Han
pasado ya dos años. O, tal vez, algo más. Y es que el tiempo parece que se
escapa a toda clase de control, con esa velocidad acelerada que impresiona y arrasa.
Ella y yo tuvimos una relación intensa, apasionada, durante un trozo sugestivo,
muy importante, de nuestro caminar en la vida. Sin ataduras, ni papeleos. Sólo
con la legalidad de la cariñosa fidelidad en la amistad. Y todo iba bien, con
el dulce atractivo de lo mágico, hasta que dejamos de hallar esas palabras y
sentimientos que sustentan el diálogo y el afecto. También, la necesidad. Todo acabó
derrumbándose, para nuestro peor infortunio, cual lúdico castillo de naipes
edificado con el aliento sensible al viento huracanado de la incomprensión. Y seguramente,
por esa carencia insustituible de generosidad que debe prevalecer entre dos
personas, que se dicen querer y amar.
Y,
ahora, se me tornan nerviosos los minutos, pues la oportunidad de una llamada, tras
meses y meses de silencio, haría posible que ella y yo volviéramos a
intercambiar las miradas, los gestos y la semántica de las palabras. ¿Podremos recuperar algo de lo que tanto fue y ya sólo
habita en la tenue permanencia de la ingravidez?
Efectivamente,
esta mañana me decidí a marcar su número. Fue una decisión espontánea, que, en
principio, consideré irreflexiva. ¿Traería algo de luz, o mantendría esa
tiniebla de la incomprensión y el vacío? Con la incertidumbre de una respuesta
que podía ser muy variada, tanto en la forma como en el fondo, emprendí la
aventura. Y sin embargo, para mi sosiego, el breve diálogo, que hemos mantenido
a través del móvil, ha resultado educadamente correcto. Y ese buen estilo, para
tantos meses de incomprensión y silencio, resulta positivo y esperanzador,
entre dos vidas que supieron vibrar con la proximidad del afecto. La cita ha quedado fijada para el atardecer de las siete, en
la tranquila terraza de un chiringuito del Paseo Marítimo, cerca de la torre
Mónica. Fue ahí, precisamente, donde nos dimos un frío adiós, tras una
serie de reproches acompasados al fragor de las olas. Tal vez por eso, ella ha
aceptado mi propuesta del lugar. Aquella fue una noche, también en verano, muy
desalentada. La de esta tarde ha de tener, debe alcanzar, otro carácter. Otro
significado. Al menos, intentaremos una recuperación de la amistad, en la esperanza
de dos vidas.
Un
tanto presa de los nervios, decidí serenar la tensión visionando una película
hasta el momento puntual del reencuentro. Tuve la fortuna de elegir uno de de
esos films que siempre hallan la suficiente empatía anímica por parte del
espectador. Rodada en el año, 1939 por el inolvidable maestro John Ford (Maine,
1894 – California, 1973). La diligencia.
Cine, del bueno.
Hoy
la tarde se halla metida en calor, pero sin el agobio del terral. En esta
segunda quincena de agosto los atardeceres, y especialmente el tiempo nocturno,
se hacen más frescos que en el tórrido julio. Siempre he valorado la
puntualidad. En esta oportunidad, quise anticiparme a la hora que habíamos
fijado. Tal vez, por la insistencia del deseo, aunque, también, por delicadeza.
Resulta siempre elegante, aguardar la llegada de
una mujer. Aquel último sitio, junto a la esquina, donde separamos nuestras
vidas, está ahora ocupado por una pareja de jóvenes que entrelazan amorosamente
sus manos y miradas. ¿Y por qué va a ser en la terraza? Mejor en esas mesas que
reposan directamente sobre la playa. Tal vez, si la tensión se descontrola, sea
grato recuperar la serenidad pisando descalzo la arena. Un camarero,
cordialmente solícito, atendió mi petición de un té para la espera.
