viernes, 28 de noviembre de 2014

ESE LEJANO RECUERDO, QUE PERMANECE TENAZ EN EL TIEMPO.


Suele ser frecuente en las pautas de nuestro comportamiento. Ocurre siempre que te encuentras con tu sinceridad o la compartes con la de otras personas, próximas en la amistad. Me refiero, en concreto, a ese primer gran amor que muchos tuvieron, o creyeron tener, en tiempos de la adolescencia o en el dinamismo vital de su juventud. Incluso, también, en el calendario inconcluso de la madurez. Es a partir de alguna foto, en el contexto de esa ocasional conversación con los amigos o en la oportunidad íntima de la reflexión, cuando traes a la mente el recuerdo de él o de ella, con la que pudo ser o con el que pudiste compartir el recorrido, siempre breve, de la convivencia. A veces es ese amigo que se te sincera confiándote aquello de que nunca la ha podido olvidar. O aquella amiga que susurra en el pensamiento el interrogante de cómo habría sido su vida, si hubiera elegido o aceptado a ese compañero de clase, trabajo o vecindad. Y siempre eres tú mismo, cuando navegas en el mar relajado de la nostalgia, el sentimiento o la reflexión, sumido como un naufrago en medio del estrés.

Gonzalo tiene una vida acomodadamente estable. Pero, sin embargo, admirablemente aburrida, por esa endemia sagazmente diabólica de la rutina. Va cubriendo, en su agenda vivencial, todas las etapas normalizadas de un modélico ciudadano. Buen expediente académico, oposiciones ganadas con la tenacidad de un esfuerzo ejemplar, ese matrimonio al fin tras un eternizado noviazgo con una compañera de Universidad. Llegaron tres varones en la descendencia, por la caprichosa decisión de la naturaleza, trabajo teñido de cruel monotonía, de ocho a tres, en la quinta planta del negociado, comuniones, graduaciones e independencia en los hijos que le convierten, al fin, en cuidador de nietos durante muchas tardes y fines de semana, sin que falte ese diálogo mil veces trillado, desvitalizado y cada vez más espaciado gracias al televisor, uno más en la familia, por su generosidad para suplir otras carencias y silencios. 

Desde luego que no la ha olvidado. En sus momentos de inconsolable desvelo o en esos minutos siempre alocados y espontáneos para la valentía, recuerda aquella otra compañera, llámese Cristina o Silvia, con la que tuvo sus mejores vibraciones en el latido impetuoso y juvenil de los sentimientos. ¿Cómo habría sido su vida junto a ella, en caso de haber mantenido esa relación que finalmente se torció por mor del capricho, las circunstancias o esa numeración que todos parecemos tener escritas en nuestra programación como humanos?

De aquella juvenil imagen recuerda todo o casi todo en positivo, con el colorido ilusionadamente alegre de unos años en los que parecía no existir barreras infranqueables para la dificultad. Hubo atracción, mucho afecto, tal vez amor, pero aquello….. no resultó. Sin embargo esos sentimientos, nunca ha podido borrarlos al completo de su corazón, de su mente o imaginación. Y esta noche, tras no pocos minutos remando por el mar infinito de la red informática, ha podido localizarla y con una cierta habilidad ha conseguido su dirección electrónica.

“Buenas noches, Cris. Pienso que ste correo será una sorpresa para ti. No sé si, después de tres décadas en el tiempo, te acordarás de su autor. Comprendo que son muchos los años que han pasado. Fuimos compañeros de bachillerato en el Instituto y posteriormente  también compartimos las aulas en la Facultad de Derecho. Te recuerdo con mucho cariño, porque nuestra proximidad en aquellos años de la juventud fue profundamente afectiva. Sentimentalmente intensa. Después la vida nos fue conduciendo a cada uno por sendas diferentes, aunque hubiera sido bastante probable que tú y yo hubiéramos hecho todo este camino juntos. Muchas veces me he preguntado… ¿por qué no resultó lo nuestro? Ahora, en la lejanía del recuerdo me gustaría saber algo, todo lo que sea posible, de ti. La  realidad es que no hemos vuelto a coincidir, tras nuestro último año de estudios en la facultad. Creo que sería muy bonito un reencuentro, entre dos personas que se quisieron mucho, con nobleza y verdad. Ya conoces mi dirección electrónica y también adjunto el número del móvil. Espero con profunda ilusión tu respuesta”.

