No, no era una tarde de sensaciones
agradables. A poco de que el astro solar comenzara su retirada, la luz se había
tornado más pálida y la temperatura bajó notablemente en la graduación del termómetro.
Ese viento desapacible, que soplaba para estos últimos días de septiembre,
aconsejaba buscar acomodo en una cafetería o tetería que permitiera
intercambiar los minutos y las horas. Ángel
ayudaba en una ferretería, propiedad de su padre, todas las mañanas y también un
buen rato, cuando reanudaban la atención del escaso público consumidor, a
partir de las 16.30. Había cursado la diplomatura de Empresariales, con
ausencia de brillantez en el global de las calificaciones. No le agradaba estar
en la tienda pero, en esta coyuntura de congelación o ausencia de la
posibilidad opositora, consideraba una salida inevitable, para las necesidades
juveniles de sus veintiocho años, trabajar esas horas en un negocio propio, que
permitía “ir tirando” a sus padres y hermana menor. Le aburría estar detrás de
un mostrador, atendiendo al gotear de compradores, aunque, con la crudeza actual
de la economía y las duras y desesperanzadas decisiones impuestas por “el
gobierno de los recortes y los impuestos”, se podía considerar una persona privilegiada, en comparación con otros
amigos o compañeros de facultad.
Para él, mañanas y tardes se
habían hecho muy parecidas, al paso de las semanas y los meses. Recogía puntualmente
a su novia Marilia, cuando ésta salía de la
guardería infantil donde trabajaba, a poco de que el reloj marcara las siete y media. Con buen tiempo, hacían
paseos por lugares “mil veces” ya recorridos, sin alientos para la novedad.
Algún tapeo, antes de cenar, y vuelta a casa, no más allá de las diez. La
visita al cine, o alguna salida senderista, no faltaban en esos “findes” que se
habían hecho muy iguales, tras sus casi nueve años de relación. Había
coincidido con Marilia en el Instituto de la ESO. Y desde entonces, habían
marchado juntos por la senda de la amistad y el compromiso. Ambos eran casi de
la misma edad, aunque sus caracteres se complementaban. Él era más bien
tranquilo y metódico, mientras ella reflejaba un temperamento algo espontáneo y
nervioso. Ese contraste de personalidad lo habían sabido llevar bien, en la
rutina de los números que pueblan el almanaque. Se propusieron acumular unos
ahorros, no muy elevados pero ilusionados, con la vista puesta en alguna
vivienda de “segunda mano” o un alquiler que fuera soportable para ese objetivo
de vivir juntos, sin descartar vicarías o juzgados, con sus escenificadas
ceremonias y papeleos.
Hoy también, para la igualdad de
los días, se hallaban sentados uno junto al otro en esa mesa ya habitual de la
esquina, en la primera planta de “su” cafetería, desde la que bien divisaban el
discurrir de la circulación por entre el arbolado de la Alameda. Les acompañaba
la apreciada taza de té, con canela y azúcar, y esa jarrita de cerveza con unos
cacahuetes bien fritos para distraer el paladar. Ambos, con el semblante algo
serio y la mente aburrida, sin especiales iniciativas para el diálogo. Sin
embargo, pasados unos minutos de acústicas banales, y tras juguetear nerviosamente
con la cucharilla de su infusión, fue Marilia quien interrumpió el adormilado
silencio. Habló con voz baja y con breves paradas en la expresión. Sus ojos aparecieron
abrillantados en sus pupilas, por la emoción contenida. Como quien recita una
estrofa o discurso, numerosas veces ensayado y preparado, para templar la
intensidad del impacto.
“Ángel,
llevo bastante tiempo pensando en esto que te voy a confiar. Siento que lo
nuestro…. está cada día más gris. Nos pasamos aquí las tardes y cada vez nos cuesta
más trabajo encontrar un tema para la conversación. Desde siempre he sabido y
aceptado que eres más tranquilo que yo. Pero, en mi caso, me siento como
aburrida, sin ilusión o dinamismo, para justificar el porqué de las tardes. De
tantas tardes… huérfanas de color. Nuestro comportamiento y respuestas lo
percibo como mecánico y, lo que es peor, vacío ya en los sentimientos. A poco,
va a hacer ….. doce, sí doce años, de cuando comenzamos a salir. Éramos,
entonces, dos jóvenes idealistas, muy niños aún, en nuestro cuarto de la ESO.
Tal vez demasiado jóvenes, para esos serios compromisos de la fidelidad y el noviazgo.
Y así han ido pasando los años, acomodados en esa rutina de hacer siempre lo
mismo, en la que tú te sentirás seguro y posiblemente feliz, pero que a mí me está
desvitalizando por una monotonía que la siento insufrible y carente de ilusión.
Seguimos ahorrando y, la verdad, no veo una meta cercana para convivir juntos.
Esto está…. muy apagado. Más que apagado. No sientas que te estoy culpando en
concreto. Creo que son circunstancias del tiempo, de las que ambos somos
responsables. Eso es lo que te quería …. decir. No es una reflexión que me haya
surgido hoy, por supuesto…. sino que viene desde hace ya algunos, muchos meses.
No te quiero hacer sufrir, pero…….”
Entre ambos se genera un largo
silencio que fue de segundos, pero que parecieron horas crispadas. Los ojos de
ella estaban ya entornados. Los de él, bien abiertos, centrados en su
interlocutora. La jarra de cerveza había perdido frescor e incluso esa blanca
espuma para la tonalidad. La bolsita del té, descansando en el borde de la
taza, dejó caer unas gotas de suspiros sobre la cucharilla que aún brillaba.
