Faltan
apenas quince minutos para que suenen las campanadas de las siete de la tarde. Tenemos
un día luminoso y agradablemente tibio, que va despidiendo a esta Primavera
caracterizada por su humedad y frescura. En el departamento de marketing,
cuarta planta de un edificio diseñado con la más avanzada vanguardia
arquitectónica (metal y cristal, como materiales constructivos básicos) reposan
sobre la mesa ovalada cinco gruesas carpetas de folios, grapados en disciplinados
cuadernillos. Ya se han incorporado tres de los cuatro miembros del jurado,
citados días atrás, a fin de tomar una decisión sobre el concurso de relatos convocado por una prestigiosa
marca de automóviles, líder mundial en el sector del transporte. Recibe a estas
personas Nazario Cordera, jefe de sección, el
cual ha “coordinado” todo el proceso organizativo en una convocatoria que se
hizo pública durante el otoño pasado. Nos encontramos en la segunda edición de
este concurso, realizado con carácter bianual. Los incentivos para aquellos que
desean participar en el mismo son agradablemente suculentos. Existe un primer
premio, de doce mil euros, para el relato ganador. También hay establecido otro
premio (6.000 euros) para el relato elegido de un segundo participante. Si la
calidad literaria lo hace posible, según el criterio del jurado, se concederán
tres accésits (sin compensación económica) a otras tantas obras, de entre todas
las presentadas. A la sede de este organismo han llegado 632 sobres, con las
plicas correspondientes. La extensión de estos relatos no pueden superar los
ocho folios de extensión.
Los
miembros del jurado han sido propuestos en base a su cualificada relevancia
social, en el mundo de las letras. Ferrando Cantillana,
un conocido periodista del principal diario local, experto en críticas
literarias. Debido a su edad, se halla muy próximo a la jubilación profesional.
Manel Lenz, profesor de literatura, ha sido
propuesto por el departamento de filología de la Universidad. Vidal Lapiedra, quien dirige con éxito profesional una
galería de arte, sita en el centro de la telaraña urbana. Su segunda novela fue
publicada hace ya tres años y medio. Completa el equipo, Lena Santacruz, poetisa según ella desde que nació.
Ahora, cumplido los ochenta y tres, es una muy veterana gloria en los círculos
acomodados de la cultura local. Ha publicado diversos libros de poemas, pero
nunca ha sido afortunada con destacados premios literarios. Cada uno de los
miembros integrantes del jurado han recibido, a comienzos de la reunión, un
sobre conteniendo 300 euros, como detalle o regalo por su docta colaboración y
esfuerzo lector.
Para
el primer premio no ha existido debate alguno. Los cuatro analistas coinciden
en el título elegido: “Confianza en tu pasado”.
Abierta la plica, la autoría del relato corresponde a un afamado personaje de
la prensa política, que también dedica su tiempo a la creatividad literaria.
Hace una semana, los miembros del jurado habían
recibido una llamada telefónica de Nazario, sugiriéndoles que prestaran
especial atención a dicho relato. Para el segundo de los premios y los dos
accésits, se alcanza también pronto el acuerdo. Se
hacen tres sorteos, entre los nombres que cada uno de ellos aporta. En
veinte minutos ha finalizado todo este peculiar y “complicado” debate. Se
levanta el acta preceptiva de la reunión, con
los firma de las cinco personas asistentes a la misma. La empresa concesionaria
del premio ha reservado una cena para todos ellos,
en un prestigioso restaurante de la sierra. Con este generoso gesto, quiere
poner un buen final a la reunión decisoria de este último viernes de mayo. Tras
los saludos y afectos, quedan en verse, sobre las 9,30, en ese suntuoso lugar encastrado
en medio de la naturaleza, donde les espera una apetecible y suculenta velada
gastronómica. Sólo el profesor de literatura y el galerista acudirán a la misma
con sus respectivas parejas, masculina en el caso de Vidal. Nazario se excusa
ante la imposibilidad de estar presente, pues tiene un hijo que ha sido intervenido
precisamente esta tarde de una lesión deportiva. Pero les confiesa que ha
hablado personalmente con la gerencia del restaurante, a fin de que la cena les
sea lo más gozosa posible.