¿Cómo era esa Cristina, que Gonzalo nunca ha podido llegar a olvidar? Su imagen era la una apuesta joven, de cuerpo delgado y mediana estatura. Solía tener su largo cabello, castaño oscuro, suelto sobre sus hombros, aunque alguna que otra vez lo recogía en una cola que le daba a su casi siempre agradable rostro un aire muy adolescente y pleno de simpatía. La sonrisa en ella era más que permanente. Vestía muy a lo deportivo, predominando entre sus atuendos la camiseta reivindicativa y los vaqueros deshilachados. Agradable para con todos, tenía una especial predilección por su amorcito (como ella lo llamaba) Gonzalo, el intelectual o cerebro de la panda. Un tanto “traviesa” eso sí, en los momentos adecuados, la actitud de Cris era todo responsabilidad, aunque siempre podía esperarse de ella cualquier “salida” que cambiaba en lo positivo la brumosa atmósfera reinante. Si algún defectillo tenía la cría es que era un tanto celosa, de todo aquello que consideraba como propio. Tal era el caso con Gonzalo. Y por ahí vino, finalmente la ruptura, cuando fueron apareciendo otros variados incentivos entre las apetencias afectivas del joven Gonzalo, siempre un tanto mujeriego.

Pasaron los días y la respuesta al email, repetido en momentos diferentes, no acababa de llegar. Tampoco era devuelto por el servidor, lo que demostraba que había encontrado un lugar de acomodo para su destino. Reflexionando, Gonzalo pensaba en diversas circunstancias que podrían estar motivando el silencio de su compañera afectiva, en aquellos ya  lejanos años del campus académico. Hay que reiterarlo. Desde hacía poco más de treinta años no había vuelto a tener noticias de ella. Tampoco por los amigos comunes de la época estudiantil. Pero navegando por el mar oscuro de la depresión, Gonzalo se agarraba a sus recuerdos idealizados de aquella que bien podía haber sido hoy su compañera, en y para toda la vida.

Trece días después. con exactitud en el dato, observa en su móvil un mensaje de texto. Sólo decía: “¿Terminaste derecho en la promoción del 84 y tu apellido es Rancalla? Espero tu respuesta”. Estaba tomando su café del mediodía (era un fanático de esta agradable infusión) y el sorbo se le atragantó, con solo ver en su tablet la firma del texto: Cris. Los decibelios acústicos de su corazón “retumbaban” en la cercana cafetería Oasis, bien poblada a esa hora de la media mañana. La presión sanguínea se había desbordado en un organismo presa del letargo en los últimos tiempos. Respondió de forma atropellada, pero rebosante en ilusión, al mensaje de texto y a partir de ahí ya todo resultó más fácil y esperanzado.

¿Qué sería lo más conveniente para llevar como regalo, a ese encuentro con el que fue un primero e inolvidable amor juvenil? ¿Unas flores, unos bombones …. o aquella foto grupal, convenientemente ampliada y enmarcada, en la que ambos estaban juntos, celebrando con unos amigos la onomástica del anfitrión a la fiesta? Al final optó por una caja de bombones, a pesar que ella siempre mostraba prudencia hacia alimentos que pudieran engrosar el peso corporal,  en su anatomía joven y atlética.

Aunque era persona de chaqueta y corbata, aquella tarde del viernes quiso mostrarse con un aire más juvenil. Dado que estaban en pleno otoño, buscó una cazadora de ante, color gris perla y se enfundó unos pantalones Emidio Tucci de pana fina, color azul marino. Esta prenda que había comprado en las rebajas del ultimo invierno, atraído por una talla que le era bien cómoda, pues la cincuenta y dos le estaba quedando pequeña al perímetro de su prominente barriga. Aunque pensó en unas deportivas Converse, al final la sensatez le aconsejó cambiarlas por unos zapatos de piel negra tipo mocasín, tras reflexionar mirándose ante el cruel espejo de su dormitorio. Su extensa calvicie pensó disimularla con alguna gorra deportiva pero, tras probarse una que su hijo mayor le había regalado para la playa,  desistió del intento, no sin antes estallar en diversas carcajadas, cual “Ceniciento” otra vez sólo ante el espejo.

La noche previa al reencuentro con la mujer de sus sueños la pasó prácticamente desvelado, mientras Dora dormía plácidamente, entre ronquido y ronquido. Día siguiente. 18:15 de una tarde en Octubre. Quince minutos antes de la hora concertada, ya se hallaba en la puerta de esa  coqueta cafetería, en la céntrica Plaza de la Merced, muy cerca de la casa natal del genio malacitano en el arte. Siete minutos después de la hora concertada, apareció caminando, de forma pausada y desde la calle Alcazabilla, la musa de sus sueños. Como en aquella película del….. “Breve encuentro”.