Poco
más de las siete. Silueta delgada, presa de la fragilidad, rítmica en sus
pasos, con sus ojos azules y esa pícara mirada atrapada gozosamente en lo
infantil. Más de dos años y percibo a Leo igual que aquella tarde desafortunada, que
puso fin a nuestra relación. Compartimos la mejor formalidad en el saludo de
que somos capaces y muy pronto un café bien cargado acompaña a mi taza, ya
enfriada por la humedad marítima que difunden las olas. Permanecemos en silencio
durante unos minutos. Intercambiamos miradas,
el ropaje de la sonrisas y, otra vez, fijamos los ojos entre el cielo y el mar.
Verdaderamente hoy es cuando estoy aprendiendo del fuerte valor comunicativo
que encierran las letras mudas, no comunicadas. Esos silencios
que saben hablar.
Al
fin, dialogamos con las palabras. Saboreando
esa lentitud intencional en las expresiones compartidas. Me confiesa que ya no
sigue con Fredy, nuestro común amigo de
pandilla, con el que gustó la aventura apasionada de mezclar nuestra íntima relación.
También yo le sinceré que mi respuesta, alocada y banal, con Elsa, apenas duró unas semanas. Sirvió para algo de
consuelo, pero….. apenas para algo más. Dicho así, parece que ambos hubiéramos
emprendido un interesante cambio de parejas. Aquello fue…. el capricho, el
despecho o, tal vez, la abulia púrpura del aburrimiento.
Pero
ahora Leo se encuentra feliz. Ha recuperado lo mejor de sus valores. Comparte
casa y proyectos con un compañero de departamento, algunos años más joven que
ella. Me asegura que esta diferencia en el calendario no es ningún problema
pues, en no pocos aspectos, ese chico es bastante maduro en la sensatez de su
comportamiento para las respuestas diarias. En un determinado instante capto
una brillantez maravillosa en sus pupilas. Y me atrevo, me lanzo a preguntarle “Estás en estado de buena esperanza, verdad?” Es
curioso cómo nos conocemos, a pesar de la teatralidad de aquellos dos meses
previos a nuestra separación. La verdad es que esas pocas semanas de génesis
vital no han dejado aún señales perceptibles en su perfil. Pero, cómo no me iba
yo a dar cuenta de ese ritmo especial en los latidos del cuerpo y, también, de
ese misterio insondable al que llaman alma, en una persona que fue mi otro yo.
“Sí, Leo, ahora yo estoy “libre” aunque… siempre hay compañías, apoyos, antídotos contra la soledad. Pero bueno, relativamente bien. Llevando el día a día. ¿Para qué montar grandes y complicadas edificaciones, cuando todo es más simple y falaz en nuestras vidas? No, por supuesto que no te he olvidado. Creo… que nunca llegaré a conseguirlo (por primera vez, en la tarde, ambos nos reímos, con aparente sinceridad). Pero fue bonito, sencillo y difícil a la vez. Hubo ilusión, alegría, aventura y, en ocasiones, desesperación. Ni tu……. ni yo. Ambos teníamos la convicción de que aquello se podía, se iba a desplomar. Tal vez porque lo nuestro era una casa sostenida en pilares de cristal. Ahora, mi trabajo, la naturaleza, las aficiones que distraen la cruel longitud de los minutos. Y esa imposible esperanza de encontrar el complemento necesario a tantos huecos sin luz. Pero te aseguro que me ha hecho mucho bien este ratito que has querido regalarme”.
En realidad, Leo habló más bien poco. No es su costumbre esa cortedad expresiva, pero quiso ser amable, agradable, apenas con la presencia de su sonrisa. Jugó a trazar ese triángulo transparente entre su taza, ya enfriada, mis ojos y ese mar que, a mis espaldas, hablaba con ese sonido maravilloso del agua acariciando sobre la arena. Poco más teníamos ya que decirnos. Las páginas de nuestras vidas recorren caminos muy divergentes. Con otros horizontes y otras realidades. Probablemente, yo quería convencerme de que ella aún conservaba algo de cariño hacia mi persona. Seguro que ella percibía el vacío que su ausencia había lastrado en mi vida. Pero supimos comportarnos con la grandeza de dos viejos amigos, que han sabido recuperar esa amistad escrita con letras de molde, en las entrañas afectivas de nuestras memorias. Nos dimos otro beso para la despedida y atravesamos el local, desde la arena hasta la acera. No podría concretar los minutos que habían transcurrido desde nuestro reencuentro.
