Habían sido días teñidos con la
dureza de la tensión. Al menos, los resultados
del primer ejercicio, aunque fallidos para el objetivo de realizar la segunda
fase, le habían permitido liberarse, por ahora, de tantos meses de sacrificio con
la preparación de las oposiciones. Su plaza de
auxiliar administrativo, en esa delegación de la Consejería, estaba
relativamente asegurada, ya que se encontraba en un grupo a los que, por
antigüedad laboral, se les renovaba anualmente sus contratos de forma
automática. Así que, en este tibio domingo veraniego, decidió relajar su desequilibrio nervioso,
echando un buen rato de paseo y cultura por el Centro
del Arte Contemporáneo. Cambiaba el peregrinaje dominical hacia unas playas
atestadas de bañistas, por otra suculenta y divertida opción: la percepción
estética de un arte moderno y complicado pero, sin duda, en la vanguardia
cualitativa. Bruno no es un entendido en arte.
Sin embargo le gusta analizar y estudiar todo aquello que muestre la
creatividad del artista, en las distintas parcelas y géneros para la belleza y
la funcionalidad.
A sus treinta y dos años continúa
sin suerte o acierto en las relaciones afectivas. Posee su propio apartamento
para la intimidad aunque, con frecuencia filial, acude a casa de sus padres a
fin de compartir ese almuerzo o charla que tanto agrada y valoran sus
progenitores. En estas reuniones familiares
suele encontrarse con sus dos hermanas y cuñados, acompañados por una alegre tropa
de cinco sobrinos, de los que sólo uno lleva trenzas con lazo y unos lindos ojitos
azules que acompañan la espontaneidad de su limpia inocencia. Así que este
domingo, como la cita era a las dos y media, disponía de tres horas largas para
su peculiar aventura estética por el CAC.
Poco más de las once, en una
mañana de cielo azulado y amenazando la dureza térmica del estío. Con paso
lento, nuestro personaje va recorriendo las distintas pinturas y grabados,
colgados en la verticalidad de los gruesos muros que forman el antiguo Mercado de Mayoristas. Este edificio fue construido en 1944, junto al río o
cauce del Guadalmedina, próximo a su desembocadura. Tras años de abandono, fue adaptado y preparado para esta muestra
del Arte más actual, desde el año 2003 en que el nuevo centro fue inaugurado. A
Bruno le gusta recrearse con la riqueza cromática y plástica de las obras
expuestas. Pinturas, esculturas, proyecciones, sonidos, piezas y materiales
insospechados que forman conjuntos atrevidos en su simbología o significado
para el frescor imaginativo. Este día, en fin de semana, no había visita
explicativa, por lo que cada espectador tenía que adecuar su interpretación con arreglo a los pequeños paneles
informativos que acompañan los títulos de las obras y, sobre todo, a la
potencialidad imaginativa de cada visitante, aplicada a los ciclos expositivos.
Llevaba un buen rato paseando,
disfrutando y sonriendo ante lo que veía (por su limitada preparación o
educación artística) cuando se detuvo, pleno de curiosidad, ante un gran bloque
metálico, negruzco y brillante, con unos escalones en la parte superior.
Estaba encastrado en unos palés de almacenaje y rodeado de unos botes de
pintura roja, derramados en un círculo basal, todo ello iluminado con
tonalidades cambiantes desde tres puntos emisores. El autor de la obra, nacido
en la Europa oriental, la había titulado “Inmensidad,
en el caos”. Permaneció un buen rato contemplándola, sin encontrar el
menor sentido a lo que el artista había querido plasmar o transmitir en
semejante bloque o masa metálica. De pronto advirtió que, junto a él, una joven,
delgada, alta, cabello moreno y de mirada seria, también contemplaba la obra,
prácticamente inmóvil ante la misma. Vestía una camiseta oscura, estampada con
frases reivindicativas a favor de un medio ambiente equilibrado, vaqueros
azules envejecidos (tanto desde la fábrica, como por el uso) y calzaba unas
“flip-flops, con el color azulado del mar.
En un preciso instante, Stella (ese era el nombre de la joven) y Bruno, apartando
sus ojos de la mole que contemplaban, cruzaron sus miradas y, tras unos
segundos de mutuo reconocimiento, rompieron a reír.
