también fueron publicadas unas fotos de la persona fallecida. Incluso uno de los primeros conciertos, tras el verano, fue dedicado a la memoria de aquella joven clarinetista que tantas veces había colaborado con el resto de  compañero en difundir y compartir las excelentes notas musicales de los grandes compositores de nuestra historia. 
  
Pasaron unos tres años ya, desde aquellos emocionantes hechos. Por aquel entonces, Emiliano disfrutaba unos días de vacaciones, junto a su mujer e hija adolescente, en las tierras mágicas del noroeste gallego. Una mañana de agosto, la familia decidió hacer una excusión desde Santiago de Compostela, lugar donde habían elegido para su acomodo, hasta la zona fronteriza con Portugal. Pensaban visitar algunos de los pueblos limítrofes con el vecino país, e incluso entrar en el norte de Lusitania. Para ese lúdico y turístico paseo, utilizaron el tren como medio básico de transporte.  

En un instante del trayecto, apareció por el vagón diez (donde ellos estaban acomodados) la revisora, la cual venía a comprobar los tickets de los viajeros. De una forma un tanto mecánica, Emiliano le entregó los tres billetes que, en unos escasos segundos fueron debidamente taladrados. La funcionaria de Renfe dio las gracias a Emiliano que, ahora sí, se quedó observando a su interlocutora. Algo había, en aquel fino rostro, que le trasladaba a otra época de su memoria. Sara dormitaba y Esther manejaba su iPad. Pero el observador relojero no paraba de darle vueltas a su memoria, pues algo le decía que conocía el rostro de esa mujer, vestida ahora con el uniforme de la compañía que monopoliza el transporte ferroviario en España. Al fin, tras mucho pensarlo, se levantó de su asiento y fue pasando de un vagón a otro, en su intento de localizar a la mujer de uniforme, encargada o jefa de este viaje en tren.

A los pocos minutos localizó a la persona buscada, la cual estaba consultando unos folios en una pequeña cabina dedicada al efecto para el trabajo del responsable ferroviario.

“Discúlpeme, Srta. Soy un viajero del vagón diez. Por mi profesión de relojero, he sido desde siempre una persona extremadamente observadora, fijándome en los más nimios detalles que para otros suelen pasar desapercibidos. Es el caso que, cuando Vd. ha pasado por los asientos que mi mujer e hija estamos ocupando, he querido recordar, tanto en su figura corporal como en algunos rasgos de su rostro, a una persona que en otros tiempos conocí, en la ciudad andaluza donde tenemos nuestra residencia. Dicha localización en mi memoria no tendría la menor importancia, si no fuera porque esa persona a la que recuerdo, de manera muy definida, desgraciadamente ya no se encuentra entre nosotros. Falleció en un accidente deportivo. Comprendo que le asombrará este comentario que le estoy haciendo pero, aún pecando de impertinente, me he atrevido a trasmitírselo”.  

La jefa de tren se mostró muy sorprendida ante la las palabras que estaba recibiendo del curioso pasajero. Aunque durante unos breves segundos, la crispación nerviosa recorrió todo su cuerpo, reflejándose en el cambio de color que fluyó en la piel de su rostro, de inmediato supo reaccionar, controlando con maestría la insólita situación que, junto al peculiar viajero, estaban protagonizando. Forzó una sonrisa amable, respondiendo de inmediato a su interlocutor.

“No, no se preocupe. Estas cosas nos suelen ocurrir, a unos más que a otros, por supuesto. Creemos reconocer a determinadas personas a las que nunca, probablemente, hemos tenido delante. Y es que nuestra memoria a veces nos gasta algunas bromas o travesuras, que no tienen fácil explicación. Desde luego por su minucioso trabajo, en el que me dice trabaja, tiene que tener Vd. más que desarrollada la capacidad para la observación de los más nimios detalles. Pero debo indicarle que, aparte algún viaje vacacional, no tengo vinculación alguna con esas maravillosas tierras del sur peninsular. Seguro que me está confundiendo con otra persona. Pienso que no será la primera vez que esto le ha ocurrido y, probablemente, le volverá a suceder”.

