Nuestro,
cada vez más frecuente, acelerado caminar por los senderos densificados del
tiempo, dificulta la percepción de su estimulante y generosa realidad. Sin
embargo, el fragor de su presencia, sensible, silencioso y vitalizador, nos
ayuda y alienta en ese construir y dibujar los trazos escénicos que conforman el
lienzo de nuestra existencia.
En
el día a día, durante esos minutos que sustentan las horas, tenemos muy cerca
de nosotros el soporte benefactor de muchos ángeles, más o menos anónimos, que generan
en nosotros esa sonrisa amable, esa placidez en nuestra conciencia, que hace
más grato y humanizado el siempre complicado oficio de vivir. Y todo ello al
margen de creencias, vínculos religiosos o alistamientos en fanatismos sectarios.
Cabe preguntarse ¿quiénes son esos ángeles de la
proximidad que, sin alas explícitas en su dibujo corporal, poseen esa valiosa
capacidad benefactora para hacer más amable la justificación y disfrute de todos
esos amaneceres y atardeceres, que alimentan y enriquecen nuestra memoria?
Ocupando
un privilegiado lugar, podemos hallarlos en el inmenso reino de la naturaleza. Ya sea en la aventura del mar o en la
pasión que sustenta la montaña. Notamos
en nuestro rostro la brisa salina de un mar embravecido o en calma, caminamos
por esa arena dinamizadora para nuestra piel, sentimos y jugamos con el ritmo
monocorde del oleaje o escuchamos la acústica, plena de magia y encanto, que
produce la vibración de las ramas y sus hojas, cimbreándose ante la fuerza siempre
variable del viento. Nos podemos recrear en el color, forma y aroma que la
flores regalan a la percepción de nuestro goce. También sentimos, en su valor,
la trascendente comunicación que establecemos con las palabras escritas en cada
libro, con las historias proyectadas en la
pantallas del cine, en la escenificación que
hacen los actores ante nosotros desarrollando el espectáculo
teatral y, también, con la música sublime que llega a nuestros oídos, construida
desde los instrumentos que conforman la dimensión colectiva orquestal. De igual
forma, no debemos olvidar el esfuerzo solidario que realizan los programas radiofónicos, para socializar y divulgar la
información, el comentario, la cultura y la distracción a cualquier hora de las
que conforman el día y en toda circunstancia o lugar.
A
poco que apliquemos agudeza a nuestra observación, hallaremos también no pocos
ángeles revestidos con la humanidad de su ropaje, a pesar de que los doctos en
la materia aseguran que la dimensión angelical supone sólo la transparencia
espiritual. ¿Dónde podemos sentir la realidad de estos
ángeles humanos? No es complicada su localización. En nuestro entorno
existen gestos, palabras, sonrisas, actitudes, sacrificios, bondades, luces,
presencias ….. cuyo protagonismo está influenciado por esa virtud angelical que
tanto necesitamos y agradecemos. Pasemos revista a nuestro perímetro
relacional. Con atención y prudencia, no pueden pasarnos inadvertidas esas
respuestas e imágenes que, incluso a los no creyentes, les hacen creer, en
momentos puntuales para la dureza, acerca de la
existencia de ángeles, necesarios y providenciales, insertos en la proximidad.
Son
abundantes las historias que avalan lo expuesto en estas líneas
introductorias. Acerquémonos a una cualquiera de todas estas vidas que laten,
con desigual acústica, en el espacio que pisamos, sentimos, aceptamos y queremos.
Laima es una de tantas jóvenes que, tras conseguir su
grado universitario en Filología Románica, esperan pacientemente la
convocatoria de oposiciones docentes. Desde sus años escolares en Primaria, mostró
capacidad y afición hacia el hábito de la lectura practicando, al tiempo, su
cuidadosa destreza para escribir textos, poemas e incluso ese gran proyecto de
construir un gran relato que sustentara la elaboración de una primera novela.