Por Cristina tampoco habían pasado con generosidad esos treinta y picos años de distancia. Los gramos, también en ella, habían hecho tierra fértil para el acomodo. Aquella coleta de caballo había desaparecido y el color castaño de su cabello se había descuidado, mostrando la sinceridad de un paisaje nevado en el croma. La epidermis de ambos reflejaba, con puntual nitidez, las líneas ajadas, profundas y curvas dejadas por un inmisericorde almanaque. Un muy realista paisaje epidérmico pleno de surcos y eriales. Desolador, verdadero, actual. Los ojos de su compañera de esa ansiada tarde, ante un par de tazas de té, seguían siendo preciosos, pero las bolsas inferiores en las mejillas reflejaban el camino que la naturaleza marca en la ruta de todos los humanos.

Fueron dos horas especialmente cordiales. A través del diálogo pudo conocer como ella había superado esa viudez que tuvo que afrontar, hacía ya unos siete años. Que tenía dos hijos casados, con cinco nietos a los que atender. Uno veterinario, que residía en Cantabria aunque todas las vacaciones las pasaba aquí en Málaga, junto a su madre. El segundo vástago, que había hecho empresariales, iba de fracaso en fracaso, en su tenacidad por montar unas oficinas inmobiliarias en tiempos complicados para la construcción.

Al paso de los minutos, el impacto visual del contraste físico fue dejando paso a una serie de detalles e ilusionados recuerdos con los que ambos gozaron, trasladándose imaginativamente a la lejanía de los tiempos.

 Pero esta vez ninguno de los dos estaban dispuestos a cometer los errores de aquellos alocados años de su juventud, en los ochenta. ¿Por qué no recuperar algo del tiempo perdido en la memoria?

A partir de esa tarde, su amistad se hizo fuerte y duradera. Aunque en sus historias separadas había habido toda suerte de terrales y lluvias, fríos y amaneceres templados,  sonrisas y silencios, el destino había querido unirlos dándoles una nueva oportunidad para la madurez otoñal en sus vidas. La convicción afectiva de Gonzalo fue decisiva. La ley de ese primer gran amor, una vez más se cumplía.-


José L. Casado Toro (viernes, 28 noviembre, 2014)
Profesor

viernes, 21 de noviembre de 2014

UNA HERENCIA SECRETA, DE SENTIMIENTOS PARA SIEMPRE.


Un muy cansado bus, con largos años de servicio, circula por esas carreteras rudamente conservadas, camino de un pueblecito leonés, en las entrañas profundas de la antigua Castilla. En su interior sólo transporta una media ocupación de viajeros, la mayoría personas de avanzada edad y una niña pequeña que dormita sobre el hombro generoso de su madre. Es otoño y hace un intenso frío a esa hora temprana del amanecer. Han partido, desde la estación de autobuses madrileña, a las 6.30 de la mañana y tienen previsto llegar a su localidad de destino unas cuatro horas más tarde. Hay una densa niebla en el ambiente, escarcha repartida por los senderos vacíos y un silencio a naturaleza, sólo quebrado por el rugido monótono de un anciano motor que cumple su obligación de trasladar a personas y a enseres. Dada la escasez de usuarios, con una rentabilidad más bien limitada, sólo realiza este servicio un día a la semana.

Entre los pasajeros, se encuentra una joven mujer que apenas suma sus veintisiete primaveras. Es delgada, morena y tiene unos preciosos ojos azules, clareados como el cielo que a todos nos contempla desde lo alto de ese techo infinito. Lucía reside en Granada, ciudad en  donde recaló finalmente tras muchos vericuetos e historias no siempre afortunadas en su corta existencia. Allí trabaja, en una acomodada peluquería, manteniendo una feliz convivencia con su compañero Matías, que también ejerce en el mismo oficio. Sus primeros años de vida fueron un tanto azarosos y complicados. Tuvo que ser criada por sus abuelos ya que, según le contaron, su madre (también Lucía) no podía ocuparse de ella. Esta inquieta mujer, totalmente entregada al mundo de la farándula y las variedades, desapareció de su vida, siendo ella aún un bebé. No había cumplido aún el primer año de vida y nunca más volvió a tener noticias de ella. Pero la atención y dedicación de Milagros fue siempre elogiada por los escasos vecinos de este pequeño pueblecito, enclavado en medio de una naturaleza agreste pero que goza de una gran belleza. Nunca sintió la necesidad del cariño maternal, pues su “baba” (nombre que desde pequeña daba a su abuela) suplía con abundancia todo el afecto que ella podía necesitar.

