Inmerso
en la vorágine plástica del bullicio callejero, Esteban
paseaba aquella tarde de sábado por entre los puestecillos instalados a lo
largo del Parque norte, todos ellos bien abastecidos de productos artesanales
para regalos. Ana, su mujer, iba a salir con
una de sus hijas, Marian, pues tenía que cambiar un par de prendas de ropa que
había comprado en las rebajas, este año adelantadas al primer día laborable de
Enero. El matrimonio había acordado con sus dos hijas que, a partir ya de estas
fiestas, los regalos se harían sólo para los cuatro nietos,
pues los mayores gozaban casi de todo y resultaba aburrido y cansino el buscar
y buscar ese detalle que, después, tantas veces defraudaba. La operación de
cambiarlo de talla, o por un artículo diferente, era un repetitiva acción que
este año querían evitar. Eso sí, cuando realizaran algún viaje de vacaciones, no
olvidarían ese simpático recuerdo para
regalar a sus hijas y yernos.
Sin
embargo Esteban conocía que Ana terminaría por comprarle alguna cosa, pues ella
mantenía con fuerza la tradición de la mañana de Reyes, reviviendo esa ilusión
de la infancia junto al árbol o el belén. Como aún faltaban tres días para esa
lúdica fecha de la sorpresa y, conociendo el comportamiento travieso de su
mujer, se “echó a la calle”. Estaba dispuesto a
encontrar algo novedoso con el que quedar bien ante su imaginativa cónyuge.
Mientras se distraía observando los expositores de esas diminutas tiendecitas,
abarrotadas de mercancías, ofreciendo un primoroso espectáculo de color,
imaginación y buen gusto, iba repasando mentalmente ese listado de regalos
tradicionales a los que siempre se puede recurrir. La joyería, el ramo de
flores bien elegidas, el abrigo elegante, un perfume de marca, los últimos best
sellers en librería o discografía….. en eso estaba cuando fija su mirada en una
de las tiendecitas adosadas, de la que provenía un embriagador olor.
Se
acerca y comprueba que el aroma proviene de una barrita olorosa que se está
quemando en un dispositivo preparado al efecto. El comerciante, de nacionalidad
extranjera (apariencia asiática, tal vez de la India) ha unido dos locales, con
lo que el espacio disponible gana o duplica unos metros importantes, para la mejor
oferta de su heterogénea y multicolor mercancía. Se
distrae observando la variedad ofertada de los expositores, en forma de diversos
productos de piel, bisutería de calidad y buen diseño, pequeños juegos, para el
deleite de adultos y menores, vistosos pañuelos y chales de seda, cajitas de
sustancias aromáticas para quemar en unos artísticos dispositivos….. El
comerciante y su mujer esperan las previsibles preguntas (generalmente, los
precios de los regalos) de los posibles clientes, muy numerosos a esa hora
tardía del cielo ya oscurecido.
“Hola, estoy mirando las cantidad de buenos regalos que
tienen a la venta ¡Está todo tan bien dispuesto y organizado ….. es una
delicia! De todas formas, se me ocurre preguntarle si disponen de algún producto
especial, que sea muy original. Sería para regalar mi mujer el día de Reyes. En
las casas tenemos casi de todo, ya casi nada nos asombra. Seguro que tienen algo
diferente de lo que ya conocemos, de forma que pudiera hacer las delicias de
una persona a quien mucho gustan las sorpresas….”
Amed (al final de la compra, conocí su nombre) es de
nacionalidad turca, aunque efectivamente ha vivido muchos años en una ciudad al
sur de la India. Mi suposición (por la naturaleza de la mercancía) era cierta. Me
comenta que desde hace unos dos años se ha instalado con su mujer Aysel en Benalmádena pueblo, en un viejo
caserío donde almacena esas mercancías que, posteriormente, vende por los
mercadillos y ferias de artesanía. En el
bajo de su casa tiene montada un pequeño taller, donde ofrece pequeños cursos
para trabajar artísticamente la piel, la madera y los metales. El y su mujer
suman ya muchos años en la vida, aunque se conservan muy bien y parecen mucho
más jóvenes de lo que son realmente. Se trata de personas afables, de buen
trato y que, aun con dificultad, se les entiende su español, lengua que, día
tras día, tratan de mejorar. Cuando se sienten confiados ante una persona,
gustan intercambiar las palabras con generosidad.