Hija única del matrimonio formado por Néstor y Dania,
tras su exitosa etapa escolar en Secundaria, eligió una “carrera de Letras,
aceptando la difícil salida profesional, en estos tiempos, para este tipo de
estudios.
Mientras
que llegan esas anheladas oposiciones para la docencia, sabe ayudar a su madre
en las tareas de la casa, reservando el tiempo necesario para la lectura, la
expresión escrita y el estudio de un abrupto temario que le pueda abrir las
puertas del funcionariado escolar. Hasta el momento presente, las decenas y
decenas de solicitudes y entrevistas laborales, sólo le han dado la opción de
trabajos muy limitados en el tiempo (especialmente durante la época de rebajas)
y con unas compensaciones económicas verdaderamente precarias. La dedicación autónoma
de fontanería, que desarrolla su padre, apenas mantiene las necesidades más
básicas de una familia modesta que acepta su situación sin mayores pretensiones
o afanes. La chica hizo sus estudios universitarios con la ayuda de una beca concedida
por una corporación bancaria, logro que supo mantener, curso tras curso,
aplicando esfuerzo y capacidad, con la justa valoración de excelentes
resultados académicos.
La
proximidad de su domicilio a una zona playera, situada en el muy atrayente
espacio axárquico de Nerja/Maro, permite a Laima acudir con bastante frecuencia
a caminar por la arena, jugueteando con
esas olas traviesas que rompen cíclicamente en la orilla. Especialmente le agrada desplazarse a la playa durante los fines de semana,
cuando tiene un poco más de tiempo libre. Y en este sábado, al igual que el
anterior, le ha resultado extraña la presencia de una mujer cercana al medio
siglo de vida que pasa minutos y minutos, sentada en una de las rocas, sin
dejar de mirar al horizonte marino. Esta señora viste de una forma deportiva,
con un chándal beige, cubriendo la cabeza con una gorrilla que la protege en
las horas intensas del sol. Debe también residir cerca de este lugar, pues no
lleva consigo salvo un pequeño bolsito de hilo, colgado en su cuello.
Posiblemente ahí es donde guarda las llaves de su domicilio. Y lo más
significativo y extraño es que, durante ese largo rato de exposición y
observación frente al mar, Laima cree ver que esta
mujer mueve de manera continua sus labios. Parece que está hablando sola
o a ese alguien que sólo tiene en la imaginación de su proximidad. Lamia incluso
ha llegado a pensar si esa señora pudiera estar sufriendo algún tipo de
desequilibrio psíquico.
La
repetición de la misma escena, un sábado tras otro (igual esta mujer hace lo
mismo durante los demás días de la semana ….) incita a Lamia a intentar conocer
mejor la historia que subyace detrás de ese extraño y curioso comportamiento.
“Discúlpeme señora. En distintos momentos la he visto
aquí sentada en la roca, pasando largos ratos sin apenas moverse. Pienso que
incluso horas. La he visto mover sus labios, como si estuviera hablando o
comunicando con alguien. Me agradan muchos los relatos e incluso siento pasión
por la escritura, dada mi formación en Letras. Esa afición hace que sea muy
observadora, a fin de poder, posteriormente, trabajar imaginativamente sobre
esas imágenes y vivencias que he ido integrando en la memoria. En realidad. lo
que lo que me preocupa es que esté sufriendo algún problema. Si cree que la
puedo ayudar……”
Estrella es el nombre de la mujer en la playa.
Observa a su interlocutora con cierta extrañeza, ante la espontánea
manifestación de la chica. Tras unos segundos de incertidumbre, le pide que se
siente junto a ella.
“Si, yo también me he dado cuenta de que me observabas.
Sueles venir, a este tranquila playa, los sábados. Yo lo hago casi todos los
días, salvo cuando el tiempo es demasiado frío o desapacible. Tienes razón. Yo
hablo todos los días con mi hija. Y sé que ella me escucha. Estoy segura que le
llegan mis palabras. Y le pido que vuelva. Que conmigo va a estar bien. Yo la
necesito en cada momento de mi vida. Sufro mucho su ausencia. Es muy duro ver
amanecer y que mi hija no está en su habitación. Esta soledad se me hace
difícil, terrible de soportar. Es una larga historia, que no sé si te interesará
conocer. Te puedo contar algunos detalles, para que no me tomes por loca o
desequilibrada”.