Al paso de los años, Lucía quiso buscar otros horizontes para enriquecer sus aspiraciones en la vida. No se sentía feliz trabajando en un pequeño trozo de tierra de donde obtenían el sustento necesario para el día a día. Milagros enviudó siendo aún relativamente joven, por lo que nieta y abuela convivían entre la humildad de unos animales a quienes cuidar y unos cultivos que sustentaban la modestia de su alimentación. Aun sin haber cumplido la mayoría de edad, quiso dejar esta realidad campesina que en poco le gratificaba, buscando otros horizontes. Primero, en Madrid y más tarde viajando al sur peninsular, donde al fin conoció a quien iba a ser su maestro profesional y buen compañero afectivo. Aunque en los primeros años, desde su partida del pueblo, mantuvo correspondencia frecuente con su abuela, incluso haciendo esa visita vacacional por la Navidad, posteriormente la comunicación se fue enfriando, hasta hacerse ocasional, muy espaciada y a la postre inexistente, en los últimos años. 

Hace cuatro días que recibió una carta, remitida por el cura del pueblo donde ella desarrolló su infancia y adolescencia, en la que le explicaba la triste noticia del fallecimiento de Milagros, por motivos básicamente naturales. En realidad esta señora aún no había cumplido los setenta pero su corazón, un tanto gastado en sus engranajes, dejó de funcionar para la vida. Al fin la guardia civil localizó la dirección de su nieta en Granada, a donde el párroco de esa localidad de no más de trescientos habitantes dirigió la necesaria y sentida misiva. Matías no la ha podido acompañar, pues el negocio que ambos tienen abierto exige una presencia continuada, en tiempos económicamente difíciles. Le ha prometido no obstante que aprovechará el puente festivo de Todos los Santos, para viajar a ese pueblo donde nunca él ha estado y ayudarla en las necesidades propias del caso.

Lucía va dormitando sentada en la austeridad de su asiento. Recuerda, en los anaqueles de su memoria, aquellos gratos años de su niñez. Qué felices eran aquellas horas cuando jugaba con su mejor amiga de la escuela, Almudena, en la parte trasera del caserón, junto a los corrales y granero, con las risas y actividades propias de una niñez que se dibujaba sencillamente feliz. Son imágenes que la hacen sonreír con nostalgia y cariño. Aunque también esas instantáneas se mezclan con los avatares que tuvo que afrontar tras abandonar sus raíces familiares, desoyendo los consejos y ruegos que le hacía su “baba” advirtiéndole del duro porvenir que le podía aguardar por esos complicados mundos de dios. ¿Cómo era su abuela? Podríamos definirla como una mujer de su casa, no muy abierta a la relación con la vecindad pero muy laboriosa para con sus obligaciones. Fuerte de cuerpo y bella de rostro, ofreciendo un típico modelo de carácter castellano, un tanto adusto y frío, pero no exento de nobleza y bondad.

Le despertaron esas campanadas que marcaban las 11 de una mañana gélida, nublada y que ya dejaba caer las primeras gotitas de agua, sobre el parabrisas y cristales del bus. Habían llegado al pueblo y pronto alcanzaron la plaza del vetusto Ayuntamiento, donde se hallaba situada la parada final del viaje. En aquel preciso momento, sólo había en ese lugar tres ancianos lugareños, sentados bajo el soportal de piedra que encuadra a toda la plaza. El paisaje convivencial que la recibió ofrecía una imagen dantesca de silencio, olvido y soledad. Se dirigió directamente a la Iglesia, un templo de raíces góticas puesto bajo la advocación de San Benito, donde esperaba contactar con la persona del cura. Don Aurelio, un orondo sacerdote, bonachón y amigable, vestido a la antigua con una raída sotana, atendió a Lucía con prontitud y delicadeza. Se acomodaron en un pequeño despacho, falto de luz y rezumando humedad, situado detrás de la sacristía.

