“Buenas noches,
amigo Raúl. No, no me ha extrañado tu
larga carta, escrita desde ese necesario plano de la sinceridad. Bien es verdad
que, hasta este día, sólo habíamos intercambiado un par de correos electrónicos,
motivados por consultas de estudio. Pero esta noche, el contenido de tu misiva,
tiene otro carácter, con diferentes flancos a los que atender. Necesitas
hablar, dialogar y, aunque no haya sido tu Profe tutor, me ofreces tu
confianza, a la que yo, otro de los Profes de tu grupo, voy a responder. Con la
mejor voluntad que sepa y pueda.
Has
aprobado bien el conjunto de las materias. Una media de notable, desahogado.
Ese expediente merece felicitarse. Gesto que habrás recibido desde tu familia y
amigos. En mi materia, te has defendido bastante bien, lo que me hace estar muy
satisfecho. Debes sentirte contento…. sin duda pero, leyendo tus dos páginas y
media (cunde en ti la escritura, una sorpresa muy agradable que acabo de
descubrir) te siento o percibo, al tiempo, confuso o desorientado. Vayamos por
partes. Me planteas una primera realidad que te está haciendo sufrir.
Intensamente. ¡Venga Raúl, que esto no es nuevo, aunque para ti sea un mundo en
el que te sientes indefenso o frustrado! Siempre ha
existido, ayer y mañana, esa linda compañera de curso hacia la que te sientes profundamente
atraído. Pero….. parece que ella ha puesto sus ojos en otro joven, que
también forma parte del grupo. Ese deseo u objetivo no realizado, te hace
intensamente infeliz. Te arrebata el sueño y, a muchos ratos también como
dices, sufrir en la orfandad del desánimo.
¿Has
probado o intentado hablar con ella, fuera del territorio escolar? ¿Por qué no
la invitas un día a dar una vuelta (le pones, en principio, cualquier razón
relacionada con el estudio o el curso) o, incluso, a iros una tarde al cine,
merienda de por medio, a fin de abrir proximidad y confianza? Igual te parece
que está por el otro y la cosa no es tan clara, como tú la crees ver. ¿Seguro
que ella no se ha fijado en ti? Debes contar con esta posibilidad.
Tengo
un buen concepto de Alicia. Es de esas crías
que te hacen ganar su afecto, por su trato, por su estilo limpio y desenfadado
ante la vida y, además, casi siempre con esa sonrisa en sus labios que motivan
tu propia respuesta en el afecto. Además, muy buena estudiante y compañera. Sí,
algo parlanchina en clase, pero ese carácter comunicativo trasluce una muy
apreciable sociabilidad. Dialoga, debes hablar con ella. Juega con la
posibilidad de que acepte ese paseo o merienda que tú has de ofrecerle. Y si te
dice que no, o se justifica con alguna que otra excusa, piensa que, a lo mejor,
te está poniendo a prueba. Puedes perder esa primera batalla pero el “combate”,
para conseguir su cariño, va a tener otras varias oportunidades. Además, quién
te dice que, en su transcurso, no comienzas a fijarte en otra compañera o
amiga. ¿Y si es ella quien, de forma inesperada, te dice mañana, o pasado, que
tiene la tarde libre para hablar contigo? Todo puede suceder. Mira Raúl, hace
muchos, muchos años, cuando me encontraba en el calendario que ahora tú posees,
puse en los altares del Olimpo a más de alguna jovencita. Al verme sufrir, en
las tardes o noches frustradas (era difícil ocultarlo) un compañero de
residencia universitaria, más veterano que yo, se me acercó un día y me dio
algunas claves para bajar, al mundo de la realidad, lo que yo había colocado en
las nubes de la mitificación. Recuerdo aquellas sus palabras, para la sensatez.
“No es una diosa, ni es el prototipo de la perfección.
Tiene sus cualidades. Nadie lo ha de dudar. Pero, también, encierra sus
defectos. Es un ser humano. No la divinices”. En realidad (ahora lo
recuerdo perfectamente) este compañero fue mucho más brusco en sus expresiones,
al aconsejarme. Pero a mí me hizo mucho bien, porque comencé a ubicar a una muy
deseada compañera, por la que suspiraba día y noche, en el plano inteligente de
lo real.
Bien
Raúl, hay una segunda e importante cuestión en tu correo que, tras tu
confidencia, me permito comentarte. Es una situación, sin duda, dolorosa, muy
dolorosa para tu familia, pero que, día tras día, hecho tras hecho, se está
convirtiendo o entrando de lleno en el plano de lo normal. Y resulta lamentable
utilizar esta palabra de normalidad, cuando nos estamos refiriendo a una
situación de ruptura conyugal.
Ves
o percibes esas repuestas en las vivencias de familiares, amigos, compañeros o
vecinos. Hombre y mujer que, tras un tiempo unidos, llegan a la conclusión, sin
duda penosa, de que carece de sentido permanecer juntos. Y no sólo se rompe el
matrimonio, sino que ese drástico hecho afecta a terceros, seres inocentes ante
esa desavenencia. Principalmente, a los hijos. También a los familiares y todos
aquellos vinculados al entorno de su amistad. Me dices
que tus padres se hallan en esa difícil encrucijada de la separación
matrimonial. Y que esta desavenencia te está también marcando y
desestabilizando mucho, pues el sufrimiento de tu madre es muy profundo. Una
esposa engañada por su marido, a causa de otra mujer, con mejores incentivos
físicos para sus apetencias, es una muestra palpable de ese egoísmo, tan penoso
y decadente, en nuestro carácter.