Con
puntualidad británica, las seis personas se hallan sentadas en una espaciosa
terraza, de cara a la frondosa naturaleza. Lena y Ferrando han utilizado el
taxi, para recorrer esa tortuosa carretera hasta el parador. Las dos parejas
restantes han conducido sus respectivos vehículos. Tres amplias bandejas con entrantes
ibéricos. Consomé o gazpacho andaluz. Solomillo o lubina, con un acompañamiento
digno de un cuatro tenedores. Para el postre, dulces de la zona y tarta helada.
Vino, agua, cerveza y refrescos, para la sed. Al final se les sirve café y
copas de champán francés. La mayoría de los asistentes son personas que gustan
del buen comer y, sobre todo, del mejor beber. Las esbeltas copas del blanco y
del tinto se van, una y otra vez, llenando y vaciando, en medio de una
conversación que va siendo, al paso de los minutos, cada vez más relajada. Temas,
más o menos intrascendentes y actuales, son puestos encima de la mesa, en una
conversación fluida y agradable. Pero la densa ingesta, hermanada con el
travieso néctar del dios Baco, va derribando los muros y blindajes de las
privacidades y las acomodaciones. En un momento afortunado del ágape, es Ferrando quien propone un tiempo para el culto a la
sinceridad. Están todos un tanto alegres y mareados con tanta comida y,
sobre todo, con tanto alcohol en el organismo.
“A cada uno de nosotros, se nos ha han entregado unos
ciento veintitantos relatos. Yo temía que, después de un tiempo prudencial, me
fueran llegando los escritos de mis restantes compañeros de jurado. Pero,
afortunadamente, esto no ha sucedido. Bastante teníamos con los ciento y pico
de historias que nos habían correspondido. Propongo que, en un juego a la
sinceridad, digamos cada uno la metodología que en verdad hemos seguido con
todas esas páginas escritas para el concurso. Y nada de mentir eh! Sólo vale la
verdad”.
La
burlona propuesta de Ferrando es aceptada, con el buzón de las sonrisas, por
todos los presentes. La atmósfera anímica entre ellos es ya lo suficientemente
diáfana como para aventurarse por las sendas inmaculadas de una sinceridad,
reveladora, saludable, pero no menos complicada. Y es el autor de la simpática
propuesta a quien toca abrir el turno de las intervenciones.
“Para mí, estos
meses previos a la jubilación están siendo muy atareados. Y de lo que menos
ganas tengo es de leer. Lo que más me apetece es viajar y gozar del placer de
la comida. Ya veis que mi talla de cintura posee un generoso diámetro. Total
que, viendo el tocho que me habían enviado, llamé a dos becarios que hacen sus
prácticas en el periódico. A cada uno de ellos les entregué sesenta relatos,
para que me eligieran cuatro títulos. A la mañana siguiente, ya tenía encima de
mi mesa un folio con los cuatro títulos escritos. Bueno, en cuanto al primer
premio, supongo que vosotros, al igual que yo, habréis recibido la llamada
telefónica de Nazario. Y no me preguntéis si los becarios se han leído los cien
y pico de relatos en una noche. No lo sé. Pero tampoco es que me importe mucho”.
Los
restantes integrantes de la mesa esbozan esa carcajada cómplice que llama a la
transparencia de todas las conciencias. Comprenden que la cosa va en serio y
que, también ellos, deben prestar culto a la verdad en esta temática puesta
sobre el tapete. Ahora es Vidal quien
interviene.
“Por supuesto,
yo también recibí la llamada de Nazario. Estas cosas funcionan así. No vamos
ahora a descubrir el mundo. A mi me ha cogido con el montaje de dos
exposiciones, prácticamente sin tiempo. Y eso que Fabio está siempre cerca de
mí echándome, con cariño, una mano generosa. En realidad no tiene otra cosa que
hacer. Una noche, tras vaciar una botella de Jack Daniels, vaso tras vaso, nos
fuimos hasta el montículo de los cuardenillos y elegimos, al azar, cuatro de
ellos. Entonábamos el The blue cloud y el Amazing Grace, a toda voz y aquello
resultó la mar de simpático. Estábamos como una cuba ¿Verdad, querido Fabio?.
