Seis amigas, compañeras de universidad, comparten cada fin
de semana esa grata amistad de la unión y el afecto. Cuatro de ellas,
Mara, Inma, Mónica y Esther, estudian segundo curso en el grado de derecho.
Reme y Lara, lo hacen en la Facultad de Filosofía y Letras, en la especialidad
de Filología Hispánica. Todas ellas, coetáneas por su edad, fueron compañeras
de aula desde los ya lejanos tiempos de la educación primaria, en aquel
entrañable Colegio de la Presentación, donde se conocieron y desarrollaron su
primera formación escolar. Las seis amigas acaban de superar el umbral de la
mayoría de edad, disfrutando de su espléndida juventud en el devenir de los
días. Lógicamente, cada una de ellas se halla inserta en un contexto grupal,
con las peculiaridades y diferencias propias de cada familia. Pero, cuando
encuentran ese espacio o ratito para la unión, preferentemente en los fines de
semana y a través de la comunicación on line, sea el correo electrónico o los
Watsapps, se sienten fuertemente hermanadas en el afecto.
A
pesar de esta buena relación, en ocasiones surgen diferencias entre estas
jóvenes motivadas, en la mayor parte de los casos, por nimiedades o
malentendidos que no alcanzan mayor gravedad. La competitividad por la ropa o
cuando algún amigo o compañero, bien parecido, se cruza en sus vidas, generan rencillas
e infantiles tensiones que con un poco de diálogo se solventan, a fin de
recuperar esa armonía tan necesaria que las distingue desde que eran
pequeñas.
Todas,
salvo una de estas chicas, mantienen un nivel de normalidad en cuanto a su apariencia
física. Superan con buena nota esa imagen agradable que la mayoría de las
personas apetecen poseer. Pero este superficial aspecto o imagen es, en la
persona de Reme, desafortunadamente, diferente. La
naturaleza se ha mostrado mezquina con esta joven, específicamente en dos
elementos de su look o apariencia. Rostro poco agraciado y una
acumulación de gramos corporales, hoy día no especialmente valorada entre los
chicos. Utilizar la expresión calificativa de guapo o feo, puede ser
razonablemente discutible o controvertido. Pero es que esta chica no se adorna
de esas cualidades corporales básicas para la norma mayoritaria. Incluso, en
momentos concretos de la escolarización primaria, e incluso media, algunos
compañeros de aula y vecinos fueron especialmente crueles en el trato con ella,
por esos elementos externos que adornan la figura de cada persona. Y, aunque ella trata siempre de disimular, el dolor, que
este mezquino comportamiento le produce en su ánimo, es muy profundo.
Algunas
de sus amigas presumen de poseer pareja. Incluso son motivos de diálogo, en
esas tardes/noche de cena y baile y copas de los viernes o sábados, los datos
acerca de fulanito y de sus pretensiones con respecto a ésta u otra de sus
compañeras. En estas ocasiones, Reme se limita a sonreír y preguntar, sin poder
ella presumir y exagerar, como suelen hacerlo las demás. Pero es el signo de su
destino. Y así un día tras otro. No era esencialmente el concepto o sentimiento
de envidia la situación que ella soportaba. Más bien era desazón y frustración,
al verse postergada con respecto a esa imagen externa que sus compañeras
lucían.
Bien
es verdad que esta chica lucha por compensar esas carencias, meramente externas
en lo físico, con otros valores que adornan si cabe, aún más, nuestro mejor
currículum personal. Ser agradable y servicial
con los demás. Sonreír, aunque “la procesión vaya
por dentro”. Disimular, haciendo como que no
escuchas los comentarios jocosos acerca de tu físico. Tratar
de mejorar, en lo posible, esas carencias o defectos estructurales en tu
organismo. Centrarte en objetivos importantes para tu formación y futuro: el estudio y la mejor preparación. Y, así, un largo y
difícil etc. Pero Reme sufre, en lo
humano, ese dolor ante el desprecio de muchos a los que no parece importarles
hundir sin misericordia la autoestima de una persona.
