Se
conocieron en un lugar de copas, música y diálogo, a fin de disfrutar la
inmensidad de la noche. A pesar de la ruidosa acústica reinante y de los traviesos
juegos de luces, con su ritmo alternado de colores y sombras, supieron
intercambiar esas palabras de presentación y conocimiento, en un contexto
volátil pero útil para la necesaria cordialidad. Allí había no pocas personas
que disfrutaban la plenitud juvenil, para el sentimiento y las edades, con sus atuendos
veraniegos, cuerpos bronceados por la generosidad solar y esas ilusiones
transparentes que aparcan el discurrir de lo cotidiano, a fin de hallar algo
diferente en la acomodada normalidad. Y, entre ellos, la sutil atmósfera de lo
previsible. Se cayeron bien desde el principio, surgiendo entre ambos esa
primera atracción que sabe mover montañas y voluntades, para algo más que la
amistad. Michael disfrutaba su semana de
vacaciones, en el atlántico canario, a donde había llegado con tres amigos
desde Leeds, su ciudad natal y usual de residencia.
Aunque
Yaiza no es muy dada a frecuentar este tipo de
fiestas, la insistencia de su amiga Magda le animó a rejuvenecer su aspecto
(cercano a la treintena) con un look más juvenil, dado que la asistencia a este
tipo de salas es mayoritariamente para jóvenes cercanos a la mayoría de edad.
Precisamente es esta compañera de trabajo en la notaría quien más se ha
esforzado por abrirle cauces de conocimiento grupal, ya que bien conoce algunas
circunstancias personales, en la vida de su mejor amiga. Esta buena compañera
piensa, con acierto, que las fiestas y reuniones sociales suponen una excelente
oportunidad para hacer amistades,
intercambiar diálogos y experiencias y, dado el caso, avanzar en las, siempre
sugerentes, posibilidades afectivas.
Michael,
unos años más joven que ella, quedó prendado de la dulzura expresiva que su
nueva amiga imprimía a su habla canaria, una
sonrisa permanente para el agrado y ese aire de mágica timidez que
ofrecía, en sus gestos y palabras. El destino le había puesto ante una mujer
con rostro de niña, algo baja en estatura pero con un cuerpo atlético,
admirablemente delgado, debido a la práctica deportiva y al buen criterio en el
equilibrio alimenticio. Hablaron y hablaron, de no pocos temas, algunos
banales, otros agradables e interesantes, hasta esos minutos donde el reinado
de la luna es indiscutido. Era viernes noche, por lo que el sábado no había que
madrugar. Yaiza se sentía ilusionada y rejuvenecida, ante el evidente interés
que este apuesto joven mostraba hacia ella. Le tranquilizaba saber que su hijo Yeray, once años de alegría y vitalidad, pasaría la
noche en casa de su abuela. Ello le permitiría disfrutar, con intensidad, la
aventura de estas horas sin sueño y sin las prisas de la responsabilidad.
Ya
en la despedida nocturna, intercambiaron números y datos para la comunicación.
Michael se expresaba y entendía, con una aceptable fluidez el español, mientras
que ella sólo podía ofrecerle, con divertida torpeza, alguna corta frase en
inglés, mezclándose las risas subsiguientes en dos personas que, desde los
primeros instantes, sintieron una atracción afectiva que sólo es explicada
desde los parámetros misteriosos del corazón. En ese fin de semana, buscaron
algunos huecos del tiempo para hablar, a través del móvil, aunque el domingo
por la tarde encontraron la oportunidad de asistir a un concierto de cámara
(también les unía esa afición a los buenos sonidos) y algo de picoteo a modo de
cena. Fue la noche de una sensible despedida ya que, al día siguiente, el Easyjet
debía trasladar a Michael y a sus amigos a sus tierras de origen, en las islas
Británicas. Se prometieron continuar y profundizar en
una amistad que ambos valoraban como esperanzadoramente fructífera.
Los
próximos meses estuvieron presididos por ese intercambio de palabras,
confidencias y fotos que fortalecía la proximidad de dos seres que, cada vez
más, se necesitaban en la distancia. El correo electrónico y, a veces, el
Skipe, posibilitaba, prácticamente cada día en la noche, esa ilusionada
comunicación. Y fue un día, muy cercano ya a la llegada del verano, cuando un
e-mail de Michael hizo vibrar, en profundidad, la sonrisa placentera de Yaiza.
En el mismo le decía que existía la posibilidad laboral de poder trasladarse a
una filial de su empresa (entidad dedicada a inversiones y finanzas) a su sede
en Las Palmas de Gran Canaria. La proximidad geográfica a Tenerife haría más
corta la distancia física que les separaba, para compartir el cariño
irrefrenable de la amistad. Era un gesto muy generoso por parte del joven
enamorado que hizo vibrar la alegría en una mujer también entregada a esa posibilidad
trascendente, para un futuro común en sus vidas. Planes, proyectos y esperanzas
fueron dibujándose para esa unión que se iba consolidando cada día más.