“No, no te preocupes. Tengo el coche aparcado a muy escasos
metros. Prefiero caminar sola… unos minutos. Ya ves que no he cambiado mi
número de móvil. Valoraré, mucho, que, cuando lo necesites, marques ese número.
Yo sabré estar ahí para escuchar, para compartir, para… en lo posible, ayudar.
No, la memoria no es armario que se pueda vaciar fácilmente en una tarde de
limpieza. Los recuerdos, las risas, las lágrimas, nuestras vivencias no pasaron
en balde. Están ahí y muy firmes. Afortunadamente. Gracias, gracias de verdad,
por esta linda tarde. Ha sido necesaria
y hermosa.”
Y la
vi alejarse, caminando, pausadamente, hacia lo que ahora era su vida. El
cabello alargado, que se deja llevar por la brisa dorada, su delgada pero bien
conformada silueta, sus pies casi descalzos, se fueron difuminando entre la
neblina y la escasa iluminación del paseo. Ya en casa, no me apetecía tomar
nada. Era más goloso saborear algunas de las mejores imágenes en la tarde. El
ruido del trajín en la circulación de la calle, me distraía y acompañaba.
También “hablaban” las televisiones vecinas, desde otras terrazas cercanas. Abandoné
la barandilla, sobre la que contemplaba el alegre bullir de una noche de
agosto. Gente, de aquí para allá, que dibujaban prisas, historias y destinos. Me
acerqué al ordenador, al que liberé de su paciente letargo. Sin yo querer o,
tal vez , con plena intencionalidad (o necesidad) pulsé, una vez más, esa
canción que tantas veces había escuchado durante los últimos meses. Era Laura Pausini. “En
ausencia de ti”.
José L. Casado Toro (viernes, 5 abril, 2013)
Profesor
jlcasadot@yahoo.es
Yo Como Un
Árbol Desnudo Estoy Sin Ti
Mis Raíces
Se Secarán
Abandonada
Así
Me Hace
Falta Que Tú Estés Aquí.
No Hay Una
Cosa Que No Te Traiga A Mí
En Esta
Casa, En La Oscuridad
Cae La
Nieve Y Será Más Triste El Invierno Al Llegar Navidad.
Y Me
Faltas, Amor Mío
Como Cuando
Busco A Dios En El Vacio
En Ausencia
De Ti
Quisiera
Así, Decirte Que...
Tú Me
Faltas, Amor Mio
El Dolor Es
Fuerte, Como Un Desafio
En Ausencia
De Ti, Yo No Sabré Vivir.
Porque De
Ti Tu Alma Permanecerá
Y Tu Voz
Volverá A Sonar
Cierro Los
Ojos Y Aquí
En Mis
Brazos Te Vuelvo A Sentir.
Y Vuelvo A
Vernos A Nosotros Dos
Uno En El
Otro, Sólo Un Corazón, En Cada Lágrima Tú Estarás
No Te Podré
Olvidar Jamás
Y Me
Faltas, Amor Mio
Cada Día
Muero Un Poco Y Siento Frío
Quiero Ir
Junto A Ti
Poder Así,
Decirte Que...
Tú Me
Faltas, Amor Mío
El Dolor Es
Fuerte, Como Un Desafío
En Ausencia
De Ti, Yo No Querré Vivir.
Tú Me
Faltas, Amor Mío
Como Cuando
Busco A Dios En El Vacio Necesito De Ti
Tenerte
Junto A Mí, Porque...
Tú Me
Faltas, Amor Mío
Tanto,
Tanto Que Quisiera Irme Contigo En Ausencia De Ti, Yo No Querré Vivir.
Desde Que
No Estás Aquí
No Quiero
Ni Podré Vivir. Vivo En Ausencia
En Ausencia De Ti,
Oh...
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