Recuerdo
aquellas semanas iniciales del Curso escolar cuando, en el ejercicio de la
profesión docente, tenía que rellenar y firmar el impreso de mi declaración
horaria. Ese rito administrativo había que cumplirlo completando, puntualmente,
una serie de apartados, dirigidos a la Administración educativa que, por
supuesto, ya conocía de sobra la mayoría de las concreciones que le
comunicábamos en el impreso. Entre esos apartados, había uno que me producía
una especial emoción. Había que indicar el cargo o función que el firmante
desempeñaba en el Instituto, además de impartir docencia en la materia a la que
estaba vinculado por su titulación. La mayoría de los cursos tuve la
oportunidad, y suerte para la vida, de escribir, en el aludido recuadro, esas
hermosas palabras de: Profesor-tutor de …. (el grupo en el que ejercía de
coordinador del equipo docente y educativo). Ese “cargo”
de tutor es el que, impropiamente, se halla al final, en la escala, entre todas las demás funciones a desempeñar
en un Centro público de Secundaria. Y utilizo ese calificativo con una profunda
discrepancia con respecto al lugar que ocupa en la peculiar valoración
administrativa. La tutoría se encuentra en el último puesto del jerárquico
listado profesional (director, vicedirector…..), ordinal también avalado por el
aporte del complemento económico, tras
su prestación.
Siempre
defendí la importancia y trascendencia de la función tutorial, para la mejor
marcha de las diferentes agrupaciones de alumnos. Dedicación difícil,
complicada pero, al tiempo, profesional y vocacionalmente enriquecedora, para
el que tiene la suerte y la oportunidad de ejercerla. También, agotadora,
especialmente para todos aquéllos que se entregan y esfuerzan en atender, con la
mejor voluntad, las muy numerosas y heterogéneas obligaciones que conlleva. Por
estas mismas páginas he escrito, en más de alguna ocasión, el listado de
posibilidades y necesidades que el buen tutor debe afrontar. Pero ¿qué es ser
tutor, en un grupo de adolescentes o niños que centran su formación en la
“escuela”? El tutor ha de ser un poco padre y madre,
amigo, compañero, pedagogo, psicólogo, coordinador, dinamizador, relaciones
públicas, administrativo, controlador, policía, investigador, juez, negociador,
programador, abogado, analista, técnico polivalente, maestro, educador y…..
algo más. Seguro que me he dejado en la memoria algún que otro flanco,
también necesario e importante, al que atender. Con este “suculento” panorama,
ya me dirán si el ejercicio de la función tutorial merece ocupar la postrera
ubicación en el listado de cargos a desempeñar, por supuesto que también muy
importantes, en un centro o comunidad educativa. Creo, honestamente, que no.
Obviamente, me estoy refiriendo a ese tutor que ama, con la grandeza y limpieza
que conlleva este concepto, la trascendente dedicación que, libremente, ha
decidido asumir.
En
mi larga trayectoria profesional, opté, de forma mayoritaria, por el “cargo”
(siempre lo entendí como un buen regalo) de Profesor-tutor. Y con la
perspectiva que aporta la distancia, me siento feliz de esa oportuna decisión.
Durante esas tres décadas y media, hubo aciertos. También, errores, cómo no. Cada día, cada semana y curso, significaba una oportunidad
para seguir aprendiendo, para seguir acometiendo nuevos retos, a pesar
de los condicionantes que la propia Administración educativa iba estableciendo.
Pero, aún hoy, alejado de la primera línea del frente (dicho sea, con el mayor
cariño) sigo ejerciendo, de alguna manera, esa apasionante función. Mi
dirección electrónica avala, ocasionalmente, esta afirmación.
Son
muchos, numerosísimos, los recuerdos que florecen en el jardín de la memoria.
No resulta fácil la elección. Pero vamos a narrar un par de significativas
historias.