Una
mañana, cuando volvía al clase tras unos minutos de descanso en el bar de la
facultad, encontró, debajo de sus apuntes, un folio doblado dirigido a su
persona. Lo firmaba un compañero de
grupo el cual, con palabras que perecían verdaderas y sumamente afectivas , se
sinceraba con la joven. Le era difícil entender el gesto de este compañero
quien, durante los dos cursos transcurridos de carrera, la había ignorado e
incluso despreciado con bromas carentes de toda fortuna. Incluso, en ocasiones,
lindando la crueldad. Ahora venía a decirle en su texto que se había equivocado
gravemente con ella. Que se había dado cuenta y reconocía el gran valor de
humanidad y cariño hacia los demás que ella regalaba cada día. Que le gustaría
conocerla mejor. Y que a tal fin, podían quedar para tomar algo ese sábado por
la tarde, en un conocido punto de encuentro junto al Parque de la ciudad.
Hablarían sobre distintas cuestiones y de forma especial le pediría ayuda sobre
un problema que estaba atravesando con su familia. Se despedía de manera muy
correcta, reiterándole su disculpa por el mal trato que él le había
proporcionado, en distintos y desagradables momentos de los dos cursos que
ambos llevaban compartiendo.
El
asombro y la alegría de Reme fue muy profundo, ante el inesperado gesto de Fran. En realidad, él no era el único de todos los
que en su grupo tan mal se comportaban con su persona. Pero ahora, este bien
parecido compañero había tenido la gallardía de rectificar y tenderle una mano,
principio de una buena amistad. Incluso le pedía una cita, a fin de pasar un rato juntos en el fin de semana. Lo que
para sus amigas era algo más que rutinario, cuando salían con otros chicos, en
ella era la confirmación de que su buen corazón y generosidad, para con todos,
comenzaba a estar dando sus frutos. No podía dar
crédito a la alegría que le embargaba. Y, con el nerviosismo propio del
caso, lo comentó con su grupo de amigas íntimas, a través del móvil. En esta
ocasión era ella quien iba a faltar en la reunión y salida del sábado. Otro sms
telefónico llegó al móvil de Fran, aceptando sus disculpas y confirmando la
reunión para lo que suponía iba a ser una linda y preciosa tarde.
La respuesta de sus amigas fue verdaderamente espectacular.
Los whatsapps funcionaron con toda la intensidad, tanto en rapidez como en
contenido. Mostraban la alegre sorpresa de que uno de los chicos más guapos de
la clase se fijara en una persona que había sufrido la postergación e incluso
la falta de respeto, por parte de muchos. Se alegraban por ella y le animaban a
que aprovechara esa oportunidad de la mejor forma posible. Aunque también hubo
otros mensajes “ocultos”. “¡Vaya con la mosquita muerta! Con ese cuerpo que tiene y
uno de los más guapos del curso la invita a merendar. Yo aún no me lo acabo de
creer. Hay cosas que no se entienden. Nosotras ya porque estamos acostumbradas
a aguantarla. Pero esto parece un milagro de la naturaleza. Salir con semejante
paquete…. este chico debe haber perdido la cabeza”. Afortunadamente,
esta desconsiderada frase, enviada por
Mara a Esther, no llegó al conocimiento de quien ahora era protagonista y
centro de los comentarios. Y no fue el único de los que, en los días previos al
sábado, se cruzaron entre esos móviles prestos para el diálogo.
Eligió
su mejor vestido. Quiso ir elegante, pero moderna. Tonos oscuros, a pesar de la
primavera, pues así podría disimular un poco mejor esos kilos que afeaban su
figura. En la peluquería cuidaron de su pelo, dándole un estilo desenfadado,
con una tonalidad más rubia, a su castaño no intenso. La pobre chica pasó
hambre, en esos cuatro días que faltaban para la cita, con la vana esperanza de
quemar algo de la grasa acumulada en su anatomía corporal. Y se preguntaba
acerca del lugar que Fran habría elegido para pasar la tarde. ¿La invitaría a
cenar? ¿Cuál sería el problema que le quería consultar? ¿A qué se debería el
buen cambio de actitud de esta persona, que tan despectivamente la había
tratado hasta el momento? Esas preguntas, junto a otras muchas, habían estado
bullendo por la cabeza de Reme, antes de que llegara el que suponía iba a ser
su gran día.