La
explicación de la, un tanto prematuramente envejecida, mujer no tarda en fluir
desde sus labios, ante la expectante y respetuosa mirada de su joven
interlocutora. Parece evidente que siente una importante necesidad para
comunicar.
“Historias parecidas a la mía es probable que las hayas
escuchado en más de una ocasión. Siendo muy joven (ahora tengo sólo cuarenta y ocho,
aunque aparento muchos más) me enamoré, con el ímpetu de la inmadurez, de un
hombre casado y con hijos. Fueron meses de pasión y entrega, de los que nació
mi única hija, a la que llamé Iris, por esos ojos celestes tan lindos que poseía, al igual
que los de su padre. Este hombre, de economía muy acomodada (poseía importantes
centros de hostelería) no quiso reconocer su paternidad aunque, eso sí, me
compró la casita mata que ves allí arriba, esa con los dos árboles a la
izquierda, para que criara a la niña, pasándome todos los meses una modesta
pero, en mi caso, suficiente cantidad económica para nuestra manutención. Él volvió con su familia legal y hace unos
años pude conocer que había fallecido. Sin embargo esa pensión nunca ha dejado
de llegarme.
Iris estuvo junto a mi hasta los veinte años cumplidos.
Pero una mañana salió de casa y ya nunca más volvió. Desde hacía tiempo, yo
sabía que se reunía con malas compañías pero, a pesar de mis consejos, ella mostró
siempre un carácter muy independiente. Ahora ya ha cumplido los veintisiete.
Sólo un poco mayor que tú ¿verdad? Es un agobiante sufrimiento, al paso de los
años, no saber dónde y con quien estará. Y tampoco saber por qué se alejó de
mi, de la noche a la mañana, sin la menor explicación o justificación. ¿Se encontrará bien? ¿Estará junto a buenas
personas? ¿O estará sufriendo toda esa miseria que por ahí también abunda?
Tras
unos segundos de respiro, por el largo monólogo que mantenía, esta solitaria y
extraña mujer continuó con su explicación, ante la atención ensimismada de
Lamia.
“Sí, yo le hablo. Y sé que el mar le transmite mis
palabras. Le doy buenos consejos, y le pido, día tras día, que no me olvide.
Que la vida en soledad es muy ingrata y difícil. Yo le hablo, y pienso que ella
me escucha. Ella tiene que recibir mis palabras, estoy segura de que así sucede. Tu eres muy
joven y se te hará difícil comprenderme. Pero la ausencia de Iris cada mañana,
cada minuto del día, se me hace duramente insoportable …….”
Han pasado ya algunas estaciones del calendario. Pero, en
cada una de las semanas, Lamia ha sabido encontrar el hueco generoso para
visitar el domicilio de Estrella. En ocasiones ha ido más de una vez, durante
esos cortos períodos de los siete días. Compartiendo, con una madre solitaria y
necesitada, ese ratito de conversación, merienda e incluso el paseo por la
playa o el desplazamiento al súper. También ella ha encontrado el dulce beneficio
de la amistad, con la útil experiencia que conlleva la edad de su amiga. Nunca
ha pretendido suplantar a Iris, por supuesto, pero se ha esforzado en teñir,
con el manto del afecto, ese lienzo angustiado de una madre que se enfrentó a
la crudeza de un destino en soledad. Ahora la ausencia de una hija genética es
más llevadera, pues encuentra cariño, afecto y compañía en esta chica que le
recuerda a Iris. La sonrisa vuelve a florecer en el mar infinito de su imaginación
y el deseo.-
José L. Casado Toro (viernes, 12 junio
2015)
Profesor
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