Emiliano agradeció a la jefa de tren la comprensión que le mostraba, disculpándose una vez más por su atrevido comportamiento. Volvió pensativo a ocupar su asiento en el vagón diez. Sara ya no dormitaba y se mostraba intranquila ante la tardanza de su marido “Pensaba que habías ido a tomar algo en el servicio de bar, hecho que me extrañaba pues esta mañana hemos desayunado muy bien en el buffet del hotel”. El trayecto que les quedaba por recorrer hasta el destino elegido, cerca de la frontera portuguesa, era ya reducido. Pronto bajaron del convoy. Disponían aún de un par de horas, ante de tomar un nuevo tren con el que entrarían en las tierras vecinas de Portugal. Ese espacio de tiempo les iba a permitir hacer un grato recorrido por una preciosa localidad, situada en el sur de Pontevedra.

Tras esas reconfortantes vacaciones, la familia Giráldez volvió a sus raíces geográficas en tierras de Andalucía. Emiliano continuó dándole vueltas, por algún tiempo, a la mirada, caracteres faciales y contextura corporal de aquella mujer que, en unos vagones de ADIF Alvia, le habían recordado a otra joven mujer que, unos tres años antes, aún formaba parte de la Orquesta Filarmónica Provincial. Este sagaz relojero, habituado a trabajar con piezas casi microscópicas en su taller familiar, mantenía grabados en su subconsciente una serie de elementos que le recordaban, de manera indudable, a esa clarinetista que un aciago día había perdido la vida practicando un deporte de riesgo. Pero se repetía, una y otra vez:

“La naturaleza humana tiene sus criterios, que se nos hacen muy complicados de comprender a los seres humanos. Hay parecidos asombrosos entre las personas y eso nos explica que las leyes de la genética condicione el nacimiento de hombres y mujeres, cuyos físicos se diría han sido elaborados utilizando las mismas o muy similares plantillas o troqueles para la vida. Lo que me ha ocurrido en este reciente viaje ha sido, he de asumirlo, una curiosa coincidencia. Pero … ¡vaya parecido entre las dos mujeres!”.

Emiliano nunca llegaría a conocer la tensa conversación que, aquella misma noche de agosto, estuvieron manteniendo la jefa del tren Avant y su pareja, en la casa donde conviven.

“A pesar de lo que me has contado, sinceramente no creo que tengas motivos para sentirte y mostrarte tan preocupada. Cumpliste admirablemente con tu obligación cívica declarando, como testigo protegido, contra aquel peligroso jefe mafioso, hace ya más de tres años. La policía se comprometió a borrar de la sociedad todo lo referente a tu antigua identidad, desde el momento procesal en que el criminal y peligroso delincuente prometió acabar con tu vida. Muy escasas personas conocen esos cambios realizados en tu físico, en la identidad jurídica que ahora ostentas y en tu nueva forma de vida. Ahora mismo sólo tu madre y yo conocemos esa decisión, que tuviste que asumir, tan difícil y sacrificada, a fin de evitar que tu vida corriera peligro. Las redes mafiosas son muy poderosas, pero contigo la policía realizó un excepcional trabajo.

Hoy formamos una feliz familia, tienes un buen trabajo y el hecho puntual que te ha sucedido esta mañana debes, con inteligencia, olvidarlo. Ese relojero, del que me hablas, debe ser una de esas escasas personas, a las que la naturaleza les ha dotado con el don de poseer una excepcional memoria fotográfica. Pero esta situación que ha vivido contigo, no va a ser la primera ni la última que va a protagonizar en su vida. Debe ser un tipo raro, sin duda, pero ahora debemos olvidarnos de él”.

Aún así, y durante las próximas semanas, esta mujer vivió con la inquietud propia de volver a encontrarse con Emiliano u otra persona que, como él, se hallara dotada de capacidades poco frecuentes en la mayoría de la ciudadanía. Sin embargo, el paso del tiempo hace posible ir restañando las heridas, a fin de recuperar esas cotas de sosiego y de esperanza que deben presidir nuestro caminar por la vida.-

José L. Casado Toro (viernes, 19 Febrero 2016)
Antiguo profesor I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga



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