“Lamento, hija mía, no haber podido localizarte antes. Dos vecinas vinieron a comentarme que no veían a la señora Milagros desde hacía unos tres días. Habían llamado a su puerta, pero nadie respondió desde el interior de la casa. Junto fuimos al puesto de la Guardia Civil donde una pareja de la benemérita pudo forzar una ventana, a fin de penetrar en el caserón. Posteriormente, el médico certificó que llevaba sin vida al menos cuatro días. Su corazón había dejado de latir. La última persona con la que habló fue con don Rosendo, el boticario, quien le aconsejó fuera al médico, para esa gripe que sin duda le estaba aquejando. Las llaves de la casa están en poder de la Guardia Civil. Vamos al puesto de mando y ellos te la entregarán. Tu eres, lógicamente, la única heredera de esa propiedad. En un pueblo cercano tenemos un notario que atiende todos los lunes del mes. El te puede ayudar a resolver todo el papeleo relativo a la transmisión de bienes. Estos son más bien modestos, pero tu ya debes conocer lo que ella poseía. Las tierras las vendió hace ya unos años, a fin de atender las necesidades de cada día. No tenía otros ingresos. Queda la casa y sus enseres. Tendrás que decidir qué hacer con todo ello. ¿No te gustaría venirte a vivir por estas tierras….? Por cierto, no te preocupes con los gastos del sepelio. La buena señora lo tenía todo más que bien controlado”.

Lucía explicó a don Aurelio, a grandes rasgos, sus circunstancias personales y de trabajo. En un principio no quería deshacerse de la casa que la vio nacer y donde transcurrieron los años más felices de su infancia. Aunque ella conservaba una copia, las llaves originales le fueron entregadas por el teniente de la Guardia Civil. Junto con el sacerdote, entraron en el viejo caserón cuando más arreciaba la lluvia. Comprobaron que todo estaba en buen orden. Dado lo incómodo del tiempo, la joven preparó un buen café que los tres compartieron, continuando la conversación iniciada en el despacho del párroco. Mientras hablaban, sonó una llamada en la puerta. Era una de las vecinas que tras saludar a Lucía, se ofreció a todo lo que la chica necesitase.

Dos días más tarde, sábado, Matías pudo llegar al pueblo de su compañera. Rápidamente dio con la casa, encontrando a Lucía en un estado de profundo aturdimiento y shock emocional. ¿Qué había podido ocurrir? ¿Tanto le había afectado el fallecimiento de un familiar, ciertamente alejado en los últimos años de un afecto directo?

“Ayer por la mañana estuve rebuscando entre las pertenecías personales de mi “baba”. La verdad es que no esperaba encontrar nada de especial valor, pues mi….. abuela era una persona en extremo modesta. Alguna joya, fotos familiares, documentos relativos a la propiedad de la casa, mi vieja muñeca que ella supo conservar con ese amor que tanto le caracterizaba… pero en el último cajón de la vieja cómoda localicé una caja de madera lacada con su cerradura bien echada. Me intrigó bastante qué podía contener aquel cofrecito tan bien conservado y cerrado. Al final me decidí a forzar su apertura, no sin gran esfuerzo, pues tenía un engranaje muy bien construido. Tras abrirlo, observé las fotos de un hombre al que nunca he conocido. No era mi abuelo de joven, ya que de él tengo alguna fotografía en Granada. Un par de cartas, escritas en un papel muy amarillento por la antigüedad, sin duda remitidas por esa persona a Milagros. También había una carta dirigida a mi. Había sido escrita en fecha reciente. Concretamente este verano. Probablemente mi abuela se sentía mal y decidió dejarme esta terrible confidencia en forma epistolar. Está aquí. Léela tu mismo. Yo aún no me he podido recuperar, tras conocer su contenido. Esta noche apenas he podido dormir, por efecto de la emoción que me embarga.”

La carta no era muy extensa, pero extremadamente profunda en su exposición.