El joven quiso darle una sorpresa y el avión facilitó su
rápido desplazamiento a la isla. Desde el aeropuerto Reina Sofía, al sur
de Tenerife, un taxi le condujo, en apenas media hora, a esa dirección en la
zona alta insular del Puerto de la Cruz, a donde había enviado algún regalo en
fechas señaladas. Eran poco más de las seis, cuando llamó a la puerta de un
moderno bloque de pisos.
“No, mi madre no está en casa.
No volverá de su trabajo hasta dentro de una hora, más o menos. Y tú…… quién
eres?”
Michael
no podía disimular su profundo e inesperado asombro. Tras haber comunicado con
una persona, durante más de medio año, conocía ahora, de esta peculiar forma,
la maternidad de Yaiza. Nunca ella había hecho alusión alguna a este importante
dato en su vida. Ni durante esos días, en las vacaciones pasadas, ni a lo largo
de tantos e-mails y llamadas telefónicas que ambos habían intercambiado. La
impresión para él fue verdaderamente de impacto. Pero supo y quiso reaccionar
con rapidez y habilidad.
“No, no te
preocupes. Yo soy…… un amigo de tu madre. Ella no sabía que hoy iba yo a venir a vuestro domicilio. Vuelvo
a mi hotel y desde allí la llamaré por teléfono. Es bonito tu nombre, Yeray.
Pero ten cuidado a quien le abres la puerta. Me alegro mucho…… de haberte
conocido. Te dejo este paquetito que le traía a tu mami. Es un regalo. Le
dices, por favor, que es de Michael”.
Lo
cierto es que se sentía profundamente aturdido. Caminó y caminó, hasta bajar a
la zona del Lago Martiánez, junto al aventurero mar del Atlántico. Allí, en una
cafetería cercana a su hotel, meditaba en la duda viendo el paso de la gente en
su ir y venir de un lugar para otro. Se preguntaba, una y mil veces, el porqué
Yaiza le había ocultado la existencia de un ser que, lógicamente, modificaba su
percepción ante un futuro que, desde ahora, tendría que ser muy diferente en la
relación que estaban manteniendo. Esa falta de
confianza, esa carencia de sinceridad en su amiga, resultaba muy complicada y
difícil de asumir. Los interrogantes bullían incómodamente por su
desalentada cabeza. A poco, sonaron las campanadas que marcaban las siete. Ante
él y su taza de té, un cielo muy limpio y azulado, donde se entremezclaban unos
trazos anaranjados confirmando que la tarde iniciaba su despedida. Estaba
viviendo una situación desafortunada, donde la ilusión se había transformado,
con todo el amargor de lo inesperado, en la realidad de la cruel desconfianza.
En
algún momento, esos en que tanto pesa el
desánimo, pensó en tomar el avión de vuelta a Leeds, tan pronto como ello fuese
posible. Sin embargo, quiso conceder ese margen necesario a la paciencia,
esperando escuchar de su amor una explicación que resultaba imprescindible y
urgente. Pasaron unos minutos y a poco sonó su móvil. Identificó, rápidamente,
la autoría u origen de la llamada. Era Yaiza quien, con palabras plenas de
tensión, le preguntaba dónde le podía localizar, a fin de desplazarse de
inmediato a ese lugar. En no más de siete minutos, la vio acercarse, a paso
inseguro y con el semblante profundamente embargado por la seriedad. Se dieron
un beso, como saludo aunque la frialdad, que no ocultaba una evidente
crispación, dominaba la atmósfera entre ambos. Fue ella quien quiso adelantarse
a cualquier comentario de Michael.
“Sé que estás profundamente defraudado, ante la situación
que acabas de vivir. Y que te sentirás muy mal. Aunque te cueste trabajo
aceptarlo, yo no estoy mejor que tú. Entiendo que tienes derecho a estar muy,
muy enfadado, ante la falta de verdad en mí. Pero te agradezco que me hayas
concedido unos minutos para tener la posibilidad de expresarme, al margen de
que mi explicación te resulte más o menos convincente. Michael, ha sido…. por
miedo. Sólo por miedo. Cuando, prácticamente desde aquella noche en el verano,
vi mi proximidad hacia ti, temí que el conocimiento de esta realidad, en mi
vida, pudiera impedir algo que podía ser extremadamente decisivo para nosotros.
