Se
nos aconseja, y nosotros a veces también lo hacemos, que debemos encontrar ese
tiempo o espacio íntimo que nos ayude a reflexionar, a pensar con serenidad,
acerca de nuestro caminar por las sendas de lo vital. Que no deberíamos estar
siempre tan sometidos a las prisas, acomodados con ese estrés del entorno que,
banalmente, nos acelera y subyuga. Pero una cosa es la teoría y otra una
realidad que nos esclaviza, con las sutiles e invisibles cadenas del minutero.
De ahí que el tiempo descontrolado nos atenace y que lo usemos como coartada
para evitar dialogar con nuestra conciencia o con un alrededor que nos vincula,
donde hay, donde laten y existen personas. Y esto sucede en todos los géneros y
modalidades del convivir diario. El ritmo del estrés
nos agobia, inestabiliza y deprime.
Son numerosos
los ejemplos que evidencian este comportamiento. Nos falta el tiempo, para casi
todo. Así es que también, en el campo literario,
goza de un éxito cada vez más consolidado, esos escritos cortos, con sólo unas
cuantas líneas, que denominamos MICRORRELATOS.
Son textos breves, de apenas tres o cuatro líneas escritas, que no suelen
superar las 60-70 palabras. A veces, incluso menos. En ellos se trata de
plantear alguna historia, sugerida, apenas trazada, inacabada, que se lee en
pocos segundos y que exige del lector un generosos aporte de su comprensión y,
sobre todo, de su imaginación. Convocatorias, concursos, prensa y radio,
publicaciones editoriales, incentivan al ingenio e inteligencia del escritor,
en connivencia con la carencia de tiempo en los lectores, a fin de difundir y
potenciar esta modalidad de relato súper breve. Aunque merece el respeto y
aplauso de sus consumidores, recibe o soporta también las críticas de aquéllos
que ven en esta modalidad literaria historias drásticamente inconclusas. “Dormitaba en un
banco del parque y, desde aquél otro, me obsequiaron con una pícara sonrisa”.
¡Ya tenemos otro microrrelato! Dieciséis palabras, una cuarta parte de lo que
es usual en el género. Se percibe como un tipo conceptual de literatura, aparente
o expresamente, incompleta o inacabada.
Algunos
amigos, excelentes escritores, me han enviado estos breves escritos en más de
una ocasión. Con delicadeza y respeto respondo a sus envíos, aplaudiendo su
manifiesta y concisa habilidad para bosquejar una historia en tan escueto
espacio escénico. Pero añado que la idea, apenas “trazada” permitiría y
agradecería más tiempo de tecleado, pluma o bolígrafo. Incluso suelo añadir
algunos caminos que la historia está demandando, cuidándome de respetar el
copyright del autor. Supongo que no les debe agradar esta evolución de su
historia, pero lo que intento decirles es que “sufro” el brusco silencio de un
relato, cuando apenas éste acaba de comenzar. Por supuesto que yo puedo
imaginar y desarrollar la evolución del escrito pero,
entonces ¿quién es el escritor? ¿Quién es el autor?
No
sólo en el terreno literario te queda esta peculiar insatisfacción, ante un
relato o historia que está apenas iniciándose. También ocurre algo similar en el ámbito de la cinematografía. En este espléndido
arte, toman carta de naturaleza esas películas de pocos minutos en su metraje,
donde se exponen trazos básicos (o no tan explícitos) de un argumento. Son los CORTOS, en los que la imagen ayuda o facilita la profundidad
temática, además de la modulación acústica, las palabras y, por supuesto, los
silencios. Muchos directores, por las características “argumentales” del corto,
han desarrollado ese brevísimo metraje en los que estaba la raíz de una
historia que crecerá y se explicará más ampliamente, durante la hora y media o
más que abarca el marco temporal de un film. Todo aficionado al cine ha gozado
con el visionado de alguna “micro películas” espléndidamente elaboradas
quedándoles, sin embargo, el regusto amargo de que las historias que contienen
no estén narrativamente desarrolladas e interpretadas, cosa lógica para esos
pocos minutos en los que el director condensa o sugiere su exposición.
Algo
parecido es lo que ocurre con una película que aún permanece en nuestra
cartelera. Por supuesto que no es un corto, sino un film de apenas 80 minutos
de duración. Sucede que, tras ese metraje, a muchos
nos queda el deseo de que la narración escenificada continuase, pues la
historia queda cortada, frustrada e incompleta, tanto en los antecedentes, los
hechos y, sobre todo, las consecuencias. Nos deja a los espectadores con las ganas
de seguir disfrutando de un relajante y agradable argumento de realidades, en
la sencillez de lo humano, condicionadas o atenazadas por un evidente y complicado
pasado del protagonista.