“¿A tí qué te parece esta Inmensidad, ante el caos?
Porque llevo aquí unos minutos, tratando de buscar sentido a esto que parece un
meteorito. ¿Te parece que enviemos un sms al propietario, y autor, de este
monumento al metal? Igual nos responde, con una explicación que nos convenza”.
La chica, mostrándose amable con el desconocido, entró de lleno en el diálogo
que éste le planteaba. “Sí, me parece que somos un
poco burretes para captar o identificar el mensaje de quien ha hecho esta mole
….. ¿qué clase de metal puede ser? Bueno, me gusta venir por aquí con
frecuencia. Pero me parece que cada día entiendo menos a estos artistas de la
vanguardia”. Las risas y las miradas de ambos,
hicieron grato esta ocasional encuentro de dos paseantes domingueros ante el
arte.
De forma rápida y sencilla,
intercambiaron sus nombres y continuaron su espontánea conversación. Una
vigilante o guía, bien uniformada, los observaba. Le hubiera gustado intervenir
en ese regalo de palabras y risas, pero entendió que no debía meterse donde no
la llamaban y continuó su aburrido deambular, walkie talkie en mano.
“A mí,
creo que también a otros muchos, nos ocurre algo parecido. El hecho de no
entender el sentido o la simbología de no pocas de las obras, que aquí suelen
exponer, hace que te sientas un tanto como ridiculizado…. No sé si esa sería la
palabra correcta, ante la ignorancia. O tal vez el autor se pase de listo y
juegue con claves que sólo él conoce o, incluso, ni el mismo sabe lo que está
ofreciendo. Si tienes un poco de tiempo, te propongo una simpática experiencia.
Vamos a tratar de identificar o explicar, alguna de las obras que veamos.
Decimos todo lo que se nos ocurra o sintamos ante la pintura, grabado o
escultura que más nos llame la atención”.
Stella, veintipocos años, comenzó
a dar otra imagen de la que en principio Bruno podía suponer. Parecía una chica
cultivada y sensible. Sus ojos no podían disimular un poso de tristeza o
melancolía en su mirada, actitud que se esforzaba en compensar con una dulce
sonrisa. Jugaron a la interpretación de unas cuatro obras, cuando repararon que
eran ya más de las dos. Bruno se sentía tentado a invitarla a tomar alguna
cerveza o aperitivo, pero recordaba que la cita familiar en casa de sus padres
había quedado fijada para las 14:30. Y que sus padres se enfadaban con los
retrasos, por eso del arroz, que se pasaba. Siempre habían tenido una
mentalidad muy estricta con el minutero de la puntualidad. Así que, echándole
valor y espontaneidad a la cosa, va y le dice a Stella.
“Me
gustaría que tomáramos algo. Me has caído estupendamente bien. Pero tengo un
asunto de familia y ya puedes suponer como son los mayores, con esto de las
reuniones domingueras. ¿Nos intercambiamos los números del móvil? O mejor, se me
ocurre que esta tarde, si no tienes, nada más importante, quedamos citados aquí
y hacemos una buena merienda. Y seguimos hablando de ese arte que se nos hace tan
difícil, para su comprensión o interpretación. ¿Qué te parece?”
“Pero,
Bruno, ¿no te parece que vas muy rápido? Si apenas hace una hora que nos
conocemos? Ni tú sabes quien soy yo, ni tampoco yo sé nada de ti. Y yo vengo de
un palo muy gordo, del que apenas me estoy recuperando. Déjame pensarlo. De
todas formas, has sido muy majo y agradable conmigo. Creo que hemos pasado un
buen rato entre tanta cultura plástica. Me dices que a las siete y media.
Veremos. Pero, en el tema de los móviles, prefiero esperar. ¿Lo entiendes…
¿verdad?”
Y tras una nueva sonrisa, la
chica encaminó sus pasos hacia la zona del Vialia, mientras que Bruno lo hizo
hacia el área norte, correspondiente al Hospital Civil. En modo alguno tenía
ganas de ir a la paella dominguera, porque algo le decía que esta linda esperanza
para la amistad, bastante más joven que él, podía resultar esa buena amiga que
siempre todos hemos querido hacer realidad para nuestra vida. Sin embargo había
que esperar hasta las siete y media, a ver si se hacía realidad esa cita que
cultivamos en la ilusión de nuestros corazones.