Tras
escuchar mi necesidad, veo que se inclina y rebusca un tosco saco lleno de
objetos. Al fin localiza una cajita de cartón, de la cual extrae una especie de joyero que parece una verdadera
preciosidad. Está construido en madera y recubierto de piel, trocitos de metal,
marfil y con otras incrustaciones metálicas. Al abrirlo suena una sugerente
melodía, a modo de cajita de música.
“Observe que en el interior de este cofrecito, hay
espejos sobre sus seis paños. Parecen normales, pero si fija la atención
comprobará que las imágenes que en ellos se reflejan se tornan intensamente
coloreadas. Lo más curioso es que esas tonalidades cromáticas pueden ir
cambiando en la evolución de las horas del día. También lo hacen, según el
estado anímico de la persona que se contempla en los espejos. Ya de por si el
cofre es valioso, por el arte decorativo
aplicado a su construcción y por la nobleza y calidad de sus materiales. Sin
embargo, lo más importante de esta cajita, que se llama THE ROAD TO HAPPINESS
(algo así como …. el camino para la felicidad) son estos tres sobrecitos
cerrados que reposan sobre el espejo basal. En cada uno de ellos hay una
sugerencia que, de seguirla, permite recorrer ese camino que sosiega el
espíritu y nos hace sentirnos más felices. Si Vd. regala este cofre a su
señora, dígale que abra cada uno de los sobres al inicio de las estaciones del
año. El primero, el azul, ahora que comienza el invierno. Al llegar la
primavera y el verano, deben abrirse los otros dos sobres, el verde y el de
color naranja. De seguir las indicaciones que contienen, ella será más feliz no
sólo durante el otoño sino para toda su vida. Pero no olvide indicarle que
habrá de cumplir fielmente esos mandatos que son
como la llave que permite alcanzar una vida mejor. Sin duda, es el mejor regalo que puede ofrecerle”.
Tras
abonar los treinta y cinco euros (en un principio, le pidieron cincuenta)
Esteban se marchó muy satisfecho con su compra, no sin antes agradecer a Amed y
Aysel, toda la información y el amable trato
que le habían deparado. Desde luego la originalidad del regalo era
manifiesta. No dudaba que Ana iba a quedar asombrada ante su gesto. Mientras,
el paseo norte del Parque malacitano continuaba completamente atestado de un
público variopinto. La proximidad de la Noche de Reyes
había impulsado a mucha gente a recorrer ese gran mercado navideño,
donde encontrar una ilusión para regalar en la mañana del seis. Unos jóvenes,
provisto de gorros rojos de Papa Nöel, entonaban canciones navideñas cuando desde
el cielo caía una fuerte humedad. Ese húmedo y frío ambiente hacía agradable el
uso abrigos, gorros y bufandas que protegían y reconfortaban del frío.
En la alegre mañana del seis, varios regalos esperaban
junto al árbol navideño. Los paquetes, envueltos en papeles de vistosos colores,
iban a hacer felices a los nietos de este matrimonio. Como era previsible,
Esteban tenía también su recuerdo de SS MM. Una estupenda mochila de piel,
color beige, que iba a sustituir a la muy gastada por el uso en sus senderismos
los fines de semana. También Ana iba a encontrarse con ese espectacular joyero
que los Magos de Oriente habían elegido para ella. Al ver los tres sobrecitos
en su interior, quedó un tanto extrañada.