Nos
estamos refiriendo a DÍAS DE PESCA EN
PATAGONIA (esta concreción geográfica fue añadida, para la publicidad desarrollada
en España), de nacionalidad argentina, estrenada durante el otoño del 2012 en
su país de origen y dirigida por CARLOS SORÍN
(Buenos Aires, 1944). Es corta la filmografía de este profesional del cine.
Destaca, en este estilo de narraciones “cortadas” otra de sus mejores cintas: HISTORIAS MÍNIMAS (2002). La relajante música que acompaña a Días de
Pesca está compuesta por el hijo del director, Nicolás Sorín. Fue premiada en
el último festival de cine en San Sebastián, siendo así mismo Premio del Jurado,
en el Festival de la Habana. Los malagueños tienen la oportunidad de visionarla en el municipal
Cine Albéniz, a muy escasos metros del rico entorno monumental en la Málaga más
antigua.
SÍNTESIS
ARGUMENTAL
MARCO Tucci (Alejandro Awada, Buenos Aires 1961), un
viajante de comercio, actualmente de baja por enfermedad, a sus cincuenta y dos
años de vida viaja a Puerto Deseado, al sur de la árida Patagonia. Junto al mar
y la pesca, trata de recuperar su salud y estado anímico, tras una cura de
desintoxicación del alcohol. Le han recomendado que se entregue a un hobby o
afición, a fin de que su tiempo posea incentivos lúdicos y ambientales que le
permitan ir superando esa desafortunada adicción, a fin de recuperar su mejor
equilibrio personal. Además de intentar practicar la pesca del tiburón, abierta
por estas fechas del estío, se afana en localizar a su única hija, ANA (Victoria Almeyda, La Plata 1984) casada con JOSÉ (Diego Caballero) con el que tiene un niño
pequeño, y que ejerce de maestra. El esfuerzo de Marco por hablar con su hija
Ana, a la que no ve desde hace años, da sus frutos en un frío reencuentro,
después de haber estado conduciendo durante muchos kilómetros. Este profesional
de la carretera vive separado de su mujer, a la que se intuye ha propinado
malos tratos, actitud desequilibrada que su hija difícilmente puede perdonar.
Marco se esfuerza por recuperar el diálogo y la amistad con Ana pero ésta le
reprocha con dureza comportamientos pasados. Mientras tanto, cubre su tiempo
haciendo footing por la playa, practicando el arte de la pesca y abriéndose a
la amistad de OSCAR (Óscar Ayala) un ex
boxeador que ahora actúa de mánager con jóvenes pupilos (en este momento, una
bella pupila). Marco se ve obligado a acudir al hospital, ya que sufre una
alteración cardiaca, que es superada. El acercamiento afectivo con Ana,
esperanzado en un principio, tras la hospitalidad que ella le ofrece en su
primer reencuentro desde hace años, se derrumba en la incomprensión. No se hace
explícita una mejoría relacional en un desarrollo fílmico que finaliza, cuando
el espectador anhelaría conocer mucho más de estos personajes que viven y
sufren con sus realidades y recuerdos.
ASPECTOS INTERESANTES A COMENTAR
Nos
encontramos ante una película muy adecuada para el análisis de caracteres y actitudes. Marco, un
hombre de mirada angelical, sosegado, educado, afectivo y humilde, parece ser que
ha tenido un pasado inestable y poco elogioso, lo que ha condicionado la soledad
en la que se ve ahora sumido cuando vive su medio siglo de vida. Demuestra, en
más de una ocasión, tener una gran fuerza de voluntad por no recaer en la
debilidad del alcohol. Resulta especialmente interesante la cena que le ofrece
su hija, junto a su yerno y nieto. En ella hay una atmósfera de diálogos
vacíos, miradas ansiosas, gestos acomodados y esfuerzos baldíos por superar un
pasado desafortunado y triste. Las canciones que entona Marco, las palabras
amables dedicadas al pequeño, la simpleza de los diálogos, entrecortados por
los recuerdos, con Ana, permiten que el clímax dramático o escénico alcance un
alto nivel. Pero la soledad del protagonista es
patética, especialmente ante los duros reproches que su propia hija le depara,
acusándole de haber destruido la vida familiar en su adolescencia. Los demás
personajes que se relacionan con la vida de Marco son actores no profesionales,
los cuales aportan una naturalidad y proximidad
encomiable para el espectador. Pero hay un elemento que subyace en los setenta
y tantos minutos de metraje. La economía de medios, de
palabras y de explicaciones. La carga de humanidad que destila la trama
reconforta y estimula para la reflexión, aunque el interesado espectador se
sigue preguntando acerca del por qué tuvo que finalizar la producción de la
historia, en el momento en que se produce. La película está estructural y
conceptualmente inacabada. La naturalidad interpretativa
de los actores, escasamente conocidos fuera de su Argentina natal, se te hace
cercana y atractiva. Marco podría ser ese vecino con el que convives en el
bloque, desde hace no pocos años. Y ahora sabes un poco más de él. Aunque sin
mayores alardes, esta película merece ser visionada por esa plástica de sencillez, verosimilitud y
humanidad que destila, desde sus primeros “compases”.