Quince minutos antes de las siete
y media, ya estaba Bruno, ilusionado pero nervioso, paseando por la gran
explanada que antecede al edificio del CAC. Esos 6000 metros cuadrados de
superficie, de los cuales casi la mitad están dedicados a mostrar las
exposiciones permanentes y temporales, habían sido un ocasional punto de
encuentro en el que, ante su desorientación interpretativa, había hecho posible
contactar con una persona que parecía culta y solitaria. Desde luego, bella y
agradable. Prácticamente, nada sabía de ella pero algo le decía, en ese
misterio de la percepción, que esa chica podría tener un lugar importante en su
vida. Y pasaron los minutos, las horas y los días. Stella,
con su sonrisa dibujada en melancolía, no apareció.
Carecía de medios, datos o
elementos (salvo su nombre y figura) para su posible y complicada localización.
Fueron algunos otros los domingos en los que se desplazó al CAC, paseando entre
creaciones inexplicables para su capacidad, tratando de buscar una explicación
para ese silencio que reflejaba su ilusión. En momentos de serenidad y
racionalidad se repetía, una y otra vez, la convicción de que tal vez, o muy
posiblemente, hubiera mitificado la juventud y el misterio de esa chica que,
también, contemplaba el bloque compacto de la inmensidad. La verdad es que se
sentía preso de un estado de obsesión. Comentándolo
con uno de sus cuñados, éste le sugirió una curiosa idea que puso en práctica
desde aquella misma noche. Comenzó a difundir un críptico
mensaje, a través de las diversas redes sociales, en el que adjuntaba
una foto del dichoso bloque de la inmensidad, junto a las siguientes palabras:
“Sería importante seguir comentando contigo esta construcción
escultórica sobre la Inmensidad. Tanto ese mensaje subliminal como explícito,
que intenta transmitirnos su autor. Acudo todos los domingos al CAC, con la
ilusión de continuar nuestro diálogo”.
En realidad, esa obra ya no
estaba siendo expuesta en los salones del museo. Luego por tanto, sólo una
persona podía conocer e interpretar el sentido de este mensaje abierto, en las poliédricas
redes informáticas. La estrategia aplicada fue positiva en sus resultados.
“Bruno,
he de confesarte que yo trabajo aquí durante la semana. Lo hago en el
departamento de catalogación. Comprendo el desaire de ese domingo, pero tenía
una historia y unos hechos, muy recientes y poco agradables, que no me animaron
a dar ese paso que abría una nueva puerta a la amistad y a la esperanza. Sé que
acudes casi todos los domingos a recorrer las salas del CAC. Yo vivo
relativamente cerca del Museo y un familiar tiene un balcón enfrente del mismo.
Desde luego admiro tu constancia o perseverancia. Es digna de elogio. Y
ese mensaje en las redes….. muy bien pensado, inteligente y simpático. Hoy
domingo tengo el día muy complicado, pues está la boda de una compañera. Mañana
lunes, termino mi trabajo a las seis de la tarde. Para mí también sería una
ilusión seguir compartiendo el diálogo y enriqueciendo la amistad. Si vienes un
poquito antes de las seis, te llevo a uno de nuestros almacenes donde aún
permanece el “tocho” de la inmensidad. Hay que devolverlo ya a su autor, en los
próximos días. Le pediré a una compañera que nos haga una foto delante del monolito
metálico. La verdad es que tengo la menor idea de lo que puede significar, pero
nos ha servido para conocernos. Vamos a retitularlo como “la grata inmensidad
de la amistad”.
Aquel domingo, en agosto, fue uno
de los días más felices, en la incómoda y árida soledad de Bruno. El bloque, en
cuestión, había sido inesperadamente generoso, para su destino y posible
felicidad. ¿Qué mejor y sencilla
interpretación podría concedérsele?.
José L. Casado Toro (viernes, 2 agosto, 2013)
Profesor
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