Muchos
son los que piensan que la estacionalidad
meteorológica influye, de manera importante, en el estado anímico de nuestras
vidas. Tal vez a unas personas les afecte más o menos el estado del tiempo,
pero lo que parece evidente es que la situación cambiante de la atmósfera nos
condiciona. De una forma u otra. Los nublados, la humedad, las precipitaciones,
la sequedad ambiental, la insolación, la longitud de los días y de las noches….
tiene repercusiones en la naturaleza vegetal. También, como no podía ser menos,
en el comportamiento y respuestas de las personas. Y esa variabilidad
atmosférica deriva en situaciones medioambientales que a unos agrada más, con
respecto al recelo de otros gustos y apetencias.
Lógicamente
tiene que haber fieles seguidores para las diversas estaciones del tiempo. El verano está claramente vinculado al sentido lúdico
de la vida, donde lo vacacional y la aventura por descubrir nuevos parajes, se
alía con ese sol que brilla y fortalece nuestra necesidad térmica. El otoño suele llevar aparejado la vuelta a la
normalidad rutinaria, con la llegada de las lluvias, la cortedad de la
iluminación solar diaria, la renovación vegetal, con la caída de la hoja y esa frecuente
depresión anímica, romántica o nostálgica que a otros, por el contrario, agrada.
El invierno habla de frío, abrigo y horas en
casa, endulzado por esa tradición navideña que trae bondad y amistad, en lo
fraterno. La cuesta de enero, para ese nuevo Año adornado de tantas
expectativas, suele ser complicada, no sólo para lo económico sino también para
ilusionados proyectos de cambio que no pocas veces quedan sólo en la
teoría del deseo.
Y
llega la renovación Primaveral, aquella
estación que se adorna con los más bellos ropajes para la esperanza. Hitos y
muestras significativas son San José, el padre y, por supuesto, el día de la
madre, junto a la vegetación que renace con esa vitalidad que nos gratifica la
estética visual, el aroma de la flora y el avance incontenible de la luz.
Cierto que se potencian, al tiempo, los condicionantes alérgicos, con su
molesta incomodidad y con un hídrico equinoccio que favorece los potentes aguaceros,
a veces de consecuencias complicadas. Pero, con su ansiada presencia, le damos
un buen repaso al contenido de nuestro armario y buscamos colores más alegres y
relajantes para nivel térmico corporal, en esa búsqueda de la alegría también
en el vestir. La longitud de los días hace que estemos más en la calle, en la
naturaleza, en medio de la gente, compartiendo el misterio anímico que nos hace
priorizar la sonrisa por encima de tantos nublados y letargos. Nuestro talante
se torna más receptivo para la sociabilidad y el diálogo, tratando de
encontrarnos a nosotros mismos a través de la amistad y la cooperación. Sí, es
una preciada estación que habla y transmite la fuerza que nos impulsa a caminar
con diligencia, en el asombroso despertar de cada uno de los días. De manera
afortunada, se renueva en cada anualidad esa imagen de hermanados colores,
verdes y azulados, malvas y anaranjados, para entender y sustentar la
esperanza. Y, en este ilusionado contexto, nos fijamos en una de tantas
historias presidida por la sencillez y la dificultad que conlleva la vida.
La
actividad que lleva a cabo el taller donde Claudia trabaja
es cada día más intensa. Esta aún joven mujer, y dos compañeras más, se ocupan
de arreglar las prendas de ropa que necesitan el retoque de la talla o la
reparación por descuidos accidentales. Sea el algodón, el poliéster o la piel,
son numerosísimas las personas que acuden para resolver, con las prisas que
todos banalmente soportamos, ese bajo del pantalón, estas mangas del abrigo, aquella
cremallera que se ha bloqueado o ese roto en un vestido o chaqueta de cierto
valor material o, también, sentimental.