Es
más que probable que, a corto plazo, tengas que ser tú el hombre de la casa.
Tendrás que apoyar y ayudar con generosidad a tu hermana Jennifer. Vivir esta situación, a los trece años de
edad, no le va a resultar fácil. Pero, de forma especial, tampoco para tu
madre. Ella ha de encontrar en ti, la responsabilidad y el equilibrio que ha
visto derrumbarse, en su existencia, por el desleal comportamiento de tu padre.
Sentirse traicionada, abandonada, por la persona en quien ha confiado, es un
trance muy amargo para sobrellevar. Aunque igual tú no
conoces todos los datos de la historia. Por eso sé prudente en tus juicios
y actitudes.
Con
tus dieciocho años cumplidos ¡ya eres mayor de edad! Marta,
tu madre, te va a necesitar mucho, ante la crudeza en la que se ha visto
envuelta. Habrás de tener mucha paciencia con sus actitudes y respuestas. Sobre
todo, cuida que ella perciba tu proximidad, tu comprensión, tu afecto. Tu
ayuda, en suma. En cuanto a la relación con tu padre, ha de ser cordial y
respetuosa. A pesar de que estés profundamente decepcionado y enfadado con su
proceder. Por durísimo que te parezca, así funcionan, en ésta y otras
sociedades, las relaciones matrimoniales. Y ese otro ser que va a nacer, tu
nueva hermana, debe merecer y tener tu cariño como, sin duda lo haces, con
Jennifer. Verás qué experiencia más sugestiva vas a protagonizar teniendo una
nueva hermana a la que llevarás toda una generación cronológica. Te puedes
convertir (pienso que va a ser así)
en un segundo papá, muy joven por supuesto, para ella (…)”
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Tras
responder, con este extenso correo, al e-mail, también muy detallado en su
contenido, que me había enviado mi apreciado alumno Raúl, miré el pequeño reloj
digital que reposaba en el mueble biblioteca, situado junto al televisor.
Pasaban treinta minutos, sobre las diez. Las noticias o programas del día
permanecían en silencio pues, cuando escribo, me desconcentran los sonidos,
sean musicales o de cualquier otro género. Pensé en que algo tenía que cenar
pero, en realidad, no tenía demasiado apetito. Especialmente porque uno de los
grandes temas, en la carta a Raúl, me había hecho recordar otra página, cercana
y poco agradable que estaba afectando, este último año, a mi vida. A pesar de
este sensación de incomodidad, abrí el frigorífico, donde encontré un bote de
caldo, a medio consumir. Calenté en el microondas el contenido de un cuenco de
cristal y me dispuse a tomar esta sopa de cocido, con algún trozo de queso y
algo de fruta. No me apetecía perder el tiempo con las programaciones de las
diversas cadenas, por lo que recurrí a unos archivos de música que tenía en el
ordenador. Tras un par de cucharadas, sonó el teléfono fijo. Presentía el
origen de la llamada. “Temo que tendré que volver a calentar este caldo” me
dije. Era mi ex. Como es usual en ella, tras el desagradable papeleo en los
juzgados, se me presenta con esa naturalidad cínica y fría. Como si nada
hubiese ocurrido entre nosotros. Va y me dice que tienen que viajar este fin de
semana, por lo que me tendría yo que encargar de nuestros hijos, hasta el
miércoles. Seguro que su desplazamiento lo haría con su nuevo y gran amorcito,
expresión que utilizó aquella terrible noche (nunca podré olvidarla) en que me
descubrió sus ocho meses de engaño con el Sr. doctor en ginecología. Sé que
esperaba mi pregunta acerca de su nuevo embarazo, pues preparó muy bien a Fernando e Irina,
para que me lo dijeran. No le di ese gusto. Aun tratando de ser correcto, mis
palabras se vistieron de una frialdad, aún mayor que la suya.
Dieciocho
años de matrimonio. De ellos, casi uno de engaño. ¿Qué culpa tienen nuestros
hijos de tanta bajeza?. Pero, tener que comunicar periódicamente, con un
elemento de esta naturaleza, supone más que una desgracia. Un verdadero
tormento. Desde luego el e-mail de Raúl, en el que hablaba de sus problemas, me
había hecho ver y recordar los paralelismos vivenciales en que nos hallamos
inmersos. Sí, por supuesto, tuve que volver a calentar el cuenco con el
apetitoso caldo de cocido. Es muy dura la soledad. Pero aún peor estar
acompañado por personas de innoble y sucia naturaleza. Antes de ir a la cama,
comprobé una nueva entrada de correo. Raúl me daba las gracias. “Es Vd. un poco padre para mí. Voy a necesitar mucho de su
ayuda, en estos complicados momentos.”
José L. Casado Toro (viernes 20 de Julio, 2012)
Profesor
http://www.jlcasadot.blogspot.com/
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