“Me dijeron SS.MM. que tendrías que abrir cada de ellos
al comienzo de las estaciones del año, comenzando por la que hemos empezado, la
del invierno. Y, desde luego. poner en práctica lo que se te aconseje, a fin de
que tengas más felicidad. A pesar de la preciosidad de este cofrecito, lo más
importante es el contenido de esos sobres, que te van a ayudar a sentirte mejor.
Seguro que más feliz. Aunque no te lo creas, yo no conozco el contenido de lo que en ellos
está escrito….”
Ana
fue disciplinada en el cumplimiento de esa ruta que le marcaban los sobres
estacionales. En ese primer trimestre del año pudo recuperar
la amistad de tres personas alejadas en el afecto para su vida. Una
cuñada, una vecina de bloque y el marido de su hija Marian. Fue un esfuerzo verdaderamente
encomiable, ante las dificultades propias y ajenas, el que tuvo que poner en
marcha. Esteban la ayudó, con sus consejos y su paciencia. Recuperar el buen
clima con esas personas, tan próximas a su vida, le hizo ganar en madurez,
responsabilidad y bondad.
Para
la estación primaveral, el objetivo a cumplir fue más complicado incluso que el anterior, pues
se trataba de entrar en un terreno totalmente nuevo para ella. Al fin, con la
mediación de su compañera de laboratorio Eva, entró en contacto con una
asociación que se ocupaba de acompañar y atender a
personas mayores durante los fines de semana. Reservó las mañanas de los
sábados para este humanitario fin. Ya han pasado cuatro meses y no ha faltado
ningún sábado a su cita semanal, planificada por esa organización asistencial. Su
valiente decisión le ha permitido conocer, y compartir, el dramatismo de muchas
vidas en soledad. Con esta hermosa acción, se sintió útil y solidaria para con los demás.
El
último sobre, de color naranja, decía, con la sencillez de lo inteligente, que
su lector debía abrir su vida al limpio mundo de la
naturaleza. Era un objetivo en sí mismo fácil de conseguir, aunque para
Ana, muy vinculada al entorno de lo urbano, supuso un novedoso cambio en su estructura
de vida. Eso de levantarse bastante temprano los domingos y prepararse para
recorrer amplios espacios enriquecidos por la vegetación, el agua, el sol, el
viento o la lluvia, resultó una experiencia muy sugestiva para quien hasta ese
momento no la había priorizado entre sus hábitos cotidianos. Una vez más, el
bueno de Esteban colaboró para que esa transición existencial, emprendida por
su mujer, resultara satisfactoria y
fructífera para la vida conyugal.
Cierto
día, Esteban tuvo la feliz ocurrencia de desplazarse hasta Benalmádena. Deseaba localizar el taller de Amed, a
quien quería saludar y agradecer la acertada decisión de facilitarle un regalo
de Reyes que había transformado, en lo positivo, su vida familiar. Preguntó y
preguntó a muchas personas, pero nadie conocía a ese
comerciante, ni a su mujer Aysel. No se dio por vencido, por lo que
durante las siguientes semanas, contactó con asociaciones de comerciantes y con
el área de comercio de diversos municipios. El nombre de Amed no aparecía en
registro alguno de los diferentes departamentos administrativos. No volvió a saber
o a entablar contacto con este hombre, ni con la mujer que lo acompañaba.
¿Habría sido todo un sueño? ¿O tal vez un mágico deseo para el cambio en sus
vidas? ¿Cómo hallar una convincente respuesta? Lo único cierto es que el cofrecito de los espejos, con los tres sobres,
estaba presente entre los más preciados objetos de Ana. Y que esta mujer había
sabido y podido recorrer algunos caminos para sentirse más realizada y feliz. Esa
era la mejor realidad, en esta curiosa historia. THE
ROAD TO HAPPINESS. El complicado y sin embargo fácil camino a la
felicidad.-
José L. Casado Toro (viernes, 2 enero,
2015)
Profesor
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