“Mi querida Lucía. Aunque hace tiempo que no sé nada de ti, quiero hablar contigo a través de esta hoja de papel. Siento que mi salud se va deteriorando, día a día, y no quiero marcharme de este mundo sin que tú conozcas la verdad de un  secreto, que he mantenido oculto casi tres décadas. No, no ha sido fácil guardarlo en una comunidad tan pequeña y donde al final todo se sabe o se malinterpreta. He de confesarte que tuve un gran amor. Ocurrió en una época en la que la relación con tu abuelo se había completamente marchitado. Sí fue una relación pecaminosa. Mientras mi marido vivía su vida, esta persona y yo sabíamos encontrar los momentos para compartir nuestra mutua atracción. Él también estaba casado. Fueron un par de meses, en los que me sentí verdaderamente feliz por primera vez en la vida. Mi alocada hija ya vivía las desventuras por esas tierras de todos. Nunca quiso volver por aquí y nunca he sabido nada de ella. Lo grave ocurrió cuando me quede embarazada de este amor ilícito. Mi cuerpo superaba ya los cuarenta años de edad. La sorpresa fue que cuando al fin se lo tuve que contar a tu abuelo, él supo reaccionar con una frialdad que yo nunca entendí. Decidió que nos alejáramos del pueblo. Entonces naciste tú. Y a la vuelta, urdimos esa historia de una madre que abandona a su hija, teniendo la abuela que ejercer el oficio de madre. Tú eres …. mi hija. Y esa supuesta madre, a la que no conociste, en realidad es tu hermana. En vida, nunca me atreví a confiártelo. Ahora, cuando leas esta carta, conocerás toda la verdad. Le he pedido muchas veces perdón a Dios. También te ruego sepas perdonarme. En el pueblo nunca habrían entendido mis razones. Sentí ese miedo a la condena social, insufrible, muy cruel y despiadada. En realidad, siempre te traté como a una hija. Con todo mi cariño y amor. Tu “baba”. Tu madre.”

El viento racheado continúa golpeando con gruesas gotas de lluvia los ventanales somnolientos del envejecido caserón. En su interior, Lucía y Matías permanecen sumidos en ese desconcierto crítico generado por la verdad. Los rojizos leños del hogar templan la temperatura de una estancia donde los recuerdos prevalecen y en el que una joven mujer, abrumada por la confusión, trata de reconstruir y aceptar el nuevo sentido de su realidad.-


José L. Casado Toro (viernes, 21 noviembre, 2014)
Profesor

viernes, 14 de noviembre de 2014

INTERESANTE TERAPIA, PARA UN TÚNEL CARENTE DE LUZ.


Oliver, especializado en derecho financiero, suele llegar con generosa puntualidad a la oficina de seguros, donde trabaja desde hace ya cuatro años. Aunque su horario, de lunes a viernes, se establece de nueve a seis de la tarde (con una hora dedicada para el almuerzo) adelanta su llegada a la oficina bastantes minutos, a fin de ordenar su siempre bien abarrotada mesa, repleta de dossiers y archivadores con documentos de diversa naturaleza.

Se muestra agradecido, al igual que muchos de sus compañeros, por la eficiencia de la nueva señora que atiende la limpieza matinal. La empresa que presta este servicio cambió, hace un par de meses, a la persona que debe asear las diversas dependencias que constituyen la empresa, antes de que lleguen los primeros clientes y los trabajadores que allí desarrollan su trabajo. Beatriz, próxima a su medio siglo de vida, es una persona con especial eficiencia. Toda la oficina ha notado, en lo positivo,  su buen hacer en esos detalles que denotan sensibilidad y buen gusto para la misión que tiene encomendada. La presencia de esas agradables macetas que alegran el interior, la pulcritud en los lavabos, un mejor orden encima de las mesas, el platillo con caramelos que se ofrecen a los clientes, la moqueta y el parquet que amanecen sin papeles, envoltorios o polvo para el descuido. Incluso en los productos para la limpieza diaria se ha ganado un aroma suave que recuerda a esas plantas mediterráneas que gratifican la naturaleza. Ha sido una suerte, una verdadera delicia, la llegada de esta agradable señora a una oficina que adolecía de un cierto abandono, en ese aspecto tan importante de la limpieza para la mejor salubridad.

No son muchas las palabras que Oliver ha cruzado con Beatriz. Aparte del cordial saludo en el amanecer cotidiano, no se han generado demasiadas oportunidades para intercambiar largos motivos de conversación, pues ella (n tanto discreta) se afana con rapidez en cumplir con su misión. Desde la dirección le han rogado que, a partir de las nueve, hora de apertura, debe estar todo preparado con la mayor limpieza posible, a fin de no entorpecer el ritmo diario de todo un día de gestión. En esas escasas palabras intercambiadas, Oliver ha creído percibir  en ella un comportamiento, unos modales, una forma de atender y responder que no cuadran bien de lo que genéricamente se denomina señora de la limpieza. Su estilo personal refleja un trasfondo que mueve el interés de este abogado, siempre abierto al estudio de las personas con las que convive, trabaja o se relaciona. Siempre ha pensado que en su profesión es muy importante conocer bien a las personas. En este sentido, su afición por todo lo relacionado con la psicología, le hace fomentar el análisis, aparencial y de carácter, especialmente en los clientes a los que ha de atender durante el ejercicio de su trabajo.