Mantenía
uno de mis programados diálogos tutoriales, en esos minutos, gratamente
oportunos, que nos brindaba la media hora del recreo. Bocadillo y zumo de por
medio, en manos de mi joven interlocutora. Bolígrafo, stabilo verde limón y
carpeta de fichas, encima de una pequeña mesa, junto a la zona ajardinada. En
realidad, estaba sentado próximo a la alumna, a fin de propiciar un más fluido y
sereno ambiente comunicativo. Repasábamos la normalidad de mis preguntas (sobre
estudio, compañeros, familia, organización del tiempo libre, trabajo y
resultados…. cuando, de pronto, me interrumpe Mª José (para todos, Mariajo). “Profe …. no me
gusta mi cuerpo. Me siento desgraciada, ante las demás. Me miro al
espejo y se me cae el alma a los pies. No soy bonita, no tengo una figura
atractiva como muchas de mis compas. Y sufro mucho por ello”. Unos diez o
quince segundos de silencio, que me parecieron eternos. Continuó, con la fuerza
de sus palabras. “Y tú no tienes una solución para
esto ¿verdad?”
Esta
chica, tercero de la E.S.O. ya muy próxima a los quince abriles en su vida,
pienso que era un tanto crítica consigo misma. Soportaba un problema de
sobrepeso, evidente, aunque tampoco exagerado. Rostro redondeado, ojos bonitos
y estatura más bien baja. Alguna visita al odontólogo, también era aconsejable.
Pero, en la inmensidad de la masa urbana, no destacaría en exceso. Ofrecía una
imagen más bien normalizada, dentro de los problemas en gramos que hoy día
padecemos. Pensé que ella no querría escuchar una larga perorata, en la que se
hablan de valores y cualidades que superan, y compensan, ampliamente, la imagen
externa. A ella le preocupaba, le estaba atormentado, precisamente, su imagen
externa. Decidí bajarme a su terreno y ganarme sin más
su confianza. Negar la importancia de su problema era dificultar la solución
del mismo. Desde su propia perspectiva. Por lo que me atreví a decirle
lo siguiente: “Bueno,
Mariajo, si te deprime verte en el espejo, podemos empezar por ahí. Evita
asomarte a ese espejo. ¿Para qué te vas a atormentar? Sí, me parece que sobran
en tu cuerpo algunos gramos. Bastantes, en mi opinión. Si no te parece mal, voy
a hablar con tu madre, para tratar con ella un par de cuestiones. Por supuesto,
tu vas a estar presente en nuestro diálogo. Vamos a hablar del tema de las
comidas. Pero de verdad, eh…. Y tú no haces mucho ejercicio. Le voy a sugerir
que te apunte en algún centro donde puedas ir a nadar, al menos, dos veces en
la semana. Aunque también existe el campo y la naturaleza para andar. Para
practicar el senderismo. Y también habrá que gastarse un poquito de dinero en
mejorar tu dentadura. Hoy día se hacen maravillas y sin dolor. Todo es asunto
del monedero o la billetera. Hablaremos con tu madre y encontraremos
soluciones. Entiendo que mi opinión la puedes ver como un tanto interesada. Yo
no te veo tan mal. Pero lo importante es como tú te sientas. Sé que tienes una
buena amiga, Raquel, y ella te acepta tal y como eres. Por dentro y por fuera.
Y perdóname esta forma, un poco burda de hablar”. Pareció convencida
del realismo y naturalidad con que traté de dotar mis palabras.
Aún más reconfortante fue la conversación con la madre de
Mariajo, quien es hija única. Su padre tenía en aquel momento un
paradero desconocido, por lo que esta señora afrontaba todas las cargas de su
corta familia. Trabajo de limpiadora en un centro público de la Administración.
