Esta
sutil experiencia tuvo como marco estacional un húmedo otoño, con ese color
violáceo que a muchos agrada y en otros casos exacerba la nostalgia. Para
desplazarme a Madrid suelo preferir, entre otros
medios para la movilidad, los beneficios del AVE. Sus ventajas son casi
unánimemente reconocidas y valoradas por los usuarios del transporte.
Comodidad, rapidez, seguridad, accesibilidad, centralidad……etc, aunque a veces
las travesuras del destino provocan situaciones insospechadas que cada cual
integra según su situación anímica.
Llegué,
veinte minutos antes de la hora de salida, a la estación Málaga María Zambrano
y observé un movimiento de personas inusual en el control de equipajes. Por algunos
detalles (en las maletas y carpetas de mano) parece ser que un grupo numeroso
de viajeros se desplazaban para alguna convención o reunión al efecto. Una vez
que recogí mi trolley y mochila, en el control de escáner correspondiente, me
desplacé presuroso al vagón que se me había asignado en el billete, reservado
semanas antes a través de Internet. Comprobé con
sorpresa de que mi vagón, el nº 17, tenía
todos los asientos ocupados. Eran personas integrantes del grupo comercial
o empresarial al que he hecho alusión. Me dirigí de inmediato a un revisor
uniformado de Adif y le enseñé mi billete. Este Sr. me indica amablemente que
haga el favor de esperar, que va a intentar solucionar este posible error en la
adjudicación.
Tras
esperar unos diez minutos en el andén, tiempo que se me hizo eterno, dos
revisores se dirigen hacia donde yo me encontraba y, con toda delicadeza, me
pidieron disculpas. Efectivamente se había producido
un error en la asignación de asientos, hecho que no es frecuente que
suceda pero que, en ocasiones, provoca incómodas duplicidades de plazas. Me
ofrecen viajar en el vagón vip, aunque mi billete era para la clase turista. Es un cambio sin ningún gravamen económico al
efecto. Me acompañan al vagón nº 2, donde se me
acomoda en la parte delantera, donde los cuatro primeros asientos se hallaban
aún vacíos. A todos los que ocupábamos ese vagón preferente, nos traen
periódicos y nos sirven una copa de cava. Unos pocos minutos antes de que el
“cowboy” se pusiese en marcha, observo que llegan apresurados dos hombres, uno
de ellos portando un pequeño maletín y el segundo, con gafas fumé, llevando una
gran carpeta dossier bajo el brazo. Ambos visten elegantes trajes, gris y azul
oscuro, respectivamente. Ocupan los dos asientos de la fila par y hablan entre
ellos en voz baja, tras las buenas tardes de rigor.
Desde
un primer momento reconocí a uno de esos viajeros, aunque lógicamente dudé si
sería él. Al natural parecía más “estropeado” físicamente que cuando veía su
foto o su grabación a través de los medios de prensa y televisión. Se trataba, sin duda, de un importante dirigente político,
vinculado a uno de los dos grandes partidos que se van alternando en la
dirección gubernamental del país. Puntualmente, el tren inicia su marcha y el
político (probablemente, su acompañante era el guardaespaldas) comienza a ojear
(con un marcador fluorescente en mano) unos documentos de su voluminoso
dossier. También yo saco de mi mochila un librito que me ayuda a repasar formas
verbales in English. Y así pasan los minutos mientras los vagones “navegan!”,
con sonidos y movimientos casi imperceptibles, por ese “mar
de vías” que comunican y hermanan los espacios.
Una
media hora más tarde, nos sirven un tentempié (eran las 12:30 del mediodía)
compuesto por un sándwich de carne y verdura, con una botellita de tinto Rioja
o agua, a gusto del viajero. El compañero del conocido político deambula de
aquí para allá cuando, de modo inesperado, el cualificado dirigente se dirige hacia
mí, invitándome a acompañarle en el refrigerio.
“Sí, efectivamente le he reconocido. Las personas que
como Vd. salen con tanta frecuencia en los medios de comunicación se nos hacen
famosas y familiares. Le confieso que nunca antes había tenido la oportunidad
de viajar junto a una personalidad tan conocida y mediática como Vd y esto para mí es una experiencia nueva y sin
duda atrayente (mientras tanto, mi interlocutor se reía divertido)”.
Básicamente,
le comenté cual había sido mi actividad profesional, hasta el momento de
alcanzar la prejubilación laboral, detalles ante los que se mostró “escénicamente”
interesado. Rápidamente comprendí que le agradaba conocer la opinión de un
ciudadano sobre la marcha general del país. Nos quedaban aún alrededor de dos
horas de viaje y la cordialidad entre ambos era manifiesta. Dejé que protagonizara algunas preguntas sobre la
educación, la sanidad, el medio ambiente, el empleo, respuestas por mi parte
que, aunque respetuosas, eran punzantes y críticas (uno es como es……) Él las
atendía con atención y, aparentemente, aplicaba comprensión y también respeto. Aunque
se me ocurrían algunas preguntas para su persona (mejor dicho, para su rol
profesional) preferí dejarle la iniciativa, ya que entendí y comprendí su curiosidad
por conocer opiniones acerca de cuestiones que están, en el día a día, en boca
de todos, por parte de un ciudadano anónimo.
El
tren continuaba su periplo viajero, camino de un destino prefijado, mientras su
guarda de seguridad (parecía un tanto aburrido) había ocupado el asiento vacío
paralelo al mío, respetando nuestra privacidad y diálogo. “Bueno… y qué opinas de las personas que ejercemos la
actividad política”. Viendo que él (algo más joven que yo) utilizaba el
coloquial tuteo, me animé a seguir por la misma senda “familiar” y utilicé el “tú”,
mezclado con la habilidad del Vd, para ese respeto siempre necesario.