El
perfil sociológico de las personas que acuden a esta tienda de ARREGLOS es muy heterogéneo. Predominan los hombres
de mediana edad que carecen de la habilidad, o el conocimiento, para poder resolver
esa dificultad en las prendas de su vestuario. Probablemente, son personas
separadas, también solteros, que viven la realidad de su soledad. También visitan
el pequeño local señoras que demandan esa “reparación” en su ropa y que no
tienen el tiempo, o las ganas suficientes, para ponerse con la tijera, el hilo
o la aguja, a fin de remediar su puntual problema.
Nuestra
relato comienza una soleada tarde, a comienzos de un abril muy agradable en lo
primaveral. Claudia está atendiendo la petición de una chica joven para
arreglar un traje de boda. Su compañera Eugenia está ocupada en reducir la talla
de una valiosa chaqueta de ante. En ese momento entra en el reducido
establecimiento, sito en un populoso centro comercial, un hombre metido en la cuarentena. Se le nota algo incómodo, ante una situación que debe ser novedosa
para él. Una vez que la chica del traje de boda abandona el mostrador,
este señor plantea su necesidad. Trae dos pantalones vaqueros, de marca, recién
comprados y explica que le están excesivamente largos. “Es
un trabajo bastante fácil de resolver” responde con una sonrisa la mujer
al ya más tranquilo cliente.
La
experiencia de Claudia con la costura viene ya de varios años de aprendizaje
con su madre, dedicada a esta habilidosa tarea en una empresa textil. Es una
mujer muy normalizada en lo físico, bastante delgada y tímida en su carácter. A
sus treinta y nueve años, continúa conviviendo con su madre, ahora ya jubilada.
Tiene una hija adolescente, fruto de una relación frustrada con un viejo amigo
que, de forma inesperada, rechazó todo tipo de responsabilidad con su
paternidad manifiesta.
Claudia
ha carecido de suerte en sus relaciones afectivas. Sin embargo, acepta el tipo
de vida que la vida le está deparando. Hace seis años
que emprendió este negocio con su amiga Eugenia y tienen contratada a otra
señora, mayor que ellas, muy habilidosa con el arte de la costura. El
rendimiento del trabajo diario les permite pagar el alquiler del pequeño local,
los impuestos subsiguientes y vivir de una forma modesta, aunque desahogada. Hoy
atiende a este caballero, tratando en todo momento de que no se sienta incómodo
ante una situación que a las claras es muy nueva para él. Marcos agradece expresivamente la atención que ha
recibido, manifestándole que le volverá a traer nuevos trabajos vinculados a su
ropa.
Al
lunes siguiente Claudia ve presentarse de nuevo a este hombre quien, tras
retirar el encargo, le ruega acepte una caja de bombones con el que quiere
manifestar y valorar el buen trato que le ha sido dispensado. Lucio volverá a
este taller en distintas oportunidades, durante las semanas siguientes. Idea encargos
diversos de arreglos, a fin de dialogar con la joven, En una de estas ocasiones, antes de despedirse
de Claudia (quien siempre se ocupa en atenderle, con especial afecto) le
entrega un sobre en cuyo interior reposa una carta que le ruega lea, cuando
ella lo considere oportuno.
“Permíteme que te tutee, admirada Claudia, pero así
percibo mejor una proximidad hacia ti. Ese trabajo que tan bien realizas ha
hecho posible que no sólo te conozca, en lo profesional, sino que también me ha
hecho valorarte positivamente en lo humano. Nada querría más que luchar por ti
en este momento en que veo luz en mi vida, cuando hasta hace unos meses sólo
percibía las sombras de la soledad. Mi historia es azarosa y complicada, pues
cuando alguien en quien confías te engaña y acaba riéndose de tu inocencia,
acabas sintiéndote desvalido y en la orfandad más absoluta. Yo tenía un
matrimonio que no lo era y ahora confío en una amistad que lo ha de poder ser todo.
