Una de las preguntas que, con más frecuencia, el lector suele plantear, en relación a estos artículos y relatos, nacidos en la periodicidad semanal, se refiere al grado de verosimilitud de los mismos. En concreto, se pregunta, una y otra vez, si es cierto que, de una u otra forma, el autor ha vivido o no aquello que sirve de objeto a su narración. La cortesía, vestida con el dulce ropaje de la amistad, hace que respondas con sencillez y claridad al amable interrogante de tu interlocutor. Vienes a decirle que, en todo relato, hay unos porcentajes variables que pertenecen a ese doble mundo, que se complementa en las vivencias cotidianas. La ficción y la realidad. No podría ser de otra forma. La imaginación se alimenta, necesariamente, de nuestra atenta observación, focalizada en la realidad. De igual modo, esta dimensión se nutre de pensamientos, sentimientos y ensueños, que bullen en la inteligencia, con toda la fuerza de la creatividad. En no pocas ocasiones, el autor está tentado a desvelar, a esos oídos atentos, que eso que le parece razonablemente verdad es, simplemente, ficción. Y, por el contrario, esa historia que le parece irreal…. ha sucedido, con unos datos concretos que, la prudencia o el respeto, aconsejan modificarlos por un mínimo sentido de la responsabilidad.
Me encontraba en una cuidada y modélica librería, de esas que aún adornan el corazón urbano de la ciudad. Ojeaba y disfrutaba sobre los tesoros expuestos en sus novedades editoriales. Quiero destacar que esa riqueza, atesorada en sus páginas, la tenía, cualquier persona la posee, muy cercana. A poco que abras el volumen o manual que le da ese cariñoso cobijo. Y sin planos de itinerarios ocultos, o claves crípticas, para el descubrimiento de su localización. Al igual que ocurre cuando vas a una biblioteca. Sólo con el gesto voluntario y ya eres dueño del enorme valor de la comunicación, transmitida por esas preciosas páginas que permiten nutrir tu sedienta necesidad. Comentaba que me entretenía, gozosamente, observando títulos, diseños y temáticas, cuando percibo que alguien se me acerca y, ya frente a mi, pronuncia unas palabras que me resultaron gratamente conocidas y “familiares”. “¡Hola! ¿no se acuerda de mí? Vd. ha sido Profesor de Filosofía. Fui alumna suya, hace ya bastante tiempo”. Aún no recordándola, en ese momento, entablas una simpática conversación con la persona que te ha reconocido. Se cruzan algunos datos y anécdotas que, con más o menos facilidad, te van acercando al agrado de su atención. Y comienzas a dibujar, en la lejanía nebulosa de la memoria, a esa chica adolescente, hoy convertida en una agradable mujer, morena, de silueta delgada y con ojos que reflejan el dulce castaño de la naturaleza. Verdaderamente, atractiva. Viste de forma deportiva y en su rostro adivino, casi desde el primer momento, ese contraste heterogéneo de una sincera sonrisa, pero ensombrecida por una evidente preocupación. Me comenta que acaba de comprar un libro para regalar a una sobrina universitaria, con motivo de su festividad. Yo dispongo de toda la tarde. Ella no oculta su deseo de continuar la conversación. Así que decidimos, con la aventura de los recuerdos, prolongar nuestro inesperado encuentro, sentándonos en una mesa alejada del bullicio para la merienda, en una cafetería próxima a la arteria arbórea de la Alameda Principal.
Café intenso para Irene, hermanado en su térmico aroma a un descafeinado de máquina, aclarado con un poco de leche, para su veterano Profesor. Por el dato que me ofrece de nuestra coincidencia en las aulas de Secundaria, deduzco que alcanza poco más de las cuatro décadas en su vida. Físicamente bien, espléndidamente muy bien, llevadas. Aunque me sobreviene en el recuerdo algo de mi interlocutora, aún permanece difusa la concreción de su figura adolescente. Tras abordar algún comentario, cordialmente intrascendente, resulta evidente que mi antigua alumna necesita comentar, compartir en el desahogo, un serio tema que le afecta. Se siente confiada ante su reencontrado Profesor, lo cual es un valor importante para enriquecer la comunicación.
“Profe, no le molesta que le llame así ¿verdad? necesito consejo, ayuda…. que sé yo. En la distancia del tiempo, recuerdo que Vd, bueno, tú, como me has pedido que te nombre, siempre dabas la impresión de saber escuchar. Terminé el Magisterio y tuve suerte, con mucho esfuerzo, en las oposiciones. Unos años de interinidad y, a la segunda oportunidad, saqué plaza para un pueblecito de Córdoba. Desde hace nueve años, trabajo ya en Málaga. A nivel afectivo, he tenido diversas relaciones, más o menos intensas, pero sin pasar por la vicaría o el juzgado. El problema viene dado desde hace alrededor de dos cursos. Es con una compañera de Colegio, casada y con dos hijos, niña y niño, estudiantes de Primaria. Me refiero a una de esas compañeras de trabajo, con las que sueles intimar algo más. Posiblemente, por nuestro caracteres complementarios. Te decía que lo que suponíamos una buena amistad, se fue complicado …. sin que ambas nos diéramos apenas cuenta.”