Por supuesto, y sobre todo, para mí. Amar y entregarme a otra persona. Tener,
compartir, un proyecto de vida contigo. Un día por otro, fui dejando la
responsabilidad de explicarte esta otra realidad, verdaderamente fundamental
también en mi existencia: mi hijo. Me decía, tantas veces en otras tantas
oportunidades, mañana he de contárselo. Pero ese día pasaba….. hasta otro
amanecer para la cobardía. Es terrible, Michael, esta inseguridad. Dudar y
dudar acerca de cómo ibas a reaccionar al conocer la existencia de este pequeño
ser”.
Michael,
no menos serio que su interlocutora, continuaba sin pronunciar palabra alguna.
Su mirada estaba enfocada básicamente al mar, jugueteando nerviosamente con la
tarjeta electrónica de su habitación. Observando la descomposición anímica y
facial que Yaiza manifestaba, hizo una indicación al camarero quien, con
presteza, trajo una infusión para su compañera de mesa. Sólo acertó a
pronunciar una frase inacabada. “Después de todos estos maravillosos meses,
me cuesta trabajo entenderte…..”
“Yo era muy joven en aquella época de mi vida. Apenas con
los dieciocho, recién cumplidos, me uní, de una manera irreflexiva, con un
compañero de Instituto. Ambos éramos personas muy escasamente formadas. Ya en
el embarazo, él quiso romper todo tipo de relación. Su única obsesión era poner
término a ese proceso de mi gestación. Ni en la fecha del nacimiento de Yeray,
su hijo, se hizo presente. El pequeño no sabe prácticamente nada, de quien es
su padre. Desapareció, se borró de nuestra existencia. Y hasta hoy. Nunca más
le he vuelto a ver. Hace unos años, un amigo, también de clase, me dijo que se
había ido a vivir a la península. Con la ayuda de mi familia, reaccioné bien
ante el estudio y tuve la suerte de encontrar un estupendo trabajo en una
notaría. He criado honestamente a mi hijo. No le ha faltado de nada. Bueno….
claro, un padre. Y ya ha cumplido…. once años. El curso próximo comienza la
secundaria. Quiero pedirte perdón, por no haber respetado contigo ese
importante e inexcusable valor de la sinceridad. Tienes derecho a interpretarme
con dureza. Lamento, de verdad, el daño que te he provocado. A mis casi treinta
años, me he comportado como una niña ¿verdad? ………Voy a volver a casa. Yeray no
debe estar tanto tiempo sólo. Gracias, por todo lo que has sabido darme. Estos
diez meses han sido los más bonitos que yo he gozado en la vida. Decirte otra vez que te quiero, puede parecer
un sarcasmo. Pero… esa es la verdad. Adiós, Michael”.
Las
dos miradas se quedaron fijas durante unos pocos segundos. Aunque Michael
seguía sin articular palabra, sus ojos estaban también hermanados en lágrimas a
las de Yaiza. La vio alejarse hacia esa zona del Puerto, donde suelen aparcar
los vehículos, en esta isla que es milagro y magia de la geología en la
naturaleza.
Pasaron semanas, meses y días. No hubo más comunicación entre ellos. Pero una tarde, en octubre, Yaiza estaba colocando bien la ropa de Yeray, por su desordenado armario. Su hijo se había dejado el portátil conectado. Al ir a apagarlo, la pantalla mostraba los últimos correos. Pudo más su curiosidad, por lo que fue a echarles una ojeada. Cosas de madre. Entre ellos, uno muy conocido, que le sobresaltó. Tuvo que sentarse, ya que la sorpresa fue también de las de impacto. Era de Michael. Temblándole el pulso y el ritmo del corazón, leyó su contenido. En el mismo, esa persona, ahora tan alejada dolorosamente de su vida, aconsejaba al chico acerca de las mejores opciones para una estancia en Inglaterra. Evidentemente, era la respuesta a una pregunta que Yeray le había planteado. La redacción del texto estaba presidida por la amistad y el afecto. Repasó en el servidor. La dirección electrónica de Michael aparecía con una cierta frecuencia. ¿Quién había buscado a quien? Sea como fuese, su entrañable amigo actuaba como un padre, ayudando a un hijo que lo necesitaba.
Ayer
noche les vi. Paseaban por la Plaza de la Iglesia, en pleno corazón histórico
del marinero Puerto de la Cruz. Michael explicaba algo a Yeray, quien escuchaba
con filial atención. Junto a ellos, caminaba Yaiza. A esta frágil mujer canaria
se la notaba feliz, muy feliz en la sencillez. Como madre y esposa. Me
encontraba a pocos metros de ellos, por lo que supe reconocerles sin
dificultad. Sonaban unas isas canarias, desde un restaurante cercano, entre la
animación popular de un veraniego fin de semana. Narrar esta bella historia de
amor, ha sido una experiencia que enriquece y vitaliza.-
José L. Casado Toro (viernes, 30 agosto,
2013)
Profesor