Aquella
mañana de lunes, en pleno mes de enero, me había resultado intensamente agotadora.
Comenzaba la semana con tres clases seguidas y, tras los minutos necesarios
para el recreo, me correspondía una “guardia” en el horario. Fue necesario
atender a varios grupos de alumnos a quienes faltaban sus Profesores,
probablemente, por causas de enfermedad. Y para bien finalizar, la primera
jornada de la semana, tenía anunciada una visita
familiar. Bien es verdad que esta entrevista fue solicitada por mí,
debido a una cuestión de intervención tutorial que
me estaba preocupando desde hacía ya no pocos días. A las 12,45 de un día con
cielo limpio, por el anticiclónico frío del invierno, me estaba esperando
puntualmente la madre de una alumna, correspondiente a un grupo de 4º de la
E.S.O. en el que ejerzo como tutor y profesor. Puedo afirmar que, a lo largo de
mi etapa laboral como docente, era frecuente que acudiesen a estas entrevistas más
las madres, con respecto a los padres. Desde luego, con un porcentaje
presencial muy contrastado a favor de las primeras. Se suele justificar esta disimetría por
razones de índole laboral, aunque siempre he pensado que ésta no es la única
causa. Tras un cordial saludo de bienvenida, junto al recoleto jardín que nuclea
la entrada del recinto, le invité a pasar a la sala habilitada al efecto para
estas visitas y otras entrevistas específicas con los propios escolares.
¿Cuál era la motivación básica, para este necesario y
urgente diálogo? No respondía a un problema novedoso, en el ámbito de
responsabilidad tutorial. Por el contrario, el asunto a tratar se solía repetir
con preocupante frecuencia. En este caso, se trataba de Mika, una vital jovencita, con esa edad maravillosa de los quince,
buena estudiante y compañera que, de la noche a la mañana, cae en una situación
de bloqueo, retroceso y profunda introversión, a nivel escolar, social y
familiar. Su madre, Flora, persona con la que
desde el primer momento no me sentí relacionalmente a gusto, me aseguraba que,
con mi llamada telefónica, me había adelantado a su petición de diálogo.
Confirma, por el comportamiento extraño de su hija en casa, la percepción de que
no sólo yo sino también algunos otros Profesores habíamos detectado en nuestra
alumna. Cambios intensos de carácter, que
perjudicaban el equilibrio académico y familiar de ésta, hasta hace pocas
semanas, agradable, afectiva y responsable adolescente. En su opinión, no encontraba
razones de peso para la actitud de cerrazón hacia el exterior
que como respuesta básica ofrecía su hija. Prácticamente se negaba a comunicar
con los demás miembros de la familia. Además de sus padres, Mika tiene un
hermano menor, que cursa el primer curso de la E.S.O.
El problema fundamental de estas entrevistas es que
el alumno, objeto especial del diálogo, no puede estar presente en el
desarrollo de las mismas, pues se encuentra asistiendo en clase a la materia
que le corresponde según su horario. En casos específicos, se puede concertar una
cita por la tarde, a fin de superar esta importante ausencia de quien
precisamente hablan los padres y el tutor. Sin embargo, la presencia de Flora
podía coartar, en algún caso, la espontaneidad de su hija. Por ello, tras
recabar los datos que consideré necesarios, quedamos
en reanudar la conversación iniciada pero una vez que, como tutor, hubiese
mantenido el tiempo necesario de diálogo con Mika.
Básicamente,
éstas fueron algunas de las preguntas que efectué a mi interlocutora materna. ¿Existe algún
problema familiar, actual o consolidado, que pueda explicar ese cambio de
carácter en su hija? ¿Sabe Vd. si Mika está saliendo o intimando con algún
chico, en estos momentos? ¿Le han efectuado alguna analítica reciente, para
comprobar si sus constantes orgánicas están equilibradas? ¿Su alimentación es razonable, o hay
deficiencias por defecto o exceso? ¿Cuántas horas suele descansar por las
noches? ¿Atiende bien a su aseo personal y a sus obligaciones en casa? ¿Vd.