ASÍ PUDO SER,
LA CONTINUACIÓN DE ESTA HISTORIA
Al
igual que sucede en muchos microrrelatos, o en los cortos cinematográficos, el espectador o lector fílmico se siente tentado a
imaginarse, a crear y prolongar, su propia historia, en traviesa
connivencia con la imaginación y con la
racionalidad de los datos que el autor ha puesto en sus manos. ¿Por qué no
prolongamos, un poco más, la densidad del relato?
Se
aproxima la fecha de caducidad de la baja médica que se le ha establecido a
Marco, en orden a su recuperación. Ejercicio diario, distracción con la pesca,
algo también de lectura y, especialmente, mucha tranquilidad. Todo ello, con esa
ayuda para el sosiego que facilita el contacto con la naturaleza. La fuerza de
voluntad, ante la tentación por volver a beber, ha sido continua y ejemplar. La
inminencia de tener que abandonar este lugar de vacaciones, para su salud
física y espiritual, le mueve a hacer un nuevo intento de recuperar el diálogo
con Ana. Una tarde, cuando ésta abandona el centro escolar donde trabaja, se
encuentra con que su padre la está esperando junto a la puerta de salida. Marco
le ruega sólo unos minutos, ya que quiere explicarle algo de su turbio pasado
con el alcohol, las muchas horas en que tuvo que estar fuera de su hogar,
viajando como transportista por media Argentina y una importante confidencia
que sólo su ex mujer y él son partícipes de su conocimiento. Los breves minutos
para compartir un café se extienden con generosidad entre dos personas que
necesitan dialogar pero, sobre todo, explicar sus razones a fin de conseguir
comprensión y proximidad. Por vez primera, entre un padre y su hija, se expresa
el sentimiento de perdón, en las palabras de Marco.
“Sí, no supe estar a la altura de mi responsabilidad como
padre y esposo. Tanto tiempo alejado de casa, a veces varias semanas viajando, me
impidió ver como otra persona ocupaba mi puesto en la compañía y el cariño que
la soledad de tu madre necesitaba. Me sentí sustituido… y todo por mi culpa.
Por eso me refugié en la bebida, en la ruptura y el abandono, incluso conmigo
mismo. Reconozco que no supe estar a la altura de las circunstancias. Todos
sufrimos pero, de forma especial, tú, mi niña, en unos años de adolescencia tan
importantes para una joven que se abre a la vida. Ahora también convivo con mi
soledad pero…. es lo que me he buscado. Sólo deseo un poco de tu comprensión y,
si algún día puedes, la generosidad de tu perdón”.
Ana,
visiblemente emocionada, se despide con un beso de su padre. Lleva, junto a
ella, ese perrito o peluche que canta moviendo las orejas, regalo de un padre
para con su nieto. En el plano final de la película vemos a Marco conduciendo,
camino der Buenos Aires, por un árido paisaje en el que ha desaparecido la
frescura y el ensueño esperanzado del mar. En la radio del coche suena una
cinta que canta “la bella figlia del amore”, melodía que bien conoce el
conductor de un vehículo que vuelve para convivir con la realidad de su soledad
y el recuerdo de sus errores. Pero se repite, una y otra vez, esa última frase,
en palabras de Ana. “Papá, cuando lo necesites, cuando
quieras estar con tu familia, mi casa tendrá siempre abiertas sus puertas para
ti”.
José L. Casado Toro (viernes, 12 abril, 2013)
Profesor
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