Son
muchos los que prolongan el día, ante la ausencia de sueño en las noches. Estas
personas saben valorar, mejor que otras, la importante función social que los profesionales de la radio prestan a la sociedad
comunicando, durante esas horas atípicas, con los oyentes noctámbulos. Sea con
su voz dulcificada y afectiva, como cuando hablas a seres cercanos o, también,
sabiendo elegir aquella melodía de los sesenta o setenta, con la que aún saben
vibrar los nostálgicos arraigados. Esos locutores de los programas
radiofónicos, trabajando y escenificando en la madrugada, se esfuerzan en
ofrecer la mejor medicina para el desvelo de tu soledad en las horas vacías. Y,
esta noche también, asómate a tu ventana, cuando la mayoría duerme. Entre esos
bloques de vidas cercanas, a modo de recios gigantes que pueblan el espacio
urbano, observarás que hay ventanas donde la luz interior reta a ese manto de
oscuridad que se generaliza bajo la acogedora jaima de las estrellas. Y en cada
de una de esas ventanas iluminadas hay, qué duda cabe, una historia donde su
protagonista se rebela contra el reino de lo onírico, hacia donde la mayoría se
desplaza. Puede ser un estudiante de libros y
apuntes, que prepara el examen pendiente. O tal vez un
comercial, que prepara sus alforjas para ese temprano viaje. Pensamos en
el enfermo, que se afana en mejorar el
deterioro orgánico que le aqueja. O el trabajador
necesario para la salud, la seguridad o el sustento del resto de la sociedad. Pero,
casi siempre concluimos, en aquél o en éste ciudadano, cuya inestabilidad insomne le abruma e impide el inexcusable descanso
reparador.
En
la mayoría de los casos, los oyentes no conocen
el rostro, ni la restante conformación corporal de ese locutor,
que cada noche les acompaña, susurrando con ternura su habla. Probablemente se cruzarán
con él, a través de calles, avenidas o plazas, sin distinguir a este amigo
complaciente que comparte con ellos la palabra, los sonidos de la música o esos latidos misteriosos que anidan y
vitalizan el alma. El anonimato de su figura (al margen de la difusión
mediática que hoy prolifera) contrasta la familiaridad con que nos templa su
voz, la artesanía de su imaginación o la fiel sencillez de su compañía. Ocurre
cada noche, desde el cualificado aparataje técnico del locutorio, cuando se
gesta en la naturaleza del calendario el amanecer de otro nuevo día para
nuestra oportunidad.
Darrel nació en España, aunque su madre era de
ascendencia británica. Desde joven, sintió el gusanillo de la radio, afición
que también motivó la cercanía de un tío suyo que aún está vinculado a una
cadena televisiva, en el departamento técnico. Al finalizar la enseñanza
secundaria, optó por la Formación Profesional en imagen y sonido, grado medio y superior, en la modalidad de
radio. Ha trabajado en varias empresas del sector aunque, desde hace más de
tres lustros, está vinculado a la cadena líder de la comunicación en España. Es
un referente en la programación de madrugada, llevando diestramente el espacio
“Diálogos, bajo las estrellas” (cinco
temporadas ya) que se emite de lunes a viernes, entre las dos y las seis
primeras horas de cada día. En su espacio tienen cabida los microrrelatos, las
canciones, las noticias amables de cada jornada, los personajes del cine y, de
manera muy especial, la participación activa del oyente, en diálogo abierto y
sin cuestionario con el prestigioso locutor. Un aspecto curiosamente
significativo, de estas horas alternativas al sueño, es la carencia de cuñas o
entradas publicitarias en el programa (salvo algún caso, de índole
manifiestamente benéfica).