Siete
de la tarde, junto a la conocida farmacia 24 horas, en la esquina de Larios.
Allí estaba Fran, con su aire desenfadado, sus vaqueros raídos y las Converse
blancas que siempre solía llevar. Tras el saludo, fueron paseando hasta una
cervecería en la Plaza de la Merced, muy de moda entre la gente joven. La “actuación” de este caradura fue digna de grabación.
En realidad, algunos amigos del joven tomaron las fotos necesarias, desde
ángulos bien disimulados, a fin de sustentar bien la apuesta que entre ellos se
había cruzado. Reme, ensimismada, atendía con una amplia y compresiva sonrisa,
a las historias que bien narradas compartía su compañero. Un tanto nerviosa, le
iba aconsejando acerca de algunas respuestas que, en su opinión, debería
adoptar el que parecía atribulado joven. Pero no hubo cena. A eso de las nueve,
el chico se disculpó con un compromiso familiar que le obligaba a tener que
interrumpir la reunión. Se despidieron con un cariñoso saludo. Y que se
llamarían, para pasar otra tarde juntos.
Clara,
su madre, no dejaba de hacerle preguntas, cuando llegó a casa. Su única hija se
sentía feliz y compensada, de lo bien que había resultado el encuentro. ¿Podría
ser el inicio de algo más de una buena amistad? ¿Pero cómo ahora este apuesto
chico podía haber cambiado tanto? Tras quitarse la ropa, apenas tenía ganas de
cenar. Y eso que solo habían tomado dos cervezas, con un par de tapas. Ante de
utilizar el móvil, para comunicar con sus amigas, se fijó que había dejado el
portátil encendido. Con esos hábitos reflejos del cada día, repasó las redes
sociales. Y en una de ellas, una cruel entrada titulada: La gran apuesta, con “la Gorda”. La
abrió temblorosa y comenzó a ver una serie fotográfica, en la que ella era la
protagonista, imágenes tomadas desde los
ángulos más insospechados. Fran había ganado la apuesta, por “resistir” dos
horas con “la Reme”. En la última instantánea, se veía al joven sinvergüenza,
poniendo sus dedos índice y corazón en señal de victoria, y esbozando lo que
era una estúpida carcajada. Doscientos veinticinco euros había ganado este
impresentable sujeto.
No
tuvo fuerzas para llamar a sus amigas. Éstas, al tanto ya de todo lo que
pasaba, tampoco quisieron marcar su número de teléfono. Especialmente dos de
ellas, copartícipes en tan inhumana y cruel broma. Aquella
fue, para Reme, una amarga noche de lágrimas y desconsuelos. La ayuda de su madre fue la mejor terapéutica
de que gozó en tan amargos momentos. En más de una semana no se atrevió a
aparecer por la facultad.
Fue
en la tarde del martes, cuando Clara llamó a la puerta de su cuarto. Le
indicaba que un chico quería hablar con ella. En el salón le estaba esperando
Javi Medina, el delegado de su grupo en la Facultad.
“Compa, lo que se ha hecho contigo no tiene nombre. Tal
vez no me creas, sobre lo que te voy a decir y a pedir. Estoy aquí por voluntad
propia y por delegación y representación de todos tus compañeros. Te queremos
pedir perdón por esta estúpida e incalificable broma. Te aseguro que el propio
autor de la misma, se halla arrepentido y avergonzado de la misma. Quería
acompañarme, pero he pensado que sería mejor que, en este momento, viniera yo
sólo. Queremos que vuelvas a clase. Ya se han acabado las bromas y la crueldad
en el trato. Te vamos a respetar, como muy buena persona que eres. Por
supuesto, yo el primero. Reme, no quiero que pierdas el curso. Y no me voy a
mover de aquí hasta asegurarme que mañana vas a estar en clase. Muy temprano, a
eso de las 8 y media, vendré a recogerte con
mi coche. Y todo esto te lo digo, delante de tu madre. Se te va a
respetar. En ello va mi palabra de hombre. Yo me voy a cuidar de que así
suceda. Te he traído este ramito de flores, como símbolo de amistad y perdón”.-
José L. Casado Toro (viernes, 31 enero, 2014)
Profesor