La oportunidad para completar su interés o curiosidad se presentó al fin. Una mañana, en los minutos del desayuno, bajó a la cafetería Victoria a tomar algo caliente, pues la llegada de los primeros fríos le había dejado ese primer resfriado de temporada que resulta tan molesto, tras un verano en extremo prolongado. Eran las 10,40 y en una esquina del amplio salón, estaba sentada Beatriz, ante una taza de café con leche. Se saludaron y, una vez que a él le sirvieron el té americano con un sándwich mixto, fue buscando, bandeja en mano, un lugar donde sentarse. Ella le hizo una señal para que le acompañara en la mesa que ocupaba, gesto que rompió el hielo para esos breves minutos que debían servir en la reposición de fuerzas. Este dialogo inicial se repitió en otras ocasiones, pues solía coincidir la finalización del trabajo de la limpiadora con el momento en que Oliver acudía a  desayunar.

Aunque hablaban de temas no más intrascendentes, una mañana se mostró animado a plantear una curiosa pregunta a su interlocutora, con el cuidado necesaria pues en modo alguno quería dar una imagen de imprudencia o desconsideración.

“Me vas a disculpar, Beatriz, pero desde hace ya un tiempo te quería plantear una cuestión que me bulle por la cabeza. Sabes que soy un tanto aficionado al estudio de las personas. Es una costumbre que tengo desde mis años de universidad. Laura se enfada a veces, pero me conoció de esta forma y sabe que no voy a cambiar. En este caso quiero hacerte una pregunta o, mejor, una reflexión. El tiempo que llevo conociéndote me hace tener una puntual impresión acerca de tu persona. Básicamente, es la siguiente. Observo muchos detalles en ti que me hacen adivinar o suponer que estás desempeñando este trabajo por algún motivo o razón pero que, desde luego, no creo que sea tu verdadera profesión. Y no quiero decir con ello que no lo hagas a gusto de todos aquellos que tenemos la suerte de contar con tu esfuerzo. Todo lo contrario. Eres eficiente, trabajadora y la oficina ha ganado muchos enteros con tu presencia. Pero, diciéndolo con la claridad de las palabras…. Tu no eres la típica persona que se dedica a limpiar una oficina. Tu forma de hablar, comportarse, vestir….. no sé…. Verdaderamente ¿es este tu oficio? Por supuesto, perdóname si algo de lo que he dicho ha podido de alguna forma molestarte”. 

El tuteo relacional era usual entre los compañeros de oficina. Beatriz conocía el uso que de él se hacía y aunque ella no tenía por costumbre aplicarlo, abandonó su exquisita forma expresiva ante un interlocutor que le ofrecía una sustancial confianza. En principio pareció  mostrarse un tanto sorprendida ante la pregunta u observación que acababa de escuchar, pero supo reaccionar con habilidad y buen tacto.

“Veo que eres una persona muy observadora. Extremadamente reflexiva. En el ejercicio de tu trabajo te será de suma utilidad esa muy positiva capacidad para analizar e interpretar a las personas que están cerca de ti. Hoy ya no vamos a tener tiempo. Pero tal vez en otra ocasión te pueda responder, con amplitud, a ese interrogante. Déjame pensarlo un poco. Sí te diré que no están muy descaminado pero, en su momento, podrás conocer todo el fondo de la historia. Debes esperar a que yo asimile…… lo que me acabas de decir”.

Aquella noche Oliver comentó con su mujer la conversación que había tenido con la compañera encargada de la limpieza en la las oficinas. Laura volvió a reiterarle que se estaba pasando con esas preguntas que podían resultar molestas a quienes las escuchaban. Pero comprendía que todas sus consideraciones al respecto estaban condenadas al fracaso, pues su marido era así y cuando se le ponía una cuestión o idea en su cabeza no la abandonaba fácilmente.

La oportunidad aclaratoria al fin se presentó en una fiestecita que organizaron los compañeros de la empresa, con motivo de la Navidad. Todos estuvieron de acuerdo en invitar a que participara en la misma aquella persona que tan bien atendía la atmósfera física de los diferentes despachos que constituían la empresa. Beatriz, aunque pertenecía a un multi servicios subcontratado, también pudo asistir en esa comida de amistad que iban a celebrar en un mesón cercano a madrileña Plaza de Santo Domingo. El director gerente indicó que ella, con un modesto sueldo, no tendría que pagar su comida. Sería invitada por la propia empresa.