“Marilia,
no te preocupes. También yo estaba viendo de venir, esto que me planteas. Dices
bien que ninguno de los dos somos culpables, pero ambos somos protagonistas de
“este jardín” en el que parece han desaparecido las flores. De aquella
ilusión.... a este aburrimiento. ¿Sufrir? Como ya lo iba viendo venir, pues
estoy preparado. Y para ti no ha tenido que ser fácil dar ese primer paso. Eres valiente. Como siempre, has sabido
adelantarte y yo te lo agradezco. Si te parece, nos damos un tiempo, lo largo o
corto que sea, para la reflexión. A los dos nos vendrá bien algo de cambio en
la planificación o en el quehacer de cada uno de los días. Aunque trataba de
disimularlo, a mi también se me estaban haciendo insufribles y poco deseadas
estas tardes….. que parecen ser igual como todas las tardes. ¡Tantos proyectos
en los años que han pasado! La verdad es que ha habido buenos momentos en
nuestra relación. ¿No es cierto? Pero ahora….. En cuanto a esa cartilla en
común no habrá problema, claro. La dividimos en dos ahorros exactos y punto. Tu
y yo necesitamos un tiempo de oxígeno y cambio. Tal vez sea lo mejor. Seguro
que sí ”.
Aquella noche no hubo llamadas, o
más comunicación, entre ellos. Esos minutos en la cafetería habían sido especialmente
tensos y, aparentemente, sinceros, para el destino, ahora ya definitivamente frustrado, de sus vidas en común. Sin
embargo, al filo de la medianoche, dos llamadas, efectuadas desde sus
respectivos móviles, viajaron hacia destinos, mantenidos en el celoso secreto, de
las terceras personas. La realidad es que esa supuesta
o aparente sinceridad había desaparecido de entre sus vidas, justificando
rutinas, vacíos y silencios.
“Vicky,
te llevo llamando toda la noche y había sobrecarga, o lo que sea, en la línea.
No te lo vas a creer. Con todas las vueltas que le he dado, a la hora de
confesarle “lo nuestro”, esta tarde se me ha adelantado. Reconoce que nuestra
relación hace tiempo que dejó de funcionar. Y que se siente mal, etc, etc.
Total, que piensa que es mejor que cortemos. Pata mi este paso, ya sabes, era muy
complicado. Llevábamos muchos años juntos. Así que no era fácil decirle
“adiós”. Y más teniéndole que explicar que, desde hace meses, estoy “loco” por ti.
Pero he tenido mucha suerte. Hemos tenido esa suerte que necesitábamos para
evitar disgustos y escenas. Ha sido ella quien ha dado el paso y nos ha hecho
el gran favor del mundo. La verdad es que tantos años juntos no están ahí en
balde, pero desde aquella tarde, en que mi primo nos presentó en su fiesta de
graduación, vi que tu sonrisa, tu alegría y tu bondad, era lo que vitalmente yo
necesitaba. Sobre todo, ahora que me encuentro, con esto de la crisis, más
bloqueado que nunca. Nuestros encuentros, nuestros secretos y escondrijos, me
ha estado dando esa vida, esa ilusión que creí tener perdida. Ahora tenemos esa
libertad que tanto hemos añorado durante estos tres meses y medio, desde que
nos conocimos. Veo que te has quedado “de piedra” con la estupenda novedad de
esta tarde ¿Verdad, mi amor?
En otra zona de la ciudad, Marilia
marca un número grabado con clave secreta en su móvil. Ha dejado pasar unas
horas, desde su encuentro con Ángel, pues la escena en la cafetería, con esas
duras verdades pero también con grandes secretos y problemas ocultos, para la
que ha sido su pareja, le ha afectado en el ánimo y en sus fuerzas orgánicas.
Apenas ha cenado, explicándole a su madre que ha tenido un día agotador en la
guardería. Ahora, sola en su cuarto y recostada sobre la almohada, se pone en
comunicación con una persona, Salva, de la que
tenía varias llamadas perdidas en la memoria de su móvil.
“Hola, cariño. Ya está todo hecho.
La verdad es que pensaba que la escenita iba a ser mucho más complicada y
terrible. Y eso es lo que me extraña. La respuesta de Ángel… la esperaba muy,
muy diferente. Diría, incluso, que se sintió aliviado, cuando le planteé el
final de nuestra relación. Su frialdad….te lo aseguro, me ha desarbolado. Pero
ahora hay que pensar ya en lo nuestro. Bastante son los problemas que tenemos
por delante. Necesito verte. Tenemos que buscar todos los momentos posibles
para estar juntos. Esta mañana pedí permiso para ir a la ginecóloga. Lo
previsible. Me ha confirmado lo del test. Dice que estoy de ocho semanas. Ya
ves, una sensación de alegría y miedo. Bueno…. preocupación. Pero vamos a
luchar, mano con mano, por lo nuestro. Y mañana, te toca tener a tus hijos.
Aunque sea tarde, buscamos un ratito para vernos. Sí, ya sé, no te estoy
dejando hablar. Son cosas….. de los nervios. ¿Cómo te ha ido hoy el día, mi
vida?”
José L. Casado Toro (viernes 17 agosto, 2012)
Profesor
http://www.jlcasadot.blogspot.com/
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