Domingo
soleado de abril, cuando ya la Primavera ha sembrado muchos caminos de ilusión
a ese ánimo aletargado de la temporalidad invernal. Apetece salir a la calle y
participar de ese bullir social que nos hermana y conforta. Mamen, con esa juventud avanzada de los veintitantos,
espíritu muy vital e imaginativo, entre otras aficiones, ama la fotografía. No
es una gran experta en la técnica de la imagen, aunque le agrada tomar recuerdos
de esos ángulos y espacios bonitos que pueblan nuestros campos y ciudades.
Posteriormente, organiza y retoca los archivos en su Mac, formando series muy
atractivas de fotografías que le ayudan a disfrutar del grato recuerdo de latidos,
momentos y lugares.
En
la actualidad esta chica carece de pareja estable, tras dos experiencias fallidas
que acabaron, por aburrimiento y cansancio recíproco, en el gélido adiós. Ello
le permite ahora disponer de esa libertad que veía constreñirse por las
dependencias mal negociadas entre seres inmaduros. Durante la semana cumple su
horario laboral, como reponedora de artículos en un importante centro comercial
de la capital. No es un trabajo duro para ella (delgada de peso pero fuerte en
su estructura corporal) aunque sí
rutinario y descompensado para su titulación en Empresariales. Entiende que hoy
día hay que aceptar lo que venga, a fin de tener un sueldo con el que poder subsistir
en tiempos difíciles. Vive junto a su hermana Lorena,
tres años mayor que ella, separada y con dos niñas muy pequeñas, en una
convivencia fraterna muy bien llevada,
ya que la sintonía entre las dos hermanas siempre ha sido muy positiva. Los
padres de ambas, campesinos, siguen residiendo en ese pueblecito de la serranía
rondeña paraje que, hace tiempo, ambas abandonaron buscando nuevos horizontes. No
deseaban vivir en ese ambiente cerrado y limitativo para la privacidad que
condiciona los pocos más de trescientos habitantes de su pequeña localidad
natal.
Hoy
domingo, 27 de abril, ha encaminado sus pasos hacia una zona muy atrayente para
la visión urbana de la ciudad. Vistiendo deportivamente y con unas Converse,
muy aptas para terrenos encastrados en lo natural, ha
subido hasta el Castillo de Gibralfaro,
tras serpentear por esas rampas crecientes que nacen desde la Coracha. La
panorámica que se divisa desde esas alturas es en sumo atractiva, pues se
conforman visualmente bellas postales de ensueño, de una ciudad portuaria sita
al pie de las estribaciones orográficas de la Penibética. Mientras que por el
sur es el mar, junto a los jardines del Parque, quien posee el protagonismo,
por el lado norte de la colina tenemos otra preciosa visión urbana en la que
predomina una densa planimetría de arterias que sustentan manzanas de
edificios, centenares de tejados y miles de vidas. Recorriendo estos sugerentes
y cromáticos vericuetos, poblados de pinos y aromas mediterráneos, llegó a uno de esos amplios miradores que hacen posible las
mejores vistas de la ciudad.
Disfrutó
con la panorámica de una atmósfera diáfana, llena de luz y templanza térmica.
Dejó pasar unos minutos para el goce imaginativo que sabe proporcionar un mar
en calma y, al fin, recurrió a su versátil compacta, fiel compañera que le sabe
guardar las mejores instantáneas. Con la destreza y experiencia que le
caracteriza, fue haciendo un buen reportaje de la ciudad, apreciación que
confirmó esa noche cuando repasaba en pantalla las
fotos que había tomado durante la mañana. Tiene por costumbre tomar
fotos con un “gran peso” en megas, a fin de que su definición sea lo más detallada
posible, especialmente cuando las imágenes son potencialmente ampliadas. En
ello estaba cuando reparó en algunos detalles insertos en una determinada
composición.
Es
más que frecuente la aparición de personas que, sin la voluntad de unos y
otros, se cuelan en el campo visual del objetivo. A pesar del esfuerzo que
aplicamos para que ello no suceda, resulta inevitable que todos formemos parte,
una y mil veces, de fotografías a las que no hemos sido expresamente invitados.
Se fijó en un joven que, en el ángulo derecho de la
imagen, descansaba sentado en un apoyo pétreo del mirador. Amplió la toma
y comprobó que este chico estaba aparentemente emocionado, leyendo una hoja
escrita que tenía en su mano izquierda. Efectivamente, parecía que estaba
llorando. La verdad es que, repasando ese momento en la mañana, no era
consciente de la presencia de este chico entre las personas que visitaban el amplio
mirador. Pero lo que no hallaba en los estratos de su memoria, sí estaba
grabado en aquella otra que reposaba en la de su cámara.
Desde
un primer momento se sintió atraída por la imagen de sencillez, bondad y
belleza de ese joven. Y fluyeron incontenibles las
preguntas. ¿Qué le provocaría tal estado de emoción? ¿Tal vez sería por
el contenido del texto que estaba leyendo en esa hoja de papel? Mamen, con ese
carácter admirablemente impulsivo que le caracterizaba, sentía que algo tenía
que hacer para ayudar a esa persona que sin duda, lo necesitaba. Pero… ¿quién
era él? ¿Cuál sería su nombre? ¿Cómo comunicar con ese desconocido? ¿Habría
resuelto ya su problema o aún mantendría su profundo estado de inestabilidad
emocional?
Durante
toda la semana, dentro y fuera del trabajo, le estuvo dando vueltas al asunto.