Dame una oportunidad para hablarte y explicarte lo que ha sido mi pasado. Pero
contigo sólo querría contemplar el futuro. ¿Quieres que nos veamos un ratito
este fin de semana, a fin de que nos podamos acercar en el conocimiento y en la
amistad? Seguro que elegiremos un buen lugar para dialogar y compartir. Con
todo el respeto. Marcos.”
Al
final de la misiva iba anotado un número de móvil, junto a la dirección
electrónica de su autor.
La
de ese domingo en la tarde fue una preciosa
oportunidad para dos seres que necesitaban, con la alianza estacional de
la naturaleza, esa autoestima tan necesaria contra la soledad. Hablaron
largamente, intercambiando no sólo palabras sino también, y más importante, los
sentimientos, la comprensión y ese calor tan valioso de la atención para el
conocimiento de sus respectivas realidades. Aquel “tren”
que siempre tememos perder, por una vez quiso ser generoso para llegar a la
hora prevista y no dejar a nadie en la vacía frialdad del andén.
Marcos
trabaja como oficial administrativo en un organismo municipal (Área de Urbanismo)
del Ayuntamiento malacitano. Posee la titulación de aparejador y su estabilidad
económica se ve condicionada por la pensión alimenticia que ha de pagar a su ex
mujer, la cual ha ido libando de flor en flor, sin reparar en tantos
sentimientos frustrados. Desde su relación con Claudia se cuida más,
especialmente en lo relativo a esa tendencia a los gramos que tanto traicionan los
perfiles y las siluetas. Se ha habituado a practicar algo de deporte por las
mañanas, antes de acudir a su puesto laboral. Pero lo que más le fortalece es
esa amistad con una buena mujer, que parece haber encontrado también el
consuelo de la estabilidad afectiva.
Al
llegar Claudia una mañana a su taller en
el Centro Comercial, observa que otra mujer la está
esperando. Piensa que es una cliente que tendrá urgencia para dejar su
prenda para arreglar. Sin embargo no es un asunto de ropa lo que esta señora
desea plantear. “Mi nombre es Irene. Soy la ex de Marcos.
¿Puedo hablar con Vd unos minutos? O si lo prefiere, puedo volver a la hora que
mejor le convenga”. Un tanto nerviosa, entendió que lo mejor era atender
lo que la ex mujer de su gran amigo le quisiera transmitir. Eugenia, atenta a
la situación, indicó a su amiga que ella se hacia cargo de atender a los
posibles clientes. “Tómate todo el tiempo que
necesites”, le dijo amablemente.
Principalmente
fue Irene quien habló, durante esa hora en la que ambas estuvieron sentadas
ante dos tazas de café. Fue un largo
monólogo, de duro contenido, la exposición que Claudia tuvo que escuchar de la
boca de una mujer que, a luces vista, estaba henchida de un profundo rencor. Le
agradeció de una manera educada toda su confidencia, indicándole que tendría
que reflexionar con serenidad acerca del contenido de la misma.
Y es
que en Primavera hay luz, calor, naturaleza y emoción. Pero esa ilusionada
parcela, que en tantos y tantos almanaques aparece, trae consigo también otros
nublados, otras pesadumbres y el precio cruel de la realidad. Aquella noche
Claudia, apesadumbrada, se planteaba una pregunta que bullía en su conciencia
desde la mañana. ¿A quién creer? ¿En quién poder
confiar? Como en otras tantas ocasiones, para lo humano, el valor de la
verdad se impondría a una confusa situación, provocada entre dos seres
enfrentados. Claudia estaba dispuesta a luchar por ese futuro en el que había
depositado tantas ilusiones. La conversación que mantuvo con Marcos, en la
noche del día siguiente, facilitó el gozoso objetivo de llegar a tiempo para no
perder un tren en el que ambos necesitaban, ansiosamente, viajar.-
José L. Casado Toro (viernes, 28 marzo, 2014)
Profesor
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jlcasadot@yahoo.es