Pues así resultó “nuestro proceso selectivo”.
Fabio
asiente con infantil cara angelical. Por su edad podría ser hijo de este
galerista que, en una primera impresión, te hace recordar al Gary Cooper de sus
mejores interpretaciones. Nuevas carcajadas y ese movimiento de copas que, otra
vez, han sido llenadas por los solícitos y bien adiestrados camareros. Ha
continuación, interviene el profesor Lenz.
“Mi caso es un
tanto similar al vuestro. He tenido una etapa de asistencia a congresos y de
participación en dos tesis doctorales, además de las clases ordinarias. El
tiempo es el que hay y no se puede multiplicar. He realizado alguna lectura
selectiva por las noches, pero, en realidad, ha sido mi hija, quien estudia
primero en Telecomunicación, la responsable de elegir lo cuatro relatos. Es
aficionada a la lectura, desde pequeña. Me facilitó un listado de cuatro
títulos…. y dos más de reserva. Yo ya daba por supuesto que el primer premio
estaba concedido. Incluso se le suele encargar, con antelación, al propio
autor, animándole a su participación con la garantía del éxito”.
Nuevo
repaso a las copas, con un cierto murmullo que desvela la realidad de estas
convocatorias. Todos fijan su mirada en Lena quien
asume, con una sonrisa de embriagada satisfacción, las numerosas copas de Rioja
que han llegado hasta su paladar. Se le traba bastante la lengua. Utilícese el
eufemismo que guste. Está completamente borracha y exultante. Su estriado y
surcado semblante nos revela a una persona vuelta ya de todo y, probablemente, también
de nada .
“Yo soy poetisa.
Me gusta y admiro la prosa, pero no es mi especialidad. Ya que vamos de verdades,
yo pongo encima de la mesa la mía. Me acordé de cuando era pequeña. Hace ya
tantos años…… En aquella feliz infancia, mis compañeras y yo nos reíamos
imaginando al maestro tirando por el aire nuestros trabajos y, según en qué
lugar de la habitación caían, así eran calificados. Ahora, en mi madurez, he
querido repetir aquella travesura que de niña imaginaba. Así que, la otra
tarde, me fui al dormitorio, con el ánimo de hacer volar a los relatos. Y vaya
que si volaron. Como tenía la ventana abierta, algunos cayeron en la terracita
de un patio. vecino, propiedad de don Facundo. Fueron seis, los que salieron
por la ventana. Anoté sus títulos. Precisamente uno de ellos era el que se va a
llevar los 12.000 euros ¡Vaya coincidencia! Cuando Nazo me llamó, repasé la
lista de los seis y allí estaba el preciado título”.
Pide
disculpas, pues ha de acudir con urgencia al lavabo. Teme no llegar a tiempo,
para la necesidad orgánica de su vientre. En su torpe desplazamiento, tropieza con
la silla de Fabio, impacto que hace desplazar el coqueto peluquín con el que el
joven cubre su alopecia.
12:40
de la madrugada. Los vehículos de Manel y Vidal bajan, con la lenta velocidad
de la precaución, por las curvas de la sierra, camino de Madrid. La noche está
limpia, luciendo en su bóveda, azul oscura, numerosas y brillantes estrellas.
Mañana, los titulares culturales de la prensa informarán del resultado de este importante certamen literario. Tres de los
afortunados se llevarán una gran alegría. El cuarto ya lo sabía, desde antes de
escribir el relato. Otros muchos participantes lo volverán a intentar. En una
nueva convocatoria o en otras similares. El alcohol y la buena mesa ha hecho
posible que seis personas se sinceren ante la verdad. Pero, como decía el
profesor Lenz “….. así funciona esto”.
José L. Casado Toro (viernes, 20 septiembre, 2013)
Profesor
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