Por las tardes, también lo hacía en algunas viviendas particulares. Irene fue
muy receptiva, ante el problema que tratábamos de solucionar. En realidad, ella
era ya consciente del mismo. Nos pudimos mover por las entrañas de la
concejalía de distrito y su hija pudo comenzar su natación y gimnasia
correctora. Con un coste muy reducido, sobre la tarifa vigente. En el ámbito de
la alimentación, la tarea también fue complicada. Fundamentalmente porque ahí
era la chica quien tenía que colaborar con el control de su madre. Y había que
esperar, para el tema de la ortodoncia. Pero esta joven mujer me prometió que
se iba a sacrificar aún más, para estos arreglos bucales de su hija. No dudé,
ni por un instante, de la voluntad y sinceridad de esta madre, para ahorrar y
sacar más horas de trabajo con ese noble fin.
En
algunas ocasiones, la acción tutorial resulta más fácil o complicada que en
otras, pero siempre reconforta haber intentado mejorar realidades y
circunstancias. Sin querer poner nombres u otros datos a esta dura situación,
voy a globalizar una intervención tutorial que resulta a todas luces difícil,
por su cruda naturaleza. Me estoy refiriendo a las distintas
oportunidades en que tuvimos que afrontar el dolor, ante un ser querido que
sufría la enfermedad o que nos había abandonado para la existencia. Son
alumnos, muy jóvenes, los que tuvieron que aprender a convivir con la crueldad
del dolor, que afectaba a un padre o una madre. Chicos y chicas que conocieron
y sufrieron la pérdida de ese familiar
tan cercano en sus vidas. Y utilizo la palabra vida, porque es más hermosa que
la contraria, aún siendo ambas tan reales y próximas.
En
la dureza de la enfermedad, apoyas, con especial delicadeza y cariño, a ese
alumno que tiene que convivir en una situación de anormalidad por el dolor
familiar. En esos difíciles momentos, la cercanía de un compañero o amiga resulta
fundamental. Fue necesario hablar, aconsejar y orientar a ese amigo o amiga,
para mejor ayudarle en esta cercanía que se hacía importantísima para la
solidaridad del afecto. Y en el clímax desalentador del fallecimiento (fueron
abundantes las experiencias), hubo que pensar juntos, hablar y saber escuchar,
a ese niño o niña que acababa de perder lo más importante que había conocido y
tenido en su vida. Una madre. Un padre, un abuelo…..
Reconozco
que una u otra situación son difíciles, e ingratas, para intervenir. Sin
embargo las experiencias que tuve al respecto fueron, dentro de la dureza del
contenido, positivas. En lo académico, generalmente
se suele producir un retroceso en estos jóvenes, ya que abandonan el rigor y la
voluntad imprescindible para el estudio. Desde luego, hay que saber “actuar”
con no poca paciencia, cuidadoso tacto y mejor e imaginativa habilidad. No
siempre los “paños calientes” son los más aconsejables, para estos momentos del
realismo que impone la naturaleza. Depende el caso, pues cada familia es un
“mundo”. Para lo anímico, las medidas adoptadas
suelen ser más eficaces, en cuanto a los objetivos que nos hemos propuesto. El
valor de la proximidad adquiere toda esa grandeza que le ennoblece. Tiempo
tendremos de abordar alguna de estas historias que lucen para el recuerdo en
los mágicos y estructurados estantes de la memoria.
“Profe, tengo un problema.” “Cuando tu quieras, podemos hablar. Si es
urgente, buscamos un hueco en lo que resta del día. En todo caso, mañana, en la
media hora del recreo, dialogamos. Y si necesitamos más tiempo, no habrá dificultad
para conseguirlo”. Normalmente, el tutor se adelanta (debe
previsiblemente adelantarse) a esta petición que le hace su alumno. Por
experiencia, observación y control inteligente de la situación. Si, por el
contrario, es el propio adolescente quien plantea el conflicto, la
predisposición del Profesor ha de ser absoluta. Total. Nunca
han de minusvalorarse los problemas, por modestos o nimios que puedan parecer.
El ejemplo del iceberg, como intuitiva metáfora, se halla, en el plano de lo
humano, más que justificado.-
José L. Casado Toro (viernes 18 de Mayo 2012)
Profesor
http://www.jlcasadot.blogspot.com/
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