La dicción en este buen profesional, muy próximo al
medio siglo de vida, está presidida por el temple melodioso que aplica a sus
palabras.. Lógicamente, esas horas de programación exigen esta modalidad
expresiva, que facilita la connivencia afectiva entre quien comanda el
micrófono y sus desvelados oyentes. De ahí también la música nostálgica y
romántica elegida para su difusión. El rock duro o crispado de estridencias apenas
tiene cabida en un contexto “familiar” donde se trata de generar sosiegos, intimidades
y las mejores “imágenes” acústicas de un día. Una larga jornada inmersa entre
el estrés de lo urbano y la fuerza plácida de la naturaleza. Entre el modelo de
canciones de Corey Taylor (Iowa, USA, 1973) y el sentimiento expresivo de Lionel Richie (Alabama, USA, 1949) no cabría duda en
la opción, a favor de éste último. Reacio al tabaco, pero amante empedernido
del té y el café, este comunicador colabora en ahuyentar el pathos de la
soledad en miles de oyentes.
En
una entrevista reciente, publicada en uno de los medios gráficos de este grupo
mediático, Darrel se prestó a comentar dos de sus
mejores anécdotas, vinculadas especialmente a la intervención de los
radio- oyentes en la programación.
La
primera historia real, que el veterano profesional eligió, tuvo lugar en plena
Cuaresma de la liturgia católica. Un sacerdote,
presumiblemente de edad intermedia, llamó al programa. Pasaban unos minutos de las
cuatro y media, en una noche de marzo inestable, por la lluvia y el gélido frío
castellano. Obviamente, evitó la concreción de datos que facilitaran el
acercamiento a su identificación. Presentándose como Tomás (nombre
probablemente supuesto) confesó, matizando perfectamente la lenta cadencia agónica
de sus palabras, que desde hacía años sufría una profunda y terrible crisis de
fe. El conflicto personal que le atormentaba era durísimo de sobrellevar. En el
ejercicio de su ministerio, se veía más como un actor que no cree en el
personaje, pero que sobrelleva como puede la interpretación de aquello al que
su sacerdocio le obliga. Se sentía cobarde y merecedor de un auto desprecio,
por no afrontar con entereza su controvertida situación vocacional. Su temor a
adoptar la decisión, valiente pero difícil, de la secularización estaba basado
en dos circunstancia. De una parte, su madre, viuda y con un delicado estado de
salud, quien difícilmente aceptaría (por su carácter egoísta y absorbente) esta
íntegra opción por parte de un hijo que ha perdido los fundamentos para el recto
ejercicio de su sacral ministerio. De otra, su temor a integrarse en un
contexto socio-laboral para el que no ha sido preparado o educado. Seguía
haciendo lo que demandaba su función, pero sin creer en la misma. Por supuesto
que el ámbito de su sexualidad era también una temática vivencial que, en
mucho, le hacía sufrir. Su comportamiento en este ámbito solía calificarlo con
la vergüenza de lo innoble. Durante esos casi quince minutos de confesión ante
las ondas, Darrel apenas quiso interrumpirlo. Fue, prácticamente, un largo monólogo
descarnado y sincero de un hombre que sufría ante su propia conciencia. Se
despidió de Tomás pidiéndole, con el afecto del amigo, que continuara con este
gesto de valentía que esa noche había sabido aplicar ante todos los oyentes.
Que fuera sincero ante sí mismo y ante las personas que en él confiaban. Casi
un año después, tuvo una llamada telefónica fuera de onda. El supuesto Tomás le
confesaba que había tomado una valiente decisión para su vida. Ahora trabajaba
de cuidador para personas mayores. Su participación en aquel programa de
madrugada, le dio la fuerza necesaria para sincerarse ante la realidad de su
vocación. Se le invitó a una nueva conversación en la noche, pero Tomás declinó
educadamente el ofrecimiento. Se despidió con unas cariñosas palabras de
agradecimiento para un programa tan humano en valores. Nunca más ha vuelto a
saber de esta persona.