trabaja sólo en el hogar o también por cuenta ajena? ¿Cómo es la relación que
mantiene Mika con su hermano menor? Si entabla una discusión con su marido
¿trata de evitar que sus hijos están presenciando el hecho? ¿Las necesidades
económicas familiares son estables (el padre es funcionario del S.A.S. Trabaja
como enfermero en el Materno de la localidad) tipo hipoteca, gastos
imprevistos…..? Antes de este bloqueo comunicativo ¿era frecuente en su hija la
confianza o apertura para el diálogo con Vd. o su esposo? ¿Cómo definiría el
tipo de educación familiar que han querido dar a sus hijos hasta ahora? Discúlpeme,
por favor, esta pregunta. Está educando a sus hijos como sus padres lo hicieron
con Vd o, en su caso, cuáles son los cambios básicos que ha considerado
necesarios establecer? ¿Me reitera que, en estos últimos meses, no ha existido
alguna modificación puntual en la “atmósfera” relacional cotidiana de la
familia?.......... Fueron algunas de las preguntas que me permití
plantear a una madre, a la que percibía con signos inequívocos de nerviosismo
que, banalmente, trataba de disimular. Sus respuestas fueron mecánicamente
correctas y previsibles. A lo largo de las mismas, la educada intranquilidad de
mi interlocutora fue creciendo hacia ese blindaje que soporta la privacidad.
Otras
muchos interrogantes quedaron en las alforjas de mi interés o preocupación.
Pero sonó el timbre que anunciaba el cambio de hora. En definitiva, tuvimos que
poner fin a nuestro diálogo, del que tomé las necesarias anotaciones en el
expediente personal de la alumna. Nos saludamos cordialmente y la acompañé
hasta la puerta de salida. Tras esa densa hora de entrevista tutorial, tuve la
convicción o percepción, en base a la experiencia de muchos años de ejercicio, de
que esta madre no había sido completamente sincera en
sus manifestaciones a mis preguntas, como Profesor-tutor de su hija.
Aquella
fría mañana de enero estaba acompañando, de luz y sol, la febril actividad de
una institución donde se trabajan, y socializan, conocimientos, valores y
actitudes, que hacen posible la mejor formación de las personas. Pero hay una
segunda, e importantísima, parte, en esta solidaria intervención educativa. Los
alumnos abandonan el centro a partir de las tres de la tarde. Esas horas restantes del día, junto a las del fin de semana y vacaciones,
corresponden a la responsabilidad familiar y al entorno social-mediático en el
que estos jóvenes se hallan inmersos.
Era
consciente de que iba a encontrarme con la negativa de Mika a expresar lo que
sentía, a explicar el por qué de su actitud. Esa era la postura que estaba
adoptando en casa con sus padres. Por ello, antes de reunirme con ella, quise dialogar
con una de sus compañeras, Dely, posiblemente una
de sus mejores amigas. Solían sentarse juntas en clase y también las veía
hablar en el patio, durante los minutos del recreo. Le expliqué a esta chica,
también muy buena persona, que sólo pretendía ayudar a su amiga, rogándole
fuese discreta acerca de mi intención. Dely, un tanto intrigada y sin querer
ser demasiado explícita, me dio a entender que algo serio le estaba ocurriendo
a su compañera. Pero que tampoco a ella había querido concretarle el problema
que tanto le estaba afectando. Le rogué (en realidad era innecesario) que
hiciese todo lo posible por ayudarla, comunicando con ella de forma personal y
mediante el chat o el e-mail. Y que buscasen la oportunidad de estudiar y hacer
los ejercicios juntas. Aunque ambas residían en barriadas diferentes (no muy
distanciadas) debían aprovechar los fines de semana para salir, ir al cine y
disfrutar juntas esos ratos de ocio para el fin de semana. Entendía que en
estos ingratos momentos para el bloqueo, que a toda persona nos sobrevienen, una buena amiga es siempre la mejor terapia para no ahondar
más el pozo del sufrimiento.
Desafortunadamente,
no me equivocaba con la previsible actitud de Mika. Dos días después de dialogar
con su madre, le pedí si podíamos hablar un ratito durante la media hora del
recreo. Aunque trató de mantener la cordialidad (es una chica muy sana en
nobleza) no estaba dispuesta a desvelar esa intimidad que tan celosamente
estaba manteniendo. “Profe, sé que quiere ayudarme.