En este momento de su lento monólogo, Irene baja o entorna los ojos. Mueve, una y otra vez, el contenido de su taza de café con la cucharilla, inundando de un dulce y atrayente aroma la corta atmósfera que nos separa. Presiento o adivino la ruta que va a tomar, la dicción argumental de mi agradable y atractiva interlocutora.
“Entiendo que entre tú y ella….” “Eso es, si saber cómo ni por qué, la intimidad de la amistad se fue transformando en una mutua e intensa atracción. Lo grave del caso es que tanto ella, Alicia, como yo, ni por un momento podíamos imaginar que “eso” estaba encerrado en nuestras psicologías. Mi relación con aquellas parejas de que te hablé, fueron las normales, entre un hombre y una mujer. Y ella, con su marido pues, ya ves, dos hijos. Bueno, con la monotonía y rutina propia de los días y las noches pero, vamos, normal, a todos los efectos. Lo que comenzó como una valiosa amistad, el salir de compras, consultarnos nuestros problemas, merendar juntas alguna vez (con los niños, por supuesto) etc, se ha descontrolado. No lo hemos podido parar y ….. la cosa está más que complicada”.
De nuevo, el silencio en los labios de esta aún joven mujer. La cucharilla sigue girando sobre una potente infusión, en su aroma, color y sabor, que apenas ha sido consumida. Me siento navegando por el contraste entre un encuentro inesperado, grato pero difuso, y el conocimiento de algo muy personal del que se me hace partícipe. Esperando, sin duda, recibir alguna respuesta, consejo o ayuda, para una situación que, por su naturaleza, se nos antoja con los perfiles de la dificultad. Es más que evidente que mi interlocutora se halla en un mar de confusión. Del que no sabe, quiere o puede salir. El nivel de mi descafeinado ha bajado, de manera ostensible, los centímetros en el nivel de la taza. Con sumo tacto, inquiero algunos datos, complementarios pero importantes, acerca del grado de conocimiento de ese marido, sobre la relación entre ambas mujeres. Y si el nivel de participación, entre ambas compañeras de trabajo, en su recíproca relación, alcanza unos porcentajes igualitarios. Quiero decir, si la determinación, entre ellas, es igualitaria o no. Viene a confesarme que, en su opinión, está en Alicia, principalmente, el origen y la intensidad de algo que no se debió iniciar, desarrollar o potenciar. Desde luego, a los niveles actuales de la realidad, con un matrimonio y familia en el punto crítico de la ruptura. Al fin, me concreta su firme determinación de acabar con esta peculiar relación. Pero que no sabe cómo hacerlo. Y el minutero sigue con su caminar impasible y desenfadado, entre palabras que se refieren a psicólogos, psiquiatras, solicitud de traslado laboral, consulta con el inspector de zona, niños de muy corta edad, estabilidad de una familia….. incluso del valor de la responsabilidad, ante el sacrificio o la renuncia. También, de la valentía por continuar y estabilizar abiertamente la situación, como opción alternativa para el devenir de estas dos personas unidas en el azar de la vida. Sin apenas darnos cuenta, ha pasado más de una hora de nuestra estancia en esa cafetería, ya más aligerada en su hambriento público vespertino. Irene ha tomado apenas dos sorbos de un café, huérfano ya de su térmica y acogedora cobertura.
Han pasado unos meses, casi medio año ya, desde aquel encuentro en la librería. Ese grato lugar que se asoma a nuestra gran arteria viaria crucificada de tráfico, pero iluminada y oxigenada con árboles. Tras un extenso silencio, como respuesta a una prudente comunicación electrónica, he recibido hoy un largo y esclarecedor correo. Remitido por Irene. Es sumamente esclarecedor. Especialmente, en su contenido. Pero, también, en unas formas expresivas que hablan del sosiego que puebla el valor de la confianza. Me dice en él que está trabajando en la provincia hermana de Granada. Una comisión de servicio, concedida por un comprensivo inspector de Educación, le ha permitido reorientar la inestabilidad de su vida. Ha decidido alejarse, durante un tiempo, de la ciudad que la vio nacer. Pero, al menos, su nueva residencia laboral se halla cómodamente cercana a unos padres que han sido entrañablemente comprensivos, en su apoyo y afecto. En cierto sentido se siente liberada de una situación que la había abrumado críticamente en su equilibrio personal. Sobre todo, porque un par de inevitables encuentros, con Alicia, fueron explosivamente desagradables y amargos. Hoy, mira hacia el futuro. Su mañana es impredecible, pero esperanzador. Confía en el acierto del azar. O en la suerte de la decisión. Me alegra y preocupa el destino de su horizonte. Deseo, con toda la voluntad, que alcance plenamente su equilibrio, en la libertad personal, para ese caminar que nutre las sendas de su joven existencia.
Así fue, así pudo ser, aquella inesperada tarde para la comunicación. Teñida por la acústica embriagadora del color en otoño. Siempre que paso por ese lúdico escaparate de los libros, adivino y conformo en mi mente la frágil silueta de Irene. Una mujer que, tras los días y las horas, continúa buscando, con admirable valentía, el sentido y el destino que debe presidir la fuerza de su voluntad.-
José L. Casado Toro (viernes 30 de Marzo, 2012)
Profesor
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