El almuerzo de hermandad transcurrió muy animado y afectivo. Buen menú, enriquecido por las bebidas propias del caso, dulces navideños, algunos villancicos, las fotos de rigor y los parabienes de amistad que en estos casos suelen abundar. En un apartado, cuando servían el café, Beatriz se acercó a Oliver y le susurró estas palabras: “Si tienes unos minutos, ahora después te respondo a esa pregunta que me hiciste aquella mañana en el desayuno”. Ambos aprovecharon una inflexión en los abrazos y besos de despedida, al final de la fiesta. Se fueron a un saloncito anejo y con sus cafés en mano se sentaron dispuestos a entablar el diálogo necesario.

“Oliver, la historia es un poquito larga y dolorosa para recordar. Te la debo resumir, a fin de evitarte un mayor cansancio. Efectivamente mi situación social no se acomoda con el trabajo que en la actualidad realizo y a través del cual me has conocido. Mi marido es un importante empresario de la construcción. Ambos llegamos al matrimonio un poquito tarde, para lo que es usual en las relaciones. Con más de treinta y tantos años, al fin me quedé embarazada. Nació una preciosa cría, Natividad, que era nuestra alegría y razón de vivir. Pero, con tres añitos, una imprevista nimiedad se fue complicando de manera absoluta y en setenta y dos horas se nos fue. El golpe (hace de esto unos siete años) fue durísimo. Julián, con sus numerosas ocupaciones, lo fue sobrellevando mejor que peor. Pero, en mi caso, el bloqueo anímico y mental fue total. Me vine abajo, completamente, con una depresión de espanto. Tuve que ponerme en manos de médicos y clínicas especializadas. Pero tantos medicamentos me dejaban sumida en un estado, psíquico y físico, verdaderamente lamentable. Curas de sueño, pastillas de todos los colores y demás “porquerías” que me iban destruyendo orgánicamente.

Mi caída en picado tuvo al fin, tras seis años de tormentas psíquicas, un rayo para la esperanza. Un joven psiquiatra, con métodos alternativos, tal vez un poco raros o inusuales, comenzó a sacarme de este sumidero sin fondo en el que me veía destruida. Tratamientos a base de vegetales, frutas y ejercicios de concentración, en sintonía con métodos orientales. Pero lo definitivo fue una solución…….. verdaderamente insólita: me sugirió, me ordenó, que tenía que ponerme a trabajar. Pero en una ocupación que contrastase claramente con mi status social. Julián se movió con habilidad a través de sus buenas amistades. Al final, se me ofrecieron dos opciones. Un puesto de reponedora en un hipermercado o la empresa de multiservicios a la que actualmente pertenezco. Me abonan 600 euros brutos al mes. Los quinientos euros netos que me quedan, los entrego íntegramente a Cáritas. La solución de medicina oriental y este desempeño laboral de señora de la limpieza (madre mía, si llegara a oídos de algunos conocidos  ……) ha sido la luz que necesitaba en medio de tanta oscuridad y autodestrucción. Sí, esa palabra me avergüenza, pero…. es que ya no era yo.  Es una historia muy complicada ¿verdad, amigo Oliver? Nunca me he sentido tan feliz y útil,  como en estos ya casi cuatro meses en que estoy entre vosotros. Me habéis tratado con tanto cariño y respeto …….”

Oliver, profundamente pensativo, no sabía qué decir. Daba vueltas y más vueltas, con la cucharilla, a su café ya casi frío. Tomó las manos de Beatriz y, un tanto emocionado, acertó a transmitirle estas palabras:

“Resulta extraordinario y precioso lo que me acabas de confiar. Tienes toda mi admiración, mi respeto y mi profundo cariño. Por supuesto,  seré en sumo discreto. Me gustaría llegar a poseer, algún día, un trocito de esos valores que tanto te están enriqueciendo. Cuando mañana llegue a la oficina, y vea el fruto de tu buen hacer en horas más tempranas, me sentiré muy orgulloso de ser compañero y amigo de una persona tan maravillosa como eres tú”.

Aquel martes, 16 de diciembre fue, para siempre, una fecha en la vida de Oliver que éste jamás pudo ya olvidar.-


José L. Casado Toro (viernes, 14 noviembre, 2014)
Profesor