Y yo se lo agradezco. Pero la verdad es que estoy en un momento malo. Y debo
ser yo quien salga de esto. Pero no quiero hablar de ello. Eso es todo. S. Y en este
punto, entornó sus ojos y cerró el fluir de sus palabras. í le prometo que no voy a dejar el estudio. Aunque la motivación
está muy bajita, en estos momentos, habrá que intentarlo”
“Bueno, Mika,
quiero entenderte, aunque es muy difícil hacerlo cuando desconozco el fondo del
problema que tanto te está afectando. Sospecho que es algo con tus padres. Pero
la verdad es que sólo tú y ellos conocéis el fondo de la cuestión. Al menos,
has querido confiarme que no hay un amigo, novio o compañero de por medio en esta
situación que atraviesas. Y que nadie está intentando hacerte daño, aquí o
fuera de aquí. ¿Verdad? Te voy a sugerir un buen recurso, por si te animas a
seguirlo. Personalmente, me ha dado un buen resultado, en determinados momentos
de mi vida. Es algo ya muy conocido, pero extremadamente útil. Consiste en
escribir, cada noche, unas líneas acerca de lo mejor y más negativo del día.
Algo parecido a un diario, pero no muy extenso, por el tiempo que conllevaría
su realización. Es importante que cada noche, cuando escribas esa reflexión sobre
el día, te propongas algo, lógicamente positivo, para el día siguiente. Y no te
preocupes si no lo cumples. Lo importante es que lo hayas intentado, al menos
en la intencionalidad del pensamiento. Apóyate mucho en Dely, es una buena
amiga. No temas enfrentarte con los problemas. Todos queremos sentirte feliz”.
Me
dio de nuevo las gracias y se marchó un tanto pensativa y nerviosa. Pasaron los
días y creí ver en esta chica un intento de esforzarse en sus obligaciones
escolares. Aunque, según me comentaron otros compañeros del equipo educativo
(también yo fui consciente de esta realidad) Mika seguía teniendo sus alzar y
bajas, no sólo en el rendimiento académico sino también en sus relaciones con
los compañeros de grupo. Analizar los cambios que mostraba su semblante era
suficientemente ilustrativo para sustentar esta percepción. Quise, a los pocos días, ponerme en contacto de nuevo con su
madre, a fin de explicarle un resumen del diálogo que su hija y yo
habíamos mantenido, a fin de establecer alguna línea de acción conjunta. Pero
con diversas evasivas que, inútilmente trataron de ser convincentes, no se
produjo, a medio plazo, una nueva reunión entre nosotros. Así se mantuvo la
situación durante las siguientes semanas.
Pasaron
hasta un par de meses, cuando en un día de marzo,
también al terminar la tercera hora de clase, me dirigía a la sala de
Profesores, donde iba a guardar unos exámenes en esa taquilla repleta de
apuntes, libros y dispositivas. Junto a la Conserjería, estaba la madre de
Mika. Al verme, Flora se acercó y me pidió si podía atenderla. Aunque tenía que
hacer tutoría individual con un alumno, le respondí que disponíamos del tiempo
correspondiente al recreo. Pero que habría otras oportunidades, en los días
sucesivos. Nos sentamos en la sala de visitas y esta mujer se mostró muy
directa en lo que tenía que decirme. En primer lugar, agradeció todo mi esfuerzo
y apoyo en la atención a su hija. A continuación, se disculpó (sin duda, el
momento más embarazoso que pasó, durante los breves minutos en que estuvimos
reunidos) por no haber sido sincera, sobre algunas de las preguntas que le
efectué en nuestra anterior entrevista. Básicamente, me
explicó que su marido hacía unas semanas que había abandonado el domicilio
conyugal. Mantenía una relación con un hombre desde meses, antes de que
ella sospechara o fuese consciente del hecho. Precisamente, un amigo íntimo de
la familia. Que la ruptura, legal, se estaba produciendo, de forma educadamente
civilizada. Y que ambos estaban esforzándose en evitar el mayor daño posible
para la estabilidad de sus hijos. Me rogó, y agradeció, que hiciera todo lo
posible por seguir ayudando a Mika.
“Sra. pensando
en su hija le pregunto ¿sería posible mantener una entrevista con el que hasta
ahora ha sido su marido?.........”
José L. Casado Toro (viernes, 19 abril, 2013)
Profesor
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