Los
tiempos de soledad no sólo anidan en las personas adultas. En otra ocasión
recibió la llamada de una niña, Dania, que
decía tener nueve años de edad. Había sabido anotar el número del teléfono de
la emisora, entrando en directo para explicar su situación. Estaba sola en casa
y sentía miedo de los sonidos que escuchaba, provocados por la agreste tormenta
que, en aquel momento, afectaba al cielo de Cáceres. Darrel trató de
tranquilizarla, iniciándose un sencillo y humano diálogo entre ambos. La niña
no había cenado, pues apenas tenía alimentos en el frigorífico. Vivía con su
madre, a quien no veía desde la mañana. No tenía claro en qué trabajaba, ni
dónde se encontraría en ese momento. Sólo repetía que tenía miedo de los
relámpagos y a ese cielo que tronaba. Dania no quería dar más datos sobre su
dirección. Pero estaba llamando a la radio por si su mamá la pudiera escuchar.
El departamento técnico de la emisora contactó rápidamente con la operadora
telefónica, a fin de localizar la dirección de ese número y, a continuación,
trasladaron ese valioso dato informativo al departamento de menores de la
Policía Local de Cáceres. En no más de cuarenta minutos, una asistente social
se había hecho cargo de esta niña, que estaba sufriendo una clara situación de
abandono. Nuestro locutor aprovechó ese tiempo ante las ondas para mantener el
diálogo con la cría, aportándole confianza y serenidad, mientras sus compañeros
actuaban con diligencia para ayudar a esta persona, de corta edad, en trance angustioso
de soledad.
Estos
profesionales de la radio se van a descansar cuando las demás personas inician
una nueva jornada en el día. Para el trabajo, la esperanza y la vida. Prestan
una encomiable acción benefactora a miles de personas que a esas horas “de las tinieblas” necesitan comunicar sus
sentimientos, experiencias y anhelos. La serenidad de la noche parece prestar
mayor confianza y fuerza expresiva a muchas personas a través de las ondas. El
mismo Darrel tuvo otra decisiva experiencia para su propio destino o interés
familiar. Desde hace dos años, ha podido rehacer su propia vida conyugal con una joven que otra nueva noche llamó al programa,
vitalmente aterrada, ante el maltrato que estaba sufriendo por parte de su
pareja.
Aún
quedan pequeños charcos de agua en las
aceras, debido al riego purificador de cada amanecer. De aquí para allá, nuestro
personaje se va cruzando con gente acelerada
por el minutero alocado de sus relojes. Las
mascotas y sus dueños buscan los espacios para el paseo, mientras los desayunos pueblan las cafeterías, los expositores de prensa lucen sus portadas para
las noticias y muchas carteras, repletas de
libros, apuntes o documentos, acompañan a sus dueños. Una chica delgada, ojos
azulados y sonrisa permanente se acerca, carpeta y bolígrafo en mano, hacia
Darrel.
“Discúlpeme ¿me permite un par de minutos? Es para un
trabajo de comunicación. ¿Escucha Vd. algún programa de radio durante la
madrugada?
¿Pero se emiten programas a esas horas del sueño,
señorita?
Tras
la mirada de sorpresa de la joven, este veterano locutor le sonríe y
tranquiliza, entregándole una tarjeta con su número telefónico.
“Si le parece, hablamos esta noche, a partir de las dos.
Pero ha de ser a través de las ondas. Y también puedo invitarla a que visite nuestra
emisora. Vivirá en directo el trabajo que llevamos a cabo, durante esas horas presididas
por la realeza del sueño, las palabras y la amistad”.
La
chica, camiseta estampada con textos ecológicos, vaqueros piratas y sandalias
planas de color beige, acertó a responderle, en medio de la sorpresa “desde luego que no faltaré….” Darrel caminaba ya,
divertido y con la presteza necesaria, hacia la privacidad de su merecido descanso.-
José L. Casado Toro (viernes, 27 septiembre, 2013)
Profesor