Con la confianza que ambas intercambiaban, Lorena le aconsejó que se olvidase
de ese joven del que solo tenía su imagen en un ángulo extremo de dos
fotografías. Conocía la poderosa imaginación de su hermana y lo constante que
era cuando algo se le ponía entre “ceja y ceja”. “Anda Mamen, déjate ya de
historias y échame un cable para lavar a las niñas. Contigo están más
formalitas. Yo, mientras, preparo la cena”. Pero en esa noche del viernes,
cuando se retiró a su cuarto, Mamen siguió buscando algún resquicio a través
del cual obtener datos del personaje que bullía en su cerebro y también, por
qué no reconocerlo, en su corazón. El chico era verdaderamente atractivo en su apariencia
física.
“Tengo que hacer algo por encontrarle”. Dicho y
hecho. Tomó una de las fotos. Hizo un recorte del joven, en el que sólo se le
veía la cara, emocionalmente tensa. Amplió ese rostro y escribió, debajo del
mismo, un breve texto que decía “Me preocupaste
mucho el domingo pasado. Me gustaría poder ayudarte. Te facilito mi dirección
electrónica”. A continuó, subió ese recorte fotográfico y el breve
mensaje a las redes sociales de las cuales era una experta usuaria. “Más difícil sería que ese alguien encontrara un mensaje
que yo echara al mar dentro de una botella” se dijo a sí misma. Ahora
sólo quedaba esperar a que el propio destinatario , o alguien que le conociera,
le diera alguna respuesta al efecto. Parecía una chiquillada, pero esta joven
se tomaba muy en serio cuando algo “se le metía en la cabeza”. “Tengo que encontrarle y ayudarle”. La solidaridad
de Mamen era visceralmente profunda.
Antes
de coger la cama, le llegaron hasta cinco mensajes. Alguien le pedía otra foto
del joven, a fin de reconocerle mejor. En los otro cuatro, el contenido quedaba
en el terreno de la sátira y la broma. Pero ya, en la tarde del domingo, un
remitente le facilitaba alguna información acerca de la persona buscada. “Creo que se
llama Layo. Lo vi actuar, hace unos meses, en una obra representada en el Salón
de Actos de mi Facultad. Me parece que el grupo se llamaba “The blue star” o
algo parecido”. Alegremente sorprendida, se lanzó a investigar en el
mundo de los buscadores comenzando lógicamente por el más poderoso, el “reino
del Google”.
Efectivamente,
existía un grupo de teatro experimental en Málaga cuyo nombre era “The Sky´s Blue Star”.
Y en la página web correspondiente, aparecía el nombre de Layo Gómez. Su
fotografía coincidía con aquella que había quedado atrapada en su objetivo, al
hacer una toma angular desde el viejo mirador de Gibralfaro. La constancia en
el esfuerzo de Mamen comenzaba a estar dando sus frutos.
Siguiente
domingo, alrededor de las diecinueve horas, en la
cafetería del Parador Nacional de Gibralfaro, a escasos metros de ese
mirador sobre la bahía malacitana. Dos personas están sentadas en torno a una
mesa, sobre la que reposa un refresco de cola junto a un té marroquí. Con una
sonrisa un tanto burlona, el chico observa a una joven delgada, atlética, ojos
azules y cabello intensamente moreno.
“Reconozco que eres admirable. Me gustaría tener tu
tenacidad y entrega para lo que sientes y quieres. Yo sí te recuerdo, tomando
fotos en la barandilla del mirador. Pero estabas tan ensimismada ante el
paisaje que no reparaste en mi presencia. Aquella mañana dominguera, me
encontraba preparando una obra que previsiblemente estrenaremos a mediados del
próximo julio. Iremos a Granada, a un festival de teatro. Me corresponde un protagonismo
dramático, en la obra. Tengo dificultades para improvisar ese llanto artificial
que el guionista me exige, en una instante del argumento. Por ello busco
situaciones que me hagan empatizar más fácilmente con esa situación anímica
emocional. Y hace siete día que me vine por aquí, muy de mañana, para practicar
el rol correspondiente. Lo que tenía en mi mano era una carta de despedida de
una mujer a la que supuestamente había amado o querido con locura. Me dejaba….
por otra persona, que yo mismo le había presentado. Puedes suponer que esa
carta la había escrito yo mismo, con todo género de dramatismo. Era tan dura y
triste que….. que me hacía fluir ese llanto tan necesario en la interpretación
escénica. Eso es todo pero…. tu estás aquí para ayudarme ¿no es verdad, Mamen?
ja, ja, ja,
Layo,
técnico informático de profesión y actor vocacional, tiene pareja, Elia, con la que mantiene una variable convivencia
afectiva. Con el paso de los meses, seguirá manteniendo frecuentes intercambios
de e-mails con Mamen, persona de la que ha quedado gratamente prendado por su
fuerza, tesón y amistad, a los que sabe unir esa alegría y sencillez que él
percibe como grandes valores en lo humano.
Hoy ha
enviado a Mamen una localidad para el próximo festival de teatro, en el que su
grupo estrena una obra, en la que él habrá de llorar. La representación tendrá
lugar en el Teatro Isabel la Católica, de Granada, en pleno centro urbano de
esta maravillosa ciudad de Andalucía. Al final de la representación, quiere que
ella le acompañe a la cena que van a mantener, en el Albaycín, todo el elenco
artístico del grupo. Durante esa mágica noche tiene el propósito de decirle y
pedirle que, en su proyecto de futuro, ella ha de ocupar un lugar de
privilegio. Que ahora no concibe la vida sin estar junto a lo que más quiere.
Al
pie de una majestuosa Sierra, que ahora en verano ha cambiado su virginal velo
blanco de invierno por otro tejido con todo el espectro cromático para la
esperanza, Mamen y Layo agradecen al azar que una simple foto les haya unido,
para un futuro que ellos perciben con alegría y proximidad.-
José L. Casado Toro (viernes, 2 mayo, 2014)
Profesor
jlcasadot@yahoo.es
Buen relato!
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