“La verdad es que percibo en la masa social (yo mismo asumo
esta valoración) una falta absoluta de credibilidad hacia la función administrativa
y gubernativa que Vds. representan. Mejor, hacia cómo la lleváis a efecto. Os
habéis ganado, paso a paso, pulso a pulso, la desconfianza de la mayoría
popular, a no ser que militantes, sectarios o fanáticos, tengan otra
apreciación más benévola hacia vuestra imagen. Y ¿por qué digo esto? Básicamente,
porque a vosotros se os ve ligados, muy atados, a unas siglas, a unos
intereses, más que al servicio general del pueblo, a quienes decís representar.
Y ya no hablo de la mentira, como recurso propagandístico o electoral, sino que
vuestra actuación en el Parlamento, o en las mismas convenciones que organizáis
es clamosamente patética. Muchas veces el ciudadano se pregunta, en medio de un
desconsolado asombro, ¿dónde queda vuestro propio criterio, vuestra propia
crítica o iniciativa, sometida a los dictados o al dedo del líder, más o menos
carismático, de turno. Verdaderamente, ¿pensáis que se os cree, o ese valor ya
ni os importa? Creo que estáis atenazados por ese voto que os puede poner o
echar del poder. Y por ese voto sois capaces de cometer las más inauditas
tropelías y manipulaciones, ante una sociedad que es bastante olvidadiza,
acomodaticia y servil. Esta es mi opinión. Y como decía aquel Presidente, sin
acritud pero con la firmeza de mi reflexión”.
Este
varapalo expositivo (junto a otras consideraciones) parece que a mi compañero
de viaje le hicieron bajar las muescas faciales de esa sonrisa permanente, muy
bien estudiada y representada. Por unos segundos hubo entre nosotros un
silencio….. incómodo y glacial. Supongo que estaría buscando, con celeridad
chapucera, esa palabrería al uso que, a golpe de manual, sirve para contener o
reparar las brechas, dolorosas e incontestables, en la autoestima.
“Sí, acepto que no siempre sabemos comunicar bien con
nuestros representados. Que no transmitimos, de manera fehaciente, todo el
esfuerzo que llevamos a cabo. Necesitamos un mayor y mejor acercamiento a
nuestros electores y al pueblo en general….”
“Permíteme, no es una cuestión de comunicación,
transmisión o acercamiento. Es sólo respeto a la verdad, a la negociación, al
acuerdo, a la eficacia, a la honradez. Vosotros no servís al pueblo. Estáis
sólo al servicio de vosotros mismos. Al servicio de vuestros intereses. Por eso
la masa social desconfía, cada vez cree menos, en vosotros. Sólo os alimentáis
del fanatismo, del seguidismo, de la pasividad, de la incultura y de la
manipulación mediática más abyecta. Sólo lucháis contra la corrupción del
opositor político. Ocultáis, de manera vergonzosa y cómplice vuestras propias
corrupciones. Esa es la muy triste realidad….. de lo que hacéis”.
Aunque
entre nosotros el trocito de atmósfera que nos envolvía se había tornado gélido
para la cordialidad, echó mano una vez más del “manual
para situaciones incómodas” y teatralizó esa sonrisa del comercial al
que, finalmente, no has comprado el vehículo maravilloso que te ha estado
ofertando con todo su esfuerzo y perseverancia. Me dio su tarjeta personal con
un número de teléfono al que podría acudir cuando lo necesitase. Alabó el buen
rollo de su inesperado compañero en los asientos vips y la despedida fue un
bien ensayado y mecanicista apretón de manos. La señorita de los altavoces nos
indicaba que estábamos entrando en la estación central de Atocha. El
guardaespaldas llevaba los maletines mientras mi compañero, el político, se
puso de nuevo la máscara eficiente de gestor y caminaba, muy diligente, hacia
la puerta de salida, vagón nº 2.
Esperando
la llegada del metropolitano, línea celeste, que me llevaría hasta la propia
Gran Vía madrileña, observé un gran cartelón inserto en una mampara encastrada urbanísticamente
para la publicidad. En la misma, uno de los dos grandes partidos políticos que
controlan la dirección del país, planteaba un precioso decálogo de promesas y
objetivos para las próximas elecciones generales. Curiosamente, en esa relación
de proyectos aparecían conceptos generosos y positivos, como trabajo para
todos, educación y sanidad bien atendidas, obras públicas y transportes
eficaces, cultura social, atención a la tercera edad, justicia eficaz y
gratuita, consenso político para el bien general, cuidado del medio ambiente, seguridad…… Pero
¿cómo creerles? ¿cómo confiar en sus desprestigiadas palabras?
Ya
en un atestado vagón del suburbano madrileño, me sentía como un ciudadano privilegiado.
Había tenido la oportunidad de manifestar mis ideas y convicciones a un
importante miembro de esa casta dirigente que siembra desilusión y suele recolectar
incredulidad y desesperanza. Desconozco si el blindaje ideológico de su
conciencia le permitiría acceder a un comportamiento más autónomo, libre y
sincero en el ámbito sociopolítico para el que decía trabajar. Cuando accedí a
la superficie viaria, me entremezclé en el trasiego ciudadano de una Gran Vía
siempre atestada y cosmopolita de viandantes. Hacía ya un poco de frío pero los intermitentes rayos de sol, entre un juego de nubes algodonosas, nos acariciaban térmicamente
y atemperaban nuestro caminar diligente.-
José L. Casado Toro (viernes, 9 mayo, 2014)
Profesor
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